Me desperté y ella no estaba en la cama. Es una sensación horrible eso de extender el brazo, para chocar con una espalda desnuda, o un pecho cálido y encontrar la nada misma.
Rápidamente traté de recordar si la noche anterior me había advertido de algún madrugón previsto.
No.
Nada.
Además era domingo y nos habíamos acostado tarde.
Recuerdo si que habíamos discutido. Esa estúpida condición masculina que nos caracteriza por embarrar una relación.
Y odio decir que ella tenía razón.
Pero la tenía.
Duele, pero lo reconozco.
Es que es casi incontrolable que cuando me cuenta algún problema salgo inmediatamente a minimizarlo o a darle mi supuesta solución.
Y listo, para mí ahí termina todo. Y mirá que me lo ha(n) dicho miles de veces: “Necesito que me escuches”. Y uno, como un tonto, no entiende. Ese “que me escuches y me entiendas, nada más” me retumba en la cabeza. Soy un boludo.
Entonces, al ver la cama vacía, sin ese amor que ella es para mí, me puse a replantear muchas cosas: ¿Cómo halagarla? ¿Cómo meterme en su piel y descubrir todo lo valioso que ella es para mí?
Y así como yo la quiero, sé que ella también a mí. No somos perfectos y eso es lo que pasa… perdón, ella si es perfecta. Algo bien debo haber hecho en la vida, y habrá sido importante, porque para que el cielo me la haya regalado a mí, es una clara muestra que uno debe creer en milagros.
Y si bien tiene su carácter, suele ser abierta y suele “perdonarme” rápido. Si, con esto estoy confesando que más de una vez metí la pata. Pero esta vez era raro. Yo solía disculparme poniendo como escusa que “lo bueno de las peleas, es la reconciliación”, pero mucho no le caía en gracia.
Me levanté y tampoco estaba ni duchándose ni en la cocina. Me temí lo peor: que ya había rebalsado el vaso, que no había retorno.
Sobre la mesa del comedor me había dejado una nota.
“Carlos:
No es la primera vez que pasa esto. Entiendo que tengas problemas, como también, aunque te cueste creerlo, los tengo yo. Para mí es muy difícil tomar esta decisión, pero quiero, necesito, que me entiendas. No soy un juguete ni una figura de adorno. Tengo muchos sentimientos. Y me duele que tanto te cueste comprenderme. Vivo. Y amo. Y no sé si alguien te podrá amar con la pasión y la entrega que yo puedo brindarte. Por eso es que necesito tiempo. Para pensar, para analizar qué es lo que estoy haciendo con mi vida…
Marcela”
Me volví al cuarto y lloré desconsoladamente. Putié y maldije mi absurda condición egoísta. Y lo dije a los gritos. Si, gritando para que Dios o quien fuese escuchara mi rezo por una oportunidad más. Tan solo una. Y a voz plena prometí pagar como sea si tenía una última chance de convertir mi entusiasmo, mi alegría de tenerla a ella, por algo menos interesado, por verdadero amor. Puro, de corazón - y de todos los sentidos- abierto a su esencia. ¡Por favor, Marce, volvé!
De pronto, en medio de mi angustia, con los ojos llenos de lágrimas y mi vista nublada, se me apareció delante de mí un ángel. Si, si… un ángel. No hubo relámpagos ni flashes. Me refregué los ojos, secándomelos con la sábana, y pude ver con mejor claridad.
Era hermosa, radiante. Tenía una extraña mezcla de inocencia y picardía. La observé de pies a cabeza. Sus piernas sostenían una pelvis delicada.Completamente desnuda, con su piel apenas rosada. El ombligo era una tentación como para que ahí arranque un recorrido milimétrico hasta llegar a sus pechos. Un corpiño provocador, muy insinuante, que ocultaba sabores inconfundiblemente exquisitos. Su rostro, boca, labios, pelo y esa sonrisa única hacían perfecta combinación con unos ojos llenos de ternura y amor. Hasta alas tenía.
Se giró para mostrármelas y mi mirada automáticamente descubrió una cola redonda y firme. Difícil era adorar esa escultura sin apetecerla.
Me pellizqué, como hacen en las películas, para comprobar que no era un sueño. Un sueño imposible debería confirmar. Pero no… estaba ahí, a centímetros de todo mi deseo.
Despacio se despojó de sus alitas y se convirtió en pura realidad. Mi alegría era inconmensurable. Exploté de satisfacción al ver que mi pedido al cielo se había concretado. Rocío, no entiendo cómo, ahora estaba allí.
Con mucha clase pero jugando con mi desesperación, fue deslizando un bretel primero y el otro después, en un caliente streap tease de alitas de ese ángel que representaba. De espaldas me regaló un espectáculo inquietante: La magia de una espalda desnuda con un centro de atracción inconfundible. Sentí que me estaba desafiando a controlar mis instintos. Y lo hice como parte de mi promesa. Era su momento de gloria. Y sentí que lo disfrutaba.
Ahora, ya de frente, sentada sobre la cómoda del cuarto, jugó a mostrarme y ocultarme su maravilloso tesoro..
De pronto se paró y me dijo.
“Escuché todas tus promesas. Estaba escondida en el placard. Imaginé que solo perdiéndome podrías darte cuenta de cómo me duele pelear con vos. Prometiste respetarme, escucharme y comprenderme. Y escuché también lo que estás dispuesto a pagar con tal que yo regrese a vos. Juro que te amo. Mucho. Y sería perfecto que lo entiendas. Doy mi vida por vos, y exijo -si, exijo- el mismo compromiso de tu parte.”
Me quede sin saber que decir. Atiné a explicar algo, a preguntar cosas, pero me interrumpió.
“Hoy nace una nueva Marcela. A partir de ahora, si no querés perderte todo esto que estás viendo -dijo mientras sus manos acariciaban sus partes más deseables- a partir de ahora seré distinta. Porque me quiero. Porque quiero ser yo. Por mí y para mí. Y si estoy bien conmigo, puedo generar más para los demás. Y no hablo de egoísmos. Sino de hacerme valer. Y disfrutar lo que no disfrutaba.
Reconozco, que tenerla ahí mismo, absolutamente a mi alcance hablando enserio, me recontra excitó. Soy incurable, lo sé. No quise que se me note la erección para que no pensase que no la estaba escuchando. Si, la escuchaba y también deseaba lanzarme encima de ella como un lobo hambriento. Pero hubiese jurado que estábamos los dos excitadísimos. Yo en mí lo notaba de manera más que obvia y a ella le brillaba la zona baja del pubis.
“Y ahora… insisto: ¿Querés perderte todo esto? ¿Te parece? ¿valgo tan poco para vos?”
Lo siguiente fue una catarata interminable de besos, caricias, jadeos y mieles. Entré en ella, cientos, miles de veces, creo, sintiendo un amor renovado. Su delicadeza habitual estaba transformada en lujuria y pasión. Sabía lo que quería y no desperdició forma alguna de solicitarlo. Tuvo unos orgasmos intensos. Y me devolvió sensaciones inéditas: Jamás había sentido su sexualidad de esa manera. Quedamos extenuados, destrozados de placer y amor. No pude despegarme de un abrazo eterno. Y, por si hiciera falta, renové mi compromiso de amarla como corresponde.
-Ja! Más te vale. Esta es la última oportunidad que te doy. Y te la doy porque te amo. Pero por sobre todo me quiero a mí y no soportaría alguna traición o mentira.
-Ok, ok, entendí… serenate por favor… pero tengo una pregunta: ¿Cómo es que se te ocurrió todo esto, el “escarmiento” que me querías dar?
-Primero, recordé algo que varias veces me dijiste: “lo bueno de las peleas, es la reconciliación”.
-Como se suele decir, mi propia medicina, ajá. ¿Y segundo?
-Y segundo, que ya le había echado el ojo a esas alitas de plumas tan delicaditas, y esperaba una ocasión para estrenarlo… ¡Y a vos se te ocurre pelearme!...Pero ¿viste que lindo que es? Me siento tu angelito con eso, soy como siempre soñé…
-Si, impresionante. Nunca te vi tan pero tan hermosa…
-Ah! una cosita más… mañana tenés que pasar a pagarlas, porque justo me había quedado sin plata, ¿dale? ¿si? Te amo.
Lamento que no hayas ganado, de todos modos sabes que siempre estas entre los buenos relatos eroticos que andan por la web.
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