domingo, 28 de agosto de 2011

El artista


























Deslizar mi mano por su espalda, apenas me pidió que la ayude con el cierre, me produjo esa sensación imposible de explicar.
Juro que, más allá de tenerme fe, unas horas atrás no imaginaba estar acá, así, a punto de tocar el cielo -su cielo- con las manos.
Un rato atrás, en el ágape donde no quería ir, todo cambió apenas la vi. Yo con una copa de plástico con un tibio champagne de dudosa calidad, dando vueltas mirando obras que no entendía, estaba a punto de huir.
Matías merecía mi presencia. Cientos de veces estuvo cuando lo necesité. Y se bancó cosas increíbles con tal de hacerme la gamba. Entonces, hoy, cuando inauguraba al fin esa demorada muestra de sus obras, y sabiendo lo complicado que para él es dar la cara delante de tanta gente, no podía fallarle. Como quien dice “Nobleza Obliga”.
Pero el hielo ya estaba roto. Mucha gente yendo y viniendo, mirando, tocando, sacando fotos. Ya hice lo mío al invitar al brindis como su fiel amigo de tantos años, y luego mandarlo al frente para que, micrófono en mano, diga las pavadas que en ese momento se estilan.
Y ya estaba dejando la copa donde no se debe, adentro de un cenicero de pie, ya que no había donde apoyar nada, (salvo en alguna de las obras de mi amigo, claro,) cuando ella entró.
Con la mirada perdida, como buscando a alguien o algo. La boca entre abierta, al tiempo que usaba los dedos de su mano derecha para acomodar un pelo revuelto con estilo… melena dorada, larga, que inevitablemente llamaba a la fantasía de usarla como crines de un caballo salvaje. Tacos altísimos, que sabía usar con mucha elegancia. Y un vestido yo diría aterciopelado, negro, cerrado hasta el cuello, pero con manguitas cortas. Creo que nada más. Ah si! una carterita, como un sobre, en la mano izquierda.
Se detuvo sin saber para donde ir. Me acomodé el cuello del saco, carraspeé como para engrosar la voz y me dirigí a su encuentro. De pasada, justo uno de esos mozos que nunca están cuando uno los necesita, pasó delante mío como por milagro. Tome una copa llena que se la ofrecí a ella apenas la tuve enfrente.

-Bienvenida. Ojalá disfrute de la muestra.
-¿Eh? Ah! Bueno… gracias… ¿Es usted el artista?
-Depende. Ahora en realidad, en este momento soy la persona más feliz del planeta… me siento absolutamente maravillado siempre frente a las obras de arte… entonces, visto así, sí, digamos que soy un artista entonces… ¡que belleza para todos los sentidos! Gracias!
-Jajaja… bien, touche! Acepto el cumplido… ¿pero es el artista o está actuando?
-Uy! ¡cuanta curiosidad!  La curiosidad mató al gat… no… no quise decir eso… ¿sabés? No puedo mentir, siempre termino metiendo la pata… Por favor no vas a tomar que lo de gato…
-No, no… jajaja… estuviste cerca… pero supiste salir con clase.
-Fernando Vautier… me presento. El artista es mi amigo. Yo solo lo ayudo… digamos que mientras él habla con gente aburrida de arte, que lo único que les interesa es gastar su plata en esto para fanfarronear, yo me ocupo del resto.
-Ah! entiendo… el arte no es para gente ¿linda? ¿es más o menos eso lo que querés decir?
-Y si… la gente fea necesita ir a visitarlas, para ver cosas lindas… a las hermosuras como vos, por poner como ejemplo, les alcanza con un espejo. ¿Vos te miraste?  Por eso es una fija que siempre los que saben de arte son aburridos, sin gracia, desapasionados, porque buscan razón no sentimiento... No tienen emoción...
-No sé si estoy muy de acuerdo, o mejor dicho, no coincido para nada... pero no deja de ser interesante tu punto de vista... sobre todo siendo "artista".
 -Pero yo hablo de los que vienen y opinan... Fijate… no es que aquellos de allá sean feos… pero ni punto de comparación con nosotros…Digo nosotros por decir...  Pero, si querés, igual la recorremos y te cuento… no sé demasiado de arte, pero parece que mi amigo es bueno.Vamos, que para eso estoy.
-Ah si? Y porque te estabas yendo entonces.
-Glup! No… en realidad…
-Apenas entré te vi huyendo de toda esta gente ¿fea?
-No, no… iba a… ok… te voy a confesar algo… vine porque a Matías le debo muchas… y sobre todo porque la muestra se llamaba “Miel, Humedades y Éxtasis” y me imaginé cosas…
-Ahhhh…ya veo… ¿un pajero?
-¡Epa! ¡pero por favor! ¿Cómo me decís eso? Amo el arte. Me ofendés. Y mirá que soy difícil de “des ofender” si es que existe el término…
-Perdón, pero en ningún momento abrí comentario alguno diciendo que me parecen mal los pajeros… no sé porque te ofende… Yo, sin ir más lejos, soy muy pajera, lo disfruto, me la paso bárbaro… ¿O vos creés que hago mal?
-……………….
-¿Te sentís mal? ¿Querés que vaya por otra copa?
-No, no… glup! Esta… estoy digo, bien…estoy bien... fue… nada… vení que te muestro las obras…


Realmente después de esa situación imaginé que ya nada podría suceder. A confesión de partes, listo, ya está… Pero no.
El desgraciado de mi amigo, si bien yo no noté nada,  o resultó ser un degenerado que la tiene bien clara con lo que inventa,  o esta mina estaba totalmente caliente.
Obra tras obra Mariana se entusiasmaba más y más… veía cosas que, lo juro, yo no veía.

-Mirá por favor el climax que resume en esto… uy, por favor… destila energía sexual… tensión que se acumula, que carga… ¡Y esta otra…! ¿sentís el halo de lujuria, de pasión? ¿lo sentís? Está el roce de lenguas en pubis, están los escalofríos que sentís frente a la penetración…La humedad brotando de la entraña, el cuerpo ardiendo, tomando temperatura, el frenesí....  Tu amigo es too much… Wow… te juro que me estoy mojando… es un hijo de puta… Mirá… tocame disimuladamente la entrepierna…
-Ehhh! Bueno, pará… si, pero te creo… si, si… es bueno el turro… Este... a mí se me para…
-¿En serio? ¿Si? ¿Me dejás tocar? Me encanta cuando un artista produce esto, por Dios!
-Noooo… en realidad no sé si tanto…pero… por favor Mariana… salgamos de acá ya mismo. No te lo pido, te lo ruego.
-Si, dale… tengo miedo de acabar solo con pensar un poco lo que veo, ja… Vamos a casa! Ya!

No voy a decir nada de lo que se imaginan. No voy a decir que me dio un poco de miedo, que imaginé que me estaba haciendo el verso para chorearme, o que está loca y no me la saco nunca más de encima, y hasta incluso que era un traba, que venía con manija y yo entraba como el mejor… todo eso lo pensé, y más también… pero en el auto, camino a su casa, Mariana fue una mina normal… linda como la puta madre, pero normal… dulce, simpática… y lo digo porque al subir al coche imaginé como haría yo para manejar mientras me manoseaba o me la chupaba, y que hasta podría chocar  por eso y la policía sacaría fotos con su mano en mi pija y ambos inconscientes o peor  ¡muertos! …y no… Y de pelotudo disconforme que uno es… el hecho que no intentara tocarme me desilusionó, pensando que todo lo que creía que iba a pasar fuese imposible sin las conchudas obras de mi amigo cerca.
Pero Mariana es así. Llegamos, se bajó de esos estilettos eternos y, bien a mi altura, me rodeó la cintura con sus largos brazos.

-Perdón, muy feo lo mío… casi ni te agradecí que me sacaste de ahí un tanto… ¿alteradita? Perdón… recaliente ¿Qué habrás pensado? ¿Sabés? Sos lindo. ¿Te puedo besar? No contestes. Te quiero besar. Y te beso.

Fue un beso tan tierno como furioso… empezó con piquitos cerca de la comisura de los labios y poco a poco se fue transformando en furiosa hambrienta. Respondí desesperado. Le hundí mi lengua lo más profundo que pude y la sentí sabrosa, caliente, poderosa. Mis manos no paraban de refregarse por su espalda hasta gozar de la redondez perfecta de un culo perfecto… Ella se fue corriendo hacia el gran ventanal del living. Sin despegarnos llegamos y la estampé sobre el vidrio gigante. Era una imagen absolutamente ideal. Su belleza, su forma, el vestido negro recortado sobre un fondo de luces titilantes de una ciudad apenas dormida. El pelo revuelto con elegancia felina, y algo que emitía, que brotaba como manantial: lujuria, ansiedad, deseo…

-Dejame mirarte, es un segundo y vuelvo a estar tan junto a vos tan pegado que no vas a saber si soy yo o vos misma…pero tengo que regocijar mis ojos con esto… sos más hermosa que la hermosura máxima… No te conozco pero te amo… quiero ser lo que quieras… dejame ser parte de vos…
-Sos lindo. Dulce… dale, vení, dejá de mirar que eso es de pajero, jajaja… sentime… Acá me tenés… a ver “artista”, disfrute de su obra: moldéame, haceme a tu gusto…

Dio media vuelta y se puso de espaldas a mí y de frente a esa negra oscuridad de la noche.
Empecé a bajarle el cierre de esa funda de joya que era el terciopelo negro. Descubrí que tenía la espalda más tersa que se pueda imaginar. Mi mano invadía una privacidad recién descubierta, mientras mi cerebro se debatía entre la violencia de arrancarle todo o de tratarla como un jarrón de la dinastía Ming…
Juro que increíblemente cerré los ojos y dejé que mi mano lea esa poesía, percibiendo curvas y planicies. Un delicioso murmullo de aprobación autorizó a seguir la avanzada… el vestido cayó deslizándose por las columnas de sus piernas. Mi mano izquierda se acercó a su ombligo, con ansioso respeto, mientras con la otra confirmaba que tampoco tenía ropa interior abajo.

-Por favor, sentí mi humedad… mojate con esto que vos estás generando. Es tuyo.


Se paró ahora con las piernas bien abiertas, mientras yo le besaba el cuello debajo de la oreja. Su estremecimiento me contagió y por un instante coincidimos en un mismo temblor. Su humedad era miel, savia, vida… sentí mis dedos brillar ante las luces del centro. Jugué con ese botón rojo, duro que pedía mi boca (o que yo allí la deseaba). La aprisionaba a toda ella tanto como me salía. No había movimientos premeditados, sino pasión pura. Echo su cabeza hacia atrás para dar lugar a una garganta bien abierta y gritar gozo. Fue maravilloso producirle semejante explosión. Cuando mis manos querían contener pechos aún vírgenes en esa noche, cuando apenas los rocé, se dio vuelta con vehemencia. Me miró directo a los ojos. Seria. Me asusté.

-Sos un reverendo hijo de mil putas.

Me quedé inmóvil. Sin saber que decir. Rió y terminó mordiéndome el labio inferior con excesiva fuerza.

-No podés ser tan hijo de puta y calentarme como me calentás. Hijo de puta. Y me encanta.

Mientras yo me reponía de lo que por un momento parecía ser como un sueño se convertía en pesadilla, se arrodilló para desabrocharme el cinturón y bajarme toda la ropa.

-Wow… bien… es lindo cuando se ellos levantan frente a una dama…

Y creo que jamás tuve y tendré una felación como la que me hizo. Amo cuando una mujer sabe que es distinto el estímulo para un hombre que para una mujer. Cuando con toda autoridad asumen ese extraño poder de tenernos en sus manos… o en su boca. Por eso la dejé hacer sin temor a que pase el punto límite. Sabía. Y deseaba ser penetrada. No iba a desperdiciar la energía sexual” contenida.
Gemí a grito pelado. Verle los ojos mientras se sumergía mi verga hasta la garganta, con esa mirada entre pícara y furiosa fue inigualable. Cuando supo que era el momento, se incorporó para darme su espalda con el culo como protagonista principal, mientras con las dos manos se apoyaba en el grueso cristal del balcón terraza. Sus dos tetas colgaban deliciosas como si fuesen dos frutos maduros listos para ser arrancados y saboreados.



Deslizarme dentro de ella fue suave, apretado y delicioso. Entrar y salir de su agujero, mientras mis manos pellizcaban pezones duros como perlas, producía estremecimientos en mi miembro tan intensos como los que su vagina recibía. Exteriorizó el sonido que solo el alma produce. Mezcló un “por Dios” en medio de sus gemidos y que yo sentí como premio al ego que todos tenemos.
Fue largo y profundo. Y al punto previo de explotar me pidió sentirme en su boca. Creo que mi cabeza estalló ahí mismo, para reponerse urgentemente a lo que se vendría.
Mis piernas temblaban. Ya no podía resistir. Cuando antes de agacharse decidió besarme de nuevo, sumó algo que nunca había recibido: se untó sus dedos en una concha empapada, y se los desparramó en sus propios labios y a modo de reprimenda por no haberla saboreado yo de su fuente, me pidió que le limpie la boca con mi lengua. Mientras mi excitación llegaba a niveles imposibles, jugaba con mi miembro en su mano, para dejarlo más al borde todavía.
Apenas a las tres o cuatro embestidas bucales la llené de una leche tibia que rebalsó el contenedor más bello que haya tenido.
No pudimos más. Ni ella ni yo. Quedamos tirados apenas abrazados hasta que el sol de la mañana iluminó más de dorado su pelo de reina.
Desayunamos ahí mismo, mirando como la ciudad empezaba su día.
Hablamos de todo, conociéndonos un poco más.
Su belleza me impedía concentrarme, y más de una vez tuve que pedirle que me repitiera lo que decía.
-Te digo que me gusta el arte, que sé bastante y además soy la dueña del salón donde expone tu amigo. 
¿Sigue usted pensando que el arte es solo para los feos, mi querido “artista”?





lunes, 8 de agosto de 2011

Te doy mi aliento



Juro que no pretendía nada.
Al despertarme te vi y nuevamente di gracias de tenerte. 
Sé que estoy raro últimamente y que te extrañen muchas actitudes mías. Pero bueno… estoy así.

Me acomodé de tal modo que podía disfrutar de mirar tu cara y tu cuello. Estabas relajada, tal vez soñando. Hiciste un mohín divertido que me movió a sonreír.
De pronto, casi como si fuese preparado, un movimiento tuyo dejó tu pecho izquierdo al desnudo. La musculosa de los Denver Nuggets que me “robaste” te queda gigante. El número 32 de Malone te llega hasta las rodillas. Inevitable entonces que los “breteles” como le decís vos, se te caigan a cada rato.


Soy demasiado calentón con tu cuerpo, y pienso  constantemente en lo sensual que debe ser que esa tela sedosa te acaricie como si fuese una pluma. O que la costura se te trabe en un pezón, provocando un escalofrío cuando se libera. 
Si, lo sé… no suele ser tan así como lo imagino, pero me gusta y es mi imaginación después de todo. Y estás en ella, para mi goce.

Y esa montaña esponjosa quedó a cinco centímetros de mi boca. Juraría que el aliento normal que yo emanaba lo sentiste en esa puntita rosada. 
Juraría que lo vi reaccionar, quizás dentro de tu sueño.
Lo miré y lo desee. No quería invadirte, ni despertarte tampoco. Pero me llamaba.

Me acerqué suavemente un poco más. El aliento, ahora sí, lo dirigí intencionadamente.
Yo temblaba. Fantaseaba con hacerlo mío sin que te despiertes.      Si, una mezcla de abuso pero con cariño y respeto. Después de todo no era daño el que te iría a provocar. Pero tampoco deseaba sobresaltarte.

Y me animé. Como decía esa vieja frase “Puedo resistir cualquier cosa, excepto la tentación”, vos eras eso permanentemente para mí: Irresistible.

Calenté saliva en mi boca, para que alcanzara la mayor temperatura posible. Jugué con mi lengua para generar más y más. Cuando junté suficiente, liberé un hilo fino hasta tu pezón. Apenas te tocó, un pequeño, casi imperceptible gesto marcó que algo sentiste. Una leve mueca en tu comisura de los labios pareció aprobarlo. Y muy de a poco, con una lentitud tibetana, (de la cual no era yo habitual), la empapé más… Mi lengua, empezó a palpar esa mínima superficie como si fuesen yemas de dedos jugando a los palitos chinos: imperceptiblemente, evitando que cualquier movimiento brusco, provocara lo no deseado.

Estaba disfrutando como un chico. Imaginé entrar a tu sueño y digitar el rumbo de lo que estuvieses viviendo. Con cada lamida sentía el crecimiento y la dureza que ese botón estaba alcanzando.

Mi miembro estaba casi tan excitado como mi alma entera. Te veía  relajada pero tensionándote. Eso sí, notaba que te agradaba.
De un movimiento violento toda tu teta se me vino hacia mí. Tus piernas se abrieron chocándome. Sentí humedad en tu bombacha. Intensa. Hasta diría exagerada.

Ya con más descaro, comí tu pecho hasta saciarme. Mi lengua recorría ida y vuelta cada milímetro. Te imaginé despierta y haciéndote la dormida. Pero no emitimos sonido alguno.

A decir verdad no suelo dedicarme tanto a tus pechos, absorto por tu cuerpo entero. Deliro comiéndote la concha, recorriendo pliegues y su miel. Deliro con tus estertores y gemidos mortales. Deliro con hundir lengua, dedos o verga en esa profundidad. E inundarte de leche caliente hasta el último rincón. 
Y sentir tus uñas en mi espalda, tu garganta pidiendo aire, tu embestida sumada a las mías.
Pero esta vez, a ese pezón le di función de clítoris. Deseaba llevarte al punto extremo de ansiedad, a ese dolor de “no soportar más”, de rogar pero sin rogar.
Pretendiste refregarme tu entrepierna en donde pudieses, pero me alejé. Quería que ese orgasmo sea más mental que físico. Que me sientas no en un miembro sino en tu delirio. No en la flor de tu sexualidad, sino en lo que yo ubico en el medio de tu pecho. Ahí, en el centro de tu ser.

Y estallaste.

Rompimos la barrera de lo tangible, para llegar a lo espacial. Tus contracciones no paraban. Percibí una cadena de espasmos interminables y uno más fuerte que otro.
Una bocanada de alma pasó por ti cuando entreabriste la boca. La vi, pero no sé si salió de vos o si entró de mi. Un encandilamiento selló esta unión distinta, poderosa.

Rendida, convaleciente, moribunda… no sé qué palabra usar para describir ese cuerpo inerte, con un pecho expuesto al sol. Signos de violencia digna, de lucha placentera, de sudor a vida te recubrían poco menos que mi camiseta de Malone.
Te besé en una mejilla rosada, corriéndote apenas pelo transpirado de un costado.
Y ahí me dijiste que te desperté.

No te creí.

Y me lo juraste. Una, dos, cien veces. Que habías tenido un sueño increíble, pero que era demasiado intenso como para explicarlo racionalmente. Que algo te llenó adentro…que algo había cambiado en vos.

Y te creí.
  

lunes, 1 de agosto de 2011

Año 2427



La expectativa era general. Y aunque solo un selecto grupo había sido elegido, los rumores estaban en todas partes. Esa experiencia era lo más novedoso que habría de pasar en años.
Cuando producto de una excavación hallaron esas grabaciones, jamás supusieron de qué podría tratarse.
Recordemos que después de la Gran Hecatombe Nuclear todo vestigio de la historia de la humanidad previa al siglo veintidós había desaparecido. Las armas químicas y los constantes estallidos nucleares habían vuelto al hombre un ser sin historia. Sólo los bunkers preparados para casos extremos como ese, contaba lo necesario para una nueva civilización. Y desde hacía más de trescientos años los hábitos y costumbres eran muy diferentes a los de antes de la Gran Guerra en los finales del siglo XXI.
Por eso, cuando el Ingeniero en Comportamiento Humano descubrió lo que denominó Video Human Society (por las iniciales VHS en el borde de un cartucho negro que contenía una cinta con pulsos magnéticos adheridos mediante algún viejo sistema de grabación), dedujo que estaba frente a un ritual desconocido.
Después de que su equipo técnico lograra decodificar la manera de visualizar esas cintas, que de por sí estaban muy deterioradas, logró interpretar el nombre de ese archivo, que, concluyó, serían de experimentos científicos allí documentados. Apenas un par de lo que llamaron “fotogramas” contenía letras. Decía “Garganta Profunda”.



Por eso, luego de que el reducido plantel viese esas escasas imágenes que pudieron ser rescatadas, en un mundo actual, donde el contacto físico con el prójimo estaba prohibido por las advertencias de infecciones, y reduciendo todo a sistemas tecnológicos y/o virtuales, produjo impresiones variadas.
El Ingeniero tomó la palabra.
“Lo que hemos visto es algo absolutamente prehistórico. Ese contacto humano, ese intercambio de fluídos, es algo que no podemos comprender. Las exclamaciones de dolor de los protagonistas y sus gestos de satisfacción posteriores no condicen con nuestra actualidad. Sin embargo, ante el supuesto avance de las civilizaciones pasadas, ante los continuos rumores que indican que tuvieron tecnologías suficientes como para crear un mundo y después destruirlo, nos vemos en la obligación de investigar esto hechos, que no figuran en los textos encontrados en las distintas bibliotecas halladas.
Nada de esto lo teníamos documentado.
Entonces ustedes están aquí para hacer historia. Ahora debo saber quien de las mujeres presentes se anima a esta experiencia.
Todos se miraron asombrados. Una de ellas decidió hablar:               
-Perdón, pero todos sabemos los riesgos del contacto físico grado 6. Pero jamás nadie ha llegado al grado 7, que implica la succión del tubo de salida de los residuos líquidos descartados por el organismo. No sé si alguien desea cometer ese virtual suicidio.
-Voy  a repetir lo que les envié vía telepática días atrás: Hasta donde sabemos, antes de que fuese desarrollado la IEA, la inseminación epidérmica aséptica, se supone que esos órganos también eran salida de esperma. Ya sé que esta sola idea a más de uno le podrá producir nauseas, pero según nuestros registros, esa era la manera de procrearse en el pasado. Si, dificultosa y altamente aburrida, jajaja.
El grupo, donde más de uno se sonrojó y otros pusieron cara de asco, logró distenderse. Esta situación permitió que la profesora en Ciencias Post Nucleares decidiera prestarse al experimento.
-Yo. Ingeniero, yo quiero servir como espécimen de esta prueba. Solo que antes de succionar le voy a pedir hacerlo con los ojos vendados, porque soy un tanto impresionable frente a los fluidos de descarte.
Más de uno trató de persuadirla de que no lo hiciese, sin embargo siguió en su postura.
Como era de suponer, tampoco ningún hombre se animaba a ofrecerse. El miedo a lo desconocido o algún trauma posterior sería la causa de esa postura.
Sabiendo que eso podría suceder, el ingeniero contaba con la presencia en el recinto lindero de tres jóvenes rescatados en la vía pública, aseados y acondicionados para este fin científico, a cambio de unos cuantos Idrems.
Para que ninguno resulte identificado, humillado y marginado socialmente, cada uno de ellos estaba aislado en un cubículo con un orificio por donde asomaría la manguera de descartes corporales.
La primera impresión de la profesora fue de repugnancia. Sin embargo no desistió. Algunas personas no podían mirar.
Una vez que eligió cuál de esos miembros sería el succionado, se aprestaron a vendarle los ojos. Eligió el de tamaño intermedio, suponiendo que uno demasiado grande no le cabría en la boca, y que uno mínimo podría dar resultados inexactos. Apenas estuvo lista, recorrió con mucha delicadeza esa extremidad con la punta de la lengua. Imaginando una sensación desagradable se detuvo para comprobarlo. No sabía mal. Y nuevamente recorrió con su lengua todo el miembro.
De pronto se sobresaltó: Esa parte del cuerpo comenzó a erguirse, a tomar vida. Simultáneamente creyó sentir humedades saliendo de él. Decidió sacarse la venda y mirar que era lo que sucedía.
No reconoció como lo mismo aquello que había visto apenas minutos atrás. Consultó si habían cambiado algo mientras se relamía después de la primera prueba. Todos le confiaron que no, que misteriosamente así había reaccionado al contacto con su saliva. Eso supusieron: una reacción química entre dos cuerpos diferentes.
No quiso volver a ser vendada y continuó con la prueba. Ahora, tal lo visto en las grabaciones, se introduciría todo en la boca. Apenas lo hizo un resoplo fuerte del dueño de la manguera, se escuchó. Temió hacerle daño al voluntario, quien se apuró a confirmar que estaba todo en orden. “Siga profesora, siga, por la ciencia” dijo.
La expectativa general iba en aumento, al igual que el entusiasmo de la profesora, más envalentonada aún ante los gemidos del muchacho dentro del cubículo. Ahora el tubo era tan rígido como un caño plástico.
Todo esto había generado algo inédito en todos los presentes, como una especie de atracción imposible de detener. Tanto los hombres como las mujeres percibieron humedades en las partes bajas de sus cuerpos. Alguno, instintivamente se vio tentado a besar a su compañera, que en vez de reaccionar espantada como era lo habitual, y merecedor del peor castigo social por la invasión de la privacidad, dejo que sucediese.
Mientras tanto la profesora seguía en su tarea que, en un alto, mientras daba indicaciones para que los que registraban el testimonio redactaban, denominó “ordeñe” porque le recordó las máquinas que antiguamente extraían leche de las vacas, antes de su extinción.
Los sonidos emitidos ahora por los dos eran sumamente curiosos. Incluso la profesora tuvo necesidad imperiosa de apretar con su mano su propio pezón. Sabía que, cuando fuese inseminada químicamente ella sería “ordeñada” para alimentar su herencia.
Pero esto era distinto. Las sensaciones le producían algo que denominó “placer”. Era una palabra latina que hacía mucho había entrado en desuso.  Ahora, mientras su boca seguía succionando, sus manos acariciaban su propia salida de descartes líquidos. Sintió que una parte de esa epidermis estaba casi tan rígida como el tubo que contenía en su boca. Un oleaje de energía interna, como si fuesen chispas de electricidad comenzaron a invadirla. Y sintió un temblor que casi le hace perder la conciencia. Vibró, se sacudió con espasmos que asustaron a los presentes, trastabillando. Pensaron en algún efecto de la constante absorción. De pronto confirmó que estaba muy bien, que jamás había experimentado semejante estallido interno.
El muchacho dentro del cubículo exigió ritmo, diciendo algo así como que un acontecimiento estaba por suceder. Y de pronto, un sacudón violento dentro de esa boca científica fue acompañado por un grito profundo y muy salvaje. Un líquido blancuzco asomó de los labios de la mujer. Asustada frente a tanta cantidad, inesperada, de esa emisión, se alejó. Tímidamente con su mano continuó durante unos instantes exprimiendo al muchacho. Con muchas dudas, pasó su lengua por los labios no sabiendo si ese fluido era comestible o contaminante. No era el descarte tradicional, así que, un poco, antes de limpiarse, saboreó.
El silencio reinante era irreconocible. Después de tanto jadeo y murmullo nadie sabía que decir.
Sin dudas el experimento “Deep Throat” había salido sin pérdidas humanas.
El muchacho salió del cubículo y sin mediar presentaciones hizo contacto bucal con la profesora. Quedaron sellados en un beso eterno.
El resto, en parejas o tríos, los imitaron.
Solo la voz del Ingeniero, sentado y con los pantalones bajos, mientras un par de alumnas repetían lo recién aprendido, llegó a decir: Estimados colegas… Debo decirles que ese no es el único documento hallado… hay otro más, del cual solo sé su nombre científico: se llama algo así como “Emanuelle”.