sábado, 1 de septiembre de 2012

Volando





Hace mucho que no me pasaba esto.

A veces parece que uno se atrofia, pero no… apenas lo ponés en práctica, todo funciona más o menos bien.

Me refiero a volar.

Con la mente, obvio. Y con la otra parte, la de la imaginación.

Son vuelos diferentes. Me gusta volar, me cuesta, volar, me ayuda volar.

Los problemas, las cosas que tenés que resolver día a día, hora tras hora, hacen que pierdas detalles.

Ella se acercó hasta mi mesa sin miramientos. Decidida.

-Perdoname… ¿puede ser que yo te mire, te haga gestos, muecas…y vos nada?
-Eh? ¿Me hablás a mí?
-Si, a vos… desde que llegaste el otro día a la ciudad, me flasheaste. Y, como acá generalmente no pasa nada ni nadie “potable” me dije: éste no se te tiene que escapar.



Me atraganté con el vaso de vino que estaba tomando como para bajar a la tierra. Minutos antes estaba delirando por ahí, volando, tratando de analizar lo inanalizable, tratando de encontrarle una vuelta a cosas definitivamente retorcidas. 

Su voz, su silueta envuelta en un conjunto de un top gris mínimo y terribles calzas de lycra, como para hacer gym al sol, y su arremetida hasta ponerse casi a quince centímetros de mi cara, un poco, a no negarlo, me intimidó.


-Te saludé, me hice la simpática, me acomodé la ropa alevosamente delante de tuyo… ¿Qué más? ¿Qué te pida por favor “dame Bola”?
Su exigencia terminó con una sonrisa pícara de dientes grandes. Se detuvo expectante para conocer alguna muestra de respuesta a todo eso.
-Sí, si… te vi… noté tu… tu… tu presencia… perdón por lo bestia, pero es que tengo tantas cosas en la cabeza… Si, te vi e incluso creo haberte saludado…
-No.
-¿No?... Ah, mirá vos…entonces habrá sido la intención. Pero si, repito, sos muy linda. ¡Y simpática ahora que también lo veo!
-Ajá…Ok, se agradece. ¿Me puedo sentar o esperás a alguien?
Se sentó antes que conteste. Hace unos tres días que estoy acá y ya me sacó la ficha. Sabía bastante de mí. Incluso algo de mi vida. Tal vez, el tiempo que estuve viviendo solo fui demasiado confidente en Facebook. Tal vez.
-Así que me querías conocer… ¿y por qué?
-Ufff, preguntado así es difícil de ser políticamente correcta en mi respuesta. Debería decir que, como soy joven, viviendo en este pueblo, una no tiene grandes oportunidades de conocer gente de afuera. Además tenés lindos ojos y eso a mí me transmite cosas copadas. También podría decirte que yo también me dedico a algo muy parecido a lo tuyo y, con la mano en el corazón, para que mentir, sueño con escalar y llegar a las “ligas mayores” como dicen en las películas.-

Yo, si bien amo lo que hago, estoy en relativa retirada. La pasión le dejó lugar a la obligación, entonces no me entusiasmo como antes. Y tampoco tengo ganas de ejercer la docencia por más bonita que sea la alumna. Así que un saludito, agradecer el cumplido y a otra cosa mariposa.
Después de explicarle eso mismo pero con otras palabras, cosa de no herir sus ambiciones y metas, me levanté para irme a la casita que alquilé por esta semana.
-Pará… no me conocés… cuando algo se me mete en la cabeza, soy muy terca. Tengo acá, delante de mí, al profesional numero uno de los últimos tiempos y no se me va a escapar. Así que llueva, nieve o truene, vos -¿te puedo tutear, no?- vos me vas a ayudar. Si no, no salgo en mi puta vida de Gobernador Irusta.

Su rostro era, lo asumo, angelical. Rubia, de ojos y tez que certificaban la clara inmigración europea en la zona. Armadita, pero menuda. De colita redonda y apetecible. Pechos bien marcados que decoraba con un par de pezones sutiles. Se sintió observada. Sin demasiada vergüenza se estiró el body para “acomodar” su pequeña humanidad hasta marcar clarito su intimidad. No tenía ropa interior. Nada arriba ni nada abajo.

-¿Y qué querés que haga? ¿Qué te explique algún teorema? ¿Qué te ponga a resolver cálculos? Ser matemático, suelen decir, es un embole como para sociabilizar.
-Jajaja, sos malo… No. Eso no. Quiero que me hables de la vida.
-¿¿De la vida?? Pero si yo soy ingeniero.
-¿Y no tuviste…perdón…¿no tenés una vida?
-Sí, pero… explicame adonde querés llegar.
-A ver: Perá que acá en wikipedia está esto. Leo: Javier Ernesto Achabal. Ingeniero en bla, bla,bla… Profesor de matemáticas, física y química no sé donde ni tampoco importa demasiado, y …
-¿Química? No, química no. Eso está mal. Seguí.
Bueh! No importa… creador de no sé qué proyecto de para hornos de acero, técnico en Massachusetts de esto y aquello…bueh…bla, bla, bla…
-Si… ¿Y?
-No, claro… en wikipedia no dice lo que me importa.
-Mmmmmmajá… ¿y qué es lo que te importa?
-No, así no me gusta. ¿Sabés una cosa? Dejá, andate… tenés razón, soy una boluda. Y vos un aburrido. Perdoname.

Dio media vuelta y se fue. La vi irse. Tenía un andar imposible de evitar quedarse pegado. De pronto se detiene y gira con violencia. Me descubre mirándole el trasero. Era más que obvio.

-¡Y dejá de mirarme el culo, pelotudo!

Me levanté y fui tras ella. Algo dentro de mi me decía que todo su histeriqueo, su enojo y su “culo”  eran una trampa deliciosamente preparada por como solo las mujeres hábiles pueden preparar. Así y todo, consciente de que estaba poniendo la cabeza para el hachazo final, la alcancé, la tomé de un brazo para que se detenga y gire hacia mí y la miré fijo, con cara de estúpido.

-Pará…pará… perdoname…no quise ofenderte…

Típica mirada. Mezcló “pucherito” con “superada”. Repetí mis disculpas como tres o cuatro veces de varias maneras diferentes, diciendo lo mismo pero con distintas palabras. 
Nos sentamos y buscamos la vuelta como para empezar de nuevo.

-¿Entonces?
-Entonces lo que te dije: te tengo acá y quiero aprovecharlo. Harta de escuchar que en “este pueblo de mierda”, como dicen todos, no se puede hacer nada, quiero irme.
-Pero si es un lindo lugar…
-Sí, para los turistas como vos, puede ser… pero esto es un calvario si querés despegar.

Al cabo de un rato, ya en el bar de la plaza, sabíamos bastante más de cada uno de nosotros. Sin embargo su objetivo, ese de “aprovechar” que me tenía acá, no era muy claro.

-¿Qué es lo que querés de mi? Dimos vueltas y vueltas y no llego a entender.
-Quiero irme. No me importa nada de nada. Estoy dispuesta a cualquier cosa: ser tu secretaria, tu empleada… tu amante incluso.
-Ey! Pará, pará, pará… Como te dije, vine solo, pero estoy esperando a mi pareja… Te lo aclaré un par de veces. Soy un tipo raro, lento, pero también responsable: quiero salvar muchos años de relación con Silvia. Ni te hagas ilusiones ni me des manija a mi… eso lo digo por lo de ser amantes. Como secretaria o eso… veámoslo… pero no lo necesito.
-Por favor, puedo ayudarte en lo que sea. Soy simpática, dócil, emprendedora. No se me van a caer los anillos.
-Ok, entiendo, pero es que siempre me manejé solo. Todo lo hago yo. Es mi estilo.
-Voy a insistir. Te aviso.

Después de una despedida formal, me dejó solo con un balde de intrigas y tentaciones en la mesa del bar. Una linda anécdota para contar, si yo fuese de los que las cuentan.

Al atardecer fui hasta la terminal a buscar a Silvia. Necesitábamos estar solos y alejados de la ciudad. No fue fácil coordinarlo, ya que todo lo que proponíamos mutuamente era indefectiblemente anulado y boicoteado por el otro. Pero esta vez pudimos.

Después de dejar las cosas en la casita, y cambiarnos para salir a cenar mejor arreglados, caminamos por esas tranquilas calles del lugar. Estábamos bien. De manera increíble pudimos sacarnos de encima la carga de cosas que nos llevaron a estar viviendo separados casi seis meses. Volvieron los besos tiernos y las manos atrevidas. La caminata se hizo más larga gracias a besos profundos y abrazos como de adolescentes.
La cena transcurrió serena y con ambos disfrutando volver a estar solos uno para el otro.

-Brindemos mi amor –dijo Silvia- por nosotros, por este reencuentro, por empezar de nuevo.

En el preciso momento de “chin chin”, de golpe y sin avisar, apareció mi “admiradora” con copa en mano y directo a besar a Silvia dándole la bienvenida.

-Hola!, buenas noches… ¿Así que vos sos Silvia? Javier, si bien apenas lo conozco, me hablo un montonazo de vos… Uy! Que bestia… no me presenté… soy Marcia, de acá, de Gobernador Irusta, y mirá que pongo buena cara, pero no muy orgullosa de vivir acá.

-Hola. Estábamos cenando con Silvia y me gustaría que…
-¡Que te sientes con nosotros! –concluyó sorpresivamente Silvia mi frase-

Tal como imaginé, apenas Marcia llegó, sucedió. Silvia, a quien no le cuesta sociabilizar como a mí, entabló una relación donde prácticamente quedé afuera de todo, salvo de asentir o negar según correspondía. Al principio las dos parecían estar en pose de agradar, sin embargo, poco a poco vi que congeniaban bastante sinceramente.
Mi cabeza, mientras tanto ya volaba por otros lados. Chequé en mi tableta los mails, revisaba boludeces y más o menos escuchaba.

-¿Hacemos así entonces?
-No escuché. ¿Qué cosa?
-¡ Javier! Que vos vayas a comprar unos chocolates y algo un poquito más fuerte para tomar mientras nosotras vamos yendo a la casita.
-¡Chocolate no! andá hasta la peatonal y compra los alfajores de acá: son nuestra marca propia, che.

Debería decir “silbando bajito” enfilé, solo y triste hasta donde “me mandaron” mientras, en sentido contrario, las escuchaba hablar y reír a los gritos.

Ya con mi docena mitad dulce de leche y mitad chocolate llegué a la casa. Me llamó la atención no escuchar ni risas ni nada. Solo murmullos ininteligibles. 




Sorpresa total fue descubrir a Marcia comiéndole la boca a Silvia apoyadas contra el lavatorio del baño. Besos profundos y apasionados, en el momento que autorizaban exploraciones de sus cuerpos. Me quedé inmóvil. Silvia era lo más anti mujer que existiese. Marcia indicaba que los hombres eran su máximo placer. Me relajé, me apoyé sobre el marco de la puerta, y solo observaba. Debajo de mi pantalón empecé a notar síntomas de que a mi yo interior eso le agradaba.
Poco a poco, femeninamente debería decir, Marcia fue desnudando a mi pareja. La musculosa salió rápido, dejando rebotar el par de pechos que, reconozco, extrañaba bastante. Luego la pollera. Allí prefirió seguir por la breve tanga. En realidad, al sumergirle la mano por debajo, la deslizó más por comodidad que para sacársela.

Allí, porque sin querer me apoyé sobre el interruptor de la luz,               -apagándola por un instante-, se percataron de mi presencia. La volví a encender, mientras improvisaba alguna excusa que no fue necesario concluir: volvieron a saborearse como si nada. Era delicioso ver a Silvia, hermosa como lo es, siendo chupeteada por una joven pequeña pero robusta, de un pelo casi platinado.

Se separaron un instante, para que Marcia pudiese desnudarse. Se sacó el solero que tenía por encima de la cabeza, trabándoselo  con algún gancho que todavía conservaba en el pelo. Quedó “atrapada” por el vestido, generando eso una risa espontanea de las dos. Yo ya empezaba a desabotonarme con clara intención, al menos, de liberar mi miembro expectante.

Silvia se recostó sentándose sobre la tapa del inodoro, y Silvia se abocó a  comerle una concha muy mojada. Ver así a la chica que era mi pareja, abierta de par en par, y una lengua femenina sumergiéndose en su intimidad casi me hace acabar en seco. Era muy fuerte esa escena.

-Javier… ¿Qué querés que le haga?
-Ehhh… ¿Qué quiero? Que la lleves al infierno más ardiente, que grite, que te ame y te odie al mismo tiempo… que pida ¡Basta! pero no alcance… cométela hasta que muera desfalleciendo.
-Wow! me mataste a mí, eso es maravilloso… ja! Y yo solo preguntaba si querías que la haga acabar con la lengua o los dedos…
-¡La lengua! Ama acabar con la lengua. Matala a espasmos. Que sienta en tu aliento el goce eterno. Que sea mi regalo por el tiempo que no te tuve.

Silvia tuvo tres o cuatro orgasmos juntos. Su cuerpo se sacudía de manera arrítmica. Gritó como pocas veces la escuché. Y quedó desfalleciendo.
Marcia se levantó, se acercó hasta mí y chupándose los dedos como para no desperdiciar nada de la miel que le sacó, me miró desafiante. Tomó mi miembro entre sus manos y sin dejar de clavarme esa mirada infernal, jugando con sus labios y lengua, me acariciaba la verga con una suavidad que me alteraba.

-A ver… contame que es lo que pensabas mientras me comía a Silvia. No dejés de hablar, te escucho.

Mi estado no era el ideal para responder nada. Esa imposibilidad le causaba mucha gracia y la disfrutaba con sonrisa franca. Era una delicia lo que me hacía. Silvia, reponiéndose, estalló en una risa que me desorientó. Aprobaba con comentarios todo lo que Marcia me hacía. Hablaban entre ellas pero no llegaba a entender demasiado.

-Hacele esto -dijo Silvia, mientras empezó a meterme el dedo en la cola. –Lo pone como loco.
-Ay que rico culito, profesor.

Al cabo de un rato estábamos los tres en la cama. Mientras yo me montaba a Silvia por detrás, ella le devolvía los favores a Marcia, deleitándose con una concha perfectamente depilada, adornada apenas con un piercing que colgaba de uno labios.
Todo eso, incluídos los fluídos de todo tipo, hicieron una noche muy particular.
Poco después, me levanté y dejé a las dos chicas entremezcladas sobre unas sábanas azules.

Mientras buscaba, subido a una silla, en lo alto de una alacena, un tarro con café para prepararme uno, en la cocina, y al fin comerme también uno de los famosos alfajores típicos de Gobernador Irusta, una boca se apoderó de mi miembro fláccido. 


Bajar la cabeza y ver a Marcia que jugaba parada conmigo, como si fuese un caramelo, me la endureció en segundos. Nada dije, nada dijo. Solo con su movimiento perfecto acabé allí, parado sobre una silla con un frasco de café en la mano y la otra sobre su cabeza, tambaleante. Se comió todo lo que pude dar y sentir. En perfecto silencio.

Me dejó solo en la cocina sin emitir sonido. Pensé en decirle aquello de “pájaro que comió, voló” pero temí que suene a trillado o desagradecido.

Otra vez volando yo en mi cabeza, y mientras esa pava calentaba agua, volvió a entrar. Ya no estaba desnuda como hace un segundo atrás. Se había puesto un saco de lana de Silvia, por encina, dejando sus pechos más apetecibles todavía. Temí que seguía con ganas. Cerré las piernas de modo instintivo, ya que todavía un poco me temblaba todo. Sonrió ante aquel gesto, se cruzó de brazos dándole hermoso marco esas tetas perfectas y me encaró muy seria: 


-¿Viste que  puedo serte muy útil? ¿Cuando empiezo?

Una sonrisa se me dibujó al instante. 
Dio media vuelta y la escuché lanzarse sobre la cama al grito de “Silvia, despertate que tengo algo muy rico para vos!”