miércoles, 13 de noviembre de 2013

Sentir la libertad.


Eso le dije.
Cuando el tipo de la agencia de viajes empezó a preguntarme cosas para poder asesorarme sobre lo que buscaba, le dije eso: Sentir la libertad.

Vivo acorralada. Si ya sé...estoy harta de los comentarios que hacen alusión a que uno vive como vive porque en definitiva lo quiere, lo acepta... pero....

Si! también se toda esa cantinela del “pero”... Pero es que no es fácil...Y basta porque agarro y termino todo acá...ya sé también lo de “nada hay fácil en la vida” y bla bla bla.

El tema es que, como decía Serrat, harto de estar harto, me cansé...Mejor dicho, en mi caso, harta. Y rubia, más o menos flaca, de unos treinti tantos y no me preguntes más.

¿De que puede estar harta una belleza como vos?” Se animó Víctor a preguntarme a la salida del trabajo.
De salames como vos” estuve a punto de contestarle, pero me contuve. Después de todo mañana y pasado y pasado y pasado tendré que seguir soportando tus acosos entre infantiles y babosos. Entonces mi respuesta fue mucho más del tipo “cambiemos de tema” que de confesión.

-De cosas...cosas...que se yo!
-Y ¿que tipo de cosas? Si se puede preguntar...
-No, no se puede preguntar...cosas nomás.
-Mmmm, que pena, porque resulta que tengo una especial cualidad para...
-Basta Victor...si querés saber, una de esas “cosas” sos vos. Chau!

Y desde ese día no volví al trabajo.
O sea que ahí surgieron montañas de levantadas en peso de mi vieja, de algunas amigas, de parientes...
Listo... directo a la agencia para hacer efectivo y concreto el cambio. Buscar un karma nuevo, uno cero kilómetro.

Y llegamos al punto del tipo preguntándome y yo contestando aquello de la libertad.

No es fácil y te explico porque: después de los treinti es como que una empieza a ser consciente de determinadas limitaciones. Propias y del afuera. Ya no soy una pendeja y el Kolleston empieza a visitarme cada vez más seguido. Por otro lado, como si no alcanzara que una empieza a asumirlo, el entorno es sádico e hiriente. Comentarios como “estás muy bien para tu edad” duelen. Y si encima estás sola como la última albóndiga del plato, que nadie se anima a agarrar por miedo a que esté helada, más duele todavía.

Seguramente si estás en una situación parecida me entendés. Sino, imaginate...digo que te imagines todo lo que en este momento me dirías para, supuestamente, levantarme la autoestima y te advierto que todo eso es en vano...

¿Desahuciada? No, ni ahí. No estoy tan mal sola, pero cada tanto alguna cosquilla de mimos extraño. Un compañero, un mate y si, también alguna linda revolcadita como las de las pelis... pero en general la sobrellevo. Y no es teatro: pienso que ahora entrar en el tema de la convivencia y la tolerancia (de que el otro no sea tal cual como yo deseo), es un rollo que no tengo ganas de afrontar.

Si, si la abuela viviera me haría un sermón sobre que debería ser más dócil, menos exigente y que al fin y al cabo “en la vida estamos para sufrir” Ay! Me acuerdo cuando la Nona decía eso y a mi se me ponían los pelos de punta. Y se la discutía a la vieja...mal. Me salía algo de adentro totalmente intolerante. Hasta que aparecía mamá con eso de “dejala, ella es de otra época” que peor me ponía.

Ojo, mamá no se alejó demasiado de ese modelo. Digamos que papá fue mucho más canchero y la -perdón por el término, pero no me sale otro- domesticó bastante. Él era un romántico. Una especie de galán del cine de antes. Si hasta tenía un bigotito al estilo de aquellos actores. Y a ella la fue llevando lentamente para que se aleje de ese arcaico paradigma.

¿Pero que pasó? Mea culpa: creo que inconscientemente busqué algo así, como mi viejo. ¿Complejo de Edipo pero al revés?¿Electra era? Bueno, después de unos cuantos intentos caí en ser una más de las que acuñaron esa horrorosa frase de “ya no quedan hombres”

Bueno, si quedan, quedan en otro lado, porque acá, mirá que reviso hasta abajo de la cama y no, nada, che.

Y acá estoy. En Playa del Bajo Negro, en Punta del Papagayo. Un lugar insólito del que jamás había escuchado que existiera. Un lugar de mar calmo, aguas transparentes como un cristal y donde la libertad se siente.

Llegué sola. No le conté en detalle a nadie de donde queda este paraíso. Quería, dentro de ese deseo de libertad, no involucrar a ninguna persona allegada. Que cuando pregunte alguien por mi alcance con decirles: Se fue.

Mi llegada al aeropuerto de Lanzarote fue tal cual lo tenía previsto: una mujer sostenía un cartel con mi nombre y ella misma me llevó en un auto hasta el hotel. Durante el viaje hablamos sobre lo que hacía, que me llevó a elegir Papagayo y algunos datos sobre restoranes o playas recomendadas.
Al cabo de unos minutos ya eramos como amigas: ya había tenido contacto poco tiempo atrás con gente del mismo lugar que venía yo y por ende su listado de “no de dejes de ir a” no difería mucho de los turistas anteriores.

Acá sentirás la paz” me dijo Charmine. Si es eso lo que anhelas, lo tendrás. Pero debo advertirte que no todos soportan esta quietud...si te sucede, tengo una alternativa”

Mi idea de paz era tan pero tan grande que desistí de pleno a un plan B.

-Perfecto, lo mio es servicio y tengo la obligación de ofrecértelo -dijo un tanto seria.

Mi habitación -si se puede llamar así a un espacio sin puertas ni ventanas convencionales, donde solo una leves cortinas al viento me separan del afuera, era un monumento a la naturaleza. Si bien había hospedajes más tradicionales, este me maravilló a tal punto que, lo juro, no creí que fuese real cuando lo miraba en la web antes de salir hacia aquí.
Cañas sostienen las mínimas estructuras y al techo de paja. Una bañera de piedra está integrada al mismo ambiente y ubicada en una especie de terraza sobre un mar que es un escenario donde el sol de cada atardecer hace su show unipersonal.

Los primeros días fueron a toda sorpresa. Sorpresa de boca abierta y ojos grandes. Nunca había sentido esa paz, quedarme maravillada por sonidos de la naturaleza, colores y hasta aromas. Al principio me costó despegarme de los hábitos mundanos, y si bien hice caso a “nada de celular ni de compu”, un poco pendiente de los horarios estaba. Fue recién en la tercera tarde cuando apareció de nuevo mi guía original, Charmine. Caminando por unas hermosas calles empedradas me la crucé en un puesto de frutas.

-Ey! ¿como estás pasando su estadía?
-Bien, maravillada... lamento pensar cada tanto que esto son solo vacaciones.
-No, no...haces mal...no son vacaciones...no hay que verlo así... las vacaciones tienen un final...y esto es un principio...¿acaso no hay algo de eso en lo que estás buscando?
-Si, es cierto...pero...
-No hay pero que valga... acompáñame...voy a adiestrarte en algunos pequeños placeres.

Me tomó de la mano y prácticamente me arrastró por aquella peatonal. Al mismo tiempo que iba esquivando puestos de venta de las cosas más diversas, rebobinaba en mi mente cuando había sido tan confidente con Charmine para que sepa tanto de mí. En el trayecto del aeropuerto al hotel habíamos hablado de cosas menores, pero ella, evidentemente me había sacado la ficha mucho más.

Entramos a un local bastante moderno de telas y vestidos con estilo hindú. Ella iba agarrando cosas de distintas mesas y ante mis consultas solo se ponía el dedo índice sobre los labios a modo de “shhh”.
Me empujó a un vestidor y entrando conmigo me intimó:

-No puede ser que lleves tres días en este paraíso y aún no vistas como una de nosotras...¿que es ese jogging aburrido? ¡quítatelo!

La miré sonriendo. Esperaba a que se retire para desvestirme y probarme algo de lo que había dejado apoyado en un banquito de bambú.

-¡Ah no! No me voy a ir...vamos! He visto a otras mujeres sin ropa! Es más, hay playas donde no usamos nada de nada!

Con cierto pudor fui bajándome los pantalones. Ella no me miraba. Se puso a seleccionar cual sería la primera prenda.

-La remera y el soutien también...quiero verte envuelta en esta tela...¡mira que colores! ¡siente la suavidad!

Mi vergüenza fue desapareciendo al comprobar que ella no estaba expectante de mi desnudez. Me ayudó con aquel pareo que era realmente bello. Debo confesar que sentí un escalofrío cuando sus yemas me rozaron los pechos mientras anudaba de manera misteriosa ese trapo convirtiéndolo en un vestido de gala. Se notaba su habilidad para hacer nudos y formas muy originales. Nuevamente me tocó sopesando mis pechos con la intención de acomodarlos debajo de esa seda.
Se sentía rico. La tela, el roce, incluso sus manos. Luego de probar dos o tres sentenció:

-Si, este te queda perfecto...y no sabes lo que es caminar con esto mientras la brisa descubre cada curva tuya...¿tienes aún la parte inferior de tu bikini? ¡saquémosla! Estoy viendo que eres una mojigata... aquí sentirás sensaciones nuevas...

Salir de allí, percibiendo que estaba desnuda debajo de esa transparencia tan grande. Me incomodé por varios minutos. Mis pezones estaban semi duros: la un leve viento, aunque cálido, ya hacía sus efectos. Y al caminar, estoy convencida de que mi entrepierna, más de una vez, quedó al descubierto. Intenté en vano sostenerla para no quedar tan expuesta.

-¡Por favor! Vive la libertad! Mirá -dijo al tiempo que en casi mitad de la calle se alzó su túnica blanca de gasa hasta el cuello- yo tampoco tengo ropa interior, siento la naturaleza en mi rincón más femenino...y nadie se asusta ni dice nada... eres lo que eres, no lo que te pongas encima.

No tuve más remedio que acatar su, casi, orden. Igual sentí que todos me miraban.
Llegamos a mi habitación. En el camino Charmine había hecho un alto en un local para comprar algo que mantuvo en secreto.
Una vez sentadas mirando el mar, sacó de una bolsa de papel una botella de champagne y un frasco grande.

-Ahora, mi estimada, esa bañera te espera. Aquí tengo espuma de baño con los aromas de nuestras praderas...son altamente erotizantes...quiero que empieces con un baño relajante, y luego...¡masajes!

Sumergirme en aquella tina mientras aún el sol pegaba de lleno sobre mi cuerpo fue una de las delicias más grandes de toda mi vida. La espuma dibujaba formas más voluptuosas que las que yo ya tengo. Charmine se encargó de refregarme sus dedos entre mis cabellos en un masaje particularmente desestresante No hablamos. El sonido del mar y algunos pájaros con su canto melodioso me hacían sentir como en un sueño...

De pronto, algo adormecida, me sobresaltó alguien golpeando las palmas en son de avisar de su ingreso.

-Si, pasa Edgar...estamos aquí, en el balcón.

Sumergida debajo de la espuma, ocultándome, pregunté quien era ese tal Edgar.

De pronto lo tuve casi a mi lado. Era alto, moreno de piel muy oscura y con una sonrisa de dientes perlados. Musculoso y con pareo debajo de una cintura muy marcada, se presento:

-Hola...Charmine me dijo que aquí necesitaban un masaje... bien... soy tu masajista...

-Ah...hola... Charmine...¿podemos hablar un instante?
-Si, claro... Edgar, prepara todo que ya la llevo. Dime...
-No...es que no se bien que decir...¿un masaje? ¿te parece? No se si debo... tampoco se los valores...¿porque te preocupas tanto de mi?

Volvió a hacer el mismo gesto que hizo en la tienda de poner su dedo índice sobre los labios. Me tomo de una mano, luego de la otra, y como si de un bebe se tratara, me secó con una toalla mullida, con aroma a rosas. No dejó lugar sin hurgar secándome toda. Otro escalofrío sentí cuando al secarme la nuca me dio un cálido y suave beso en mi cuello, por debajo de la oreja.

Así, desnuda me acercó hasta una camilla amplia, donde Edgar estaba esperándome pero de espaldas. Lo vi en pose de rezo. Alzaba las dos manos y casi murmurando brindaba algo similar a una plegaria. Hizo un gesto parecido a la señal de la cruz y me encaró. Yo estaba ya acostada boca abajo cubierta por una delicada franela. Mi cuerpo estaba relajado y ansioso al mismo tiempo. Charmine se sentó sobre un almohadón gigante.
Las manos de Edgar eran una experiencia incomparable. Sus dedos apretaban acariciando, sentía dolor agradable. Mis músculos, mis tensiones fueron dando tregua. Sentía nudos que sabía exactamente a que parte de mi vida correspondían, eran una agenda de sufrimientos y malestares...toda mi vida estaba en ese mapa...mi vida dolorosa, aclaro. Después de la espalda hasta mis glúteos -¡que hermosos son los masajes en la cola!-y pies me pidió que me de vuelta. Charmine miraba con una sonrisa calma.

Sus masajes ahora comenzaban en los dedos de los pies e iban subiendo muy lentamente por el interior de mis muslos. No voy a mentirte: de mi entrepierna comenzó a brotar aquella típica miel que tanto me gusta. Los grados de excitación competían con la temperatura que, producto del sol, ya inundaba el cuarto. Era todo amarillo rabioso. Charmine se incorporó y notó la transpiración de mi cara. Con una toallita de papel me secó la frente...

-Tengo mucho calor -llegué a decirle.
-¿Te destapo?

Ni llegué a asentir que me dejó plena de desnudez ante la humanidad de este moreno. Cuando lo miro, instintivamente, para ver como me estaba mirando él a mi, noto que ya no tiene su pareo puesto. Un miembro flácido pero importante colgaba lo mas campante.
No dije nada... nada de todo lo que por mi cabeza pasaba.
De pronto sus dedos ya no ocultaron la delicadeza de no tocar zonas íntimas... comenzó a recorrer decidido pero suave mis empapados labios.
Su mano subía y bajaba para encontrarse justo en la puerta de mi ensueño. Apenas con un dedo rodeaba la entrada de mi vagina, mezclando mermeladas con aceites... y tuve un espasmo inédito... no fue orgásmico sino de placer contenido... un mmmm brotó de mi boca. Charmine, quien ahora me contenía sosteniéndome los hombros rió alevosamente.

Edgar siguió con su tarea de acompañar el crecimiento insospechado de un clítoris abandonado hace tiempo. Lo sentía latir. Necesité extender mi brazo para encontrarme con una verga...era deseo de tocar, de agarrar esa masa cilíndrica de carne tibia. Y a mis dedos le costaron rodearla por completo.

Y ahí si una andanada de sacudones fueron el inicio de orgasmos repetidos y cada uno más intenso. Charmine seguía aferrada a mi por los hombros. Anhelé pedirle que me apriete o bese los pezones, pero no podía hilvanar palabras claras. El moreno sumergió ahora sus anchos labios, y una lengua sensacional me penetró como nunca... Charmine disfrutaba... y yo gocé tres veces más.
Y ya bastante satisfecha pregunté si podía sentir esa pija muy dentro mío. Era lo que me faltaba.

Charlote, sorprendida, me miró sin saber bien como decirme algo...Y se lanzó: me explicó que no se suele terminar la sesión de masajes con penetración vaginal.

-Es que esto no es sexo... es masaje intenso, algo característico aquí.

Me morí de vergüenza. No sabía que decir...ella me estaba brindando un servicio “típico” y no lo supe ver...era como ir a comer comida china y cuando te dan los palitos pedir cuchillo y tenedor. Una falta de respeto de mi parte. No supe que agregar.

De pronto Charmine se acercó a Edgar y, en un dialecto inentendible por mi, le dijo algo.

-A ver...aquí tenemos una regla... y contemplando eso Edgar está dispuesto a cumplir lo que deseas.
-No, no...todo bien, lo mío fue desubicado, perdón, perdón – explicaba mientras trataba de taparme.
-No hay inconvenientes. Edgar...adelante...

Charmine se acercó y con una pequeña toalla cubrió mis ojos. Yo estaba todavía justificándome cuando comencé a sentir dos manos poderosas adueñándose de mis pechos. El aceite aún permitía que se resbalen mágicamente esos dedos entre toda la teta hasta mis pezones. Pellizcos allí y nuevamente esos deliciosos escalofríos. Ahora su lengua dibujaba con saliva sobre mis pliegues. Y comencé a volar. Tal cual me sucedía cuando me hacía reiki, naranjas y azules dominaban mi mente...eran sinfines de túneles directo al alma. Y de pronto la sabrosa realidad de vibrar con un falo enorme perforándome la concha. Sentía a la perfección los bordes de la cabeza rozando una piel viva. El tamaño, que tantas veces subestimé, me hacía relamerme... imaginaba una visión imposible, desde dentro de mi vagina, viendo en mi mente como ese tronco se abría a su paso, y mi canal resistiendo con placer empapado de jugos.

Fueron embestidas largas, desde que entraba hasta la base donde nacía la bolsa de sus pelotas. Llegué a tocarlas, infladas a más no poder. El cielo estaba ahí...a instantes..y si bien no soy de orgasmo vaginal, el placer era altamente intenso. A punto de explotar Charmine tuvo su única participación en esta ceremonia: con la yema de un solo dedo acompañó el estallido jugando mi clítoris. Hacía círculos perfectos, conocedora de lo que es tener un botón tan especial.

Fallecí y volví a nacer una y otra vez... si dijese que tuve cien orgasmos no creo exagerar...fueron menos, obvio, pero valieron por mil. Los estertores de mi masajista se notaban hasta en el sacudir de sus pectorales. Cabeza atrás gimió exhausto... y después de eyacular siguió con energía unos segundos más. Y comencé a palpar la relajación.

-Amiga...¿sintió la libertad que tanto ansiaba? Le recuerdo que este es el comienzo... ahora descanse que mañana nos espera un lugar muy exclusivo: la playa nudista del Papagayo... ¿quería libertad? Mañana conocerá un poco más de su nueva vida.

-Charmine... Me intriga saber que fue lo que le dijiste a Edgar cuando pasó lo que pasó...
-Una máxima de nuestro lugar: un cliente de nuestro hotel, jamás debe quedarse con las ganas... Satisfacción asegurada es nuestro slogan.