Hace mucho que no me pasaba esto.
A veces parece que uno se atrofia, pero no… apenas lo
ponés en práctica, todo funciona más o menos bien.
Me refiero a volar.
Con la mente, obvio. Y con la otra parte, la de la
imaginación.
Son vuelos diferentes. Me gusta volar, me cuesta, volar,
me ayuda volar.
Los problemas, las cosas que tenés que resolver día a
día, hora tras hora, hacen que pierdas detalles.
Ella se acercó hasta mi mesa sin miramientos. Decidida.
-Perdoname… ¿puede ser que yo te mire, te haga gestos,
muecas…y vos nada?
-Eh? ¿Me hablás a mí?
-Si, a vos… desde que llegaste el otro día a la ciudad,
me flasheaste. Y, como acá generalmente no pasa nada ni nadie “potable” me
dije: éste no se te tiene que escapar.
Me atraganté con el vaso de vino que estaba tomando como
para bajar a la tierra. Minutos antes estaba delirando por ahí, volando, tratando
de analizar lo inanalizable, tratando de encontrarle una vuelta a cosas
definitivamente retorcidas.
Su voz, su silueta envuelta en un conjunto de un top gris mínimo y terribles calzas de lycra, como para hacer gym al sol, y su
arremetida hasta ponerse casi a quince centímetros de mi cara, un poco, a no
negarlo, me intimidó.
-Te saludé, me hice la simpática, me acomodé la ropa
alevosamente delante de tuyo… ¿Qué más? ¿Qué te pida por favor “dame Bola”?
Su exigencia terminó con una sonrisa pícara de dientes
grandes. Se detuvo expectante para conocer alguna muestra de respuesta a todo
eso.
-Sí, si… te vi… noté tu… tu… tu presencia… perdón por lo
bestia, pero es que tengo tantas cosas en la cabeza… Si, te vi e incluso creo
haberte saludado…
-No.
-¿No?... Ah, mirá vos…entonces habrá sido la intención.
Pero si, repito, sos muy linda. ¡Y simpática ahora que también lo veo!
-Ajá…Ok, se agradece. ¿Me puedo sentar o esperás a
alguien?
Se sentó antes que conteste. Hace unos tres días que
estoy acá y ya me sacó la ficha. Sabía bastante de mí. Incluso algo de mi vida.
Tal vez, el tiempo que estuve viviendo solo fui demasiado confidente en
Facebook. Tal vez.
-Así que me querías conocer… ¿y por qué?
-Ufff, preguntado así es difícil de ser políticamente
correcta en mi respuesta. Debería decir que, como soy joven, viviendo en este pueblo,
una no tiene grandes oportunidades de conocer gente de afuera. Además tenés
lindos ojos y eso a mí me transmite cosas copadas. También podría decirte que
yo también me dedico a algo muy parecido a lo tuyo y, con la mano en el
corazón, para que mentir, sueño con escalar y llegar a las “ligas mayores” como
dicen en las películas.-
Yo, si bien amo lo que hago, estoy en relativa retirada.
La pasión le dejó lugar a la obligación, entonces no me entusiasmo como antes.
Y tampoco tengo ganas de ejercer la docencia por más bonita que sea la alumna.
Así que un saludito, agradecer el cumplido y a otra cosa mariposa.
Después de explicarle eso mismo pero con otras palabras,
cosa de no herir sus ambiciones y metas, me levanté para irme a la casita que
alquilé por esta semana.
-Pará… no me conocés… cuando algo se me mete en la
cabeza, soy muy terca. Tengo acá, delante de mí, al profesional numero uno de
los últimos tiempos y no se me va a escapar. Así que llueva, nieve o truene,
vos -¿te puedo tutear, no?- vos me vas a ayudar. Si no, no salgo en mi puta
vida de Gobernador Irusta.
Su rostro era, lo asumo, angelical. Rubia, de ojos y tez que
certificaban la clara inmigración europea en la zona. Armadita, pero menuda. De
colita redonda y apetecible. Pechos bien marcados que decoraba con un par de
pezones sutiles. Se sintió observada. Sin demasiada vergüenza se estiró el body
para “acomodar” su pequeña humanidad hasta marcar clarito su intimidad. No
tenía ropa interior. Nada arriba ni nada abajo.
-¿Y qué querés que haga? ¿Qué te explique algún teorema?
¿Qué te ponga a resolver cálculos? Ser matemático, suelen decir, es un embole
como para sociabilizar.
-Jajaja, sos malo… No. Eso no. Quiero que me hables de la
vida.
-¿¿De la vida?? Pero si yo soy ingeniero.
-¿Y no tuviste…perdón…¿no tenés una vida?
-Sí, pero… explicame adonde querés llegar.
-A ver: Perá que acá en wikipedia está esto. Leo: Javier
Ernesto Achabal. Ingeniero en bla, bla,bla… Profesor de matemáticas, física y
química no sé donde ni tampoco importa demasiado, y …
-¿Química? No, química no. Eso está mal. Seguí.
Bueh! No importa… creador de no sé qué proyecto de para
hornos de acero, técnico en Massachusetts de esto y aquello…bueh…bla, bla, bla…
-Si… ¿Y?
-No, claro… en wikipedia no dice lo que me importa.
-Mmmmmmajá… ¿y qué es lo que te importa?
-No, así no me gusta. ¿Sabés una cosa? Dejá, andate…
tenés razón, soy una boluda. Y vos un aburrido. Perdoname.
Dio media vuelta y se fue. La vi irse. Tenía un andar
imposible de evitar quedarse pegado. De pronto se detiene y gira con violencia.
Me descubre mirándole el trasero. Era más que obvio.
-¡Y dejá de mirarme el culo, pelotudo!
Me levanté y fui tras ella. Algo dentro de mi me decía
que todo su histeriqueo, su enojo y su “culo”
eran una trampa deliciosamente preparada por como solo las mujeres
hábiles pueden preparar. Así y todo, consciente de que estaba poniendo la
cabeza para el hachazo final, la alcancé, la tomé de un brazo para que se
detenga y gire hacia mí y la miré fijo, con cara de estúpido.
-Pará…pará… perdoname…no quise ofenderte…
Típica mirada. Mezcló “pucherito” con “superada”. Repetí
mis disculpas como tres o cuatro veces de varias maneras diferentes, diciendo
lo mismo pero con distintas palabras.
Nos sentamos y buscamos la vuelta como para empezar de
nuevo.
-¿Entonces?
-Entonces lo que te dije: te tengo acá y quiero
aprovecharlo. Harta de escuchar que en “este pueblo de mierda”, como dicen
todos, no se puede hacer nada, quiero irme.
-Pero si es un lindo lugar…
-Sí, para los turistas como vos, puede ser… pero esto es
un calvario si querés despegar.
Al cabo de un rato, ya en el bar de la plaza, sabíamos
bastante más de cada uno de nosotros. Sin embargo su objetivo, ese de
“aprovechar” que me tenía acá, no era muy claro.
-¿Qué es lo que querés de mi? Dimos vueltas y vueltas y
no llego a entender.
-Quiero irme. No me importa nada de nada. Estoy dispuesta
a cualquier cosa: ser tu secretaria, tu empleada… tu amante incluso.
-Ey! Pará, pará, pará… Como te dije, vine solo, pero
estoy esperando a mi pareja… Te lo aclaré un par de veces. Soy un tipo raro,
lento, pero también responsable: quiero salvar muchos años de relación con
Silvia. Ni te hagas ilusiones ni me des manija a mi… eso lo digo por lo de ser
amantes. Como secretaria o eso… veámoslo… pero no lo necesito.
-Por favor, puedo ayudarte en lo que sea. Soy simpática,
dócil, emprendedora. No se me van a caer los anillos.
-Ok, entiendo, pero es que siempre me manejé solo. Todo
lo hago yo. Es mi estilo.
-Voy a insistir. Te aviso.
Después de una despedida formal, me dejó solo con un
balde de intrigas y tentaciones en la mesa del bar. Una linda anécdota para
contar, si yo fuese de los que las cuentan.
Al atardecer fui hasta la terminal a buscar a Silvia.
Necesitábamos estar solos y alejados de la ciudad. No fue fácil coordinarlo, ya
que todo lo que proponíamos mutuamente era indefectiblemente anulado y
boicoteado por el otro. Pero esta vez pudimos.
Después de dejar las cosas en la casita, y cambiarnos
para salir a cenar mejor arreglados, caminamos por esas tranquilas calles del
lugar. Estábamos bien. De manera increíble pudimos sacarnos de encima la carga
de cosas que nos llevaron a estar viviendo separados casi seis meses. Volvieron
los besos tiernos y las manos atrevidas. La caminata se hizo más larga gracias
a besos profundos y abrazos como de adolescentes.
La cena transcurrió serena y con ambos disfrutando volver
a estar solos uno para el otro.
-Brindemos mi amor –dijo Silvia- por nosotros, por este
reencuentro, por empezar de nuevo.
En el preciso momento de “chin chin”, de golpe y sin
avisar, apareció mi “admiradora” con copa en mano y directo a besar a Silvia
dándole la bienvenida.
-Hola!, buenas noches… ¿Así que vos sos Silvia? Javier,
si bien apenas lo conozco, me hablo un montonazo de vos… Uy! Que bestia… no me
presenté… soy Marcia, de acá, de Gobernador Irusta, y mirá que pongo buena
cara, pero no muy orgullosa de vivir acá.
-Hola. Estábamos cenando con Silvia y me gustaría que…
-¡Que te sientes con nosotros! –concluyó sorpresivamente
Silvia mi frase-
Tal como imaginé, apenas Marcia llegó, sucedió. Silvia, a
quien no le cuesta sociabilizar como a mí, entabló una relación donde
prácticamente quedé afuera de todo, salvo de asentir o negar según
correspondía. Al principio las dos parecían estar en pose de agradar, sin
embargo, poco a poco vi que congeniaban bastante sinceramente.
Mi cabeza, mientras tanto ya volaba por otros lados.
Chequé en mi tableta los mails, revisaba boludeces y más o menos escuchaba.
-¿Hacemos así entonces?
-No escuché. ¿Qué cosa?
-¡ Javier! Que vos vayas a comprar unos chocolates y algo
un poquito más fuerte para tomar mientras nosotras vamos yendo a la casita.
-¡Chocolate no! andá hasta la peatonal y compra los
alfajores de acá: son nuestra marca propia, che.
Debería decir “silbando bajito” enfilé, solo y triste
hasta donde “me mandaron” mientras, en sentido contrario, las escuchaba hablar
y reír a los gritos.
Ya con mi docena mitad dulce de leche y mitad chocolate
llegué a la casa. Me llamó la atención no escuchar ni risas ni nada. Solo
murmullos ininteligibles.
Sorpresa total fue descubrir a Marcia comiéndole la
boca a Silvia apoyadas contra el lavatorio del baño. Besos profundos y
apasionados, en el momento que autorizaban exploraciones de sus cuerpos. Me
quedé inmóvil. Silvia era lo más anti mujer que existiese. Marcia indicaba que
los hombres eran su máximo placer. Me relajé, me apoyé sobre el marco de la puerta,
y solo observaba. Debajo de mi pantalón empecé a notar síntomas de que a mi yo
interior eso le agradaba.
Poco a poco, femeninamente debería decir, Marcia fue
desnudando a mi pareja. La musculosa salió rápido, dejando rebotar el par de
pechos que, reconozco, extrañaba bastante. Luego la pollera. Allí prefirió
seguir por la breve tanga. En realidad, al sumergirle la mano por debajo, la
deslizó más por comodidad que para sacársela.
Allí, porque sin querer me apoyé sobre el interruptor de
la luz, -apagándola por un
instante-, se percataron de mi presencia. La volví a encender, mientras
improvisaba alguna excusa que no fue necesario concluir: volvieron a saborearse
como si nada. Era delicioso ver a Silvia, hermosa como lo es, siendo chupeteada
por una joven pequeña pero robusta, de un pelo casi platinado.
Se separaron un instante, para que Marcia pudiese
desnudarse. Se sacó el solero que tenía por encima de la cabeza, trabándoselo con algún gancho que todavía conservaba en el
pelo. Quedó “atrapada” por el vestido, generando eso una risa espontanea de las
dos. Yo ya empezaba a desabotonarme con clara intención, al menos, de liberar
mi miembro expectante.
Silvia se recostó sentándose sobre la tapa del inodoro, y
Silvia se abocó a comerle una concha muy
mojada. Ver así a la chica que era mi pareja, abierta de par en par, y una lengua
femenina sumergiéndose en su intimidad casi me hace acabar en seco. Era muy
fuerte esa escena.
-Javier… ¿Qué querés que le haga?
-Ehhh… ¿Qué quiero? Que la lleves al infierno más
ardiente, que grite, que te ame y te odie al mismo tiempo… que pida ¡Basta!
pero no alcance… cométela hasta que muera desfalleciendo.
-Wow! me mataste a mí, eso es maravilloso… ja! Y yo solo
preguntaba si querías que la haga acabar con la lengua o los dedos…
-¡La lengua! Ama acabar con la lengua. Matala a espasmos.
Que sienta en tu aliento el goce eterno. Que sea mi regalo por el tiempo que no
te tuve.
Silvia tuvo tres o cuatro orgasmos juntos. Su cuerpo se
sacudía de manera arrítmica. Gritó como pocas veces la escuché. Y quedó
desfalleciendo.
Marcia se levantó, se acercó hasta mí y chupándose los
dedos como para no desperdiciar nada de la miel que le sacó, me miró
desafiante. Tomó mi miembro entre sus manos y sin dejar de clavarme esa mirada
infernal, jugando con sus labios y lengua, me acariciaba la verga con una
suavidad que me alteraba.
-A ver… contame que es lo que pensabas mientras me comía
a Silvia. No dejés de hablar, te escucho.
Mi estado no era el ideal para responder nada. Esa
imposibilidad le causaba mucha gracia y la disfrutaba con sonrisa franca. Era
una delicia lo que me hacía. Silvia, reponiéndose, estalló en una risa que me
desorientó. Aprobaba con comentarios todo lo que Marcia me hacía. Hablaban
entre ellas pero no llegaba a entender demasiado.
-Hacele esto -dijo Silvia, mientras empezó a meterme el
dedo en la cola. –Lo pone como loco.
-Ay que rico culito, profesor.
Al cabo de un rato estábamos los tres en la cama.
Mientras yo me montaba a Silvia por detrás, ella le devolvía los favores a
Marcia, deleitándose con una concha perfectamente depilada, adornada apenas con
un piercing que colgaba de uno labios.
Todo eso, incluídos los fluídos de todo tipo, hicieron
una noche muy particular.
Poco después, me levanté y dejé a las dos chicas
entremezcladas sobre unas sábanas azules.
Mientras buscaba, subido a una silla, en lo alto de una
alacena, un tarro con café para prepararme uno, en la cocina, y al fin
comerme también uno de los famosos alfajores típicos de Gobernador Irusta, una boca se apoderó
de mi miembro fláccido.
Bajar la cabeza y ver a Marcia que jugaba parada
conmigo, como si fuese un caramelo, me la endureció en segundos. Nada dije, nada
dijo. Solo con su movimiento perfecto acabé allí, parado sobre una silla con un
frasco de café en la mano y la otra sobre su cabeza, tambaleante. Se comió todo lo que pude
dar y sentir. En perfecto silencio.
Me dejó solo en la cocina sin emitir sonido. Pensé en
decirle aquello de “pájaro que comió, voló” pero temí que suene a trillado o
desagradecido.
Otra vez volando yo en mi cabeza, y mientras esa pava calentaba agua, volvió a entrar. Ya no estaba desnuda como hace un segundo atrás. Se había puesto un saco de lana de Silvia, por encina, dejando sus pechos más apetecibles todavía. Temí que seguía con ganas. Cerré las piernas de modo instintivo, ya que todavía un poco
me temblaba todo. Sonrió ante aquel gesto, se cruzó de brazos dándole hermoso marco esas tetas perfectas y me encaró muy seria:
-¿Viste que puedo serte muy útil? ¿Cuando empiezo?
Una sonrisa se me dibujó al instante.
Dio media vuelta y
la escuché lanzarse sobre la cama al grito de “Silvia, despertate que tengo
algo muy rico para vos!”
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