viernes, 24 de junio de 2011

El collar de Perlas





Todo llegó hasta allí de manera inesperada. Típica charla de mujeres solas, pasaditas de Martinis. Los chistes o comentarios sutiles pasaron a ser toscos y burdos. Betty acertó, creo yo, al decir que muchos hombres no podrían imaginarse que éramos nosotras mismas las que decíamos semejantes guarradas.
Era un encuentro del día de los enamorados absolutamente irónico: era la primera vez en varios años, que ninguna de nosotras,  en ese bendito día estaba en pareja. Siempre algunas de nosotras íbamos con la conquista de turno. Y nuestras parejas también se conocían en esa cena.
Pero ese año fue diferente.
Y las charlas que pasaron desde ropa a alguna novela o película terminan derivando de quien se depila completa y quien  no, hasta que  Betty fue la que nos dejó con la boca abierta.
-Es que peladita tiene más sensibilidad. La piel siente más; Omar me chupaba hasta el fondo… y mirá lo que te digo… bien grande la tengo yo.
La risa y el “oh si, muy profunda debe ser” en vez de caerle en gracia, la ofendió.
-En serio chicas: mi concha es muy grande. No sé cómo serán las de ustedes, pero la mía ¡hay que llenarla!
Nos quedamos mirándonos. Realmente ninguna del resto sabía que decir, que comentario hacer. Y ese silencio le otorgó permiso de seguir.
-Yo jamás me lo había analizado, pero una vez, en pleno manoseo, me preguntó hasta donde llegaba de grande, porque él se imaginaba, con su pija –y no lo digo para humillar- llegar al fondo, chocar contra algo… y entonces me propuso medírmela. Y ahí lo descubrí.
Todo el grupo supuso que ese era el final de un chiste. Uno más de los tantos sin sentido que con unos vasos de alcohol suelen surgir. Y ya estábamos a punto de cambiar de tema cuando Betty volvió al choque.
-Miren ¿Ven este collar? si, de perlitas… ¿cuánto mide si lo desengancho? ¿Dos metros? ¿Dos metros y medio? A ver: Se me ocurre un juego ¿a quién de ustedes le entra todo?
Todas y cada una de nosotras, inevitablemente, sin querer, nos imaginamos la situación que nos propuso. Si bien de entrada surgió un rechazo absoluto, en una “segunda instancia” ante un desafío reiterado, ante la sorpresa de los presentes,Mabel aceptó competir.
-Dale! Yo me animo a probar, pero pongo dos, digamos condiciones…
-¿Condiciones? ¿Cuáles? Consultó Betty.
-Primero que propongo hacerlo por plata: Entre vos y yo… A la que más le entra, gana… te apuesto cien dólares en que a mí me entra más que a vos.
Semejante seguridad de Mabel nos llevó a suponer que sabía muy bien del tamaño de su agujero. Betty se sintió incómoda, porque cuando ella hablaba de “su” tamaño, Mabel no había dicho nada.
-Acepto. Juro que te gano. Y doblo la apuesta: que sean doscientos dólares. Pero ¿Cuál es la segunda condición?
-No poner límites al método.
Nadie comprendía demasiado, pero la ansiedad de ver como se iría a desarrollar ese duelo, dio un rápido acuerdo.
Ya de por sí, ver en medio de mi living ese grupo de desaforadas, un poco bebidas y bastante excitadas me hizo dudar de la idea aprobada. Pero no había vuelta atrás. Betty y Mabel se sacaron las polleras y quedaron en diminutas bombachas. Betty, más audaz siempre, tenía un cola less rojo que le quedaba pintado. Mabel, más clásica, no se quedó atrás con un cullotte blanco divino.
Sortearon con un dado a ver quién sería la primera y aquí empezó todo.
-No, no… las dos al mismo tiempo. Marcamos la mitad del collar y la que llegue ahí gana. – Dijo Estela, sorprendiéndonos a todas.
No parecía mala idea. Así nos garantizábamos que al cabo de un ratito el juego terminaba y listo. Y la anécdota también.
Se pararon de frente. Se sacaron sus prendas íntimas, y se sentaron en el suelo, sobre MI alfombra, con las conchas al aire, cruzándose las piernas una por encima de la otra. Me tocó, como dueña de casa, hacer de árbitro. Entregué las puntas del collar –que lo medimos y era de tres metros treinta- una a cada una, y, a la orden de ¡preparados, listas, ya! empezaron.
Era realmente bizarro todo eso: dos mujeres, introduciéndose, en sus             –hermosas- conchas metros de un collar de perfectas esferas blancas, de manera desesperada. Alrededor cinco amigas más alentando a una u a otra para que lo haga más rápido… Y en el medio de todo, yo.
Hasta que Betty, en una reacción inesperada me gritó:
-Chupame, dale, que lubricada entra más rápido…dale boluda, ¿no ves que esta me gana?
Jamás había siquiera imaginado chupar una  concha. Menos delante de público. Si, serían todo lo amigas que fuesen, pero chupar una concha ahí era algo impensado.
-¡Que buena idea, hija de puta! Gritó Mabel. Esa era tu condición: poder recibir ayuda… Marce, dale… vos chupame a mí, que no va  a ser la primera vez.
Todas las miradas fueron hacia la pobre Marcela que, aparentemente, no estaba muy feliz con aquella confesión. Sin embargo ignoró la vergüenza y se sumergió a comerle la entrepierna a su amiga más íntima.
El clima se fue poniendo caluroso. Las otras chicas se habían sacado alguna prenda e incluso Pato comenzó a masturbarse delante de todas sin la menos incomodidad. Alguna más la siguió. Y el collar en Mabel entraba de manera lenta pero constante.
Dale che… es una concha nomás. Y está limpita y depilada. Es un toque, si yo lubrico en seguida. ¿Querés que repartamos la guita? Ok, si ganamos son doscientos dólares cada una.
No fue por la plata, sino por cómo me miraban las demás, lo que, me animó
Mi primer contacto de la lengua con sus labios me produjo una pequeña arcada. Recordé el saborear algo que no quería y mamá me obligaba. Pero apenas brotó una gota de su miel, todo cambió. No puedo decir cómo, pero me empezó a encantar. Mi lengua recorriendo labios vaginales de otra mujer, husmeando profundidades desconocidas para mis papilas, mientras dedos de mi amiga metían y metían pelotitas blancas, me empezó a calentar de manera insospechada. Si bien siempre fui hetero, la fantasía de lo lesbiano aparecía de tanto en tanto. Y, debo confesarlo, con Betty mucho más. Pero ahí quedaba.



Por un momento me hice sorda y ciega a lo que estaba pasando. Dejé de escuchar o ver para solo sentir. Mi lengua no paraba, jugaba, reía te diría. Y las perlas una a una entraban más profundo mientras yo las empujaba con la punta de la lengua.
De pronto sentí una mano en mi propia vagina. Alguna de las chicas me había primero levantado la falda y corriéndome apenas la tanga, estaba acariciándome de manera intensa. Yo también me sentía empapada. Pero el placer de comenzar a escuchar gemir a Betty me llevó a mi propio éxtasis. Me incorporé levemente con intención de descubrir quién era la que me estaba penetrando con mano tan hábil: era la mismísima Betty. El resto de las chicas, incluso Mabel, se habían ido. Con mucha pena de dejar de hacer lo que le hacía, me incorporé totalmente desorientada.
-¿Qué pasó? No entiendo…
-¡Ganamos! ¿No te diste cuenta? Me metiste todo el collar.
-¿Todo? Uy, si… Sigo sin entender… ¿Cuándo se fueron? ¿Por qué?
-Ay boluda! MI boludita! Todo esto era para vos, por vos. Las chicas me ayudaron… Hace rato que quiero decirte que muero por vos, pero como jamás te comiste una chica, nunca supe cómo, por miedo a romper la amistad. Siempre hablaste mal de las tortas, aunque también siempre supe cómo me mirabas. Digamos que te ayudé, perdón, te ayudamos, a descubrir algo que llevás dentro.
-No lo puedo creer… ¿Y todo esto del juego…? ¿Qué yo te…? ¡Te voy a matar!
-Jajaja…si porque te amo, te amo, te amo… juro que tuve pánico, pero las chicas son unas genias… dame un beso, por favor…
-Pará… pará… esto es muy fuerte para mí… no sé qué hacer.
-Dejá fluir… solo eso… eso si… ¿te puedo pedir un favor?
-Ya no sé… ¿Qué?
-Sacame este bendito collar de la concha…No sé si no batí un record Guiness metiéndome eso ahí…
-¿Era mentira que tu concha era grande y todo eso? ¡Que turra que sos!
 -Por vos mi amor… ah! pero eso sí… para que no me duela cuando la sacás, me la tenés que lubricar bastante, jejeje…
-Hija de puta… estoy furiosa, pero me hacés reir… creo que yo también te amo…







lunes, 20 de junio de 2011

Un viaje para encontrarme conmigo

El pronóstico había sido claro. Mis días de playa iban a pasarse por agua. Sin embargo necesitaba estar sola, dejar todos mis quilombos atrás, al menos por unos tres o cuatro días. La relación con Matías no daba para más, así que, con la excusa de tomar un poco de distancia, podría ir elaborando un duelo inevitable: fueron muchos años a su lado. No soy ni muy fuerte ni muy débil, pero “enterarme” que desde hace años no me ama, y que si no terminamos esto antes fue un gesto de compasión hacia mí, por miedo a verme sola y desahuciada en el mundo colmó el vaso. No lo mandé a la mierda no sé porqué… creo por no estirar ese encuentro ni un segundo más. Entonces decidí plantearle algo así como un “tengo que pensar” y listo.
Sin embargo inconscientemente  supongo que ya sabría que jamás lo volvería a ver. A no ser por el hecho de buscar cosas mías que dejé en el departamento que compartíamos (y que yo elegí, amoblé, arreglé, le puse onda y todos los etcéteras que nosotras las boludas incrédulas les ponemos, cuando apuntamos a algo “serio”)
Entonces, cuando salí con tres o cuatro remeras y un par de pantalones en la mochila azul, más aquellas cosas que me puedan hacer sentir bien, como el     I-pad, mis perfumes y algún libro, decía salí solo sabiendo que me iba. Los ahorros que desde hace años guardo y no toco, esta vez iban a ser fundamentales.



Una vez Micaela, me hablo de un pueblo muy chiquito en el medio de Uruguay, que se llama Paso del Cerro. Es como no estar en ningún lado. Y eso quería yo. Conseguir llegar fue una tarea muy complicada. Un paraje donde solo viven unas trescientas personas, no es de muy fácil acceso.
La cosa es que primero por Buquebus, después con micro desde Montevideo y que se yo cuantas combinaciones y dedos varios, terminé llegando.  
Hoteles como los que yo podía imaginar no encontré. Así que apenas pasé por la despensa de la calle central, de esos supermercados de antes, donde se puede encontrar de todo,  me mandé a averiguar dónde podría pasar un par de noches.
Un hombre gordo (muy gordo) me recibió de manera fraternal, diciéndome que no espere mucho del “Paso” ya que ellos no tenían una estructura turística, pero un sobrino suyo, estaba reciclando un viejo granero con una insólita idea de convertirlo en hostal o algo así. No me dio demasiadas esperanzas, pero empezaba a caer la tarde y estaba cansada de tanto viaje.  Si debería dormir en un granero tampoco sería una mala experiencia.
Llegué y escuché a un hombre pelear y putear, muy enojado, diciendo que estaba harto de ocuparse siempre él de la alimentación, de limpiar toda su mierda y que así nunca iban a terminar, y más cosas así. Imaginé que no era un buen momento y di media vuelta para irme. Cuando estaba ya en la calle me gritó.
-¿Usted buscaba a alguien? Estaba peleando… con una vaca…jajaja… me la paso limpiando y ella solo piensa en comer… si me ayudara sería más fácil… Pero, perdón,  diga usted…
-Hola… eh… si… no… en realidad solamente…
Tardé un instante en verlo bien porque, como el sol se estaba poniendo a su espalda, no me permitía divisarlo, entonces fui avanzando hasta que la misma sombra del granero me lo permitió, sin encandilarme.
Y ¡Wow! Era un pedazo de bestia salido de alguno de mis sueños más calientes. Con un jean destrozado, en cuero, con una musculatura perfecta. Morocho, de ojos verdes… muy transpirado, con un tridente o como se llame en su mano… (Si, ese palo para juntar pasto, como un rastrillo enorme…) (Bueh, eso es lo de menos…)  Era tan pero tan lindo que me quedé como una boluda mirándolo.
-Sí, ¿me decía? Soy Enzo…
-Eh… ah, si… no sé… como quieras vos…
-Perdón, como quiera yo ¿Qué?
- Ja! No, nada… pensaba cosas… jajaja, discúlpame… ¿Sos el sobrino de… bueno, con respeto lo digo, del señor gordo de la despensa?
-Si, Ramiro… en realidad no somos parientes, pero me conoce hace años y eso… ¿Pero que buscaba señorita?
-Señorita, jajaja… ustedes los uruguayos son tan formales… Me llamo Jazmín, y buscaba donde dormir… y supuse que con vos…eh, ¡no! en vos… ¡no! ¡Tampoco! en tu…¡eso! en tu granero…
Ah! ¡ja! Pero es que todavía no está preparado, solamente tengo mi cama armada con fardos de paja…
-¡Me encanta la paja! ¡Nooo!  Digo, no me molestaría si es tu paja, ¡puta madre! Quiero decir dormir en tu cama…
-Eh?
-Digo –sosegate Jazmín, respirá hondo- Digo si por esta noche puedo quedarme acá… eso… ¡por fin! Uffff!
-Bueno, mire… no sé qué decirle, pero si se acomoda… realmente me desorienta… Pero ok… Y voy a considerarla mi primer huésped del Hostal… ¡Y por eso, servicio especial!
-¿En serio? ¿Y se puede saber qué es?
-Sorpresa. Ya lo sabrá señorita Jazmín.
Desde ese momento solo pensé en él, salvo por algunos instantes que quise adivinar cómo sería él… Ustedes me entienden.
Como el pueblo está ahí nomás, decidí salir a caminar por esas dos cuadras del “centro”. La gente, reconociéndome como un extraño, me saludaba atentamente. Al pasar por el almacén de ramos generales de Ramiro, entré para preguntar por algo dulce… Y mis ojos se fueron directo a una percha del que colgaba un vestido típico de campesina. Me imaginé con eso, súper sencillo, con grandes volados, y una pollera muy amplia. Me dijo que en el pueblo vivía una costurera que era de Montevideo, que cada tanto en vez de hacer ropa de trabajo le agarra el ataque romántico y le salen esos… Casi nunca los vende y después de un tiempo los termina regalando a gente pobre.
No aguanté, me lo probé en el baño y lo compré. ¡Y baratísimo!
Me sentía más feliz que nunca caminando descalza, por esas calles de Paso del Cerro, donde una leve brisa jugaba con mi pelo y agitaba esa tela. En una bolsa llevaba lo que tenía puesto. Todo. Digo que también mi ropa interior , entonces toda desnuda debajo de esa maravilla, fui feliz. Los lugareños me sonreían…debería parecer una loca.
De regreso al granero, Enzo tenía preparada una mesa con dos platos, y una fuente con una especie de puchero. Dos vasos plásticos –“los de la casa que vende la loza no llegaron al pueblo todavía” se excusó- y una botella de vino, de una uva que desconocía: Tannat. Sabroso como pocos.
Cenamos, hablamos, nos reímos.
Después del postre me invitó a ir juntos hasta la orilla del Río Tacuarembó, para ver la luna. La noche anterior había llovido a mares, así que muchas partes estaban muy barrosas. Esto lo cuento para explicar porque un par de veces, con el simple justificativo de no ensuciar mi vestido nuevo, se ofreció a levantarme en sus brazos… Solo por eso… Si, ya sé lo que están pensando.
Nos entendimos genial más allá de que hay varias palabras diferentes a muchas argentinas. La pasamos bárbaro. Hasta que de pronto se detiene y me dice “Lo que tu hablas está demás”
Me quedé inmóvil. No supe cómo reaccionar. ¿Quería que me calle? ¿Le había molestado algo de lo que dije? ¿O era su manera de decirme “cállate y vamos a los bifes”?
Estaba tan lindo, tan comible con la luz azul de la noche… que me la jugué impulsivamente por esa última interpretación y le estampé un beso caníbal. Le comí hasta la campanita… Y él no tardó en reaccionar. Sus brazos me rodearon tan fuerte que pegué un gritito de dolor. Lo notó y reguló su fuerza. Mis manos descubrían una espalda de piedra, suave y resistente. Le saqué la camisa y él en seguida tomo eso como una autorización a bajarme la parte superior del vestido.  Mis pechos, esa noche, eran los más lindos del mundo. Pezones ya erguidos, desafiaron a Enzo a resistirse a chupármelos. Ganaron mis tetas y en seguida se lanzó a comerme de manera deliciosa.
De repente, en el calor de ese impetuoso encuentro, casi no nos dimos cuenta cuando se largó un chaparrón de gotas gordas… una tormenta típica, me dirían después. Salimos corriendo los dos a protegernos. El con el cinto ya desabrochado y yo con mis tetas al aire, levantando mi falda para no tropezarme con las ramas.
Y tropecé, y él cayó encima mío. Y en medio de un barro absolutamente perfecto. Perfecto para caer con alguien que no te molestaría en lo más mínimo caer, ensuciándome toda, quedando totalmente expuesta, mostrándole mi concha de par en par… Y ahí la lluvia más intensa se puso todavía.
Nos quedamos mirándonos: Yo despatarrada, con toda la tela del vestido enroscada en mi cintura, abierta de piernas, y solo el barro cubriendo parte de mi intimidad. Él, de rodillas, se regodeaba con semejante espectáculo.
-Es injusto esto. –le dije mientras me hacía un nudo con el pelo para escurrir algo de la lluvia- Vos estás viendo todo, y yo nada.
Con una lentitud muy calculada, como si algo de stripper supiese, fue bajándose más el pantalón primero y su calzoncillo después. No se lo deslizó del todo, sino que sumergió su mano dentro y “jugó” con su pito un poquito para ver mi reacción. Yo estaba maravillada. Por instantes pensé que seguramente a Bs As no volvería nunca más en mi vida. Y de pronto sacó la pija más linda que ví en persona. Grande, venosa, que crecía y crecía… La sostuvo con una mano y con la otra se acariciaba la cabecita. Me descubrí
mirando esa perfección como hipnotizada, con la boca abierta. Tragué saliva y solo dije un “ajá”.
-¿Solamente eso? ¿Nada más? ¿Ajá?
-Yo no apruebo hasta que pruebo. Si el señor le permite a la señorita, después de un análisis profundo… muy profundo… emitiré mi opinión… ¿Me lo permite el señor?
No esperé ni un sí ni un no. Me incorporé juntando el vestido hacia un costado, y me hinqué ante semejante monumento. Tenía sabor a campo, a lluvia ¡y a un juguito pre semen maravilloso! La lluvia seguía incesante, golpeando mi espalda y cola. Mientras yo lo chupaba, Enzo me penetraba la concha con sus dedos largos. Hacía cosas hermosas en mi clítoris. Le pedí que se detuviera, para no sentir todo mientras yo me ocupaba de él. Y allí me pidió que mejor dejase de chuparlo, porque prefería escuchar mi orgasmo, pero para eso yo debería tener la boca libre.
Recuerdo que por una milésima de segundo casi me ahogo del placer y de tirar tanto la cabeza para atrás… y del agua de lluvia que me inundó la garganta… Se ocupó tan delicada y violentamente al mismo tiempo que sería imposible descifrar que era lo que mejor hacía.
Tuve espasmos intensos, impactantes… pero ya quería su verga dentro mío.




Me senté encima de él, y tan calientes como estábamos, no fueron necesarios demasiados empellones para acabar, ni él ni yo. Sentir como su pija se deslizaba hacia arriba y hacia abajo, abriéndome en dos una y otra vez, me produjo escalofríos intensos…el calor de mi cuerpo mezclado la tibieza de la lluvia, producía vapores que parecían un símbolo del ardor que estábamos viviendo en ese instante. Cuando sentí su esperma explotando dentro de mí, lo abracé y besé con la mayor intensidad que pude. Necesitaba expresar, sacar afuera, tanta energía contenida. Vibrar como hacía tiempo no lo hacía. Sentí su constante dedicación a querer que yo goce, a que sea parte activa. Sentí que le importaba yo. Y si me ponía a comparar con lo que venía viviendo debía bendecir  el regalo recibido.
Sé que fue solo un polvo. Una cogida diferente. Un orgasmo muy particular.
Quedamos en volver a encontrarnos, si yo vuelvo a Uruguay o él viaja a Argentina. El pueblo me resultó encantador. Su gente, los paisajes. Al día siguiente él partiría a Montevideo para seguir con sus compras para el hostal. Yo trataría de estar sola conmigo misma, a ver si de una puta vez encontraba mi rumbo en la vida. Sin embargo esta escala en Paso del Cerro me dio nuevas pautas: pensar en mí, luchar por lo que quiero, valorizar mis tiempos. Soy una mina entera, ¡la concha de la lora! Enzo me dio claras pautas que puedo creer en mí.
Y juro que no lo olvidaré.
Ah! El vestido de aquella vez, pasó a ser mi favorito, a prueba de barro y lluvia…

Nota: Recordé esta experiencia porque hoy leí en el diario una nota sobre los diferentes términos o palabras que usan los uruguayos. Cuando Enzo me dijo que estaba “de más” lo que yo hablaba, él solo había querido decir que era muy interesante…
Glup!







viernes, 17 de junio de 2011

Inesperado



Como un regalo.
Asi definiría lo que me encontré al entrar a la habitación. 
Un verdadero obsequio de… ¿de Vero? Podría ser. Ella ya conocía mis debilidades y mis placeres.
No supe muy bien como arrancar: ¿Me debía presentar? ¿O iba directo al grano? ¿Debería conocer algo de ella, su nombre? ¿Escuchar su voz? Situación absolutamente nueva está de llegar y que la “cena” esté servida, calentita y apetitosa.


Me mantuve en silencio. Me quité el saco, me aflojé el nudo de la corbata. No hice casi nada de ruido. Ahí noté que de fondo, muy bajito, sonaba algo, creo que un blues. Ella –no sé, llamémosla Muñeca, por lo perfecta que se la veía- solo respiraba suave. Apenas movió la cabeza cuando algún sonido le llamó la atención. Me quedé solo con el bóxer y lentamente me acomodé a su lado. Comprobé que las ataduras no eran muy rápidas de aflojar, pero no eran tan fuertes como para poder estar haciéndole daño. Verifiqué, pasando la mano varias veces por arriba de sus ojos, que realmente no estuviese viendo nada. Sus pechos explotaban por el corpiño y por su posición. Eran realmente atrapantes a mi vista. La entrepierna la ocultaba al tener esa cinta atándole ambos pies juntos.


Despacio comencé a acariciarle los tobillos, con suma delicadeza. Igualmente tuvo un pequeño sobresalto. No dijo nada. Yo seguí hacia las rodillas, y lentamente llegué al ombligo. Hice un alto para percibir sus labios. Ya se los había humedecido y ahora le brillaban. Me acerqué hasta el medio mismo de su pecho y comencé a darle pequeños besos, incluyendo la lengua por momentos.


Ya pequeños gemiditos que salían de su boca entreabierta me daban clara referencia de que le gustaba lo que estaba recibiendo. Con suma delicadeza, tratando de no generar ningún movimiento en esa escultura a la belleza, le desabroché el corpiño, dejando liberados dos montículos poderosos, que hacían cumbre en robustos pezones, oscuros y rígidos. Salivé cada uno de ellos. Me deleité rodeándolos con mi lengua, como persiguiéndolos, sabiendo de una atrapada dental que era inminente. Quedaron aprisionados y empapados de algo muy parecido al amor, pero que brotaba de mi boca. Es que eso sentí: la amé. Amé su garganta tragando las ganas de gritar. Amé su boca, que buscaba otra boca, la que fuese, para compartir tanto placer. Amé como se habían erizado los cabellos de la nuca, algunos que apenas llegaba a ver. Su piel estremecida, de “gallina” marcaba un rumbo sin retorno. Con mano le “pedí” que –como pudiese- abriese las piernas. Apenas lo hizo, un hilo de su néctar se extendió, colgando, desde ese orificio misterioso hasta uno de sus muslos. Estaba humedecida sin yo haber investigado el punto de encuentro aún entre su femineidad  más latente y mi boca ansiosa.


Preparé el terreno jugando al “te toco-no te toco”, lo que produjo temblores inconfundibles. Estuvo a punto de rogar, de pedir algo. Algo  más que obvio, debería decir. Pero, seguramente, alguna de las condiciones pre establecidas para ser mi regalo, era la de no salirse de lo convenido: mantenerse lo más inmutable posible.


Desaté sus piernas, delicadamente. Pero así como tiene ese extraño atractivo el pasar de lo frío a lo caliente, de la misma forma, la abrí de par en par de manera violenta, para que esa concha ardiente se muestre plena. Estaba hinchada, llena de deseo.

La creí desfallecer apenas mi lengua hizo contacto con su punto rojo. Un respiro dejó escapar su alma, entregándomelo a mí. Se lo devolví, -fantaseé-, embadurnándolo con mi lengua por esos labios, por su escaso vello, en su intimidad más sabrosa.


Y allí cuando su existir se abría, cuando ella dejaba de ser ella para ser solo del universo, allí se abrió la puerta del cuarto de baño. Verónica, desnuda, solo apenas con una toalla sobre uno de los hombros, y con una de sus manos masturbándose mientras miraba atenta, se acercó a los dos.


Mi punto de visión permitía apreciar el cielo. Mientras saboreaba jugos exquisitos, podía ver la magnificencia de un rostro a punto de estallar de goce, y además, apenas detrás a mi Verónica gemir de placer inenarrable mientras sus dedos entraban y salían empapados.


Se sumó a comer esa concha. Eran dos lenguas imparables. Casi imperceptiblemente chocaban dentro del agujero de Muñeca. Creo que estuve a punto de llorar de emoción. Cosa que Vero percibió porque me conoce. Cuando Muñeca no daba más, explotó en un grito largo, profundo. Los pellizcos que mi compañera le dio en los pezones fue clave para ese desenlace.


Me retiré a observar otra de las maravillas del mundo. Dos mujeres perfectas, otorgándose mimos y caricias. Ahora Vero fue la que se sentó sobre su boca, y mirándome como desafiante, como si “acá no pasa nada” esperó que Muñeca la lleve al séptimo cielo. 


A Vero le gustaba esa postura… me refiero a la de “voy a tener un orgasmo y ni me inmuto” jugando a ver hasta dónde podía controlar lo incontrolable.


Yo saqué mi miembro del bóxer, y excitado como estaba, traté de no tocarlo demasiado. Me latía desesperado. Esperaba una mano, una boca, una concha para regar esos cuerpos con esperma.


Verónica gimió como pocas veces la había escuchado. Se incorporó. Desató por completo a Muñeca y juntas vinieron por mí.


Yo sentado en una silla, con ellas dos arrodilladas, una a cada lado, recibí una interesante advertencia.
“Te aclaro algo”-dijo Verónica- “Si querés que esto se repita, que volvamos a saborear una experiencia así… o mayores incluso…”
“¿Mayores?” titubié.
“Si, por ejemplo que seamos tres, o lo que siempre soñaste de ver cómo puedo eyacular yo y empaparte o que juntas…”
“ok, ok, no sigas que de solo pensar eso me voy acá ya mismo sin que me toques… ¿Qué tengo que hacer?
“Nada” dijo riendo, y mirando a Muñeca con mucha complicidad, agregó: “Y nada es nada… hagamos lo que te hagamos no tener permiso para acabar… gozá lo que puedas, pero a la primera muestra de orgasmo concreto… todo se acaba… Y vas a tener que esforzarte, porque tenemos lenguas y bocas muy hambrientas… “


No sé como contar el final. Creo que al cabo de un rato de resistir, me desmayé. O morí. Vi ángeles. Estuve en el paraíso. Gocé estertores desconocidos. Una y otra vez me llevaban un centímetro antes del punto del no retorno. Con sapiencia, diría científica, temblaba, un breve, brevísimo descanso y todo volvía a renacer. Mi fuerza de voluntad fue mermando. Quería y no quería resistirme. Cada vez con menos convicción, con menos ímpetu. El premio valía un esfuerzo extra. Pero se hacía ingobernable. Encima ver a esas dos mujeres, chupándome, peleando por mi pija, pero también mimándola como si fuese una mascota, y enfriármela violentamente con hielo en sus bocas, al tiempo que se pellizcaban mutuamente pezones y clítoris, fue algo inhumano.


Rogué que eliminase la clausula del "no orgasmo", lo pedí prometiendo vaya a saber que… 
las convencí o tuvieron piedad. Cuando me otorgaron el derecho de abrir la compuerta inundé la boca de Muñeca. Esperma contenido de manera insólita ya brotaba de sus labios. Verónica probó de ahí mismo mi sabor. Y volví a estallar, aunque con menos bríos.


Quedamos los tres tendidos, abrazados, apenas cubiertos por una sabana. Mi ser está, desde ese día, en otra dimensión. Yo ya no soy el que fui. Había visitado la luz. Fue mucho más que un regalo. Fue vida.