Me gusta.
Simplemente eso.
Usar una pollera corta, pero bien apretada. Casi tipo tubo.
Me gusta sentir el roce de mis piernas entre sí.
Y me gusta, sobre todo, ver que provoca algo distinto.
Claro que una pollera amplia, medio gitana, tiene esa sensualidad tan particular de la tela al viento. Es cosquillas y adrenalina de que se me va a ver todo en cualquier momento.
Pero esta, de jean, ajustadita, sé que “mueve”.
Por eso me la puse. El encuentro era especial, pero no informal como para ir de pantalón y buzo. Tampoco el trajecito que uso para entrevistas de trabajo.
Era algo diferente. Llegaba él.
Y él se merecía el juego. Éll sabe jugar muy bien. Y los dos sabemos el reglamento.
Insinuar es la clave. Sin histeriqueos. Pero con cierta sorna.
O malicia, como prefiero definirlo yo.
Puedo ser muy mala a la hora de amar.
¿Contradicción? No. Decía Sor Juana Inés de la Cruz -perdón Madre por involucrarla en esta historia- que “quien bien te quiere, te hará llorar” Y algo de eso me gusta. Hacer sufrir a un hombre que amo, suma un placer extra a todo lo que vendrá.
Erotismo.
No muchas mujeres lo saben jugar.
Entonces, haciéndome la tonta, es como que elegí esta pollera. Sabiendo perfectamente que él se habrá imaginado en su fantasía de este encuentro, que me apareciese con otra cosa.
Básicos. Son tan básicos los hombres que he conocido, que me tomaré el atrevimiento de poner todos los gatos en la misma bolsa. Y encima de sentirse defraudado porque no llego casi en bolas. Y se pone a suponer que me vestí así renunciando a mi supuesta lujuria contenida.
Básicos.
Lo son.
Y me encantaaaa!
Camisa blanca. Ni roja, ni negra. Tampoco escotada. Blanca.
La buena tela permite que apenas, casi como al descuido, se pueda adivinar el soutien que me puse. Algunos, los más ingenuos, dirán: “pobre chica, no se da cuenta que por momentos se le ve el corpiño”
Ja! Tontos.
Pero yo sé qué y porque me puse lo que me puse. Y con eso alcanza y sobra.
Apenas llegué, antes de que el taxi se detuviera, lo vi. Estaba lindo. Aclaro esto porque muchos de ellos no lo llegan a entender: él no es lindo. Pero estaba lindo. La belleza externa, si bien me importa, queda de lado apenas muestra su armonía, su humor, su sagacidad, su educación. También puede ser que no tenga nada de eso y vea lindo a un hombre tosco y directo.
Incluso no me jode tanto que tenga algo de pancita como para que se preocupe.
Te decía que estaba lindo. Sabiendo que me esperaba ansioso le dirigí una casi imperceptible mirada a su miembro. Sutil. Casi inexistente. La fuerza de la conexión que ya había entre nosotros hizo que esa milésima de segundo lo halagara en su masculinidad.
Apenas abrí la puerta del coche y apoyé el metro y pico de mi pierna derecha en el suelo, clavando un taco asesino en el asfalto, me estremecí. No sé si fue una brisa real del clima que amenazaba con descomponerse o sus ojos hundiéndose en mi entrepierna.
Si apenas tres segundos antes yo deslicé mis ojos en su bulto por una fracción de tiempo ínfimo, lo de él lo sentí como una meticulosa autopsia. Tal vez tardé más de la cuenta en juntar a mis extremidades. Pero la pollera cumplió función de elástico, para que se cierre el telón de dicho espectáculo con una rapidez atípica. Pero reconozco que el “calor” me llegó bien profundo.
¿Calor? ¿Dije calor? ¿Pero si apenas antes mencioné una brisa?
Él es así. Maneja mi amplitud térmica como la del Sahara. Allí del día a la noche se pasa de los cuarenta y cinco grados a los quince bajo cero. Calentar y enfriar un elemento permanentemente por los siglos de los siglos hizo de las rocas, pura arena.
Conmigo logra cosas muy similares: cuando estoy “fría”, malhumorada, y no quiero nada de nada, toca la ruedita de mi termostato como sólo él sabe hacerlo hasta ponerme al rojo. Y reviento de placer. En clave suele llamarme Sandy (por Sand, arena en inglés).
Me acerqué sin decir palabra. Le llamó la atención la capelina que tenía puesta. Era nueva. Recuerdo que al rato de haberla comprado ya estaba arrepintiéndome de tirar otra vez la plata en cosas que suelo no usar. Pero hoy, cuando abrí el placard, apenas salí desnuda de la ducha, la vi y juraría que me sonrió. Diría que hasta me guiño un ojo...
Después de posar un rato solo con ese sombrero por varios minutos en el espejo del living, me convencí de usarla así.
No… así no… sino que también con los tacos que ahí mismo elegí acompañar.
-Hola. Estás muy linda… Rara, pero linda… ¿va ese sombrero con todo el resto?
-Hola. Si. Va. –dije y me di media vuelta para acercarme al resto de los comensales-
Y ahí, -y si sos mujer perspicaz lo notás-: mi cola, redonda, era el centro de atención ahora. No solo de Max, sino de varios gorilas en celo que concurrían al lugar. Y casi como si pudiese hacerlo actuar, una se mueve distinto, como incitando. Lo asumo. Pero con esa clase que nadie te puede “acusar” de nada…
“Cojeme” decía mi culo. Yo lo estaba oyendo clarito. ¿O era mi inconsciente que ocupó el lugar de la discreción y sutileza que siempre, durante un buen rato, manejan la situación? No tiene importancia. Lo que fuese, para mí, Max lo escuchó. Porque esa sonrisa de bobo que se sacó la lotería lo delataba.
Sin embargo guardó compostura. ¡Lo que le habrá costado! Todo lo hacía con pánico de embarrarla.
No era la primera vez que estábamos frente a frente, aunque si así. Frente a frente. No importa, no vale la pena explicarlo.
Le pedí que nos sentásemos en una mesa luminosa, no quería oscuridad, quería verlo. Y él que goce mirándome… Alto! Aclaración: no es que me crea hermosa, (aunque lo sea, jajaja)… no…acá, sabiendo cuanto me deseaba –si, si, y yo a él, pero no estoy hablando de eso ahora…- sabiendo su deseo, con ternura y afecto quise dárselo. No soy tan mala después de todo… El en un mensaje me había dicho que “si Dios escuchaba sus ruegos” además de estar conmigo, verme y más, anhelaba saborear el dulce hecho de tenerme a mi lado. Si, incluso dijo mostrarme… a lo que, solo para jugar con su temor, le respondí: “¿Mostrarme? ¿Cómo un florero?”
¿Ven? Cuando dije que estaba lindo, lo refuerza con gestos como este.
La cosa es que el vino de uva Tannat, además de unas pastas maravillosas, desacartonaron la charla. Tomé su mano casi de manera natural, como si lo hubiese hecho desde hacía tiempo. Y sentí esa electricidad que solo en momentos muy especiales he sentido. No era un amigo más, sino que se le notaba en el brillo de sus ojos que ansiaba amor. Si, ya sé…ya me lo dijeron las brujas de mis amigas… "lo tuyo es calentura” Puede ser. ¿Y que? ¿Acaso está mal calentarse con alguien que tiene mirada dulce? ¿Con alguien que destile ese romanticismo que solo estaba en las novelitas rosas como las de Corín Tellado?
Y si es calentura, es MI calentura…y sé perfectamente como manejarla.
(¿Lo sé?)
La idea era solamente tener un aprouch, un acercamiento…sacarnos las ganas de sentir nuestros auras… Más vale que tanto él como yo fantaseamos ocultamente con sexo salvaje… Pensé, mientras me ponía esta camisa, que seguramente mañana tendría que ir a la mercería a conseguir botones nuevos, porque me la arrancaría con los dientes. Y yo no me iba a poner en cuatro patas a buscarlos. En esa posición lo que menos hubiese hecho es buscar botones, jajaja…
Su romanticismo era tal, que la locura de encontrarnos, cenar, charlar y nada más me sedujo y la sentí como un gesto de total ternura. Podríamos decir que es un comportamiento de otros tiempos, si… pero hoy, esta noche, me sedujo con ese acto de dulzura. Jajaja…me río imaginando la paja que cada uno de nos haremos en soledad pensándonos mutuamente…
Lo único que hasta ahí calentó el clima, fue cuando, justificándolo con que quería escribir un libro, me preguntó con que compararía, para que él pudiese imaginar cada detalle, como es un orgasmo mío. Excelente pregunta que me dejó pensando un par de minutos. Él, mientras yo trataba de encontrar algún parámetro, me dijo que en su caso, lo veía similar a la adrenalina de inflar un gran globo, mucho, hasta que explote... Y que por momentos mezclaba el deseo del estallido con la habilidad de sacar aire para que el "inflado" dure más. Hasta que era inevitable el estallido.
Una vez, le conté, vi fuegos artificiales. Pero no los normales, sino los mejores del mundo. Era la Mascletá de Valencia, en el 2009. Y le juré que viéndola ahí mismo, no entiendo bien como, sentí que era verdaderamente orgásmica. Y después, preguntándole a mis amigas, me dijeron sentir algo parecido. -
- Poné "mascletá Fallas 2009" en You tube. Eso para mí es un buen orgasmo... Mmmmm, que linda palabra, por favor...
Se quedó mirándome de manera excitante, deliciosa. Y correspondía:
No podía no darle un poco de mi. Se lo merecía. Y me lo merecía.
Mientras saboreábamos el postre, una mousse exquisita, hasta con frutillita y todo, tiré mi servilleta al suelo. Como un caballero se agachó a recogerla y ahí le di un obsequio abierto de par en par. Se quedó tildado. Yo sin bombacha, sumergí mi cuchara para explicitamente llenarla de mi pura miel que brotaba como manantial. Se incorporó con los ojos salidos de sus órbitas.
Saboreé apenas un poquito y el resto se lo dí en la boca.
Saboreé apenas un poquito y el resto se lo dí en la boca.
Exploté con un espasmo silencioso sin siquiera tocarme al verlo beber de mi cuchara, beber de mi. El devoró hasta la última gota con una lengua que me imaginé penetrándome.
Nos quedamos solo mirándonos. Él con una risa emocionada. Se tapaba la cara y solo atinaba a murmurar insultos hacia mí. Decía que yo no podía existir, que era una turra, y que mi maldad no tenía límites.
Yo reía con cara de tonta, como de colegiala, de esas mosquitas muertas que como siempre decía mi abuela, eran las peores.
Y poco después nos despedimos.
Fue el primer y más tierno encuentro que tuve con un hombre.
Si… un HOMBRE… y yo, que después de lo vivido con alguno que otro, ya había perdido toda esperanza…
Como siguió la historia, es otra historia.
Como siguió la historia, es otra historia.
Max… para quien yo fui Sandy.
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