lunes, 14 de febrero de 2011

Hielo Caliente Segunda Parte



Al cabo de un rato Miguel se apareció cargado de nuestras camperas y de un par de frazadas.  
También traía una bolsita de supermercado con algo de lo que  había podido manotear de la alacena del refugio: una petaca de gin, un par de esas botellitas de una sola medida de un whisky barato y como dos o tres tabletones de chocolate. Nada mal para mi pequeño príncipe.
Yo moría por abrigarme un poco y comer algo. Él ansiaba seguir descubriéndome toda. Agradezco que haya sido tan respetuoso, porque sino, por más que me caía bien, lo mandaba a la mierda.   
Un chupetín de lo dulce que era… hasta el palito del chupetín tenía, jajaja…
Después de entonarme con esas mini medida de whisky Criadores, y de compartir comiendo de a dos el chocolate mientras nos besábamos tiernamente, le di permiso de seguir hurgándome.
Juntamos todo y salimos a caminar hacia una parte más alta de la montaña. Al cabo de unos cinco o diez minutos más o menos, llegamos casi a un filo, donde la vista del lago que había desde allí era increíble. Nos acomodamos cerca de una gran piedra poniendo una de las frazadas como alfombra. El sol aún entibiaba, pero ya empezaba a atardecer. Acostados y abrazados levantamos temperatura muy rápido. Después de que mis tetas ya estaban demasiado exprimidas por sus ansiosas manos pensé que era el momento de regalarle cálidas caricias a su miembro. Metí mi mano por debajo del jean, que ya se había  aflojado por la presión que le producía tenerlo tan parado. Se lo agarré bien fuerte y después de manoseárselo como seguramente él estaba acostumbrado a hacerlo en soledad, lo saqué y le dí una suave chupada… ¡Que dulce!  Era un pito tierno, apenas desarrollado todavía, pero gordito y rígido. Mi boca lo recorrió de arriba abajo con placer. Piel suave, con pocas venitas. Miguel estaba en el séptimo cielo. No entendía nada.
Yo, que me estaba excitando muchísimo, no quería que su precocidad en el arte del sexo me deje con las manos vacías. Entonces no quise extenderme más de la cuenta. Lo dejé muy caliente y le pedí que me hiciera lo mismo. Su gesto de terror fue más que elocuente de que, no solo no deseaba animarse, sino también que vaya a saber con que asquerosidad lo habrá asociado. Tuve que explicarle que yo ya lo había chupado a él por donde sale el pis y que me había encantado, y que en las mujeres es bastante parecido. Su gesto de resignación era mortal. Una mujer le pedía que le chupara la concha y él pensaba en escapar.
Tirada en esa manta sobre la nieve, semidesnuda, sin las botas pero con mis infaltables medias de lana de cabra, con mi sexo abierto de par en par dejando entrar una brisa fresca pero soportable, lo invité a que se coma esa jugosa parte de mi cuerpo. Yo tenía apenas un temor infundado en que mis jugos se me congelen produciéndome alguna lastimadura, como si fuesen pequeños trozos de vidrio. Pero no fue así. Él se acomodó con su cabeza justo allí y con bastante torpeza me chupaba como si fuese un helado. Lo dejé por un rato hacerlo como le saliese, para no dañar su casi inexistente auto estima. Cuando paró para, supongo, tomar aire o descansar la lengua, le mostré con mis manos, que lugares y con que presión lograba ponerme a punto. Y nuevamente los ojos se le salieron de sus órbitas al verme masturbar. Debo decir que amé a ese chico, su inocencia, su candor y su desesperada calentura. Me miraba la concha y alternativamente me miraba la cara, como para asociar gestos, gemidos y toques.
“Ahora sí… meteme tu pito acá” le dije mientras me abría bien los labios como para mostrarle el camino.     Y yo, con una verga adentro, ya pierdo bastante el control de todo. Y reconozco que lo maltraté un poco cuando no se movía. Había estacionado en un lugar techado, parecía, y no quería salir por nada. Si, lo puteé, le dije que se mueva, que como no sabe, que “como que no te da por entrar y salir” y cosas así. 
Más o menos lo fui acomodando. De su eyaculación me ocuparía -o no- más tarde. Pero gracias a mi misma y a lo que él intentaba, exploté un par de veces en muy breve tiempo. No tenía forro puesto, pero yo venía muy bien con las famosas píldoras. Entonces no me importó que desparrame su leche caliente bien adentro. Y no estuvo para nada mal. Gritó de manera muy linda y le clavé muy fuerte las uñas en la espalda. 
Cuando se vació, se desplomó encima de mí y le tuve que pedir que salga y se acomode. Estábamos realmente agotados y con mucho frío de nuevo. Nos acurrucamos muy juntitos cubriéndonos con todo lo que teníamos. Ya estaba oscureciendo y las luces del refugio, con su hogar encendido dentro se veían claramente. No estábamos tan lejos ni tan escondidos. Recién ahí imaginamos que alguien nos podría haber visto.
Diría que tontamente sigilosos, vestidos y cargando frazadas empapadas de agua y hielo -y algo de nuestros jugos, supongo- , entramos a recuperarnos al calor del fuego. Los otros dos mozos y un par de parejas de gente mayor nos miraron sabiendo casi a la perfección que había pasado con nosotros. 
El pelo revuelto y esa cara inconfundible de orgasmo nos delataba.

Lo recuerdo con mucho cariño. Fue un click muy importante ese día en mi vida el descubrir el afecto de alguien que es tan dulce y cortés. Me di cuenta con el tiempo, claro, pero me hizo creer en que siempre puede aparecer alguien ideal. Solo hay que esperar que llegue.
Para él debí ser especial también:  debutó conmigo después de todo. Pero…

Pero después de ese día, Miguel no volvió nunca más ni al refugio, ni a mi vida.
Hasta ayer.
Sorpresa jamás imaginada, apareció en mi Facebook ese cartelito que dice que fulano de tal quiere ser tu amigo. Como no había foto, sino esa silueta celeste de los que aún no suben ninguna imagen al perfil, y ante la duda, entre a descubrir algún dato. Y había una sola foto subida. Solo una nada más. Era del refugio.
Era él.

Perdón: me acaban de golpear la puerta de calle. Quedamos en encontrarnos en casa. Lo invité con la condición de que no me pregunte nada a través de la computadora, nada en el muro. Solo le di mi dirección y una hora estimada donde seguramente yo estaría sola en casa.
Uy, volvieron a golpear.

Es él.

No hay comentarios:

Publicar un comentario