miércoles, 22 de mayo de 2013

Me caló profundamente

No me gusta que me aten.
Bah! En realidad nunca me dejé atar. Esa sensación de impotencia, de sumisa no va conmigo.

No sé... es como que soy un poco anticuada y que él venga con cosas extrañas me pega raro.
Me gusta cojer. Si, lo disfruto mucho. Y si encima hay piel con mi pareja, mejor todavía.
Entonces es como que me resulta poco entendible hacer cosas diferentes.

Mis lindos rollos tuve con Javier: que soy una amargada, una cortamambo e incluso sus -creo- mentirosas amenazas:"Si no lo hago con vos, lo voy a hacer con otra...¿Porqué me voy a quedar, en la vida, con ganas de algo así?"

No creo que lo haga con otra. Bah! no sé... pero me parece que realmente estamos bien y después de un rato se le pasa y listo... Bah! no sé...

Entonces en esa ignorancia de saber o no saber me dije: ¡Y dale, Laura!

Estamos en casa nueva. Aún nos faltan muchas cosas. Por eso yo todavía no volví a mi trabajo. Me quedo avanzando ordenando. Sin embargo ese día solo acomodé por arriba y temprano le avisé con un mensaje a su blackberry: "Ok, trae la soga" apenas le puse.

Lo conozco y me imagino la cara que habrá puesto cuando lo leyó, que estimo fue durante su reunión de personal, como todos los jueves a las dos de la tarde.
Imagino su sonrisa inconfundible, como se le movió la comisura de los labios como siempre que me quiere ocultar algo. Acto seguido se pasa la mano por la barbilla y carraspéa.
Lo conozco y amo sus hábitos. Si está con un poquito de barba, acariciará su cara más de lo normal. Y luego, inevitablemente bajará la cabeza para ocultar la sonrisa franca.

No sabe mentir. Se oculta en sus gestos, que encima sabe, lo hacen muy atractivo.

Pienso en su entusiasmo y ya me estoy arrepintiendo. No sé bien que tiene en mente. Capaz que incluir a otra mujer. Y eso ya me incomoda. Hace más de un año que me lo está pidiendo. Más precisamente desde la vez que vimos un video porno de una chica con las piernas estiradas sobre un poste largo. Estaba abierta de par en par, como las bailarinas de ballet que se estiran hasta apoyarse por completo sobre el suelo. Yo solía estirarme así, y eso lo ratoneó más. Otra mujer la sostenía desde atrás, acariciándole las tetas. Por delante un hombre jugaba con su clítoris con un vibrador del tamaño de una mini pimer.

Recuerdo que me produjo sensaciones extrañas: me parecía un tanto violento, salvaje, hacer lo que se le cantase sin la aprobación de la pobre chica... pero por otro lado me excitó muchísimo. Gozar y gozar sin parar, sin posibilidad alguna de, instintivamente, cerrar las piernas aunque sea,en gesto de ¡Basta!

Yo sé que son películas y que deben mentir mucho en todo eso, pero la imagen de su placer terrible me quedó grabada.

Sin embargo cada vez que Javier me decía de atarme me venía la imagen de la cosa violenta.
Ni ahí de la parte linda. Y me daba miedo. Lo conozco mucho y sé que cuando se embala, se embala.
¡Las veces que no oyó mi queja de que lo que hacía me dolía! Sordo se pone cuando me está cojiendo. Decí que una es mujer y que tantas veces se banca tantas cosas que ¡bueh!
Igual siempre se lo digo: Tenés que ser más delicado... yo no siento nada lindo si me haces doler... Entonces ahí se asusta el boludo y me pregunta preocupado donde o que me duele...

No es siempre así... En general es muy cuidadoso, pero cuando está ansioso no hay Cristo... Uy! perdón Cristo por incluirte en este tema... fue una manera de decir...

No sabía muy bien que era lo que tenía en mente, pero igual un poquito me intrigaba.

Cuando llegó, yo ya había preparado unas pizzas. Tan caliente como venía ni iba a disfrutar de una cena especial. Eso si, yo estaba linda...Queda mal que lo diga, pero me arreglé... y vos sabés cuando te mirás en el espejo y estás bien. Además me mandé un ibu evanol temprano, no sea cosa que los ovarios de mierda me arruinen todo. Y cambié la bombita de la lámpara del cuarto por una tenue de color pastel... ¿Ves? lo que te decía: esa ambivalencia que me había dado vueltas cuando vimos el video... no estoy hiper convencida pero pongo lo mejor para disfrutar.

Cuando llegó, otra vez esa sonrisa tramposa que me puede...Yo me puse como más dura, un poco recia...pero me sonríe y chau postura.
Un cálido beso y a cenar.

Lo primero que me preguntó era si estaba todo bien. Esa era la clave para confirmar que no había marcha atrás en mi predisposición. Entonces comió más tranquilo. Cerveza y pizza mientras charlábamos como todos lo días.

Después de eso, me fui al cuarto y volví vestida unicamente con un camisolín totalmente transparente, negro, que había comprado en Brasil y nunca había usado aún. La tanguita no me la puse: pensé que tan bonita que es, me la iba a romper al verme tan desnuda.

Se quedó helado. Asumo públicamente que me cuesta dar la iniciativa en cosas así... si él me lo regala, ok, me lo pongo un rato y listo... pero decidir yo así porque si, casi nunca...

Estaba húmeda. El notó mis piernas algo mojadas y al decírmelo no pude ocultar algo tan íntimo: Estaba realmente excitada, curiosa y muy nerviosa.

-Quiero que revientes de placer, ¿entendés?

-Mmmmajá... ¿que tengo que contestar?

-No, nada...solo para que sepas... Pero que revientes mal...que tengas el orgasmo más grande del mundo, si se puede.

Me quedé muda. La palabra orgasmo me cosquillea... es una boludes mía talvez, pero incluso cuando la leo, me da cosquillas ahí abajo.

El turro lo sabe. Una tiene cosas que jamás debería confesar. Esa es una.
No sé como hace pero de golpe, incluso con gente adelante, la mete en la conversación. Hable de política o de futbol, agarra y mete un “Orgasmo” en medio de la charla solo para mirarme a ver como reacciono. Y siento esa cosquilla.

En medio de ese éxtasis extraño, suavemente comenzó a besarme por el cuello. Un hermoso abrazo, simple, pero con sus labios cerca de mi nuca que me producían insoportables aunque deliciosos escalofríos. Su mano reconociendo la redondez de la cola, su vicio de separarme los cachetes para sumergirse delicadamente en esa bella unión... y la arriesgada visita de uno de sus dedos al agujerito de la cola crearon un clima muy rico.

Lo de “arriesgada visita de uno de sus dedos al agujerito de la cola” es porque no siempre reacciono bien a eso... y el insiste, aún a riesgo de que me moleste y se corte todo ahí... pero hoy no... era dulce, picante, hasta deseado incluso.

Me levantó los brazos y me sacó el vestidito por la cabeza. Mis tetas quedaron perfectas con los brazos en esa posición... me fue llevando contra una de las paredes y así, con los brazos en alto, sujetados por una de sus manos, empezó a chuparme y lambetearme las dos tetas. Delicia de los dioses. Los pezones empezaban a empujar para afuera, creciendo entre sus mojados labios y lengua juguetona. Sentí espasmos chiquitos en mi chichi.

Me pidió que me quedase en esa posición mientras me ataba las manos. Mi concha estaba ahí expectante ya que él ni me la había mirado siquiera.
Desnuda con los brazos en alto y así entregada sentía algo extraño.

El se alejó. Se sacó la camisa primero y el pantalón después. Sus músculos brillaban tersos y fuertes. En boxer se podía adivinar más el grado de su erección: era interesante, aunque sé que daba para bastante más. Y me gustó saber eso... ya que ahora era yo su objetivo y seguramente crecería a medida que más me excitara con lo que me haría.

Amo los boxers y como le quedan. Esa estúpida abertura que tienen para coger o hacer pis sin sacárselos, me suena tan ridícula que me cae simpática. Además, cuando anda en casa solo con esa prenda, es divertido ver como se bambolea su miembro y varias veces amenaza con salirse. Se lo digo y ríe como siempre. En un chiste burdo me consulta si lo que quiero ver “¿Es esto?” al tiempo que se la agarra con fuerza y me la enseña por un instante.

Asiento y le pregunto si puedo pedirle algo:

-Lo que sea, total con lo que te tengo preparado, no puedo negarte nada.

Me asusté. A tal punto que un poco me piyé de emoción o miedo.

-Ok... sentate ahí y pajeate un poco para mí.

Mi pedido lo sorprendió. Realmente es algo que nunca le pedí e incluso no me puse a mirarlo cuando lo ha hecho. Siempre era yo, chupándolo o a mano, la que lo masturbaba.

-¿Si? ¿en serio? Mirá que si llego a sentir...

-No...un poquito nomás, para ver como lo hacés.

Sonrió por enésima vez. Se sentó ya sin el calzón y comenzó a acariciarse.
Jugaba con sus bolas y estiraba con más violencia que yo su aún blanda pija. Fue creciendo en tamaño rápidamente ante semejantes ataques manuales. Por un instante dejó de tocarse y podía ver como cabeceaba. Decía que con su cabeza la movía, para que salude. Chistes tontos que me hicieron gracia. Sus venas estaban muy marcadas y se podía apreciar un líquido viscoso asomando por la punta.

Luego con sus dos manos, con los dedos índice y pulgar apenas sosteniendo los costados de la cabeza, comenzó a subir y bajar, lentamente, hasta con sutileza, ocultando y descubriendo esa pequeña maravilla. El ritmo, que solo él sabía cual debía ser, era irregular. Por el orificio salía más de su miel y el resto del cuerpo empezaba a exteriorizar esas dulces y convulsivas reacciones. Mordía sus labios y gemía murmurando con ternura. Me miraba y le costaba mantener los ojos abiertos. De pronto pasó a ser más veloz, tomando toda esa parte de carne caliente con toda su mano.

-¡Bueno! ¡Basta! -le pedí.

-Uff...¿justo ahora? Ok, ok... ¿para que llenarte con migajas si hay un plato especial...¿no?

Dejó de autosatisfacerse y se acercó a mi con su aún tieso mástil. Me tenté a tocarlo, acariciarlo, pero no me dejó.

-Ya vengo -dijo, y volví a temblar.

Apareció con una bolsa plástica con algo adentro y una soga un poco más gruesa que la que ataban mis manos.

Me ayudo a sentarme en un banco recordándome que ahora si debería abrir las piernas tanto como la chica del video porno. Puse mi cola en un puff mullido y acercó otros dos más a los costados. Me estiré con su ayuda no sin recalcarle que hacía un tiempo que ya no practicaba esa postura de ballet. Si bien me salía muy bien debido a lo laxo de mis articulaciones, hacía un tiempito que no lo practicaba. Y ahí estaba, estirada en tres banquetas de cuero, abierta de piernas, desnuda y atada de manos por detrás de mi espalda.
Luego me ató cada pie con esa soga a las patas de las banquetas. Finalmente sacó el asiento del medio. Sentí mis músculos estirarse. Las pantorrillas se negaban, pero relajándome mentalmente me fui acostumbrando.

Era -imaginaba yo- una imagen muy surrealista, mezcla de sumisión y sadomasoquismo. Ahora con otro pedazo de soga me rodeó los pechos, apretándolos un poco, convirtiéndolos en dos globos relucientes. Lo reconozco: se sentía extrañamente lindo. Los pezones eran tan grandes como los dedales que usaba mi abuela cuando cosía ropa.

Agarró la bolsa y sacó algo...

-¿¿QUE ES ESO?? -pregunté aterrorizada.

-Nada, quedate tranquila, ya lo probé.

Era nada más ni nada menos que su caladora, la máquina eléctrica que usa como artesano, para darle forma a sus trabajos en madera. El brillo de una cuchilla filosa, dentada, me encandiló.

-Soltame!! Estás completamente loco... ¿Me querés cortar en pedazos?
-Nooo, nada que ver, pará que te explico.
-No, soltame. Me vas a lastimar...yo sabía que no tenía que aceptar, estás cada vez más loco... soltame...
-Pará... mirá...mirá y vas a entender... ¿ok?

No tenía más remedio. Atada, así en bolas, inmovilizada, no podía hacer más que rezar.
Sacó de la bolsa ahora un consolador de silicona, grande, color piel. Era una pija perfecta en apariencia. ¿Perfecta dije?

La colocó “enchufándola” en la hoja de sierra, cubriéndola por completo.

-Mirá -dijo inmediatamente después de enchufarlo a la corriente- las caladoras hacen este movimiento.

Un ruido terrible se adueñó de un espacio tan silencioso como desconcertante. La hoja, ahora con una pija plástica en su lugar, hacía un movimiento de vaivén. Entraba y salía a la velocidad que él le daba con la intensidad de presión en su interruptor. Era un traqueteo firme y muy ruidoso.

No pude decir ni mu. Lo acercó hasta mi concha y delicadamente lo sumergió en lo profundo de la vagina. Sutilmente se escupió la mano para acariciar el clítoris. Y accionó el botón para arrancar la máquina.

Primero lento, muy lento, y de a poco casi acorde a lo que mi cara pedía, fue aumentando la velocidad. Era incómodo el ruido, sin embargo la perfección de una verga que no me daba respiro, que no se salía y que no se cansaba me fue llevando a un cielo nuevo. El movimiento era delicioso, y la velocidad la manejaba con precisión mejor a la que yo lo hubiese hecho. Mis bocanadas de alma entrando y saliendo lo ayudaban. Mientras la sostenía con una mano, con la otra pellizcaba alternadamente mis pezones rojo fuego y el clítoris desesperado. En un momento perdí, por un instante, la conciencia. Eran explosiones orgásmicas imparables, únicas, jamás vi tantos fuegos artificiales, tanta vibración de cada milímetro de mi... grité como animal, como nunca, caía en abismos y la maquinita me volvía a calentar mal... Le pedía que acelere el motor, y a los segundos que lo frene. Así por varios segundos...no sé cuanto duró pero era entrar a la eternidad y volver a explotar.
Hasta que supliqué un ¡Basta! Que lo asustó.

-¿Que pasó? ¿Te lastimé? ¿Te lo saco?
-No...ni se te ocurra sacarlo...quiero una vez más, con todo, a más no poder... pero esta vez, apenas sienta de nuevo, cojeme hasta el fondo, con toda tu garra, tu pasión. Es hermosísimo este regalo, pero quiero tu carne para hacerte acabar a vos...

Volvió a encender la caladora y los espasmos no demoraron. Sentí mi cuerpo entero tensionarse hasta reventar de placer tal como él me había prometido.
Pensaba en ese “mejor orgasmo del mundo”, y que seguro lo era. Estaba llena de algo único. Con mi resoplo eufórico, final, sacó el aparato y sumergió el de él. Mi concha verdaderamente chorreaba, por lo que su verga entró tan fácil que muy pronto sentí el calor de la temperatura humana bien dentro mío. Estaba terriblemente duro ese objeto de deseo. Yo seguía atada, pero el no: afirmándose agarrándome por los hombros me clavó varias veces. La posición le permitía morder mis tetas y apretarme contra la pared. Creo que otra vez tuve otro orgasmo más, incalculado éste, mientras su esperma me bañaba. Gimió fuerte, hasta con dolor por que tan magnifico momento terminaba. Fueron embestidas sensacionales, violentas pero hiper sabrosas. Y cayó como muerto.

Se acomodó sin fuerzas solo para desatarme mientras seguía respirando acelerado. Le temblaba todo, casi tanto como a mi.
Me llevó hasta el sillón y nos abrazamos. Ni una palabra podíamos decir.

Un par de días después un vecino nos preguntaba en la vereda como iba el tema de la casa nueva, y si iban bien los arreglitos...

¿Arreglitos? -pregunté-

-Es que la otra noche escuché largo rato que habían estado usando la caladora, hasta muy tarde.

-Ah, si... Bien, bien... nosotros con unas sogas y la caladora nos arreglamos bastante bien...es que a los dos nos encantan los trabajos manuales







Jorge Laplume