lunes, 31 de enero de 2011

Amanece


Ella amaneció despojada de todo.
Amaba la libertad de sentirse aire.
Una brisa apenas tibia hacía incesante el vaivén de unas telas color tiza.
Algunos pájaros madrugaban frente a la salida de un sol amarillo redondo, firme, muy seguro del día que le tocará andar.
Se desperezó a sus anchas, revolviendo sabanas enmarañadas.
Jugó a ser diosa. Bella y deseada.
Se jactó para sus adentros de dones apetecibles y frescos.
Apenas entró en la ducha, dejando la puerta y ventanas abiertas de par en par, sintió miradas perturbadoras. Atinó a cerrar todo, a volver a su privado mundo de soledad. Pero al cabo de unos instantes, cuando un cosquilleo dulce que extrañaba le recorrió la médula, desistió.
Amaba la libertad de sentirse aire.
En su mente, mensajes sobre una supuesta locura lujuriosa se confundían con evidentes texturas erizadas de su piel.

Bailo al son de esas cortinas que poco tapaban. Velos que por momentos desvelaban.
Así soy quiso gritar al universo. Por fin respiraba alegría ingenua y sincera.
Salió desnuda a un balcón a un mar calmo, que la invitaba a empaparse toda.
Hizo poses sensuales, rítmicas y hasta también, de las más burdas que compartió consigo misma con picardía.
Se expuso a un placer inédito, exclusivo. Imaginó descubrir el elixir de la sonrisa eterna.
Nada la frenaba. Al fin era el tiempo –merecidamente- solo de ella.
Una pizca de razón dentro de tanta improvisación le justificaba lo bien que hacía.
Lo había logrado. Recorrer su cuerpo y su mente sin vergüenzas ridículas. Una mano y otra mano se encargaban de hacer táctil los espasmos que su mente liberada ordenaba.
Abierta en mente. Abierta en alma. Morir era nacer.
Disfrutó del gozo profundo. De la libertad de sentirse aire. Y volar.
El universo, con estrellas, lunas y soles eran de su propiedad.
Pero de pronto decidió nubes.
Oscureció con su temor el cielo todo.
Y no de tormenta de verano, que seduce muchas veces más que el sol.
Reaccionó como si algún caminante playero se hubiese obnubilado al verla.
Espiarla.

Y hasta con lascivia desenfrenada la hubiera deseado.
Como si alguien que conociera el reglamento de aquel juego lo supiese más que ella.
Cubrió de miedos esa realidad que había logrado desde su ser.
Y los cubrió de razones y lógica fría.
Es más,  si llevara estadísticas, a esa jornada, la enmarcaría como el peor día del mes.
O tal vez más aún… de toda su vida
Cerró cortinas, bajó persianas, y se pertrechó de supuestas seguridades en un muro de frazadas.
Y tanto poder tenía de su libertad, que llovió de verdad.
Y lo que ella deseaba se hacía realidad.
Entonces imaginó que tal vez, y solo tal vez,  mañana le permitiría al sol que amaneciese mejor.

Dejame mirar


-No, te digo que no.
-Dale, una vez…
-No, basta, es una asquerosidad.
-No! ¿Por qué? Una sola vez y te juro que no te jodo más.
-Pero… ¿Por qué vos querés eso? ¿Qué tiene de lindo?
-No se, pero quiero verte mear, nada más.
-¿Vas a seguir insistiendo? ¿No me vas a dejar en paz?
-Efectivamente.

A ninguno de los dos les importaba demasiado la fiesta que sucedía afuera de ese baño. La casa de Juliana, como encuentro del cumpleaños de su prometido Tommy estaba a pleno.
Tanto baile, cervezas y cachondeo generalizado ayudaban a que nadie se diera cuenta que ninguno de los dos faltaba en el salón.

-Está bien.
-Gracias.
-Pero un poco nomás, ¿eh?
-Si, si, dale.
-Bueno, pero esperá que me concentre. No es fácil con alguien mirando.

Ana se acomodó en el inodoro con las piernas bastante abiertas como para dejar que Matías tenga la mejor vista.
Ella cerró sus ojos y comenzó a orinar. El ruidito del líquido contra el agua de la superficie del retrete era continuo. Hasta que dejó de sonar. Ana, sorprendida, miró para abajo y vió que él había metido su mano para interrumpir el chorro tibio y amarillento.


-¿Pero, que haces? ¿Estás totalmente loco?


Ella no pudo terminar de protestar porque Matías se encargó de acomodarse para, al mismo tiempo meterle con ansiedad la lengua en su boca, dándole un beso húmedo y pasional.
No se resistió y saboreó esa mezcla de salivas. De golpe, abrió los ojos bien grandes, sin poder despegarse de ese beso. Lo miró raro.
Ella seguía orinando pero ahora la mano de él estaba acariciando el orificio de salida. Estalló en un gemido de placer que jamás había sentido.
Después de un orgasmo increíble y absolutamente desconocido, se separó con violencia, lo alejó de ella aún agitada y lo increpó.


-¿Y vos? ¿No querés hacer pis?
-¿Yo? No se si pueda… esto está tan duro que así no sale.
-Dejame a mí… acercate a la pileta que con agua fria te lo bajo.


El chorro helado primero endureció más una pija ya de por sí muy preparada para lo que deseaba, pero a medida que el agua aflojaba las tensiones en su cabeza, aflojaba la irrigación sanguínea que la endurecía.


-¿Ya está? ¿Está lo suficientemente blandito?
-No se.
-Si no sabés vos, querido…
-Dale, ponele onda… meame la concha.


Ana se despatarró adentro de la bañera torpemente. En su acomodada, arrastró la cortina, cuyo barral cayó estrepitosamente. Fue inevitable la carcajada por una situación tan difícil de disimular.
Se subió la falda casi por arriba de la cintura, y con uno de sus pechos afuera, y el pelo revuelto le insistió:

-Dale, meame. Piyame toda, la concha, las tetas…
-Pero ¿y el vestido?
-Que carajo me importa el vestido, dale que estoy re caliente.

No era fácil manejar la puntería. El primer chorro pegó en una teta y después si dio de lleno en un clítoris hinchado.
Un par de golpes de nudillos en la puerta los hicieron detenerse.

-Chicos… sabemos que están ahí. Dale, apurensé y la siguen después. Estamos por cantarle el Happy Birthday a Tommy. ¿Pueden hablar? Chicos…


Ana no temía más a nada. Ya estaba en un camino y quería conocer la llegada. Matías, en cambio pensaba, como de pronto, de una simple curiosidad todo se fue de madre. Ella, que no le importaba ya nada las apariencias, dio un paso más.

-Juli, pasá… está abierto.

La dueña de casa dudó. Por un instante pensó en ignorarlos y volver al living. Pero después se interesó en querer saber que pasaba realmente ahí adentro.
Miró para un lado y para el otro, y al ver que todos seguían abocados en el festejo, bajó el picaporte y entró.
Su cara de sorpresa no era para menos: su mejor amiga, dentro de una bañera vacía, con las piernas colgando afuera, desnuda en gran parte y totalmente desarreglada.
Matías, parado, con el pantalón y boxer por los tobillos, con una importante verga entre las manos.

-¡Quedate, Juli! Seguro nunca viste algo así. Dale, loco, que me está empezando a doler la espalda.

El chorro de orina salió despedido con mucha fuerza, impactando toda la intimidad de Ana, quien se sacudía con leves espasmos.
Le gustaba, si bien no sabía por que, y acompañaba esa ducha con una paja enérgica. Juliana se acercó como con temor para ver más de cerca. Y tan cerca tenía esa pija que no dudó en agarrarla y manejarla ella, como manguera sobre su amiga.

-¡Que excitante que es esto! Es como si yo tuviera pija. Tomá!
-Agarrámela más fuerte, sacudila… se la re banca.
-¿No te duele si la estiro así? ¿Y si la muerdo?

Sin importarle que él aún seguía desagotando se la metió entera en la boca, y le pis le brotaba por las comisura de los labios. Como desesperada, Ana se incorporó y exigió ella también un poco.
La verga ya empezaba a tomar otra forma, más rígida gracias al juego de “un poco vos, un poco yo”, de las dos chicas.
Matías no pudo soportar más, aunque hubiese deseado que ese momento dure una eternidad.
El esperma brotó violento contra la cara de las dos chicas, quienes, totalmente fuera de si, empezaron a chupársela una a la otra…
Martín miraba obnubilado. Era el paraíso. El beso final entre las dos, lo llevó al séptimo cielo.

Minutos después, a punto de soplar las velitas, Tommy se acercó a su novia para darle un tierno beso, y no pudo aguantar preguntarle:

-Che, tenés olor a ... ¿vos te measte encima?
-Mi amor… te veo y me piyo…





miércoles, 26 de enero de 2011

En busca de una idea

Hacía calor. Eso era absolutamente irrevocable. Sin embargo no pude darme el gusto de sacarme todo, ducharme y etcéteras. Tengo que terminar con una columna para la revista. Me  pidieron que escriba algo reemplazando a Garmendia, que se fue de viaje y dejó su habilidad sin hacer. Esa página siempre la escribe él. Él es el de esas historias, el de las experiencias de vida. Y yo, como para quedar bien esperando que me digan queno, que gracias,pero dejá.., me ofrecí, más allá de no tener la menor idea. Y me dijeron que "Dale, buenísimo!"
Y la verdad, no se me ocurre nada.
Cuando llegué a casa, escuche que Marie se estaba duchando. Como siempre, y un poco me molesta, con el baño abierto de par en par. No es que no me guste espiarla sin ropa, sino que muchas veces no vengo solo, sino con amigos o compañeros de la oficina. Tenemos un ambiente amplio y es más fácil tirarnos con unos cuantos almohadones al piso para estar bien distendidos. Los demás, todos, tienen casa o departamentos muy chiquitos.

Marie es realmente hermosa. Creo que en mis mejores sueños de juventud -y no tanto- nunca llegué a fantasear con alcanzar una mujer así. Sin embargo tenemos muchas diferencias.

Después de sacarme el saco azul, el de las reuniones “serias”, ya que hoy encima hubo reunión con el grupo editorial, me serví un vaso de agua helada. El calor era tan intenso que lo que más deseaba era saciar la sed en vez de engañarme con una gaseosa o cerveza. Además no podía permitirme ninguna modorra. Lo que no aparecía era la idea salvadora, ese relato que haga saltar de la silla al que lo lee, como Garmendia solía hacerlo. Pensé en llamarlo a Cuba, donde estaba de vacaciones, para que me ayude. Pero no. Me convencí que tendría que poder.
Cuando al fin una leve punta para mis escritos empezaba a asomar, ella terminó de bañarse. Le grité que yo ya había llegado y que estaba todo bien. Solo le recalqué que no me espere en la cama, porque, seguramente, tendría para largas horas de escritura. Así y todo, hizo oídos sordos y fue a la cocina a servirse algo fresco. Y fue imposible desviar mi atención hacia ella.
Marie decidió pasearse desnuda por todo el loft, y eso que sabe que tampoco me gusta demasiado, porque hay muchos ventanales y alguien la puede ver. Sin embargo, pareciera que en ella hay una perversa y sutil diversión en hacerme enojar. Ahora, eso sí ¿cómo enojarme con esa perfección y tentación que estaba a apenas unos metros? Encima caminaba como si estuviera vestida hasta las orejas, y creo que eso es lo que más me enloquece.
La conocí siendo todo una señora, hecha y derecha… no diría puritana, pero si algo recatada y con elegancia. Pero desde que estamos juntos todo el día, es una permanente gata en celo. Ahí está de nuevo: Les relato y después díganme: Me sirve una copa de champagne, mete los dedos dentro y se los chupa, pasándoselos por los labios. Todo esto sin decir palabra alguna. Repite la acción y ahora intenta poner los dedos en mi boca. Me resisto un poco, no sé muy bien si como siguiéndole el juego del sí y del no que es tan lindo, o porque necesito trabajar de verdad o porque un poco me incomoda que ella lleve el control. Pero hace fuerza para que abra mi boca,  y ya no resisto. Se los chupo: el champagne sabe más salado en su piel. 

Sigue paseando desnuda. Va y viene. Se acerca a uno de los ventanales y a los pocos segundos escucho bocinazos y algún grito de muchachos desde la calle. No se inmuta. Al contrario: se sienta de piernas abiertas mostrando a nadie y a todos su maravillosa intimidad. Juega, hace que se masturba y grita suave y muy falsamente. Es desafiante. Temo que una banda de forajidos quiera entrar por la fuerza a mi casa. 

Estoy, poco a poco cambiando de parecer. Reconozco que me excita y me gusta. Igual está todo bastante oscuro, iluminado sólo por la luz de neón de los carteles de la calle. En cambio, cuando se me acerca es la pantalla de mi computadora la que la inunda de colores variados.

Insisto: Trato de terminar un trabajo, o mejor dicho, de empezarlo... pero no me deja, primero por que verla y disfrutarla me distrae de manera fantástica. Pero tampoco puedo seguir porque cuando amago concentrarme viene y me toma del cabello suavemente y tira mi nuca hacia atrás. Me besa rozándome los labios, apenas.... puedo sentir la punta de sus pezones en mi cuello... ¡Carajo! me excito más todavía... ¡ y quiero terminar el trabajo, necesito terminarlo! Pero con la punta de su lengua, segura y firme, me abre los labios en busca de la mía, impregnándome de su saliva. Por Dios! no deja de besarme y se contornea detrás mío, me acaricia el pecho con ambas manos, mueve sus tetas, refregándolas contra mí....Mmmmm, me encanta... De pronto, sorpresivamente me deja y va hasta el viejo tocadiscos que yo pensé que no funcionaba. Toma un Long play, lo pone con una delicadeza de coleccionista y empieza a sonar un meloso tema como de los años 50. Conoce bien esa melodía. Baila sugestivamente a su ritmo. Me imagino que suele bailarla cuando yo no estoy, sola, pero mostrándose a todos los que pasen por la calle, multiplicándose en los espejos que completan el ambiente. Su profesorado de Gym me obligó a cambiar un poco el estilo del departamento, en pos de que pueda usarlo también como estudio para unas cuantas gordas ricachonas que sueñan infructuosamente con lograr un cuerpo como el de ella.
Vuelve hacia mí y me quita la chaqueta sin mucha suavidad, hasta con una torpeza que genera una sonrisa pícara… desabrocha mi cinturón...Tiene la hermosa habilidad de no tocarme. Todo es una exasperante sugerencia de lo que podría llegar a pasar y que cada segundo estoy más deseoso de que ocurra. Conoce su juego a la perfección, ya que da vueltas en derredor mío al tiempo que mi sexo crece. Ensayo un ¡Basta, tengo que terminar este trabajo esta noche! Gime. Protesta con poca gracia mientras me desabrocha el jean. Inevitablemente me toca sobre el boxer, y se hace la sorprendida sobre mi evidente estado de excitación. Juega, reclama, exige: "¡Dámelo es mío, todo esto lo quiero para mí, lo quiero acá adentro!" me dice mientras su mano alevosamente acaricia una  deliciosa concha totalmente depilada. Llego a ver que un par de sus dedos se sumergen donde quiero entrar yo. Intento decir algo pero no se me ocurre nada. Reconozco que un poco se me nubla la parte racional del cerebro. Se sienta sobre mí, con habilidad y hasta una experiencia que me hace dudar de si esta agilidad es solo por sus constantes ejercicios de yoga. Eso fue lo que me llevó a dirigirle la palabra aquella vez. Su habilidad y elasticidad esa vez en la clase abierta que daba en la playa de Necochea.
Saca mi sexo del jean primero y del bóxer después. Yo, a esta altura, la miro, disfrutando sus movimientos... el cabello le cae sobre los hombros, sus ojos brillan con una mezcla de lascivia e inocencia. Se moja los labios con champagne, juega con el líquido sin tragarlo, me lo muestra y hasta intenta pasármelo a mí así, de boca a boca… se muerde suavemente los labios... Está entregada a mí, aunque es ella la que domina toda la situación. Arqueada hacia atrás, delgada y delicada, parece una chica todavía. Tiene gestos que conoce bien, que sabe que me hacen estallar. Ahora trepa en su placer más arriba cuando se acaricia los pezones: gime, se los aprieta y me dice lo lindo que se siente. Me invita –me exige debería decir- a que los muerda con suavidad, “Pareces mi maestra” le digo sonriendo. No acusa recibo, por lo que no estoy seguro de volver a hablar. Ella sigue contorneándose. Es muy ágil y flexible, y con mi cerebro retorcido que ella bien conoce, la imagino chupándose a sí misma y la creo absolutamente capaz… Pagaría para ver eso. Desciende con la lengua por mi cuello, el pecho. De pronto se baja, se pone de rodillas y chupa mi miembro de manera experta y hambrienta.

Ya me olvide del trabajo, me olvide de todo, incluso de quien soy, creo. Le empujo un poco su cabeza hacia mi cuerpo, así mi sexo entra entero en su boca. Yo ya quiero acabar allí, pero no me deja. Cuando nota mi apuro, cuando percibe que estoy tan cerca del punto del no retorno, y donde estoy a punto de explotar en esa boca ardiente, cambia el ritmo y se lo saca de la boca y cambia por lamerme por fuera, despacito mientras me mira con ojos de gata.

Ríe gozando. Me gusta y lo detesto.

Instintiva y salvajemente la tomo por los hombros, y le digo que venga. Reacciona con lo opuesto, alejándose caminando hacia atrás. Se sienta sobre la mesita auxiliar de la computadora, y con su culo tremendo desparrama todos los papeles borradores de mi trabajo. También un vaso plástico con algunas lapiceras. No me importa nada que esas hojas ahora estén un tanto mezcladas. Abre las piernas y me toma las manos. Entrelazamos los dedos, y las lleva hasta su entrepierna, donde con suaves toques me hace notar su íntima humedad. Gime como pocas veces recuerdo haber oído. Sin saber porque, ya que no haría nada al respecto, trato de revisar con la mirada a los amplios ventanales para ver si las cortinas están cerradas, como para que nada de esto llegue a la calle. No llegué a evaluar nada porque ahí mismo la quería hacer mía. Si la escuchan, mejor, pensé. Es una criatura apetecible como el fruto más prohibido, y me fascina y me enloquece.                       

“Vení” repito. Me mira y sonríe. La atraigo hacia mí y nos besamos con muchas ganas, sin delicadeza, con las lenguas buscándose, deleitándose, sorprendiéndose, una con otra… y la tomo con fuerza para sentarla sobre mí. Se mueve un poco, se acomoda, y deja que  entre en ella despacio. Es ella la que en realidad mide los movimientos, hasta quedar toda dentro mío. Es hermoso el momento, la sensación de penetrarla y hermosa es ella. Estiro las piernas, subo la pelvis y me empiezo a mover. Ella me sigue. Dice algo así como que es una danza erótica, al ritmo de esa música melosa que sigue sonando. La verdad, yo no escucho nada, solo que la siento en mi miembro a toda ella. Por momentos me detengo, con ánimos de regular, de auto controlar lo imposible, y nos quedamos mirándonos, saboreándonos, sintiendo la maravilla de complementarnos de semejante manera. Busco culminar sin desearlo de veras, y ya estoy ahí, en la puerta del paraíso al que me ha llevado. Debo decir que no sé muy bien como, logro controlarme, durar, por ella , un poco más. La espero todo lo que puedo. Gime, y mueve su pelvis en círculos, su cabeza y el cabello se agitan. Está despeinada y húmeda por el sudor. Ya está jugando con fuego. No tengo más poder sobre mi inminente estallido. Le aviso que ya estoy, que voy a terminar... y justo antes de que lo haga,  sale de mí, desconcertándome... Por un instante la odio. 

Pero apenas la veo, entiendo que quiere seguir jugando: Se tira al piso, se acuesta como una Madonna renacentista provocativa y temerosa. Se da vuelta para mostrarme el culo en todo su esplendor.
Separa las piernas y me invita: “vení vos... yo siento mucho placer así”. Coloco una mano por debajo, afirmándome sobre su sexo y al tiempo que busco clavar esa cola divina. Gime más que antes. “Despacio”, se queja.”Un poquito, un poquito más” exclama.
Dos, tres cuatro, cinco embestidas y termino... el liquido cálido y fértil se derrama en su interior... Tiemblo y lo acompaño con un grito silencioso... Es un orgasmo eterno, mágico, celestial. Me quedo aferrado a su pecho, escuchando las respiraciones agitadas. Pero me falta ella. Quiero gozar haciéndola gozar. La doy vuelta y hundo mi rostro en su pelvis. “Solo la lengua” indica mi profesora. Entonces juego agitando su clítoris, donde sé que le gusta. Se arquea y en unos segundos fluye su néctar. Tiene tres envidiables orgasmos que llevaré marcados por sus uñas por algunos días en mi espalda. Tiembla de calor y frío. Se retuerce en estertores que confirman la intensidad. Amo que sea tan sexual. Que no se lo reprima, que muestre su cuerpo sin pudor. Nos quedamos así, con mi cabeza apoyada en su abdomen, mientras ella me acaricia el pelo. “Debe ser un lindo espectáculo visto de lejos” dice.
Nos adormilamos por un momento, agradeciendo esta urgencia de amor espontaneo y pleno.
De golpe se incorpora y me dice: "escribí esto que hicimos… yo solamente te di la idea… escribilo como solo vos sabés… y vas a ver qué mañana en la editorial la directora te va a preguntar cómo es que nunca antes escribiste vos cosas así. Y capaz que hasta le sacás el puesto al forro de Garmendia... Sus historias nunca me calentaron demasiado... seguro que si escribís esto como vos sabés, más de una mina se va a hacer una paja leyéndolas. Vas a ver que se van a calentar lindo, y las minas de la redacción te van a mirar diferente desde ahora. Pero ojo, no te hagas el boludo, ¿eh?:  Esta es tu historia, escribila, pero entre vos y yo, ambos sabemos que es un regalo mío, de tu Marie para vos…"  Y mientras me da una caricia tierna en la cola agrega "Ah! y le puedo regalar muchas más si se porta bien, alumno…"

domingo, 23 de enero de 2011

El Test del Amor



Si todavía sabés como acurrucarte
cuando él te ofrece su cuerpo como cuchara…

Si todavía sabés como abrazarlo
cuando notás que necesita ese abrazo…

Si todavía sentís un remanso de paz
cuando su mano firme acaricia toda tu espalda

Si todavía te estremecés, (o sentís escalofríos)
cuando sus yemas te rozan como al pasar…

Si todavía preferís dejar el libro a un costado
cuando su palma se sumerge debajo de tu bombacha…

Si todavía el instinto te hace abrir las piernas
cuando sus dedos hurgan tu húmeda alma…

Si todavía arqueás la espalda
invitándolo a un abrazo más profundo…

Si todavía buscás bocanadas de aire puro que te inunden
cuando te besa el cuello…

Si todavía te mordés los labios,
cuando su saliva explora la cima de tus pechos…

Si todavía clavás uñas o retorsés almohadas
cuando te lleva al abismo deseado…

Entonces sí y solo sí
sabrás que es él, y sólo él, quien te de verdad te ama.

Si preferís darte media vuelta,
seguir leyendo,
o levantarte y tender la cama…
es mejor que abandones la historia,
para no mentirle más a quien más te desea,
para no herir a quien, con amor,  de verdad  te acompaña…





miércoles, 19 de enero de 2011

Más que nunca


Ya con ese vestido sentí que se me estaba insinuando.
Seguramente, si se lo preguntase, lo negaría. Porque su seducción no era premeditada.
Ella destilaba sensualidad sin darse cuenta. Sin embargo, conciente o no, por alguna razón, eligió ese vestido mezcla de inocente romanticismo con transparencias provocadoras.
Debo decir, aún a ser tildado de macho básico y elemental, que apenas la vi más de cerca, me costaba mantener la mirada en su mirada sin bajarla hasta sus pechos.
No se veía demasiado, porque la tela era roja, casi del mismo tono que sus pezones, doble talvez, para armar más lo que cumplía la función de corpiño. Bastante armazón, imaginaba, necesitaría habitualmente, para sostener esas dos impresionantes tetas, como si de tensores de una monumental obra se tratara, para mantenerlas erguidas.
No era tan así, porque su piel era joven y fuerte. Pero daba la impresión se estar haciendo fuerza conteniéndolas. Y pensar eso, en liberarlas y en ser yo, con mis manos como cuenco las que las sopesen, las bamboleen, me excitó muchísimo.

La idea primera era bajarle el bretel (algo complicado, por que era de esos que son una sola tira cruzada por detrás, por la nuca, que para sacarlo debe pasarlo hacia delante por la cabeza) y apretarle los pechos desesperadamente con las dos manos, hasta poder meterme esos pezones enteros un mi boca. Chuparlos con fuerza y allí hacerla tener uno, dos, tres escalofríos inmediatos.
Pero quería ser tierno, delicado. La fantasía de agarrar el vestido por cada uno de los pedazos que cubrían esas dos hermosuras y pegar un tirón seco rasgándolo hasta desnudarla violentamente, y dejarla expuesta solo con una mínima tanga, me rompía la cabeza.
“Ya lo haré” me convencía mentalmente para cumplir ese capricho algún día en el futuro.

Se dio cuenta que me gustaba como se había venido. Y no era para menos. Con un
“¡Mirame a los ojos y decime si te gusta como estoy!” confirmó que ya se había dado cuenta de sobra y participaba del juego. Le contesté y respondió con un mohín como de poco satisfecha, como que el elogio era escaso. Lo hizo con esa picardía que sabía me iba a calentar más.

Nos sentamos abrazados y besándonos apasionadamente, sin muchos prolegómenos.  Inevitablemente -juro que lo intenté, pero el instinto animal, salvaje y elemental ganó el combate de manera muy sencilla- la tela generosa y volátil de esa pollera gigantesca jugó su papel de cubrir y descubrir al mismo tiempo.
Con una mano primero fui recorriendo su pantorrilla, hasta llegar a una cola redonda, suave y profunda. La otra mano empezó entrelazando los dedos en su pelo al tiempo que la besaba ahora más profundamente.
Maravillosa fue la sorpresa de no encontrarme con ninguna prenda que demore la aventura de acariciarla desnuda. No pregunté. Imaginaba respuestas sonsas como que “tenía calor”, “que le apretaba” o hacerse la que no se había dado cuenta de semejante olvido, en vez de ser sincera y decirme lo que esperaba de mí aquella jornada.

Estaba ahí.
Su más secreta intimidad.
A un dedo de distancia, o menos, la tentación de tocarla donde más fantaseo.
Zona oculta, prohibida, arrasadora de todos mis pensamientos en soledad.
Moría por invadirla, sin autorizaciones ni permisos.
Quería hundirme entero allí.

Ella siguió la partida con una sonrisa tímida pero desafiante. Me miraba también con deseo. Pero ese deseo controlado, analizando cada microsegundo de este encuentro.
Mi mente viajaba pensando que ella haría lo mismo si cada uno fuese el otro.
Que estaría igual de ansiosa, costándole controlarse ante tanta mujer.
Todo, gracias a todos los dioses juntos, y sino no encuentro otra razón, pasaba como en cámara lenta, y yo disfrutaba como nunca, con los sentidos a pleno. Con casi todos: vista, oídos, olfato, tacto… El gusto ya llegaría a mucho más de lo que llegó a disfrutar de sus besos y mordiscones.

Me levanté. Me puse frente a ella y registré ese espectáculo inenarrable: la mujer más linda de la tierra frente al hombre más feliz.
Y decir que la más linda estaba ordinariamente abierta de piernas, de par en par, como le enseñan que nunca debe ponerse, pero haciéndolo con increíble sensualidad, encima invitándome a entrar en ella, lo hacía más espectacular todavía…Único.

Dejó al descubierto los pechos, y el vestido ahora solo era un trapo arrugado y retorcido que apenas le tapaba la panza.
“¿Me lo saco?” preguntó como quien está dispuesta a hacer lo que le pidan.
“No”.
Me saqué la camisa, me bajé los pantalones y el boxer. Como un resorte mi verga saltó liberada.

Debo reconocer que yo no sabía hacia adonde mirarla. Su intimidad, labios y clítoris que brillaban por el líquido que brotaba, o a su cara, mirándome hacia mi desnudo falo, que latía buscando crecer un poco más todavía.
Me agradó muchísismo que me la mirase. No voy a decir que soy un superdotado, pero también es real que no me hace quedar nada mal el amigo. Sobretodo porque cuando el estímulo era como el que yo tenía ahí, servido en bandeja de plata, siempre hacía un esfuerzo por pegar un estirón extra.
Y su mirada hacia allí fortaleció mi sensación de que tenía verdadero apetito de mí. Como yo lo tenía por ella.

“Por favor, tocate un poquito” susurré con timidez.

No tuve que decir más. Se humedeció los dedos índice y mayor en su boca solamente para que yo delire, porque ahí abajo no necesitaba nada: era un manantial el que fluía.
Jugó con un clítoris gordo, rechoncho y hasta diría feliz, sabiendo que hoy era día de fiesta, y despacito se sumergió los dedos bien en lo más hondo.
En una de las recorridas -y sólo en una- acarició su ano aún virgen, produciéndole una sensación diferente, que todavía no llega a identificar como posible fuente de placeres.
Con la otra mano se encargó de separar bien esos labios, uno a cada lado.
Mi mano, con los dedos pulgar e índice, ya acariciaban la corona de la cabeza del pene.
Espamos, controlados aún, me empezaban a hacer temblar las piernas.

“¿Me chupás vos? Dale… estoy muy caliente…”  me sugirió.

Me acerqué, y abriendo más todavía esas piernas kilométricas, me zambullí de lleno con mi cara y mi lengua. No podía perderme por nada ese sabor tan a ella.
Miel pura.
Pura miel.
Desde el ángulo que tenía no podía ver bien sus gestos, sus dientes apretados, el parpadear de sus ojos… Le pedí que se incorpore con un almohadón, para gozar con solo mirarla.

Era maravilloso. Comía su intimidad con vista al cielo.
Decidió, si es que lo llegó a pensar, en aumentar la apuesta de volverme loco. Con sus manos se apretaba los pezones -soberbiamente pensé en que lo hacía por mí, aunque vi que descubrió que evidentemente le servía mucho más a ella- a un grado que si yo lo hubiese hecho, la haría gritar de dolor.
Y gritó, claro. Pequeños aullidos primero, largos y estrepitosos después.
Mi verga no podía más de contener tanta sangre que la mantenía rígida como un palo.
Aquel clítoris estaba hinchado, rojo, disfrutando de lo mejor que mi lengua podía darle.
Por instantes le daba respiro, dirigiéndome hacia su entrada, para mojarla más en sus jugos y hacer más sabrosa la caricia de toda esa hermosísima concha.
Y llegó un primer estallido importante. Pidió que no parase, como si yo me hubiese desanimado, algo absolutamente infundado: estaba en la gloria y no pensaba abandonarla por nada del mundo.
Cambió rápido de idea, interpretando frente a lo que mis estímulos le provocaban, que era mejor que ahí mismo la penetre.

“Cojeme un poquito, y después chupame hasta el final”

Eso de “un poquito” me causó gracia. Entonces, sin entender, me preguntó porque me sonreía.
Empecé a balbucear una explicación que no escuchó. Su propio placer al sentir como estaba entrando en ella la llevó a un grado donde no se escucha ni se piensa en nada.
Mi miembro se deslizó tan fácilmente gracias a tanta humedad, que el vaivén del ir y venir se hizo rápido y constante. La electricidad que su interior caliente me producía se desparramó por todo mi cuerpo. Los dedos de los pies sintieron una cosquilla diferente, que me obligó a cerrarlos como un puño. Me aferré a sus dos tetas como para no caerme del paraíso al cual estaba llegando y así entrar y salir en ella se hizo lo más lindo de la existencia humana.
Me acomodé para tratar de mordisquear sus pezones. Necesitaba chuparlos y llenarlos de besos apretados. Con saliva ahora brillaban como pequeñas pepitas sumergidas.
Le gustaba, tanto que sus manos me alzaban esa cima más aún hasta mi boca apretándolas desde la base, produciendo que sus botones rosados se inflen al máximo que la piel se lo permitía.
Su cara me mostraba gestos que son imposibles en otra dimensión. Placer auténtico, como para desmitificar aquello de que las mujeres pueden fingir. No mentía su boca abierta, capturando todo el aire de su alrededor.
Luego juntó sus labios y un Mmmm aspirado cerró el instante como si fuese el suspiro de un alma, conquistándola.

Alterné mi sexo con mi boca para que llegue al puerto soñado. No hay visión que supere el verle arquear su espalda, abriendo todos los sentidos a un orgasmo intenso. Hasta los poros pedían explotar. Sonaba a que necesitaba más y más, a que jamás quisiese que termine.
Gozó.
Y la amé como nunca.
Eso sentí.
O más que nunca, aunque a decir verdad, no sé muy bien si alcanza la palabra amor a toda la pasión que juntos nos generábamos.
No importaba demasiado.
Ahí lo fundamental era que nos teníamos

Como si un poco le faltara, terminé clavándole nuevamente mi masculinidad con impulso, con garra, a sabiendas de lo que buscaba.
Se deslizó conociendo el terreno, ágil y lubricada en toda su extensión. Era la más sabrosa de las caricias que una mujer puede regalar. Deseaba que ese instante sea eterno, pero sabiendo que lo más bello también tiene un final, en unos breves y cada vez más acelerados movimientos, estallé. Fueron cuatro explosiones cargadas de felicidad. Grité en cada una, como solo ella lo logra conmigo.
Estertores casi mortales, fulminantes. Agitación exagerada pero tan verdadera.
Mi savia la inundó por dentro y creo que ella notó el momento exacto de la mezcla de nuestros fluidos. Sintió ser bañada por dentro.
Su mirada fija puesta en mi cara, que descubrí cuando abrí los ojos, me erizó la piel, obligándome a una sacudida más, la final, la de la despedida después de semejante encuentro.
Supo gozar con mi gozo, mordiéndose los labios al tiempo que eyaculaba en su agujero. Ahora rió ella viendo lo que podía lograr en mí. Cara de “me parece que te gustó mucho” que comprendí sin mediar palabra.

Quedamos muertos en vida. Uno al lado del otro, desprolijamente acomodados en un sofá que mostraba signos de una lujuria sin pausas. Desnudos, un rato dormimos extenuados, así, casi sin tocarnos. A desgano, sin fuerzas, ella agarró el vestido, lo sacudió para extenderlo y así cumplió el rol de sábana mínima para justificar que apenas un poco nos tapase. Algo necesario dado que los cuerpos se enfriaban, y que la temperatura febril de la pasión había descendido.

Una hora después quizás -o tal vez mucho más- con una ternura inimaginable, acercó su boca a mi miembro flácido y retraído y con un suave beso me preguntó:

“¿No te vas a levantar?” apenas dijo, aunque en realidad no sé muy bien a quien de nosotros dos ella le estaba hablando.

domingo, 16 de enero de 2011

Homenaje moderno a las antiguas "Cartas de Amor"


Que difícil olvidarte…
No sé escribir cartas de amor, ni nunca creí demasiado en esas historias de gotitas de perfume que ella le ponía para volverlo loco con su aroma. Son otros tiempos y con suerte todo se dice de frente sino es por las estúpidas redes sociales. Sin tanto sentimiento, con dibujitos de computadora que bajás de Internet.
Pero vos sos diferente. Con vos ES diferente. Te merecés el homenaje de volver a esa tan antigua y romántica tradición. Y acá lo intento.
Imaginá que acabás de recibir el correo. 
En letra manuscrita, pero con las técnicas modernas, te declaro mi amor.
Cuando te conocí, solo imaginé que eras una persona más, de las tantas, que por mi vida pasaron. Más allá de tu cuerpo, de tu simpatía extrema, no imaginé que quedarías amurada a un sentimiento. Me dije en mis soledades que de no ser por determinadas circunstancias hasta podrías haber sido mía.
Puras mentiras, auto convencimientos vacíos, que ni yo en la borrachera más acuciante podría creérmela.
Conocerte fue despertar a un mundo desconocido. Experimentar milagros que solo pensé literarios. Sentir tu piel próxima, oler ese aroma tan tuyo, fue clave para aseverar tu existencia.
Hablamos de cosas vanas con la profundidad de los grandes pensadores, y confesamos secretos ocultos que a cualquiera espantaría. Fuiste un remanso que iluminó mi camino. Fuiste el sol posterior a la tormenta. Fuiste,  es odioso decirlo…
Juro que no puedo creer las sensaciones que inauguraste dentro de mí. Como si el ser humano viniese preparado de fábrica para casos especiales… y vos fuiste uno de ellos.
No sé, obvio que lo ignoro, si como dice la famosa frase, “sos la mujer de mi vida”… pero juro por todos los santos que más de una vez lo pensé… No puedo mentirme ni mentirte, sabemos que el juego que se presentó encontró a dos grandes participantes, y que, como en una de esas finales de poker de la tele, uno se desespera por conquistar las posesiones rivales.
Te desnudé con palabras. Te recorrí con las letras del teclado. Mi mano era el mousse que encontraba recovecos muy tuyos. Y creo que te escuche gemir de manera virtual. No te toqué pero siento que te hice el amor como a nadie. Tu aliento agitado, la piel transpirada, los ojos cerrados. Orgasmo profundo pero distante. Sentí tu humedad brotar y empapar la lencería. Pero hasta ahí llegó. Se me complica el cerebro diciendo que si y que no. que si creo que te amo, que no, que no puede ser amor. Que deseo entrar bien adentro, hasta llegar a tu corazón. Que es en vano soñar con ángeles, porque, dicen que no existen… que… ¡tantas cosas! Y todas dan vueltas y vueltas…
Apenas nos vimos siquiera. No sabemos demasiado de nosotros, en realidad. Si sé que si fueses muy mía, si te conociera hasta por dentro, sería fatal abandonarte… si no tengo esa posibilidad, sufriría una desazón de no saber cómo sos…
No soy coleccionista de trofeos. Es más, no tengo recuerdos similares. Hacerte el amor sería hermoso, celestial, magnánimo. Pero, raro para la especie varonil, lo sé, aunque no me comprendo, priorizo que estés bien.
Todo esto, sucedió de pronto. Sin red, apareciste y te desnudaste. Me siento privilegiado. Un afortunado que no sé si digno de tanto. De verdad.
Veo en vos un sol. Alegría de vivir, de gozar de tu goce. Libre.
El piropo diría que sos justo lo que el médico me recomendó. 
Pero perdí la receta y ahora no se como administrarte, cuantas dosis de vos me pueden curar.
Cara de picardía, de inocente… ¡como río cuando decís vulgaridades con ese estilo! Inevitable sentir amor…  tan eufórica, vital, feliz…
Soy muy de la idea de que si uno está bien, lo transmite a los que de verdad te quieren, y a pesar de no tenerte, haré como que estoy bien sin vos, solo para que vos estés mejor.
Jamás pero jamás, pensé en usarte como para disfrutar un momento. Jamás.  No sé si hoy día eso es destacable o no… Amo respetarte, más allá del que dirán los que se enteren. Pero aclaro que nunca me pasó con nadie…
Quiero y no quiero. Desear poseerte y al mismo tiempo poderte desear.
Soy raro. Lo sé. Te haría el amor con una ternura que no conocés. O la mejor paja de tu vida. Y aceptaría lo mismo, de vos, sin ninguna condición. De mil amores.
Tal vez podamos seguir jugando así… ojalá. Ojalá pueda saborear tus intimidades y hacerte gritar…
Algo, lo que sea, seguramente será… y ojala que lo mejor de mi vida te incluya a  vos.
Te quiero. Te deseo. Te sueño.
Yo.


miércoles, 5 de enero de 2011

Te imagino



















Podría ponerme detrás de ti.
Y muy suavemente deslizar mi mano,
por el cuello primero.
Sentir las clavículas.
Y bajar suavemente.
Una mano.
Y sentir el peso de uno de tus pechos en la palma.
Nada más por el momento, hasta llegar al ombligo.
Jugar.
Y ahí sí.
Decidir si subir o bajar.
Te consultaría.
Aunque podría deducir por tu respiración.
Y hacer lo contrario.
Mmm.
Estaba jugando con tus pechos.
Hasta que levemente las puntitas
empezaron a ponerse un poco más duras.
Qué lindo se siente...
No cabe del todo en mis manos.
Me gusta sopesarlas... al tiempo que te beso en el cuello.
Una mano inevitablemente
muere por bajar.
Imaginando encontrar humedades.
Y eso,
de solo pensarlo,
estando detrás de ti,
me excita.
Y lo notas en tus glúteos.
Ahí, te das vuelta para buscar mi boca.
Y nos encanta.
Beso apasionado.
Profundo y audaz.
Amo las espaldas y antes de seguir recorriéndote,
te pido que te bajes la bata.
Para ver esa espalda desnuda.












Lo hacés, aunque enseguida te traigo hacia mí.
Te abrazo fuerte fuerte.
"Me haces doler" protestas.
Entonces aflojo.
Te saco la bata del todo, que cae al piso.
Te miro y muero.
No sé donde depositar mi atención.
Me da vergüenza que me descubras
fijándome demasiado en tus pechos.
O en tu intimidad más prohibida.
"Eh, tengo cara también" decís riendo.
Y si... te miro a los ojos
y veo un interior celestial,
un ángel.
No aguanto más.
Y donde mi mano no llegó,
llegará mi lengua.
Vibro de pensarlo...
el tiempo que tardo en acceder, parece un siglo.
Goteas una miel sabrosa.
Y el botoncito mágico está muy grande...
Esperando que mi saliva lo bese.
Pegas un mini gemido.
Te gusta.
Y quieres más.
No puedo parar de saborear.
Pero vos deseas que te penetre.
Un orgasmo logro con mi boca.
Un pecho lo manejo yo, aprisionando un pezón entre mis dedos.
El otro, te pido que lo manejes vos,
para que yo estalle mirándote jugando contigo misma.
Decido que no tiene sentido esperar más para llegar al paraíso.
Y te inclino, poniéndote de espaldas.











Deseo entrar, maravillado por ese trasero perfecto.
Y tus tetas colgando.
Puedo sostenerlas al tiempo que, una y otra vez, entro en vos.
Delicado al principio.
Un poco más violento después.
Logro sacarte un grito silencioso.
Me pone muy feliz verte así.
Una, dos, diez embestidas.
Eres demasiado hermosa para que me pueda controlar.
Te inundo por dentro.
Lo sientes tibio.
Y ríes de placer.
No quiero salir.
Pero deseo abrazarte.
Fuerte.
Caer rendidos.
Y quedarnos dormidos uno con el otro.
El sol asoma amarillo.
Me levanto para que esa imagen no se me olvide nunca más
Te amo.
Sencillamente eso.
Sin decir palabra...

Me encantó hacerte el amor.