sábado, 1 de septiembre de 2012

Volando





Hace mucho que no me pasaba esto.

A veces parece que uno se atrofia, pero no… apenas lo ponés en práctica, todo funciona más o menos bien.

Me refiero a volar.

Con la mente, obvio. Y con la otra parte, la de la imaginación.

Son vuelos diferentes. Me gusta volar, me cuesta, volar, me ayuda volar.

Los problemas, las cosas que tenés que resolver día a día, hora tras hora, hacen que pierdas detalles.

Ella se acercó hasta mi mesa sin miramientos. Decidida.

-Perdoname… ¿puede ser que yo te mire, te haga gestos, muecas…y vos nada?
-Eh? ¿Me hablás a mí?
-Si, a vos… desde que llegaste el otro día a la ciudad, me flasheaste. Y, como acá generalmente no pasa nada ni nadie “potable” me dije: éste no se te tiene que escapar.



Me atraganté con el vaso de vino que estaba tomando como para bajar a la tierra. Minutos antes estaba delirando por ahí, volando, tratando de analizar lo inanalizable, tratando de encontrarle una vuelta a cosas definitivamente retorcidas. 

Su voz, su silueta envuelta en un conjunto de un top gris mínimo y terribles calzas de lycra, como para hacer gym al sol, y su arremetida hasta ponerse casi a quince centímetros de mi cara, un poco, a no negarlo, me intimidó.


-Te saludé, me hice la simpática, me acomodé la ropa alevosamente delante de tuyo… ¿Qué más? ¿Qué te pida por favor “dame Bola”?
Su exigencia terminó con una sonrisa pícara de dientes grandes. Se detuvo expectante para conocer alguna muestra de respuesta a todo eso.
-Sí, si… te vi… noté tu… tu… tu presencia… perdón por lo bestia, pero es que tengo tantas cosas en la cabeza… Si, te vi e incluso creo haberte saludado…
-No.
-¿No?... Ah, mirá vos…entonces habrá sido la intención. Pero si, repito, sos muy linda. ¡Y simpática ahora que también lo veo!
-Ajá…Ok, se agradece. ¿Me puedo sentar o esperás a alguien?
Se sentó antes que conteste. Hace unos tres días que estoy acá y ya me sacó la ficha. Sabía bastante de mí. Incluso algo de mi vida. Tal vez, el tiempo que estuve viviendo solo fui demasiado confidente en Facebook. Tal vez.
-Así que me querías conocer… ¿y por qué?
-Ufff, preguntado así es difícil de ser políticamente correcta en mi respuesta. Debería decir que, como soy joven, viviendo en este pueblo, una no tiene grandes oportunidades de conocer gente de afuera. Además tenés lindos ojos y eso a mí me transmite cosas copadas. También podría decirte que yo también me dedico a algo muy parecido a lo tuyo y, con la mano en el corazón, para que mentir, sueño con escalar y llegar a las “ligas mayores” como dicen en las películas.-

Yo, si bien amo lo que hago, estoy en relativa retirada. La pasión le dejó lugar a la obligación, entonces no me entusiasmo como antes. Y tampoco tengo ganas de ejercer la docencia por más bonita que sea la alumna. Así que un saludito, agradecer el cumplido y a otra cosa mariposa.
Después de explicarle eso mismo pero con otras palabras, cosa de no herir sus ambiciones y metas, me levanté para irme a la casita que alquilé por esta semana.
-Pará… no me conocés… cuando algo se me mete en la cabeza, soy muy terca. Tengo acá, delante de mí, al profesional numero uno de los últimos tiempos y no se me va a escapar. Así que llueva, nieve o truene, vos -¿te puedo tutear, no?- vos me vas a ayudar. Si no, no salgo en mi puta vida de Gobernador Irusta.

Su rostro era, lo asumo, angelical. Rubia, de ojos y tez que certificaban la clara inmigración europea en la zona. Armadita, pero menuda. De colita redonda y apetecible. Pechos bien marcados que decoraba con un par de pezones sutiles. Se sintió observada. Sin demasiada vergüenza se estiró el body para “acomodar” su pequeña humanidad hasta marcar clarito su intimidad. No tenía ropa interior. Nada arriba ni nada abajo.

-¿Y qué querés que haga? ¿Qué te explique algún teorema? ¿Qué te ponga a resolver cálculos? Ser matemático, suelen decir, es un embole como para sociabilizar.
-Jajaja, sos malo… No. Eso no. Quiero que me hables de la vida.
-¿¿De la vida?? Pero si yo soy ingeniero.
-¿Y no tuviste…perdón…¿no tenés una vida?
-Sí, pero… explicame adonde querés llegar.
-A ver: Perá que acá en wikipedia está esto. Leo: Javier Ernesto Achabal. Ingeniero en bla, bla,bla… Profesor de matemáticas, física y química no sé donde ni tampoco importa demasiado, y …
-¿Química? No, química no. Eso está mal. Seguí.
Bueh! No importa… creador de no sé qué proyecto de para hornos de acero, técnico en Massachusetts de esto y aquello…bueh…bla, bla, bla…
-Si… ¿Y?
-No, claro… en wikipedia no dice lo que me importa.
-Mmmmmmajá… ¿y qué es lo que te importa?
-No, así no me gusta. ¿Sabés una cosa? Dejá, andate… tenés razón, soy una boluda. Y vos un aburrido. Perdoname.

Dio media vuelta y se fue. La vi irse. Tenía un andar imposible de evitar quedarse pegado. De pronto se detiene y gira con violencia. Me descubre mirándole el trasero. Era más que obvio.

-¡Y dejá de mirarme el culo, pelotudo!

Me levanté y fui tras ella. Algo dentro de mi me decía que todo su histeriqueo, su enojo y su “culo”  eran una trampa deliciosamente preparada por como solo las mujeres hábiles pueden preparar. Así y todo, consciente de que estaba poniendo la cabeza para el hachazo final, la alcancé, la tomé de un brazo para que se detenga y gire hacia mí y la miré fijo, con cara de estúpido.

-Pará…pará… perdoname…no quise ofenderte…

Típica mirada. Mezcló “pucherito” con “superada”. Repetí mis disculpas como tres o cuatro veces de varias maneras diferentes, diciendo lo mismo pero con distintas palabras. 
Nos sentamos y buscamos la vuelta como para empezar de nuevo.

-¿Entonces?
-Entonces lo que te dije: te tengo acá y quiero aprovecharlo. Harta de escuchar que en “este pueblo de mierda”, como dicen todos, no se puede hacer nada, quiero irme.
-Pero si es un lindo lugar…
-Sí, para los turistas como vos, puede ser… pero esto es un calvario si querés despegar.

Al cabo de un rato, ya en el bar de la plaza, sabíamos bastante más de cada uno de nosotros. Sin embargo su objetivo, ese de “aprovechar” que me tenía acá, no era muy claro.

-¿Qué es lo que querés de mi? Dimos vueltas y vueltas y no llego a entender.
-Quiero irme. No me importa nada de nada. Estoy dispuesta a cualquier cosa: ser tu secretaria, tu empleada… tu amante incluso.
-Ey! Pará, pará, pará… Como te dije, vine solo, pero estoy esperando a mi pareja… Te lo aclaré un par de veces. Soy un tipo raro, lento, pero también responsable: quiero salvar muchos años de relación con Silvia. Ni te hagas ilusiones ni me des manija a mi… eso lo digo por lo de ser amantes. Como secretaria o eso… veámoslo… pero no lo necesito.
-Por favor, puedo ayudarte en lo que sea. Soy simpática, dócil, emprendedora. No se me van a caer los anillos.
-Ok, entiendo, pero es que siempre me manejé solo. Todo lo hago yo. Es mi estilo.
-Voy a insistir. Te aviso.

Después de una despedida formal, me dejó solo con un balde de intrigas y tentaciones en la mesa del bar. Una linda anécdota para contar, si yo fuese de los que las cuentan.

Al atardecer fui hasta la terminal a buscar a Silvia. Necesitábamos estar solos y alejados de la ciudad. No fue fácil coordinarlo, ya que todo lo que proponíamos mutuamente era indefectiblemente anulado y boicoteado por el otro. Pero esta vez pudimos.

Después de dejar las cosas en la casita, y cambiarnos para salir a cenar mejor arreglados, caminamos por esas tranquilas calles del lugar. Estábamos bien. De manera increíble pudimos sacarnos de encima la carga de cosas que nos llevaron a estar viviendo separados casi seis meses. Volvieron los besos tiernos y las manos atrevidas. La caminata se hizo más larga gracias a besos profundos y abrazos como de adolescentes.
La cena transcurrió serena y con ambos disfrutando volver a estar solos uno para el otro.

-Brindemos mi amor –dijo Silvia- por nosotros, por este reencuentro, por empezar de nuevo.

En el preciso momento de “chin chin”, de golpe y sin avisar, apareció mi “admiradora” con copa en mano y directo a besar a Silvia dándole la bienvenida.

-Hola!, buenas noches… ¿Así que vos sos Silvia? Javier, si bien apenas lo conozco, me hablo un montonazo de vos… Uy! Que bestia… no me presenté… soy Marcia, de acá, de Gobernador Irusta, y mirá que pongo buena cara, pero no muy orgullosa de vivir acá.

-Hola. Estábamos cenando con Silvia y me gustaría que…
-¡Que te sientes con nosotros! –concluyó sorpresivamente Silvia mi frase-

Tal como imaginé, apenas Marcia llegó, sucedió. Silvia, a quien no le cuesta sociabilizar como a mí, entabló una relación donde prácticamente quedé afuera de todo, salvo de asentir o negar según correspondía. Al principio las dos parecían estar en pose de agradar, sin embargo, poco a poco vi que congeniaban bastante sinceramente.
Mi cabeza, mientras tanto ya volaba por otros lados. Chequé en mi tableta los mails, revisaba boludeces y más o menos escuchaba.

-¿Hacemos así entonces?
-No escuché. ¿Qué cosa?
-¡ Javier! Que vos vayas a comprar unos chocolates y algo un poquito más fuerte para tomar mientras nosotras vamos yendo a la casita.
-¡Chocolate no! andá hasta la peatonal y compra los alfajores de acá: son nuestra marca propia, che.

Debería decir “silbando bajito” enfilé, solo y triste hasta donde “me mandaron” mientras, en sentido contrario, las escuchaba hablar y reír a los gritos.

Ya con mi docena mitad dulce de leche y mitad chocolate llegué a la casa. Me llamó la atención no escuchar ni risas ni nada. Solo murmullos ininteligibles. 




Sorpresa total fue descubrir a Marcia comiéndole la boca a Silvia apoyadas contra el lavatorio del baño. Besos profundos y apasionados, en el momento que autorizaban exploraciones de sus cuerpos. Me quedé inmóvil. Silvia era lo más anti mujer que existiese. Marcia indicaba que los hombres eran su máximo placer. Me relajé, me apoyé sobre el marco de la puerta, y solo observaba. Debajo de mi pantalón empecé a notar síntomas de que a mi yo interior eso le agradaba.
Poco a poco, femeninamente debería decir, Marcia fue desnudando a mi pareja. La musculosa salió rápido, dejando rebotar el par de pechos que, reconozco, extrañaba bastante. Luego la pollera. Allí prefirió seguir por la breve tanga. En realidad, al sumergirle la mano por debajo, la deslizó más por comodidad que para sacársela.

Allí, porque sin querer me apoyé sobre el interruptor de la luz,               -apagándola por un instante-, se percataron de mi presencia. La volví a encender, mientras improvisaba alguna excusa que no fue necesario concluir: volvieron a saborearse como si nada. Era delicioso ver a Silvia, hermosa como lo es, siendo chupeteada por una joven pequeña pero robusta, de un pelo casi platinado.

Se separaron un instante, para que Marcia pudiese desnudarse. Se sacó el solero que tenía por encima de la cabeza, trabándoselo  con algún gancho que todavía conservaba en el pelo. Quedó “atrapada” por el vestido, generando eso una risa espontanea de las dos. Yo ya empezaba a desabotonarme con clara intención, al menos, de liberar mi miembro expectante.

Silvia se recostó sentándose sobre la tapa del inodoro, y Silvia se abocó a  comerle una concha muy mojada. Ver así a la chica que era mi pareja, abierta de par en par, y una lengua femenina sumergiéndose en su intimidad casi me hace acabar en seco. Era muy fuerte esa escena.

-Javier… ¿Qué querés que le haga?
-Ehhh… ¿Qué quiero? Que la lleves al infierno más ardiente, que grite, que te ame y te odie al mismo tiempo… que pida ¡Basta! pero no alcance… cométela hasta que muera desfalleciendo.
-Wow! me mataste a mí, eso es maravilloso… ja! Y yo solo preguntaba si querías que la haga acabar con la lengua o los dedos…
-¡La lengua! Ama acabar con la lengua. Matala a espasmos. Que sienta en tu aliento el goce eterno. Que sea mi regalo por el tiempo que no te tuve.

Silvia tuvo tres o cuatro orgasmos juntos. Su cuerpo se sacudía de manera arrítmica. Gritó como pocas veces la escuché. Y quedó desfalleciendo.
Marcia se levantó, se acercó hasta mí y chupándose los dedos como para no desperdiciar nada de la miel que le sacó, me miró desafiante. Tomó mi miembro entre sus manos y sin dejar de clavarme esa mirada infernal, jugando con sus labios y lengua, me acariciaba la verga con una suavidad que me alteraba.

-A ver… contame que es lo que pensabas mientras me comía a Silvia. No dejés de hablar, te escucho.

Mi estado no era el ideal para responder nada. Esa imposibilidad le causaba mucha gracia y la disfrutaba con sonrisa franca. Era una delicia lo que me hacía. Silvia, reponiéndose, estalló en una risa que me desorientó. Aprobaba con comentarios todo lo que Marcia me hacía. Hablaban entre ellas pero no llegaba a entender demasiado.

-Hacele esto -dijo Silvia, mientras empezó a meterme el dedo en la cola. –Lo pone como loco.
-Ay que rico culito, profesor.

Al cabo de un rato estábamos los tres en la cama. Mientras yo me montaba a Silvia por detrás, ella le devolvía los favores a Marcia, deleitándose con una concha perfectamente depilada, adornada apenas con un piercing que colgaba de uno labios.
Todo eso, incluídos los fluídos de todo tipo, hicieron una noche muy particular.
Poco después, me levanté y dejé a las dos chicas entremezcladas sobre unas sábanas azules.

Mientras buscaba, subido a una silla, en lo alto de una alacena, un tarro con café para prepararme uno, en la cocina, y al fin comerme también uno de los famosos alfajores típicos de Gobernador Irusta, una boca se apoderó de mi miembro fláccido. 


Bajar la cabeza y ver a Marcia que jugaba parada conmigo, como si fuese un caramelo, me la endureció en segundos. Nada dije, nada dijo. Solo con su movimiento perfecto acabé allí, parado sobre una silla con un frasco de café en la mano y la otra sobre su cabeza, tambaleante. Se comió todo lo que pude dar y sentir. En perfecto silencio.

Me dejó solo en la cocina sin emitir sonido. Pensé en decirle aquello de “pájaro que comió, voló” pero temí que suene a trillado o desagradecido.

Otra vez volando yo en mi cabeza, y mientras esa pava calentaba agua, volvió a entrar. Ya no estaba desnuda como hace un segundo atrás. Se había puesto un saco de lana de Silvia, por encina, dejando sus pechos más apetecibles todavía. Temí que seguía con ganas. Cerré las piernas de modo instintivo, ya que todavía un poco me temblaba todo. Sonrió ante aquel gesto, se cruzó de brazos dándole hermoso marco esas tetas perfectas y me encaró muy seria: 


-¿Viste que  puedo serte muy útil? ¿Cuando empiezo?

Una sonrisa se me dibujó al instante. 
Dio media vuelta y la escuché lanzarse sobre la cama al grito de “Silvia, despertate que tengo algo muy rico para vos!”






miércoles, 29 de agosto de 2012

Con el sabor del Mediterráneo





Salí del baño apenas envuelta en una de sus mantas. Me preparé un café para disfrutarlo casi sin ropa.



Era lindo estar ahí, en su ámbito, entre sus cosas y que él no esté.

Reconozco que cuando lo sorprendí pidiéndole las llaves, para ir y esperarlo,
imaginé que no me las daría. Siempre, por más confianza que nos teníamos, había cosas privadas y personales que no entraban en el juego.
Por eso me sentía nerviosa. Estaba allí, como dueña y señora de su mundo.
Claro… releo lo que te estoy contando y algo clave no te lo dije: Con Javo jamás pasó nada. En serio.

Esa amistad utópica entre un hombre y una mujer insólitamente existía perfecto entre nosotros.
De una relación de compañeros de oficina jamás pasó a otra cosa.
Obvio que los chistes, las miradas mutuas y cierto grado de histeriqueo siempre hubo. Pero, curiosidades del destino, él salía con alguien, yo más o menos (no voy a hablar de eso) y él siempre estuvo, digamos, incondicional a otro nivel. 
Más de una vez mis amigas dudaron de que él fuera hetero. Yo alguna vez también dudé. Pero con el tiempo hasta lo consideraba un hermano casi. Pero lo quería (lo quiero) mucho más…

¿Por qué no se dio nada? Ja! Son varias las razones… y algunas hasta insólitas.
Hubo, si, un par de veces que casi casi. Una, sobretodo, donde los dos sabíamos que si o si nos íbamos a matar en la cama. Estaba en el aire. Película en el cine (“Comer, amar, rezar” fuimos a ver) cena en un lugar lindo pero simple, rumbeamos para la casa por un “café”… ¡Y no va y se le muere el tío!… ¡justo esa noche! Si… Fue, dentro de la tragedia, divertido, ya que si bien no lo hablamos, te repito estaba en el aire que ese era el momento.

La otra vez fue directamente en la oficina. Entre al cuartito de la fotocopiadora y ahí estaba, junto a dos más, pelotudeando como adolescentes fotocopiando su pija en la máquina que recién había llegado. Era -me confesó después- para hacerle una broma a la de contabilidad. Le pedirían que copie algunas cosas y dejaban un par de esas fotos a color entremezcladas en la resma…

Los traté de pajeros boludos a los tres. En ese primer momento me cayó mal, lo reconozco. Entrar y ver a un tipo como si se estuviera garchando al aparato era medio terrible. Salí asustada, creo. ¡Qué boluda! ¡Y qué boludos ellos!

Después en casa me cagaba de risa sola. Y me quedó la intriga de ver alguna de las fotocopias. Si hasta me corrió por los pasillos, para que se me pase la bronca al grito de “si no viste nada… mirá, vas a ver que no es para tanto”

Estuvimos después de eso los dos solos en el mismo cuartito y llegamos a desabotonarnos algo de la ropa. Pero mi miedo de que nos descubrieran fue mayor.

Eso pasó y quedó como una locura incompleta.

Después cada uno encontró pareja y nunca más nada.

Y el grado de naturalidad daba para yo decirle cuando estaba con mi período y mi insoportable dolor de ovarios o el confesarme quien se la chupó en el cuartito de la terraza.

Por eso sabemos que hoy es diferente. Podía haber llegado acá hace un rato nomás, pero el bichito me picó y ya me vine anoche. Su avión no llega hasta cerca del mediodía, pero dormir acá me ratoneaba.

Cuando entré, jugué a que él estaba con ex última novia. Esa, Marisa, la que me hizo, por primera vez, mirar a las mujeres de otra manera. Me los imaginé a los dos ahí mismo y les hice un show. Puse música, algo de Cold Play que me fascina, corrí las cortinas para que el azul de la noche invada el monoambiente y de a poco me fui desnudando.
El chalequito de jean, el cinturón, el vestidito… todo… Fue un strip largo, donde mis dedos hicieron las veces de sus bocas, de sus manos…



Parada delante del sillón donde Marisa estaría, me abrí de piernas y comencé a empapar mis dedos en una raja húmeda. Y mientras imaginaba que nos mirábamos fijo, llevaba mis manos a la boca. Mmmmmm, que escalofrío dulce y rico.

La veo, te juro que la veo: rubia, de pelo corto, algo revuelto, ojos claros como un cielo de verano y su boca entreabierta obnubilada por mi regalo. Ella no resiste el deseo de tocarse. Se levanta un poco la pollera para sentarse encima de ella y deja a mi vista una tanguita negra y blanca a rayitas. Empieza a masturbarse con desesperación, como para recupera el tiempo y alcanzarme al punto donde yo ya había llegado. De pronto se mordisquea y cierra los ojos. Soy mina y sé perfectamente lo que en ese instante estaba sintiendo. No puedo definirlo. Como el principio de lo que será un baldazo…Sabés lo que viene, te sacude, te contraés como para… como para… ¡qué difícil es decirlo así! El famoso quiero y no quiero. 

Lo retiene, quiere hacerlo largo, eterno, infinito como para ir y volver cada vez más y cada vez menos. Su mano queda aprisionada cundo cierra fuerte las piernas. Me vuelve a mirar fijo y esta vez me regala un movimiento de lengua. Tiemblo.

Él, Javo, estaría mirándome hambriento además de ver como su novia jugaba con propios sus dedos endureciendo un clítoris ya mojado, por debajo de la bombacha. Vaso en mano, disfrutaba. Me acerco y juego a acariciarlo. Se retira hacia atrás, incómodo. Teme que su novia mire mal. Podemos ser muy locas, celosas, envidiosas…nunca se sabe.

Sin embargo en mi baile, en esta fantasía sola, muy loca yo, le pido a ella permiso.
Ni me escucha casi por el grito de su propia explosión. Se hecha para atrás y gime de manera hermosa, excitante. Allí tengo un sacudón incontrolable.



“¿Ves Javito? dijo que si” le digo. Bailo sensual, poniéndome casi en cuclillas hasta la que calculaba sería la altura de la hebilla de su pantalón. Se lo bajo y descubro un miembro lleno de vida que salta al liberarlo del bóxer… Me lo meto  en la boca con lentitud. Quiero hacerlo desear. Primero lo beso, lo lleno de saliva, lo acaricio de principio a fin con mi lengua. Mis dedos exploran el orificio de su cola. A él le encanta esa sensación de invasión que le hago.
Mientras imagino cada milímetro de esa piel dura y caliente, meto y saco mis dedos de una entrepierna abierta deliciosamente por la posición. Tengo ganas de meterme algo. Es más una necesidad que un deseo. No aguanto y voy a la cocina a buscar no sé bien qué. 

Encuentro una botella hermosa de vinagre de vino española, Carbonell,  que me vino perfecta.
Mientras imaginaba todo, y la botella, creo que estaba diseñada para que apoyada en el piso, pueda subir y bajar como una verga lo haría.  Cuando mi orgasmo se iba acercando, imaginé también que Marisa, acostada en el suelo, investigaba con su lengua todo mi interior. Me estaba pasando como cuando llevo el auto al mecánico y lo meto en la fosa. Jaja… reconozco que he tenido orgasmos increíbles la vez que le pedí al dueño del taller que me deje estar arriba del auto cuando le hacían el cambio de aceite. Lo sé. Estaré un poco loca, pero estar ahí, con minifalda, sabiendo que debajo de la carrocería está un hombre fornido manoseando todo, me ha hecho acabar de solo pensarlo… Si habré mirado la palanca de cambios con un cariño increíble esa vez…

Bueno, me fui de tema. Marisa, te decía, seguía ahí y no sé como, Javo se encargó de cojerme también… Entraba violentamente. Pija y lengua se juntaban allí, en el centro de mi paraíso. Cerraba los ojos y Carbonell y mis manos hacía el resto.

Fue una paja intensa. Me sentí cojida hasta por el orto… caí rendida en un piso ya oscuro. Saboree jugar con la botellita un poco más antes de acostarme en el sofá. (No quería andar diciéndole que había usado su cama, sin permiso)

Ahora, amanecer desnuda, con un sol cálido que poco a poco ilumina el departamento, me llevó a esa ducha reparadora.

Solo restaba esperar a Javo.

De pronto escucho que alguien pone las llaves en la cerradura para entrar. Era muy temprano todavía. Me escondo donde puedo.

Cuando me asomo veo que es Marisa. Se sentó a leer una revista, como si nada, en el que imaginé anoche sería “su lugar”. Pasaron unos minutos y nada cambiaba. No tuve más remedio que salir detrás de una cortina. Flor de susto se llevó cuando, inevitablemente me le aparecí así como estaba, tratando de improvisar alguna excusa lógica. Un poco se enojó. Era lógico.

Después de vestirme y más o menos zafar de la situación, sin estar muy segura de que me creyera, charlamos como si nada.

Ella estaba ahí por Javo. El viaje de él le había hecho reflexionar sobre su relación. No quería perderlo y, conservando aún un juego de llaves de cuando vivían juntos, no había tenido mejor idea que llegarse hasta allí, prepararle un exótico almuerzo y recibirlo casi como yo iba a hacerlo.

La ayudé a preparar la comida que incluía alguna especialidad del Mediterraneo.
Cuando Javo llegó, Marisa y yo estábamos comiéndonos la boca. Mientras mis manos disfrutaban de aprisionar unas tetas de piel blanca y tersa, ella empezó a abrirme el culo con sus dos manos. Nos dimos cuenta de su presencia cuando tosió de manera reiterada y alevosa.

-Bueno… llego a mi casa cansado de un viaje largo y complicado y me encuentro con esto. Me imagino que al menos habrá algo para mí…

Marisa rió como ella solo lo hace y me encanta. Se incorporó sobre el sillón y, mostrándole su concha de par en par, le dijo: Claro que hay para vos, mi amor… Hoy hay manjares de sobra, tenés que probar… pero mientras tanto, disfrutá de lo que preparamos en la cocina, las ensaladas que te hicimos… eso si…si querés condimentarlas, mmmmm,  vas a tener que esperar…




jueves, 19 de julio de 2012

¿Por qué dije que no?






No sé realmente porque tantas veces dije que no.
Supongo que sería por la absurda “educación” recibida de chica. 
Esa “cultura” impuesta sobre decir que no solo por quedar bien, “instruída”. ¡Las veces que me hubiese comido la última galletita que quedaba, pero no la agarraba porque eso, me habían “enseñado” estaba mal. 
Mi abuela me lo decía: “La última hay que dejarla, para no quedar como angurrienta”. Y nadie la comía. Y quedaba ahí. Para después terminar en un frasco. O en la basura.

Cientos de veces me han ofrecido cosas e “instintivamente” las rechazaba. “¿Querés más? ¿Querés que te regale algo? ¿Querés venir con nosotros?”
“No, gracias” decía como un robot, más mirando a mi mamá que a quien me lo preguntaba.

Y ahí surge lo otro: esa “estúpida” costumbre de "encomillar" palabras hablando o escribiendo. Eso sale de ahí. ¿Cómo disimular el decir cosas sin miedo al ojo crítico de “los demás”? Entonces así, como cuando ponemos “jajajaja” en un chat después de decirle al otro que es un boludo tremendo, así entonces empecé con esa hipocrecía de marcar comillas en el aire. Para decir cosas pero que no se enojen demasiado.
Una falsedad que me avergüenza.

Y así, poco a poco me fui animando a hacer lo que realmente sentía.
Fui diciendo ¡basta! a muchas cosas.

Tampoco quiero llegar a ese gesto descarnado de “sincer…”, (perdón…a partir de acá, sin comillas…) decía… esos que se autodenominan super sinceros, que no le importa nada lo que piensen de ellas y todo eso y que no les importa si lastiman a alguien… 
No. Eso incluso puede ser hiriente. No quiero eso. No me gusta herir. Y ahí descubrí que me harté de que me hieran. Yempecé a pensar más en mí.
Y también empecé a comer la última galletita. A agarrar antes que otros la porción de asado que más me gustaba o ganarle de mano a la vieja que me empujaba en el supermercado.

Y se siente bárbaro hacer cosas por uno.

Solía poner mi vida afuera. Yo estaba bien si -ese condicional es terrible- si mis hijos, si mi marido, si mi mamá, si mi vecina, si el verdulero, si el gobierno, si, si, si…. Entonces en un supuesto caso de que todos los planetas se alinearan, si ningún noticiero anunciaba la tercera guerra mundial y etcéteras varios eran benevolentes conmigo,  entonces recién ahí, podía decir que "era feliz”.

Pero las cosas pasan. Hay que tener ese tercer ojo abierto, o un ojete grande como una casa para poder verlo. Pero que está, está.

Y huevos (ovarios en mi caso) gigantes para decir basta. Y no sé cómo será el dolor de huevos, pero algunas decisiones duelen como dolor de ovarios. O como un parto.

Perdón: esto iba a ser la narración del acontecimiento erótico más significativo de mi vida y agarré para el lado filosófico. 
Pero todo tiene que ver con todo, como decía ese periodista de los ochenta por la tele.

Dentro de los cambios que me permití, uno de ellos es Sergio.

En el sexo siempre fui serena. Lo disfrutaba, si. 
Pero no me desvivía por tenerlo. 
Eran lindos orgasmos algunos, pero nada como para desesperadamente arrancarme la ropa y pajearme en soledad. 
Incluso veía a esas mujeres que hablaban desinhibidas, como exageradas. “Lo hacen para calentar a los tipos” pensaba.

Bueh! Sergio es como un príncipe (y lo digo sabiendo que suena entre patético y boludo… como de pendeja idealista) Él me fue llevando. Tacto que le dicen.

Y ahora, para no hacerla larga, acá estoy. Después de tres meses intensos de curso super acelerado de varias cositas, hoy estoy cumpliendo una de las archiescondidas fantasías de mi subconciente.

-¿Ya estás? ¿Podés dejar de escribir un ratito?
-Si. Esperá que lo salvo y listo. Estoy un poco nerviosa.
-Jaja… serenate… cerrá los ojos mientras te desnudo. 

Mirá que grado de confianza ya le tengo que no me importó nada. Ni venda en los ojos necesité. Me paró cerca del ventanal abierto del living, donde la cortina liviana y vaporosa me rozaba en cada brisa.
Sentía su respiración calma mientras desabrochaba uno a uno los botones de mi camisa. Los pelos de la nuca evidenciaban cierta excitación temprana, ingenua. Atiné a acercarle mis labios para averiguar su predisposición a un beso tierno. Y me mordió fuerte. Fue una décima de segundo donde lo puteé por dentro, pero acto seguido sentí estremecerme misteriosamente. 
No me gusta que me maltraten, aunque, en ese instante, vibré con un escalofrío extraño en la zona baja.
La consigna, si bien no había sido detallada por Sergio de manera específica, contemplaba “ciertas” (perdón por las comillas, jajaja) licencias a lo que habitualmente hacíamos.

Ya en tetas y con un bombachón negro como los de mi abuela, que él específicamente me compró en una horrible mercería de barrio estuve a su merced. Tiene un especial habilidad para encontrar cosas espantosamente sexys en lugares así. “Y son mucho más baratos” agrega cada vez que lo comento entre amigos.

-Quedate ahí, parada, pero no abras los ojos todavía.
-¿Qué me vas a hacer? Dame alguna pista…
-Shhhh…

Lo siguiente que sentí en mi piel, en el cuello, era algo áspero, un poco pinchudo. Era  grueso y largo, que recorría desde la nuca hasta mis pechos.
No ver ni mirar durante estas experiencias me ha desarrollado otros sentidos de manera magnífica. 












Me acercó hasta el ventanal. El sol obligó a que cierre aún más mis ojos, apretándolos con fuerzas. Pregunté si alguien podría estar viendo.

-Si. No lo dudo.

Su respuesta me incomodó, pero decidí mantenerme pasiva. Hubiera preferido un “Quedate tranquila, no hay nadie”. Me relajé y pensé: Si tanta dedicación se estaba tomando en mi placer, no creo que haga nada que pudiera hacerme mal. Es más: todo lo contrario parecía venir.

Después de unos segundos el frío de un metal me rozó justo apenas debajo del ombligo, sumergiéndose en las profundidades del bombachón. Otra vez la mula al trigo, o sea lubricación placentera en mi vagina cuando irónicamente un riesgo me rozaba. 

Cuando la tela ya estaba cortada casi hasta descubrir mi concha, sentí sus dedos que con violencia desgarraron lo que quedaba. Del tirón trastabillé y caí sobre el sillón de atrás. Mis tetas rebotaron intensamente. 

Miré y avisé que iba a seguir mirando. Fue excitante verme así.

El estaba desnudo y tenía su pija larga y dura absolutamente tentadora. 

Despatarrada, inmóvil con mis manos en la espalda, terminé de saborear como me arrancaba lo que quedaba de bombacha. Se la acercó a oler cuanto la había mojado y me la brindó. Wow! estaba como si me hubiese meado.

Se lanzó sobre mí con la intensión de comerme. Disfruté como nunca. Al mismo tiempo con su mano derecha me pellizcaba un pezón y con su otra mano recorría el largo de su verga de arriba abajo preparándola para agujerearme con esa mecha.

Lo esperé por la concha.

Pero no. Con sus brazos me agarró como si fuese un bulto, me dio vuelta y quedé con el culo para arriba apoyado sobre el apoya brazos. Y mi cara contra el otro, mirando por el ventanal. Vi una pareja en el balcón de enfrente. Estaban mirándonos. El le metía la mano por debajo de la blusa mientras ella le acariciaba el miembro. 
Me excitó verlos y generar su propia excitación. 

Sergio mientras tanto me embadurnaba con aceite el orificio de la cola y hundía más y más uno de sus dedos. Me dolía, pero me dejé llevar mirando la pareja de enfrente. Ella se agachó y comenzó a chupársela.

Cuando Sergio sintió que ya era el momento,  clavó su pija hasta el fondo de mi orto. Cerré los ojos, grité, murmuré cosas raras, lo putié de arriba abajo y poco a poco me fui relajando, mientras gozaba su invasión. 
Lo de relajarme es relativo, porque ante cada empellón pensaba que me dejaría sangrando y con el culo roto.

Los de enfrente estaban más sacados que nosotros. Ahora él se la chupaba a ella en la sillita que tenían ahí. No les importaba nada.

Los gemidos de mi bestia trasera indicaban leche de a mares. Yo estaba bien, pero soy muy de clítoris. Me planté y le dije que me coma la concha hasta hacerme ver las estrellas… y después si, que hiciese conmigo lo que quiera.

No le gustó que lo pare así en seco, sobre todo cuando sus embestidas estaban bastante incontrolables a esa altura, muy cerca de su final.

Me ayudó a darme vuelta y me desató. Mis tetas respiraban aliviadas, rojas, latían como nunca. 











Ahora jugó con la soga en mi concha, deslizándola separando los labios, mojándola con mi propia miel. Era, de nuevo esa sensación de que es peligroso que haga eso en una zona tan sensible y al mismo tiempo ganas increíbles de que me meta hasta  la soga.

Primero me acarició con dos dedos mientras chupaba los pezones hipersensibles, y luego su lengua me llevó al cielo. Mi clítoris ardía, el calor del fuego con su lengua bañándolo. Fueron furiosas explosiones. Ví hasta las luces de los fuegos artificiales. Temblé descontrolada más de ocho veces. Le pedí más. Grité hasta casi quedarme sin voz. 
De pronto, de subir y bajar incómoda entre esos apoya brazos acabé plena, de manera mortal. Si hasta sentí dejar de respirar por varios segundos. Tenía las marcas de las uñas clavadas en mis manos de haberme apretado tanto. Hasta casi la sangre. Hubo silencio de misa después de aquel infierno. Ni hablar podía.

Abrí los ojos y solo asentí para que termine su faena. Parecía que se le había escapado el animal para el sacrificio. Y cuando yo pensaba en dejarlo gozar y esperar el otro descanso, el más largo y abrigadito, tuve otro orgasmo tremendo cuando volvió a insertarse en mi culo debutante. Jamás me había imaginado otro y tan intenso en ese momento. Gemí, rogué, recé… agradecí.

No sabía cómo se sentiría su regada ahí dentro. Y tal vez no es que la haya sentido, sino intuido llegar, cuando su ritmo y cadencia lo marcaban.

Quedó clavado en mi por segundos y a mí me empezó a arder. Salió y cayó inerte sobre la alfombra.

Era el cazador cazado. El animal lo venció. Me dio cierto orgullo esa imagen. Me acordaba de la galletita que deseaba comer y mi mamá no me dejaba. Dominadora de la situación.
Fui yo. Comí.

Estaba bien por mis cosas, por mis deseos, por mis sueños.

¿Por qué dije que no tantas veces antes en la vida? Cuantas galletitas me quedé sin comer.




jueves, 10 de mayo de 2012

La Diosa del Olimpo




Eyaculación.
¡Que palabrita!
Imaginate que entrás a un lugar, toda modosita vos, a una oficina, o a un lugar donde haya mucha gente. Te sabés más o menos atractiva y entonces intuís que alguno que otro (y otra) te van a mirar. Te acomodás el pelo o la pollera de manera instintiva y sonreís como te enseñó la vida, justo antes de saludar o presentarte.

Y de pronto la oís. No digo fuerte, sino que claro.

Es como movilizadora. En seguida se te viene una imagen. 
Si escucharas “Elefante”, zas! ya estás haciendo la foto de un elefantote en tu cabeza… Claro e inconfundible. 
Con “Casa” que se yo…hay cientos, miles de casas posibles. 
Pero “Eyaculación” remite a una imagen específica.

Capaz que te mueve a sonreír disimuladamente. O a hacerte la boluda como que no sabés de que se está hablando. O, al contrario, te sacude la curiosidad, y minuciosamente te acercás a quien creés la dijo para enterarte de algo más.
A mí me lleva a imaginarme una gran pija en mis manos. Si, gorda, dura y que producto de alguna habilidad manual, explota con su cremosa esencia muy cerca de mí. Puede ser en mi pecho, en mi ropa, en la cara… depende el grado de frenesí de mi compañero y de lo gauchita que haya querido ser con él.

Es como el final de la historia: acabó, finito, se terminó. Por todo esto estuvimos dale que dale desde hace un buen rato. Ahora bien, si tenés suerte y estás con un tipo dulce, con un tierno, él te abrazará y con piquitos tal vez agradecerá su regalo. Si tenés suerte te cobijará entre sus brazos, y depende o no, se dormirá como un bebé o se vestirá medio apurado. Pero no quiero, amiga, hablar de “esos” detalles.

El tema es que, en lo que llevo de vida “social” (je je, nos entendemos) jamás un hombre vino y me quiso regalar eso. Jamás un hombre se acercó caliente, mimoso, cachondo o como sea y me dijo bien clarito: “mi amor, te quiero masturbar”

A ver… si, ya oigo las voces de críticas, de las que no me creen, de las que me están acusando de mosquita muerta y todo eso. No dije que nunca me hicieron, como dicen los españoles, una buena pajota… Digo que me la han hecho hasta determinado punto, hasta donde mis líquidos hablaban por mí.
Yo empezaba a vibrar, a morderme los labios, a apretujar lindo, y ahí venía mi macho -bien visual la imagen- me abría de piernas y me ensartaba su daga profunda…jajaja… bah! Me la metía.
Hermosa sensación esa de sentirse penetrada, del vaivén de carne de hombre. Clítoris mediante, con mi mano o la suya, unos buenos polvos concluían la faena… El sentir las embestidas, aún después de mi orgasmo, y si tuvimos fortuna, ver nosotras satisfechas el de ellos reflejado en su cara, nos sacude un poquito más, como un bonus.

¿Ven? La que suscribe sabe lo que dice.

Pero… (siempre hay un pero) hay veces que, tanto dicen ellos que somos sus reinas, sus diosas, que me gustaría tener un lacayo para mí. Pero tampoco tenerlo por pedirlo.

Imaginensé: Día de esos normales, o sea complicados. Una llega a casa y está muerta. Si te tocó viajar en bondi, una especie de resignación a que te apoyen cientos de boludos. No entiendo que le ven a esa estupidez, ni a nosotras a hacer un quilombo hasta que se la corten de raíz… bueh…me fui… Sigo. Llegás, te ponés a hacer cosas en casa, tal vez la comida… Si tenés suerte y tu compañero vive ahí y es un sol, capaz que te ayuda… Si, no me miren así: hay hombres que ayudan, ponen la mesa, dan charla, incluso se de algunos que hasta lavan los platos… Otra vez me fui…perdón…

Bueh! Ponele que todo bien. Linda cena, buen vinito. Y ronrroneo sexual obvio. Él siempre quiere, a no ser que haya futbol importante (¿importante? miren lo que digo) y ahí se viene de mejor o peor medida, más o menos “lo mismo”.

Que te beso, te toco una teta, sacate todo, uy que lindo culo que tenés, mira como se me para, chúpamela, a ver si estás mojada, abrite, que rico, Mmmm, ah, oh, uy…y  un uffff de placer digamos que aceptable teniendo en cuenta que una estaba poco menos que muerta.

No, no quiero ser una mierda de mina: no siempre es así… lo pongo más o menos de ejemplo… en todo caso agregale vos unos “ah” y “oh” más, acorde a tu gusto, o, como estoy diciendo, tu suerte.

El tema es que en mi fantasía hasta lo de la cena y los mimos que sabés para donde van, todo más que bien.
Y ahí empieza lo otro… Algo más o menos así. Seguime un cachito:

-Ok, sacate vos el pantalón y el calzoncillo que estoy un poco cansada, y te la chupo.
-No. No me saco nada.
-Dale mi amor… tuve un día complicado… Mirá que sino mejor lo dejamos para mañana…
-No. No quiero que me hagas nada.
-…. ¿por? ¿quilombos en la oficina? No me digas que el turro de tu jefe…
-No, no…pará… Lo único que deseo es masturbarte yo a vos.
-¿Y después?
-Te dormís.
-¿Me estás diciendo que no vas a querer meterla o que te pajeé yo a vos?
-Exacto. Sos mi diosa, mi amada, mi reina. (Si, tiene que decir reina aunque acá las monarquías no se usen) Deseo profundamente llevarte a un paraíso. Que estés  relajadita. O no. Y que solamente me permitas robarte los gestos, los gemidos, las uñas clavadas retorciendo la sábana. Eso pido, exigiendo, eso sí, que grites lo que tengas que gritar, que pierdas la cordura, que dejes tu cuerpo reventar. Quiero mirar detalles, disfrutar como se acelera tu pulso, como se contrae y relaja tu más íntima intimidad. Saborear fluidos y mezclarlos con la salvia de mi boca. ¿Aceptás este viaje sin costo adicional?

Y entonces, sin decir siquiera la más mínima palabra, me extiende sobre la cama y delicadamente comienza a desabotonarme la ropa. Quedo en bombacha y corpiño expuesta más desnuda que nunca. Quiero mirar pero el deseo me hace cerrar los ojos. Siento que se toma su tiempo para deslizar breteles, para descorrer velos que cubren mi cuerpo. Con gracia los pezones rozan dedos que tontamente se hacen los inocentes. Y una primera oleada de éxtasis, pequeña pero muy dulce, llega cuando la punta de su lengua hace contacto allí. Lo miro y sonreímos. Sus dos manos aprisionan mis pechos desde la base, haciendo que ambas montañas crezcan y se introduzcan más en su boca.

Siento humedad. Pocas veces tan rápido y tan a gusto percibo mojarme.    Su lengua se entretiene, sus dientes amenazan feroces quedarse con pedacitos míos. Sé que eso no va a suceder, sin embargo la adrenalina indica lo contrario ante cada cuasi mordida.

Tiemblo. Escalofríos de los típicos. Y nuevos.

Yo que siempre le digo que no vaya directo a mi concha antes de tiempo, deseo que ya mismo hunda su mano -o algo- allí.
Y el guacho desliza su garra de dedos largos por la pancita, juega con mi ombligo y… ¡y se detiene ahí! ¿podés creer?



Ahora le parece entretenida mi marca de fábrica. Tengo un ombligo común que él ve como algo maravilloso, que besa y relame. Seguí, la puta madre…
Jaja… me río de mi misma… de lo que deseé y de lo que tengo…
Y entonces sí. Se pone de frente y casi como si yo fuera la que hace el streap tease, es él el que desliza subiendo y bajando mi tanga. Me mira feliz. Y supongo que debo tener una cara similar.

Al fin, mi bombachita queda descartada, enganchada en un solo pie, Con sutileza enervante me separa las piernas y se queda ahí mirando, extasiado.

Ahora se pone de costado y su mano más hábil empieza a hurgar lo que es un humedal. Cara con cara, cada vez que abro los ojos lo veo mirándome fijo. Mira mis labios, mi cuello, mis ojos. Hace algún comentario mientras me masturba como nunca yo lo logré. Atina a darme pequeños besitos, nada de lengua, nada de sexo ahí. Recibo ternura arriba y terrible lujuria abajo. Mi hombre me está tocando, acariciando, metiéndose dentro de mi más profundo secreto, de mi nudo del placer, de mi agujero. Tengo pensamientos burdamente bellos. Amo que me toque así mi concha. Hermosa palabra: Concha. Ahí está haciendo lo que quiere y lo que quiero. Lo vuelvo a mirar. Dice cosas que intuyo bonitas. Estoy como desmayada pero consiente. Se sienten esas olas, ese mar que crece, que empieza a golpear para entrar. Lo miro y lo veo hermoso. Mis sacudones empiezan a ser inconfundibles.
Se detiene por un instante y cuando abro los ojos para verlo, ya no está a mi lado.




Ver su cabellera moverse entre mis dos piernas me anuncia un final de película. Soy muy fantasiosa e imaginé a mi clítoris hablándome dándome las gracias. Ríe feliz, gordito y tenso. Y no protesta ante la caricia de una lambeteada tras otra. Con sus dos manos, se aferra a mis pechos como para no caer en mi abismo. Pezones rechonchos no dan abasto de enviar impulsos sensacionales. Estoy a punto de explotar en mil pedazos. Sé que estoy retorciendo algo con mis manos. No sé si es el cubrecamas, ropa o la piel de mi amado. De pronto un dedo…no, dos… amenazan entrar al túnel. Apenas lo hacen, sabiendo que en mi caso en los primeros centímetros de la puerta tengo mayor sensibilidad. Además no quiero nada que parezca penetración propiamente dicha. Apenas entran y salen al tiempo que el maremoto en su lengua está por alcanzar mi punto más alto.

Y grito. 

El alma se me sale en una estocada delicada y furiosa. Siento en la garganta mi estallido. Oleadas de placer intensas, una tras otra…múltiples. No puedo reponerme y llega la siguiente. No pares. Ni se te ocurra decir nada. Paraíso, cielo, mar, infierno, calor y frío, dientes apretados, lujuria… busco palabras y ninguna se compara con nada.

Y los estertores de cambios de temperatura comienzan. Quiero acurrucarme, taparme, que se me tire encima, pero que me deje reponerme.

Me mira. Lo veo y reímos como si fuese la primera experiencia. En mí es nueva.

Juega a hacerme sentir avergonzada de estar así, destrozada, de gambas abiertas, con onda de reventada. Mojada de amor.                

Yo tiemblo y delicadamente -de nuevo- me cubre con una manta. Se recuesta a mi lado y me dice: "Hermosa… que duermas bien y sueñes con los angelitos". 
Y apenas un beso en la frente es lo que recuerdo antes de caer en los brazos de Morfeo.



Si, les doy unos minutos para que se repongan.

¿Es mucho pedir? ¿Acaso como mujeres que somos, como muñecas de cristal, como hembras en celo, o como Diosa del Olimpo, (que alguna vez me dijeron) no merecemos un regalo así de vez en cuando? ¿Existe ese hombre?

Ay! Todo lo que una palabrita como “Eyaculación” evoca en mi mente… diganmé  ¿soy anormal?