miércoles, 29 de agosto de 2012

Con el sabor del Mediterráneo





Salí del baño apenas envuelta en una de sus mantas. Me preparé un café para disfrutarlo casi sin ropa.



Era lindo estar ahí, en su ámbito, entre sus cosas y que él no esté.

Reconozco que cuando lo sorprendí pidiéndole las llaves, para ir y esperarlo,
imaginé que no me las daría. Siempre, por más confianza que nos teníamos, había cosas privadas y personales que no entraban en el juego.
Por eso me sentía nerviosa. Estaba allí, como dueña y señora de su mundo.
Claro… releo lo que te estoy contando y algo clave no te lo dije: Con Javo jamás pasó nada. En serio.

Esa amistad utópica entre un hombre y una mujer insólitamente existía perfecto entre nosotros.
De una relación de compañeros de oficina jamás pasó a otra cosa.
Obvio que los chistes, las miradas mutuas y cierto grado de histeriqueo siempre hubo. Pero, curiosidades del destino, él salía con alguien, yo más o menos (no voy a hablar de eso) y él siempre estuvo, digamos, incondicional a otro nivel. 
Más de una vez mis amigas dudaron de que él fuera hetero. Yo alguna vez también dudé. Pero con el tiempo hasta lo consideraba un hermano casi. Pero lo quería (lo quiero) mucho más…

¿Por qué no se dio nada? Ja! Son varias las razones… y algunas hasta insólitas.
Hubo, si, un par de veces que casi casi. Una, sobretodo, donde los dos sabíamos que si o si nos íbamos a matar en la cama. Estaba en el aire. Película en el cine (“Comer, amar, rezar” fuimos a ver) cena en un lugar lindo pero simple, rumbeamos para la casa por un “café”… ¡Y no va y se le muere el tío!… ¡justo esa noche! Si… Fue, dentro de la tragedia, divertido, ya que si bien no lo hablamos, te repito estaba en el aire que ese era el momento.

La otra vez fue directamente en la oficina. Entre al cuartito de la fotocopiadora y ahí estaba, junto a dos más, pelotudeando como adolescentes fotocopiando su pija en la máquina que recién había llegado. Era -me confesó después- para hacerle una broma a la de contabilidad. Le pedirían que copie algunas cosas y dejaban un par de esas fotos a color entremezcladas en la resma…

Los traté de pajeros boludos a los tres. En ese primer momento me cayó mal, lo reconozco. Entrar y ver a un tipo como si se estuviera garchando al aparato era medio terrible. Salí asustada, creo. ¡Qué boluda! ¡Y qué boludos ellos!

Después en casa me cagaba de risa sola. Y me quedó la intriga de ver alguna de las fotocopias. Si hasta me corrió por los pasillos, para que se me pase la bronca al grito de “si no viste nada… mirá, vas a ver que no es para tanto”

Estuvimos después de eso los dos solos en el mismo cuartito y llegamos a desabotonarnos algo de la ropa. Pero mi miedo de que nos descubrieran fue mayor.

Eso pasó y quedó como una locura incompleta.

Después cada uno encontró pareja y nunca más nada.

Y el grado de naturalidad daba para yo decirle cuando estaba con mi período y mi insoportable dolor de ovarios o el confesarme quien se la chupó en el cuartito de la terraza.

Por eso sabemos que hoy es diferente. Podía haber llegado acá hace un rato nomás, pero el bichito me picó y ya me vine anoche. Su avión no llega hasta cerca del mediodía, pero dormir acá me ratoneaba.

Cuando entré, jugué a que él estaba con ex última novia. Esa, Marisa, la que me hizo, por primera vez, mirar a las mujeres de otra manera. Me los imaginé a los dos ahí mismo y les hice un show. Puse música, algo de Cold Play que me fascina, corrí las cortinas para que el azul de la noche invada el monoambiente y de a poco me fui desnudando.
El chalequito de jean, el cinturón, el vestidito… todo… Fue un strip largo, donde mis dedos hicieron las veces de sus bocas, de sus manos…



Parada delante del sillón donde Marisa estaría, me abrí de piernas y comencé a empapar mis dedos en una raja húmeda. Y mientras imaginaba que nos mirábamos fijo, llevaba mis manos a la boca. Mmmmmm, que escalofrío dulce y rico.

La veo, te juro que la veo: rubia, de pelo corto, algo revuelto, ojos claros como un cielo de verano y su boca entreabierta obnubilada por mi regalo. Ella no resiste el deseo de tocarse. Se levanta un poco la pollera para sentarse encima de ella y deja a mi vista una tanguita negra y blanca a rayitas. Empieza a masturbarse con desesperación, como para recupera el tiempo y alcanzarme al punto donde yo ya había llegado. De pronto se mordisquea y cierra los ojos. Soy mina y sé perfectamente lo que en ese instante estaba sintiendo. No puedo definirlo. Como el principio de lo que será un baldazo…Sabés lo que viene, te sacude, te contraés como para… como para… ¡qué difícil es decirlo así! El famoso quiero y no quiero. 

Lo retiene, quiere hacerlo largo, eterno, infinito como para ir y volver cada vez más y cada vez menos. Su mano queda aprisionada cundo cierra fuerte las piernas. Me vuelve a mirar fijo y esta vez me regala un movimiento de lengua. Tiemblo.

Él, Javo, estaría mirándome hambriento además de ver como su novia jugaba con propios sus dedos endureciendo un clítoris ya mojado, por debajo de la bombacha. Vaso en mano, disfrutaba. Me acerco y juego a acariciarlo. Se retira hacia atrás, incómodo. Teme que su novia mire mal. Podemos ser muy locas, celosas, envidiosas…nunca se sabe.

Sin embargo en mi baile, en esta fantasía sola, muy loca yo, le pido a ella permiso.
Ni me escucha casi por el grito de su propia explosión. Se hecha para atrás y gime de manera hermosa, excitante. Allí tengo un sacudón incontrolable.



“¿Ves Javito? dijo que si” le digo. Bailo sensual, poniéndome casi en cuclillas hasta la que calculaba sería la altura de la hebilla de su pantalón. Se lo bajo y descubro un miembro lleno de vida que salta al liberarlo del bóxer… Me lo meto  en la boca con lentitud. Quiero hacerlo desear. Primero lo beso, lo lleno de saliva, lo acaricio de principio a fin con mi lengua. Mis dedos exploran el orificio de su cola. A él le encanta esa sensación de invasión que le hago.
Mientras imagino cada milímetro de esa piel dura y caliente, meto y saco mis dedos de una entrepierna abierta deliciosamente por la posición. Tengo ganas de meterme algo. Es más una necesidad que un deseo. No aguanto y voy a la cocina a buscar no sé bien qué. 

Encuentro una botella hermosa de vinagre de vino española, Carbonell,  que me vino perfecta.
Mientras imaginaba todo, y la botella, creo que estaba diseñada para que apoyada en el piso, pueda subir y bajar como una verga lo haría.  Cuando mi orgasmo se iba acercando, imaginé también que Marisa, acostada en el suelo, investigaba con su lengua todo mi interior. Me estaba pasando como cuando llevo el auto al mecánico y lo meto en la fosa. Jaja… reconozco que he tenido orgasmos increíbles la vez que le pedí al dueño del taller que me deje estar arriba del auto cuando le hacían el cambio de aceite. Lo sé. Estaré un poco loca, pero estar ahí, con minifalda, sabiendo que debajo de la carrocería está un hombre fornido manoseando todo, me ha hecho acabar de solo pensarlo… Si habré mirado la palanca de cambios con un cariño increíble esa vez…

Bueno, me fui de tema. Marisa, te decía, seguía ahí y no sé como, Javo se encargó de cojerme también… Entraba violentamente. Pija y lengua se juntaban allí, en el centro de mi paraíso. Cerraba los ojos y Carbonell y mis manos hacía el resto.

Fue una paja intensa. Me sentí cojida hasta por el orto… caí rendida en un piso ya oscuro. Saboree jugar con la botellita un poco más antes de acostarme en el sofá. (No quería andar diciéndole que había usado su cama, sin permiso)

Ahora, amanecer desnuda, con un sol cálido que poco a poco ilumina el departamento, me llevó a esa ducha reparadora.

Solo restaba esperar a Javo.

De pronto escucho que alguien pone las llaves en la cerradura para entrar. Era muy temprano todavía. Me escondo donde puedo.

Cuando me asomo veo que es Marisa. Se sentó a leer una revista, como si nada, en el que imaginé anoche sería “su lugar”. Pasaron unos minutos y nada cambiaba. No tuve más remedio que salir detrás de una cortina. Flor de susto se llevó cuando, inevitablemente me le aparecí así como estaba, tratando de improvisar alguna excusa lógica. Un poco se enojó. Era lógico.

Después de vestirme y más o menos zafar de la situación, sin estar muy segura de que me creyera, charlamos como si nada.

Ella estaba ahí por Javo. El viaje de él le había hecho reflexionar sobre su relación. No quería perderlo y, conservando aún un juego de llaves de cuando vivían juntos, no había tenido mejor idea que llegarse hasta allí, prepararle un exótico almuerzo y recibirlo casi como yo iba a hacerlo.

La ayudé a preparar la comida que incluía alguna especialidad del Mediterraneo.
Cuando Javo llegó, Marisa y yo estábamos comiéndonos la boca. Mientras mis manos disfrutaban de aprisionar unas tetas de piel blanca y tersa, ella empezó a abrirme el culo con sus dos manos. Nos dimos cuenta de su presencia cuando tosió de manera reiterada y alevosa.

-Bueno… llego a mi casa cansado de un viaje largo y complicado y me encuentro con esto. Me imagino que al menos habrá algo para mí…

Marisa rió como ella solo lo hace y me encanta. Se incorporó sobre el sillón y, mostrándole su concha de par en par, le dijo: Claro que hay para vos, mi amor… Hoy hay manjares de sobra, tenés que probar… pero mientras tanto, disfrutá de lo que preparamos en la cocina, las ensaladas que te hicimos… eso si…si querés condimentarlas, mmmmm,  vas a tener que esperar…