domingo, 28 de agosto de 2011

El artista


























Deslizar mi mano por su espalda, apenas me pidió que la ayude con el cierre, me produjo esa sensación imposible de explicar.
Juro que, más allá de tenerme fe, unas horas atrás no imaginaba estar acá, así, a punto de tocar el cielo -su cielo- con las manos.
Un rato atrás, en el ágape donde no quería ir, todo cambió apenas la vi. Yo con una copa de plástico con un tibio champagne de dudosa calidad, dando vueltas mirando obras que no entendía, estaba a punto de huir.
Matías merecía mi presencia. Cientos de veces estuvo cuando lo necesité. Y se bancó cosas increíbles con tal de hacerme la gamba. Entonces, hoy, cuando inauguraba al fin esa demorada muestra de sus obras, y sabiendo lo complicado que para él es dar la cara delante de tanta gente, no podía fallarle. Como quien dice “Nobleza Obliga”.
Pero el hielo ya estaba roto. Mucha gente yendo y viniendo, mirando, tocando, sacando fotos. Ya hice lo mío al invitar al brindis como su fiel amigo de tantos años, y luego mandarlo al frente para que, micrófono en mano, diga las pavadas que en ese momento se estilan.
Y ya estaba dejando la copa donde no se debe, adentro de un cenicero de pie, ya que no había donde apoyar nada, (salvo en alguna de las obras de mi amigo, claro,) cuando ella entró.
Con la mirada perdida, como buscando a alguien o algo. La boca entre abierta, al tiempo que usaba los dedos de su mano derecha para acomodar un pelo revuelto con estilo… melena dorada, larga, que inevitablemente llamaba a la fantasía de usarla como crines de un caballo salvaje. Tacos altísimos, que sabía usar con mucha elegancia. Y un vestido yo diría aterciopelado, negro, cerrado hasta el cuello, pero con manguitas cortas. Creo que nada más. Ah si! una carterita, como un sobre, en la mano izquierda.
Se detuvo sin saber para donde ir. Me acomodé el cuello del saco, carraspeé como para engrosar la voz y me dirigí a su encuentro. De pasada, justo uno de esos mozos que nunca están cuando uno los necesita, pasó delante mío como por milagro. Tome una copa llena que se la ofrecí a ella apenas la tuve enfrente.

-Bienvenida. Ojalá disfrute de la muestra.
-¿Eh? Ah! Bueno… gracias… ¿Es usted el artista?
-Depende. Ahora en realidad, en este momento soy la persona más feliz del planeta… me siento absolutamente maravillado siempre frente a las obras de arte… entonces, visto así, sí, digamos que soy un artista entonces… ¡que belleza para todos los sentidos! Gracias!
-Jajaja… bien, touche! Acepto el cumplido… ¿pero es el artista o está actuando?
-Uy! ¡cuanta curiosidad!  La curiosidad mató al gat… no… no quise decir eso… ¿sabés? No puedo mentir, siempre termino metiendo la pata… Por favor no vas a tomar que lo de gato…
-No, no… jajaja… estuviste cerca… pero supiste salir con clase.
-Fernando Vautier… me presento. El artista es mi amigo. Yo solo lo ayudo… digamos que mientras él habla con gente aburrida de arte, que lo único que les interesa es gastar su plata en esto para fanfarronear, yo me ocupo del resto.
-Ah! entiendo… el arte no es para gente ¿linda? ¿es más o menos eso lo que querés decir?
-Y si… la gente fea necesita ir a visitarlas, para ver cosas lindas… a las hermosuras como vos, por poner como ejemplo, les alcanza con un espejo. ¿Vos te miraste?  Por eso es una fija que siempre los que saben de arte son aburridos, sin gracia, desapasionados, porque buscan razón no sentimiento... No tienen emoción...
-No sé si estoy muy de acuerdo, o mejor dicho, no coincido para nada... pero no deja de ser interesante tu punto de vista... sobre todo siendo "artista".
 -Pero yo hablo de los que vienen y opinan... Fijate… no es que aquellos de allá sean feos… pero ni punto de comparación con nosotros…Digo nosotros por decir...  Pero, si querés, igual la recorremos y te cuento… no sé demasiado de arte, pero parece que mi amigo es bueno.Vamos, que para eso estoy.
-Ah si? Y porque te estabas yendo entonces.
-Glup! No… en realidad…
-Apenas entré te vi huyendo de toda esta gente ¿fea?
-No, no… iba a… ok… te voy a confesar algo… vine porque a Matías le debo muchas… y sobre todo porque la muestra se llamaba “Miel, Humedades y Éxtasis” y me imaginé cosas…
-Ahhhh…ya veo… ¿un pajero?
-¡Epa! ¡pero por favor! ¿Cómo me decís eso? Amo el arte. Me ofendés. Y mirá que soy difícil de “des ofender” si es que existe el término…
-Perdón, pero en ningún momento abrí comentario alguno diciendo que me parecen mal los pajeros… no sé porque te ofende… Yo, sin ir más lejos, soy muy pajera, lo disfruto, me la paso bárbaro… ¿O vos creés que hago mal?
-……………….
-¿Te sentís mal? ¿Querés que vaya por otra copa?
-No, no… glup! Esta… estoy digo, bien…estoy bien... fue… nada… vení que te muestro las obras…


Realmente después de esa situación imaginé que ya nada podría suceder. A confesión de partes, listo, ya está… Pero no.
El desgraciado de mi amigo, si bien yo no noté nada,  o resultó ser un degenerado que la tiene bien clara con lo que inventa,  o esta mina estaba totalmente caliente.
Obra tras obra Mariana se entusiasmaba más y más… veía cosas que, lo juro, yo no veía.

-Mirá por favor el climax que resume en esto… uy, por favor… destila energía sexual… tensión que se acumula, que carga… ¡Y esta otra…! ¿sentís el halo de lujuria, de pasión? ¿lo sentís? Está el roce de lenguas en pubis, están los escalofríos que sentís frente a la penetración…La humedad brotando de la entraña, el cuerpo ardiendo, tomando temperatura, el frenesí....  Tu amigo es too much… Wow… te juro que me estoy mojando… es un hijo de puta… Mirá… tocame disimuladamente la entrepierna…
-Ehhh! Bueno, pará… si, pero te creo… si, si… es bueno el turro… Este... a mí se me para…
-¿En serio? ¿Si? ¿Me dejás tocar? Me encanta cuando un artista produce esto, por Dios!
-Noooo… en realidad no sé si tanto…pero… por favor Mariana… salgamos de acá ya mismo. No te lo pido, te lo ruego.
-Si, dale… tengo miedo de acabar solo con pensar un poco lo que veo, ja… Vamos a casa! Ya!

No voy a decir nada de lo que se imaginan. No voy a decir que me dio un poco de miedo, que imaginé que me estaba haciendo el verso para chorearme, o que está loca y no me la saco nunca más de encima, y hasta incluso que era un traba, que venía con manija y yo entraba como el mejor… todo eso lo pensé, y más también… pero en el auto, camino a su casa, Mariana fue una mina normal… linda como la puta madre, pero normal… dulce, simpática… y lo digo porque al subir al coche imaginé como haría yo para manejar mientras me manoseaba o me la chupaba, y que hasta podría chocar  por eso y la policía sacaría fotos con su mano en mi pija y ambos inconscientes o peor  ¡muertos! …y no… Y de pelotudo disconforme que uno es… el hecho que no intentara tocarme me desilusionó, pensando que todo lo que creía que iba a pasar fuese imposible sin las conchudas obras de mi amigo cerca.
Pero Mariana es así. Llegamos, se bajó de esos estilettos eternos y, bien a mi altura, me rodeó la cintura con sus largos brazos.

-Perdón, muy feo lo mío… casi ni te agradecí que me sacaste de ahí un tanto… ¿alteradita? Perdón… recaliente ¿Qué habrás pensado? ¿Sabés? Sos lindo. ¿Te puedo besar? No contestes. Te quiero besar. Y te beso.

Fue un beso tan tierno como furioso… empezó con piquitos cerca de la comisura de los labios y poco a poco se fue transformando en furiosa hambrienta. Respondí desesperado. Le hundí mi lengua lo más profundo que pude y la sentí sabrosa, caliente, poderosa. Mis manos no paraban de refregarse por su espalda hasta gozar de la redondez perfecta de un culo perfecto… Ella se fue corriendo hacia el gran ventanal del living. Sin despegarnos llegamos y la estampé sobre el vidrio gigante. Era una imagen absolutamente ideal. Su belleza, su forma, el vestido negro recortado sobre un fondo de luces titilantes de una ciudad apenas dormida. El pelo revuelto con elegancia felina, y algo que emitía, que brotaba como manantial: lujuria, ansiedad, deseo…

-Dejame mirarte, es un segundo y vuelvo a estar tan junto a vos tan pegado que no vas a saber si soy yo o vos misma…pero tengo que regocijar mis ojos con esto… sos más hermosa que la hermosura máxima… No te conozco pero te amo… quiero ser lo que quieras… dejame ser parte de vos…
-Sos lindo. Dulce… dale, vení, dejá de mirar que eso es de pajero, jajaja… sentime… Acá me tenés… a ver “artista”, disfrute de su obra: moldéame, haceme a tu gusto…

Dio media vuelta y se puso de espaldas a mí y de frente a esa negra oscuridad de la noche.
Empecé a bajarle el cierre de esa funda de joya que era el terciopelo negro. Descubrí que tenía la espalda más tersa que se pueda imaginar. Mi mano invadía una privacidad recién descubierta, mientras mi cerebro se debatía entre la violencia de arrancarle todo o de tratarla como un jarrón de la dinastía Ming…
Juro que increíblemente cerré los ojos y dejé que mi mano lea esa poesía, percibiendo curvas y planicies. Un delicioso murmullo de aprobación autorizó a seguir la avanzada… el vestido cayó deslizándose por las columnas de sus piernas. Mi mano izquierda se acercó a su ombligo, con ansioso respeto, mientras con la otra confirmaba que tampoco tenía ropa interior abajo.

-Por favor, sentí mi humedad… mojate con esto que vos estás generando. Es tuyo.


Se paró ahora con las piernas bien abiertas, mientras yo le besaba el cuello debajo de la oreja. Su estremecimiento me contagió y por un instante coincidimos en un mismo temblor. Su humedad era miel, savia, vida… sentí mis dedos brillar ante las luces del centro. Jugué con ese botón rojo, duro que pedía mi boca (o que yo allí la deseaba). La aprisionaba a toda ella tanto como me salía. No había movimientos premeditados, sino pasión pura. Echo su cabeza hacia atrás para dar lugar a una garganta bien abierta y gritar gozo. Fue maravilloso producirle semejante explosión. Cuando mis manos querían contener pechos aún vírgenes en esa noche, cuando apenas los rocé, se dio vuelta con vehemencia. Me miró directo a los ojos. Seria. Me asusté.

-Sos un reverendo hijo de mil putas.

Me quedé inmóvil. Sin saber que decir. Rió y terminó mordiéndome el labio inferior con excesiva fuerza.

-No podés ser tan hijo de puta y calentarme como me calentás. Hijo de puta. Y me encanta.

Mientras yo me reponía de lo que por un momento parecía ser como un sueño se convertía en pesadilla, se arrodilló para desabrocharme el cinturón y bajarme toda la ropa.

-Wow… bien… es lindo cuando se ellos levantan frente a una dama…

Y creo que jamás tuve y tendré una felación como la que me hizo. Amo cuando una mujer sabe que es distinto el estímulo para un hombre que para una mujer. Cuando con toda autoridad asumen ese extraño poder de tenernos en sus manos… o en su boca. Por eso la dejé hacer sin temor a que pase el punto límite. Sabía. Y deseaba ser penetrada. No iba a desperdiciar la energía sexual” contenida.
Gemí a grito pelado. Verle los ojos mientras se sumergía mi verga hasta la garganta, con esa mirada entre pícara y furiosa fue inigualable. Cuando supo que era el momento, se incorporó para darme su espalda con el culo como protagonista principal, mientras con las dos manos se apoyaba en el grueso cristal del balcón terraza. Sus dos tetas colgaban deliciosas como si fuesen dos frutos maduros listos para ser arrancados y saboreados.



Deslizarme dentro de ella fue suave, apretado y delicioso. Entrar y salir de su agujero, mientras mis manos pellizcaban pezones duros como perlas, producía estremecimientos en mi miembro tan intensos como los que su vagina recibía. Exteriorizó el sonido que solo el alma produce. Mezcló un “por Dios” en medio de sus gemidos y que yo sentí como premio al ego que todos tenemos.
Fue largo y profundo. Y al punto previo de explotar me pidió sentirme en su boca. Creo que mi cabeza estalló ahí mismo, para reponerse urgentemente a lo que se vendría.
Mis piernas temblaban. Ya no podía resistir. Cuando antes de agacharse decidió besarme de nuevo, sumó algo que nunca había recibido: se untó sus dedos en una concha empapada, y se los desparramó en sus propios labios y a modo de reprimenda por no haberla saboreado yo de su fuente, me pidió que le limpie la boca con mi lengua. Mientras mi excitación llegaba a niveles imposibles, jugaba con mi miembro en su mano, para dejarlo más al borde todavía.
Apenas a las tres o cuatro embestidas bucales la llené de una leche tibia que rebalsó el contenedor más bello que haya tenido.
No pudimos más. Ni ella ni yo. Quedamos tirados apenas abrazados hasta que el sol de la mañana iluminó más de dorado su pelo de reina.
Desayunamos ahí mismo, mirando como la ciudad empezaba su día.
Hablamos de todo, conociéndonos un poco más.
Su belleza me impedía concentrarme, y más de una vez tuve que pedirle que me repitiera lo que decía.
-Te digo que me gusta el arte, que sé bastante y además soy la dueña del salón donde expone tu amigo. 
¿Sigue usted pensando que el arte es solo para los feos, mi querido “artista”?





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