viernes, 29 de octubre de 2010

Prometeme que me vas a hacer gritar


Bueno, bueno… calmate… Es muy, no sé… ¿halagador se dice? Pero mejor vestite, y si querés lo hablamos.


-Si… fue un sueño, Cacho. Más vale que me hubiese encantado que me lo dijera de verdad, despierto…pero no… se fue y listo… tenías que haberla visto… Y nunca volvió. Nunca más. Y yo soy un nabo… ni el teléfono le pedí   La ves y te enamorás. Es todo, un sol… Perfecta. Te casás…                                                           
                                                                                
Desde que apareció ese día en el taller, con su Nissan rojo, sueño con ella. Se re notaba que no tenía la más puta idea de que tiene un motor adentro, y yo me reía de las ridículas preguntas que me hacía… Pero estaba tan buena… No hay mina más linda. NO HAY.
Ese día llovía a cántaros. Le pedí que espere, porque solamente era cuestión de cambiarle una correa. Fui hasta lo del turco, el repuestero de acá enfrente, que, por más que me cobra el doble que en otro lado, me dije “esta mina tiene plata, que la pague y se va rápido”…
Pero me acuerdo que yo no quería que se fuera. La morocha estaba muy buena, te lo repito. La ves y te morís. Y si bien imaginé, de una, que yo no tendría chances, estaba como para relojearla de arriba abajo aunque sea. Buena de gambas, y como decía mi viejo, buena para madre… Un par de tetas así, tremendas. Y como te dije, llovía a mares, y volví chorreando… y te juro que me miró… me miró y le gustó que estuviera mojado… andá a saber que rollo se habrá hecho… ¡Unos ojos!

La cosa es que esos autos importados –me contó que era de su novio y que se separaron y ella se quedó con ese y no sé que más…- bueno, son una mierda para cambiarles una boludez… Debe ser que como los chinos son todos chiquitos, hacen todo chiquito los muy hijos de puta, y terminás vos puteando por algo que lo debería poder cambiar en cinco minutos.

Y la negra me puso nervioso. La miraba de reojo… turrita… sabía que calentaba… Bueno… ¿No va la mina y cuando estoy encima del motor se me acerca para preguntarme donde se le pone el agua al sapito, y ¡zaz! se me cae la abrazadera a la puta madre del fondo de todo?

Encima, ¿viste? le meten un cubre cárter de plástico choto, que se lo agarran con esos remaches pop de plástico también… ¡Una garcha! Tenés que romperlos y después no sabés como puta sujetarlo.
El asunto es que me tuve que meter en la fosa y ahí si… ¡Que gambas la hija de puta! Lisitas, re suaves parecían… y la turrita con pollerita media corta… desde el foso se le veía hasta el orto, creo… bueh! Saqué el puto chapón, y recuperé la abrazadera. Y ahí, justo ahí, empezaba el sueño, Cacho… resulta que la mina agarra y me dice: ¿puedo bajar?


-¿En serio? ¿Así te dijo?
-Sí, pero en el sueño. Te dije. Cambiale la yerba a esto que está horrible.
-Dame… ¿y qué más?
-Yo le digo que no, que no es lugar para una mina, que se va a ensuciar…
-Pero sos un boludo! Si ella quería… ¿Qué te jode?
-¿Y qué querés que haga? Te digo por tercera vez… ¡Era un sueño! No puedo con los sueños…
-Ok, ok… Seguí… Fijate si está bien así o le pongo una de azúcar…
-MMM, no, está caliente, pero está… Bueh, resulta que baja igual… ¿vez que te apurás a interrumpirme al pedo…?
-Que hijo de… ¡dale…!
-Vestidito cortito, medio color blanco, o algo así… taquitos… medias negras con ligas…
-Pará! Antes me dio como que no tenía medias, dijiste piernas blanquitas, lisitas…
-¡No me rompás las bolas! No dije blanquitas… y que se yó… se cambió… ¡Y dale Juana, loco… es un sueño! No te cuento una mierda más…
-No, no, dale, me callo.
-Me calentás, loco… 
-.............................ni hablo...........
-Se me acerca y… ¡me cortás el clima encima!... se acerca y me dice… “¿Cómo es eso que siempre dicen que ustedes saben medir el aceite?”
-¡¡¡No!!! ¿En serio te dice así? Sí, si,  ya sé que es un sueño. ¿pero te dice así?...
-Sí, Cacho… así. Entonces de galán que soy le explico, le muestro el tapón del cárter, le explico que ahí hay como cuatro litros, que se saca, que se ve la viscosidad… y viene y me susurra al oído: “Yo la tengo muy viscosa”…
-Me estás poniendo al palo… ¿querés mas bizcochitos? ¿Traigo?
-No, no… y yo agarro… o mejor dicho, la agarro a ella de frente y le estampo un chupón de novela… la lengua hasta el orto creo… la mina se sacude, se sacude y de un manotazo arranca  el tapón del cárter…
-Pero es imposible… si vos sabes lo apretado que… No me mirés así… no me mires así que me asustás… es que… Si, “es un sueño”… dale… me olvido.
-Bueno, veo que entendiste… y empieza a chorrearse aceite, en el cuello, en la ropa, y a la mina no le importa un carajo, y se baña como si fuera una ducha… resbalosa me queda… y se saca todo, de golpe. Uy Cacho, ¡las tetas! Se manosea, se desparrama todo… y se empieza a tocar la concha como loca… No… no podés imaginarte…
-¿Y vos? ¿También con aceite?
-Si, menos la pija supongo, porque se le ocurre chupármela, y ahora despierto, pienso: no debería tener aceite ahí, porque si no es un asco chuparla con aceite… Pero en el sueño no me importó nada parece… Y viene y me dice: “Papito… medime vos el aceite…” y me señala la concha… ¡Que concha, madre mía!
-¿Y vos?...
-¡Pará de preguntarme “¿Y vos?”a cada rato! ¿que voy a hacr? Yo la ensarto por todos lados, se me patina, se escapa, y otra vez siento que se la meto hasta el fondo… De atrás, de adelante… te diría que violento… Una y otra vez… Y ahí le digo… gritá, hija de puta, gritá… Se da vuelta… me mira desafiante, toda sucia de grasa también, igual que yo… y como con cara de turra me dice: “Prometeme que me vas a hacer gritar, y te juro que grito”. Una yegua.
-Que raro…
-¿Qué cosa?
-Que te dijo eso así, después de cogértela… Porque ya debería haber gritado antes… un poco aunque sea.
-Ay Dios! No entendés nada… Es como un código… Es como que te pide más, que nunca la cogieron así… Que siga, que no termine…
No sé para que te cuento…
Encima ya te lo dije treinta veces…
-Si, que es un sueño… cortala…
-Y además en los sueños pasan cosas que no se pueden explicar, es el inconsciente… nadie sabe…
-¿Y vos? Bueno, perdón… digo ¿y vos que hiciste ahí? Eso digo.
-Le dije que se calme y que se vista. Y ahí me desperté.
-Un cacho más hubiera estado bueno…


-Y si… pero como dijo un tipo, Calderón...,
-¿Cual? ¿ el de Estudiantes…? ¿Caldera? También jugó en Arsenal, en el rojo, en Europa… ¿ese?
-Dije Calderón, como ese… Éste es mucho más viejo… dijo: “ Los sueños son… son eso… o algo así…”
-Ah! Mirá vos a Caldera… Che… Me voy adelante que me parece que entró gente… voy a ver… Poné más agua…
-Dale…
-No, che… te buscan a vos…
-¿Fernando? Si es Fernando, decile que pase… ¡Fer!
-No, no es Fernando…
-¿Quién? ¿La vieja del Palio? ¡Que rompe bolas! Le dije que el sábado…
-No, tampoco… no es un cliente… Dice que te conoce…
-¿Quién es? ¿Una mina, un tipo? ¿Cómo se llama?
-¿Cómo te digo? Es…es… ¡Ya sé! ¿Sabés? Está muy buena…¡Es un sueño! ¡Y dijo que le prometiste algo!.

                                                             Jorge Laplume





domingo, 24 de octubre de 2010

El anónimo





Verano en Buenos Aires. Calor insoportable.
Mañanas agobiantes, tardes desesperadas, noches que te hacen creer que todo está mejor, pero no tanto.
Isabel trabaja en una boutique fina y elegante.
Está muy acostumbrada a que al shopping vaya mucha gente, y siempre, algún muchacho se le lance.
Está un poco harta de siempre lo mismo. Ella es una muy linda mujer, de unos cuarenta años, que vaya a saber el motivo, está sola.
Ese día algo iba a cambiar.

Desde hacía unas semanas sentía, que en determinados momentos, alguien la observaba, cuando subía a sacar algo de los estantes de arriba, cuando iba al baño, hasta cuando corría bajo esa lluvia de verano en busca de un taxi.
No le incomodaba demasiado, porque se sabía atractiva, pero si sentía cierta intriga.
Ese día algo iba a cambiar.
Esa mañana, cuando llegó temprano para abrir el local, entre la boleta de la luz y el resumen de la tarjeta, apareció un sobre marrón sin identificación. Entró, dejó la cartera y el saco a un lado, y antes siquiera de prender las luces de la vidriera, lo abrió y leyó, no sin inspeccionar si alguien estuviera espiándola.



“Hoy te voy a pedir que cuando llegues a tu departamento, apenas cierres la puerta, te desnudes. Yo voy a estar espiándote -decía la nota- Naturalmente, deberás dejar las ventanas abiertas de par en par, y así caminar por todo el living hasta el baño. Allí, date una ducha refrescante. Secarte o no, esa será una decisión tuya. Y así como estés, vas hasta tu heladera y saciá tu sed con un jugo Baggio.
¿Un chiste? ¿Será para mí? ¿Quién podría ser? Ella y su autoestima estaban en pie de guerra desde hacía varios días. Entonces esta situación de sentirse valiosa como objeto para algún insólito cazador, la llevó a una nada despreciable tregua.
Ese día algo iba a cambiar.
La jornada se le hizo eterna. En determinado momento decidió que ya no aguantaba más esa tensa y absurda espera hasta la hora de cierre. ¿Era el calor? ¿La ausencia de clientes? ¿O la ansiedad?
Pocos transeúntes quedaban en el centro comercial. La escalera mecánica, muy silenciosa naturalmente, delataba el ruido de un motor falto de lubricación evidenciado debido a la ausencia del murmullo de la gente.
Decidió cerrar antes de tiempo, con un dejo de culpa, como si de una rabona colegial se tratara, más allá que ella era la dueña del lugar, y podía hacerlo cuando se le ocurriese.
Pensó que ya que era temprano, que podría aprovechar para hacer las cosas que nunca hace por salir tarde: ir a la peluquería, ver negocios, incluso al cine. Sin embargo, nada le pareció más atrapante que, ante el calor reinante, llegar a su casa, darse una ducha y como si su admirador supiese, bajarse un jugo Baggio.
De pensar en tanta “coincidencia” se asustó. Igual se dirigió hasta su departamento.
Atardece. No entra mucha luz, solo manchas azules. Afuera se escuchan autos, y jóvenes que están comprando helados en la esquina.
Relee la carta y casi sin dudar va haciendo todo de manera ceremoniosa. Al salir de la ducha, apenas minutos después ya estaba nuevamente transpirada. No desnuda del todo, porque le faltó audacia, se acercó al balcón solo cubierta con una camisa bien grande blanca, desabotonada. Asi vestida, más desnuda estaba.



De pronto sintió una mirada escondida, pero muy penetrante. Se hizo la desentendida y empieza a jugar a secarse la transpiración de manera natural, aunque ni ella se lo cree. Imagina que él se debe estar excitando. Y aunque no hay nada de lujuria en su acción, siente que su entrepierna se va humedeciendo.
Entonces, escucha la puerta. Alguien entra abriendo con la llave. Rebobina a  mil en su mente para adivinar quien en estos últimos tiempos pudo haberse quedado con una copia. Desea voltear para descubrir quién es. Instintivo. Un fuerte y muy breve  “¡No!” la congeló; y tampoco le dio indicios del dueño de esa voz.
Una luz de rojo intenso, de un cartel de enfrente, le hace transparentar la camisa, evidenciando formas bien definidas. Una leve brisa, por momentos, la deja absolutamente expuesta, para regocijo de cualquier otro que se le haya ocurrido salir al balcón en esa tarde de calor.
Él se acerca por atrás. Le besa el cuello. Le besa la nuca. Crees conocerlo por su olor, por su respiración pero no estás del todo segura. Sabés perfectamente que no podés arriesgar y errar.
Ante un leve intento de preguntarle algo, él te hace” shhh” con el dedo índice sobre tu boca. Y te venda los ojos con un pañuelo inconfundiblemente tuyo, que reconocés por el perfume.



No te gusta demasiado, pero no luchás. Cedés curiosa, temblando. Te saca la camisa, y te levanta los dos brazos. Es atractivo imaginar cómo tus pechos se levantan, apuntando sus pezones directo a él, a su boca. Pensás en un abrazo. Pero no. Hace un sencillo nudo con algo y engancha ambos brazos a la soga para colgar la ropa. Te recorre una frustración y reaparece el temor. No hay palabras, ni nada.
Estás mostrándote de frente a la calle pero ni lo percibís. Intentás cruzar las piernas como para cubrirte algo, por más mínimo que sea. Tal vez ya haya público disfrutando de un show inesperado.
Te agarra por un tobillo primero, luego por el otro. Te separa ambas piernas y la miel de tu entrepierna derrama gotas al piso. Estás a su merced, y gracias a la delicadeza de cómo lo hace, lo dejás seguir. Querés hablarle, lo necesitás. Pero tampoco deseas romper esa regla del ¿juego?
Una foto. Dos. Tres. Diez. El flash encandila a través de la tela de la seda del pañuelo. Estás deseosa de más. No sabés bien si después desearás ver esas imágenes o quedarte con lo imaginado. Y ahora una pluma se moja en tu intimidad.
Escalofríos intensos. Que ahora llegan a un pezón y a otro.
Vuelve a un clítoris rebosante, definido. Otro escalofrío más fuerte que el anterior te obliga a pedir más. “Segui, por favor” rogás con un susurro. Más jugo, y hasta un pequeño chorrito de orina que escapa involuntariamente.
Él se levanta. Apoya suavemente sus labios en una boca desesperada. Te hace desear, si más fuera posible. Te contorsionas para meter tu lengua en esa boca atrevida. Con sus manos comprueba la solidez de los picos de tetas desafiantes. Aprieta fuerte cada pezón hasta el borde mismo de algo muy cercano a un orgasmo. Experiencia inédita, que te deja desorientada, mareada. Sentís haberte orinado sin más. Pero es pura esencia de vagina sedienta de su miembro.
Te desata. Confía en que sigas con los ojos cubiertos. No te lo pide, pero te sentís obligada a mantenerlo así. Él se recuesta en esas baldosas color granito. Y simplemente te deslizás introduciéndote un miembro recto. Lo acomodás con una mano. Mientras con la otra tanteás la baranda, haciendo caer una maceta con su planta incluída, hacia la calle. Reís asustada. Estuviste a una décima de segundo de sacarte la venda para corroborar si alguien se lastimó, pero esa mínima distracción la aprovecha para agarrarte de la cintura y hundirte lo más profundo posible. Un “ahhh” profundo fue inevitable.



Subís y bajás. Lento y rápido. Una y otra vez. Le llevás una mano a tu clítoris para que el orgasmo sea completo, insuperable. Rogás que resista, que no vaya a sentir rápido. Querés un poco más de eso dentro tuyo. No querés pensar en nada. Que los espasmos se repitan una vez más. Ahora subís lento, muy lento, como si ese miembro midiese mucho más, y una vez arriba, bajás con violencia, para llegar lo más posible hasta su base. Explotás de nuevo. Orgasmo azul profundo, diría alguna vez. Y saboreás que él esté “entero”.
Abruptamente, agarrándote de los barrotes de la baranda del balcón, te levantás.
Le mostrás tu trasero a pleno, incluyendo abriéndolo más todavía con tus dos manos. Lo invitás a que te penetre así, mientras ella recibe una brisa en la cara. Un sorpresivo chaparrón de verano, esos de gotas pesadas y violentas, coincide con una ensartada ágil y rápida. Casi en un par de embestidas después, ella está mojada tanto por dentro como por fuera. Cuando sale de ti, su esperma rebalsa y te recorre la pierna. En vez de cambiar de posición, debilitada por tanta energía entregada, más te afirmás  a esos fierros frios.
Un vapor de lluvia, debido a esa diferencia térmica, sale de tu espalda. La imagen es gloriosa.
Desde atrás, un hombre profundamente satisfecho, a decir por sus gemidos agudos y aliento entrecortado, la desata y le saca la venda.
Ella se encandila primero mirando la nada. Piensa en girar y terminar con la incertidumbre. (¿Quien será?). Pero decide no hacerlo. Un par de minutos después, un portazo le hace tomar conciencia de cómo y dónde estaba. Sola con su ser. Feliz. Gozosa. Alguien la aplaude desde lejos. No se apura en cubrirse. Ríe en silencio. Se sienta en el suelo y apenas tapada con la camisa, queda dormitando en una pose ordinaria.
A la mañana siguiente, irás de nuevo a la boutique.
Y yo de nuevo a espiarte.


                                                                Jorge Laplume



martes, 19 de octubre de 2010

El Postre





Nunca pensé que la aburrida cena que Joaquín me obligó a preparar, terminaría así.
Esto de ser “la mujer de…”  me lleva periódicamente a tener que poner cara de nada
durante noches eternas, que preferiría disfrutar tirada en la cama, leyendo.
Pero la posibilidad del ascenso, prometido ya desde hacía más de un año, lo reconozco,
merecía un esfuerzo más.
Me gustan las reuniones. El hecho en sí de tener que poner la casa bien,
pensar en cocinar algo rico, y sobre todo, arreglarme, me encanta.
Pero últimamente con Joaco estamos fríos.
Y para colmo, como esta cena era por interés, le quitaba toda la espontaneidad
que suelo tener. Por las dudas, me preparé una margarita temprano, para distenderme.
El jefe de las filiales de América del Sur, un tal Bernard Steel, vendría con su señora.
Y como yo no hablo ni una pepa de inglés, más fastidiada lo iba a pasar. Charlas con un viejo sabelotodo como yanqui que es, sobre las curiosidades de Bs As, la carne argentina, política,
y todas esas cosas, en otro idioma, me pintaban un panorama nefasto.
Igual elegí un vestido que, lo asumo, me ratonea hasta a mi… una tela suave, italiana,
con dos breteles finos como hilos, y un escote profundo. Como no me puse corpiño,
ya con mi segunda margarita, decidí hacerlo completa y sacarme también el culotte… 
Quería poder sentir el roce de la tela en mi entrepierna durante el embole de la comida.
Soy buena mina… Me refiero a que, si bien hubiese podido hacerle un planteo a Joaco,
y expresarle que me tenía un poco harto que últimamente todos esos encuentros especiales
fuesen por negocios y no por mí, así y todo, preferí callar. Y si encima de lo que tenía que pasar,
iba a estar  con mi indisimulable cara de culo, sería para peor.
Grata -muy grata, voy a decir- fue la sensación de abrirle la puerta a Mister Steel. El viejo que imaginé, no tendría más de cuarenta y cinco años. Y –mal que me pese- su pareja
era una diosa digna de Hollywood.
La aclaración, mediante la primera de las traducciones que hizo mi marido, me explicó que el caballero -¡y qué caballero!- era el hijo de don Bernard. Tenía más lógica. El padre había sufrido
un pico de tensión y decidió quedarse en el hotel. Su hijo, Edward, que no quiso clavarlo
a Joaco, -y si bien todo aparentaba que su mujer muchas ganas de estar ahí, no tenía -  
vinieron igual.
La rubia, linda sí, pero recontra operada, tenía una mirada fuerte. Durante la cena,
molesta por estar perdiendo la noche, imagino yo, trató de celarlo a su marido no quitándole los ojos de encima al mío. Y Joaquín- si lo conoceré- no podía seguirle el juego. Es divino,
pero arruga cuando una mujer lo encara. Y yo me alegro que así sea.
No voy a ahondar en detalles sobre lo que comimos, o bebimos -mucho-  pero sí que fue extraño
el ritmo de la charla. La chica, insistió tanto con ignorar a su marido, que se la pasó hablando
hasta más que Edward. Yo, con mi inglés “tarzanezco”, apenas algo dialogaba con ellos.
Hasta que llegó el postre.

Joaco estaba entretenido mostrándoles en la computadora fotos de la fábrica en San Juan
que venían a inaugurar, y de paso, un archivo incalculable de imágenes del país que tiene en Picassa, de una veintena de viajes por el interior.
Como hacía calor, había comprado helado, de dulce de leche y chocolate. Sabores básicos
que me permitían quedarme tranquila de que a todos siempre les gusta. Serví los potes, y mientras mi marido y la rubia seguían mirando fotos de montañas, lagos y etcéteras, nosotros nos disponíamos a tomarlo en el sofá.
Y aquí la sorpresa…
Edward, en un perfecto castellano, me susurra algo al oído: Me consulta si tengo Chocolate Águila. Que le encanta hundirlo en el helado de dulce de leche.
Quedé absolutamente congelada. Este tal Edward era un Eduardo común y silvestre…
más argentino que -oh! casualidad- el Chimbote…  Me dijo que había nacido en Barracas
y se había ido de chico a Estados Unidos, cuando el padre, norteamericano, dejó de trabajar en el país como funcionario de embajada. Y tiempo después, con madre separada, se decidió en volver para estar en Argentina. Incluso fue un hincha más de la barra La Guardia Imperial de Racing.
O sea que lo de americano del norte era cierto, pero bastante a medias.
“Garpa muy bien esto de parecer yanqui…” Me confesó después.
Ahora, de grandecito digamos, reacomodó su situación con el papá, quien lo ubicó en el cargo
de gerente no sé muy bien de que en esta empresa. Y la pasa bárbaro, según parece.
El asunto es que me terminó acompañando hasta la cocina, a buscar el famoso chocolate semi amargo. Estuvimos a punto de volver al living, cuando me agarró del brazo muy fuerte
y me interrogó:
-Pero… ¿sabés algo?  tengo un problema… a mí el chocolate me gusta comerlo con algo más dulce todavía… te diría que lo saboreo más si lo como en un porta chocolate…
Supongo que mi cara habrá sido, realmente, de desorientada total, porque se quedó mirándome
con una sonrisa peligrosa.
 Insistió.
-Porta barrita… ahí… -decía mientras con la mirada me indicaba mi sexo.
-Vos estás loco… ¿Qué decís? Además está tu mujer…
-Epa! Te preocupa más mi mujer que tu marido… Mirá vos.
-No llegue a decirlo… obvio… pero hablaba de otra cosa… no pienso meterme chocolate en…
bueno… ahí.
-Mirá, cerrá un cachito la puerta… probamos… vas a ver que entra solo… mojada como estás,
sin bombacha…
-¿Cómo sabés? si no se nota…
-No me conocés… Noto eso y más… ¿O te creés que no me doy cuenta que te gusto?
Vi tu mirada apenas me abriste la puerta…dale, es un toque, metete una barrita sola,
yo me encargo de sacártela… ¡si hasta te entusiasma la idea!

No sé muy bien como, me descubro en la mesa de mi cocina, abierta de piernas, metiéndome una barra de chocolate Águila en una vagina empapada, con un falso Johnny mirándome fijo.            
Para colmo desesperada, intentando hacerle hacer un silencio imposible ante la agitación acelerada de Eduardo, que apenas pudo, empezó a comerme toda, entiéndase esto lo más literal posible.
La barra salía y entraba al ritmo de su lengua. Yo empujaba hacia afuera y el volvía al ataque hundiéndola de nuevo. Por instantes creo que hasta yo sentía la dulzura de mi intimidad, que me explotaba como pocas veces cuando sus dientes y labios rozaban un clítoris hinchado ante cada mordisco que daba para comerlo todo.
Cuando me pareció que el juego había terminado, y yo, entre nervios y una excitación muy agradable -pero inconclusa, a decir verdad- decidí “levantar campamento”, que ya era suficiente.
Me incorporé como pude y antes de abrir la puerta, miré por el ojo de la cerradura, para ver
si los otros dos seguían entretenidos con la notebook  mirando fotos.
No era fácil para mí cabecita viajera. Estaba tratando de serenarme cuando siento por atrás
que, de un tirón, mi falda ya no cubría nada. Eduardo me la levantó hasta la cintura,
y casi como si fuera dueño de mi deseo, me penetró con mucha facilidad. Lubricada como nunca,
su miembro entró llevándome a una gloria maravillosa. Yo trataba de ver por la mirilla, pero solo veía cumplir una fantasía de siempre. Él con una mano me tiraba el pelo hacia atrás, y con la otra exprimía un pezón que ya hasta me dolía por la dureza que había alcanzado.



Su miembro nunca salía del todo, para volver a entrar una y otra vez. Me sentía llena.
El rozamiento interno, en esa posición, me llevaba a ver las estrellas.  Hasta que derramó un semen caliente que imaginé mezclado con algo de chocolate que habría aún dentro mío. Me reí de la extraña noche que estaba pasando, gozando sexo furioso y distinto, con mi marido a solo tres metros, mirando, con una rubia despampanante al lado, fotos de ruinas jesuíticas.
Salimos de la cocina, disimulando lo indisimulable, como si le hubiese estado mostrando la casa… de hecho conoció todas mis dependencias…
En un inglés muy prolijo, Eduardo volvió a su rol de Edward, y le sugirió a su mujer que ya era hora de irse. Joaquín tradujo para mí lo que había dicho: algo así como que yo tenía cara de agotada.        Y no era para menos…
Nos despedimos, dejaron sus mail por si alguna vez nos íbamos a Estados Unidos,
y quedó para más adelante, otra vez, la promesa del ascenso.
-Pucha, che… y ustedes dos, encima, dejaron derretir el helado…

                                                                                       Jorge Laplume

domingo, 10 de octubre de 2010

Amor a control remoto




En aquel almuerzo al que me invitaste, después de ver el menú, o –mejor dicho- la lista de precios, pensé que te habías vuelto absolutamente loca.
Estabas muy linda. Arreglada para una ocasión especial.
Lo era, sin dudas. Vos linda, y la situación muy particular.
Me halagó que me tomaras del brazo para entrar en un claro símbolo de tu orgullo por mostrarme. Si bien me movía bien entre esa gente, algo me hacía sentir de visitante. Uno a uno fuiste saludando a muchos conocidos y presentándome, y allí sentí como flechas miradas femeninas asesinas.
Estabas particularmente eufórica. La copa de bienvenida, me acuerdo, te duró tres segundos. Y si no me apuraba, te terminabas el mío también.
Recuerdo que si me hubieses dado a elegir la mesa, tal vez me decidía por alguna, alejada, cerca de los cortinas que daban al parque. El sol del mediodía era cálido y muchas parejas todavía caminaban sobre esa alfombra verde.
-No. -dijiste- Hoy quiero que te concentres en mí. Si querés después jugamos a ver a las otras mujeres y sacarles el cuero. Por eso, hoy vamos a aquella mesa.
Señalaste la del medio del salón. Expuesto como desnudo me sentía ahí. Muy a mi pesar, acepté. No sabía que te traías en mente.
La entrada y el plato principal, muy ricos, (nunca había comido ostras) transcurrió casi sin contratiempos. Excepto el tiempo extra que tomamos para elegir el vino (“acorde” a la ocación, dijiste) (?) Todo sucedió de manera normal.
Antes de pedir el postre decidiste que era el momento para hablarme de algo en especial. Me asusté, pensando que toda esa escenografía, me iba a poner en protagonista de algo inesperado. No fue así. Bueno, no de la manera que me imaginaba.
-¡Feliz cumpleaños! –gritaste fuerte.
-¿Qué decís, loca? No es mi cumpleaños, si yo cumplo el…
-Callate. –susurraste- Seguime la corriente.
Y empezaste a cantar cada vez más fuerte esa horrible canción, sabiendo, (claro que lo sabías) que me sentía espantosamente observado.
Poco a poco, en  cuestión de segundos, todos me estaban felicitando y abrazando.
Tuve que mentir sobre mi signo (no tenía la menos idea, de que signo serían los nacidos ese día) y sobre qué cosas ya me habías regalado.
Me salvaste, diciendo que el presente más importante no lo había recibido y lugares comunes como esos.
Parte de tu plan, el del champagne gratis, por ejemplo- un Mumm bien helado- se cumplió a la perfección.
Después gentileza de torta y masas.
Debo reconocer que, después de toda esa incomodidad de ser centro de atención de perfectos desconocidos, me saqué el sombrero felicitándote.
-Todavía falta.
-¿Qué? ¿El café también de arriba?
-No salame… el regalo.
-Ah… ¿viene con regalo y todo?
-Si. Tomá.


Me empujo sobre la mesa, hasta mis manos una cajita negra, afelpada, con un ganchito dorado. Parecía que se trataba de un reloj o algo así.
-¡Pero estás loca! Esto debe ser carísimo.
-Si no sabés que es… Abrilo primero…  Pero si, es caro.
-Ni siquiera es mi cumple hoy, y yo no te traje nada.
-Abrilo. Lo vamos a compartir.
Reconozco que eso de “Lo vamos a compartir” un poco me desilusionó. Si bien minutos antes no esperaba nada, la cajita como regalo, me entusiasmó. ¿Por qué compartirlo? ¿No era para mí?
Abrí lento como para que no se desarme ni rompa nada. Suelo ser medio torpe y temía que con una apertura violenta el contenido volase por el aire.
-Ajá… ¡qué bien! Pero… ¿qué es?
-¿No te das cuenta?
Agarré ese plástico negro, sin indicaciones, con extraña curiosidad. Lo giré y solo vi un botón rojo en el medio. “On” y “off” decía. Instintivamente lo prendí.
-Apagalo, por favor. –me pediste-.
-¿Un control remoto es esto? ¿de qué?
-Apagalo por favor y te explico.
En ese momento se acercó un hombre, que decía recordarte de una conferencia no sé de dónde. Te paraste educadamente y hablaste de temas que ignoraba y no me interesaban por varios minutos.
Yo me quedé con esa cajita, tratando de buscarle el sentido. Empecé a prender y apagarlo, buscando con la vista si algo, alguna otra parte del regalo se activaba. Me levanté con muy poca convicción que podría ser el llavero electrónico de un auto… pero no. Además sería demasiado.
Cada tanto te miraba para ver si habías terminado con ese plomo, justo en lo mejor de la charla. Seguías hablando, aunque mirándome de manera extraña.
Reías de manera exagerada. Me llamó la atención, porque me recordaba otros momentos tuyos, íntimos.
De pronto se me pasó una idea muy loca: ¿Acaso este viejo te está diciendo ordinareces y se las estás festejando? ¿justo en mi cumpleaños? Bueno, en lo que les hicimos creer que lo era…
-Por favor, mi amor, acercate que te quiero presentaaaaar a… a… a… ¿me devolvés el cosito? Ya.
Me aproxime, saludé, y desafiante te lo mostré con intriga.
-¿Querés esto? -Dije un tanto fuerte- Mire caballero: mi novia me acaba de hacer un regalo y ahora me lo quiere sacar… ¿le parece que se le hace esto a un cumpleañero?
-No, yo creería que no… ¿Qué es lo que le regaló? ¿Se puede ver?
-No! –saltaste-
-Si, ¿Por qué no? Mire… parece un  control remoto de algo. Lindo… pero no dice nada.
-¿No es de un portón de garaje?
-¿Me regalaste un garaje? A ver si se abre algo…
-No, claro… -opinó el señor mayor- es ridículo regalar un garaje… ¿y un auto?
-Ya probé cerca de la calle… decinos, ¿qué es?
-¿Me lo dás y te expliiiiico? Pero a vos sooooooolo.
Tu tono seguía siendo raro. Estabas particularmente tensa, como cuando me confesabas que no aguantabas el pis. Te movías incómoda, pero, diría, hasta ¿feliz?



De un manotón me lo sacaste. Y lo apagaste.
Me miraste como con bronca y alegría, si es que ese gesto existe.
-Sentate. ¿Todavía no sabés que es? ¿Cuántas veces me dijiste que soñabas con una guía para entenderme, una especie de manual de instrucciones, ya que soy, según vos, taaan complicada…?
-Si, es verdad… ¿y esto que tiene que ver? No es un manual.
-Algo es algo, cielo. Con eso en tus manos, tenés el control remoto de mi amor.
Tarde unos segundos hasta que entendí. Tu cara pícara explicó el resto.
-¿Un vibrador tenés puesto? ¿Y a control remoto?
-Shhh, no grites… Si. Y vos dale que dale prendiendo y apagando me llevaste a dos orgasmos increíbles… ¡pero estabas por cualquier lado en vez de mirarme!
-¡Que hija de puta! Sos genial…jajaja… Por favor dámelo, te lo ruego.
-¿Para qué? Dame unos minutos… es… fuerte…
-¿Ah si? Dejame ver… Amo la tecnología…
-Ok, pero vamos yendo, mejor…quiero sacarme esto un poco…
-No, mi amor… hoy es mi cumpleaños y me acuerdo que cuando era chico y me hacían regalos… papá siempre se acordaba que me la pasaba horas con un mismo juguete “hasta que se acabaran las pilas”.

                                                                                                                    Jorge Laplume

jueves, 7 de octubre de 2010

Seguro



Ella estaba ahí.
Se acariciaba el pelo con la mano derecha.
Y con la izquierda hurgaba en un cajón.
Linda.
De verdad estaba muy linda.
O yo estoy desesperado…
…No, estaba linda en serio…
Más allá que yo esté desesperado por ella.
Al siguiente en la cola no le importaba su belleza, solo quería que la atienda pronto.
No se puso a pensar que ella también tiene vida.
Tiene sus cosas.
Seguro que para venir a trabajar hasta se arregló y todo.
Se habrá bañado, temprano, para despertarse bien.

Y vive sola.
Seguro.
Se nota por la forma de ser, de moverse.
Y porque también me gusta imaginármela así.


Desnuda, bajo la ducha, el agua corriéndole por la espalda, hasta una cola increíble.
Y eso lo sé. Se acaba de agachar y el pantalón se encargó de marcarle bien un trasero fenomenal.
Y encima, gracias a la tela blanca, se traslucía una bombacha tipo culotte.
Con bordados.
¿Broderie se dice?
Encaje.
Eso.
Muy lindo encaje.
Pienso qué palabra esa.
Encaje.
Y el tipo sigue apurándola.
Pero ella decidió no arruinarse la vida por un salame apurado, que no es capaz de sensibilizarse por una hermosura así.
Se la ve relajada.
Talvez hoy bajo la ducha decidió tocarse.
Seguro.
La imagino… con una mano recorriendo esa entrepierna tibia, cerrando los ojos.
O no… talvez parpadeando rapidito.
Gime.
Mucho.
Tiene uno, dos, tres orgasmos seguidos.
Da envidia.
Termina sentándose en la bañera, con agua corriendole por el pelo largo, volviendolo lacio, muy lacio, aunque sea por un rato.
Aún tiene espasmos reconfortantes.
Fue rápido pero intenso.
Juega.
Ve el frasquito de desodorante a tiro de la mano y sonríe.
Lo alcanza y hace como si controlase que nadie la estuviese viendo.
Miro para todos lados y veo que no soy el único que la mira.
Pero nadie con mi deseo.
Con mi desesperación por ella.
Con mi respeto.
Imagino mimarla. Toda.
La llaman por teléfono.
Atiende sin ganas, porque leyó en el celular quien era.
Se le nota cierto rechazo al hablar con él.
Seguro es “él”.
Habla poco, pero lo que habla es de muy mala gana.
Imagino que ella ya no quiere estar más con él.
Seguro que él no sabe tratarla, y ella se cansó.
Lógico.
¿Cómo puede ser que alguien trate mal a esta muñeca?
“Él” es un boludo.
Seguro.

Vuelvo a esta mañana.
La había dejado con el desodorante en la mano, sonriendo con picardía.
Se abre de piernas, bajo una ducha que ya perdía temperatura, pero todavía se mantenía algo tibia.
Con un poco de saliba se lubrica el botoncito mágico, para volver a empezar, y con la otra mano empieza a penetrarse con el frasco de aluminio.
La baja temperatura del envase le produjo un escalofrío…¿O sería por sentir algo firme, largo y sólido en su interior?
Entra y sale.
Varias veces.
Rápido y despacio.
Despacio y rápido.
Gime de nuevo.
Se deshace en placer.
Le debe estar temblando todo.
Que ganas de abrazarla.
Ahora llama al próximo.
El que se acerca, le sonríe.
Y ella le devuelve la sonrisa.
Formal.
Muy formal.
Su tarea es ser educada, gentil.
Es muy profesional en lo que hace.
El tipo no le “cae”. No tiene nada por que “caerle”.
Y hace bien.
Seguro que cuando salió de la ducha, desnuda, se tiró de espalda
en una cama gigante.
Sommier de los caros.
Le gustan las camas grandes para despatarrarse toda.
De la misma manera que le gusta la ropa interior cara.
Seguro.
Le cuesta pero se incorpora abrazada a un almohadón.
Sentada se mira ahí abajo como orgullosa de lo que tiene allí.
Le habla bajito. Le dice algo así como “Vos me volvés loca”, “Como querés que te siga el ritmo”, “¿Estás contenta?”
Y le da una última caricia antes de aprisionarla con ese culotte que tiene ahora.
El corpiño también es lindo.
Hace juego. Y acomoda unos pechos perfectos.
Seguro.
Apenas le veo un bretel, como de raso.
El sweater desbocado, a veces muestra uno, a veces el otro.
Está muy linda.
Voy y se lo digo.
Si.
Ya me toca a mí.
Me  imaginé acariciándola.
Siguiendo con mis palmas esa superficie suave.
Hasta la rugosidad de su entrepierna.
Que se moja en su humedad.
Me excité.
Espero que no se me note.
Me llama con los ojos, apenas bajando la cabeza, como asintiendo, diciéndome que es mí turno.
Y estoy seguro que notó mi excitación.
Seguro.
Me saludó.
Bien.
Diría que muy bien.
La sonrisa era total. Ancha.
Le gusto.
Es evidente.
Seguro.
Acomodo los papeles de mi lado y se los paso por debajo del vidrio.
Hasta las manos son hermosas. Esas manos que hoy tocaron el cielo, el lugar que yo deseo tocar, besar, chupar, llenar.

Tuvo el gesto de completar el saludo nombrándome.
Y mi nombre, en esos labios, es miel pura.
Ahora, a esta distancia, adivino mejor sus pechos.
No hace falta adivinar.
Se ven.
El sweater desbocado es de un tejido bastante abierto.
Como una red.
No, no tanto.
Pero se ve a través de los hilos y nudos.
Pienso ahora en esta otra palabra: Nudo.
La asocio enseguida a “des-nudo”.
¡Ya se que estoy un poco loco!
Lo sé.
Verdaderas tetas.
Firmes.
Tentadoras.
Dan ganas de comprobar cuan mullidas son.
Seguro que hoy ella también tuvo un tiempo para apretarlas.
Tal vez, haciendo el intento, llegó a besarse el pezón.
O los dos.
O las pellizcó.
Seguro.
Tetas de piel satinada. Bronceada.
Es muy sensual. Y lo sabe.
¿Lo sabe?
Si, seguro.
Mientras revisa los casilleros que completé, muerde la birome.
No la muerde, apenas la rosa con los dientes.
Y la empuja para afuera con la lengua.
Y vuelve a dejar que entre otra vez.
Enmarcado con labios carnosos, con brillo de algún sabor.
Frutilla. O chocolate.
Seguro.
Imagino cosas.
Con esos labios es inevitable.
Levanta la vista y me mira.
Ojos perfectos. Mirada dulce. Y pecaminosa también.
¿Cómo hace para ser todo eso en ella sola?
Me devuelve los papeles.
Estoy por decirle algo.
Se lo voy a decir.
Tengo la frase preparada.
Mi momento, por fin…
Pero me gana de mano.
Eso solo me dijo.
Le sonreí.
Di media vuelta y me convencí.
“Mañana vengo y le digo algo”
Seguro.

Jorge Laplume

martes, 5 de octubre de 2010

“Hablarte así”, entre comillas.



 “Va más allá de un orgasmo”.
Talvez debería decir “simple”.
A ver…
“Va más allá de un simple orgasmo”…
No sé…
¿Y si pongo “mucho más”?
“Va mucho más allá de un simple orgasmo…”
Si… no sería una mala manera de empezar…
¿Empezar así?
“Mi deseo de tenerte va mucho más allá de un simple orgasmo”
¿Me creería? ¿Entenderá que es lo que quiero decir?
Podría empezar así y asustarla.
“¿Ya estás otra vez con eso?” diría talvez…  
¿Cómo hacer para que sienta lo que siento?
Para mí estaría muy claro.
Poner “…más allá…” implica que va “más allá”.
Pero el peso de la palabra “orgasmo” hace que piense justo
lo que no quiero que piense.
Y al mismo tiempo me encanta que piense en un “orgasmo”.
Si, me encantaría.
Y que le brillen los ojos incómoda.
Pero no así. No es lo que busco.
Recalco lo de “más allá de un orgasmo…”
Y no. No hay caso.
¿¿Por qué me cuesta explicarle lo inexplicable??
¿Por qué lo sigo intentando?
¿Lo necesito acaso?
“Soy pasión”, pero no puedo decirlo así.
Suena a que ella no es apasionada.
Y lo es. Más que yo, si me descuido. ¡Ja!
Decirle que lo mío me sale de acá, no sé muy bien de donde.
“Yo también te quiero”, afirmaría ella.
Y no es eso lo que espero. No quiero que me hable.
Quiero que me escuche. Nada más.
Pero faltan palabras.
Y eso me molesta.
“Ganas de apretarte, y que un poco te duela.”
¿Ves? Es difícil.
“Saciarte y no. Que siempre falte más. Un poco más, siempre.”
Ver en tus ojos eso que solo yo veo cuando “sentís” lo que digo.
Es “esa” mirada, que vos y yo sabemos.

Ya sé.
No me gusta la palabra orgasmo.
Eso es lo que complica todo.
Me encantaría otra… que seguro no existe.
Algo de vibrar, un poco de gozar.
Estremecer. Volar. Petit mort dicen los franceses…
“Mmmmmmmm” sería una buena forma.
Me causaría gracia decirte “Quiero Mmmmmmm”
Busco también ese término que permita animarte a pedir.
Suplicarme desde un susurrado “Tocame” inicial.
Y llegar a un desfalleciente “No me toques más”.
Siempre con un “Por favor” tímido y vergonzoso.
Pienso en abrir.
“Abrite” suena violento. Burdo.
¡Si te la habré dicho! Y no te molestó.
¿O si? Y nunca dijiste nada.
¿Queda mal?
¡Que delgado es el límite! ¡Y no poder encontrarlo!
Éxtasis está buena. Pero suena a droga.
¿Por qué no, entonces?
No, no queda. Es ajena. Es de afuera.
Prefiero “saborear”. Sale de adentro.
“Deseo saborear todo tu cuerpo”.
Parece tan básica, como decir “te comería toda”.
No.
“Tenerte y soltarte. Estar encima y lejos a la vez.”
“Odio no poder ser un espectador.”
Y poner “Rec” desde un poco más allá, para volverlo a ver una y otra vez.
“Amo no ser un espectador.”
Y guardar cada resoplo, cada grito desesperado, en algún lugar de mi mente para poder rememorarlo cada vez que te quiera imaginar.
“Olerte. Escucharte. Mirar como se contrae cada milímetro de tu piel.”
Medio de científico loco lo mío, y probar hasta donde podés llegar.
“Que tengas sed de calor, de lujuria y de humedad”
Que las manos se te contraigan tanto hasta lastimarte con tus propias uñas.
Y al mismo tiempo que te estires tanto como para llegar hasta el cielo.
“Al momento más cercano a la divinidad.”
¿Ves?...
Jorge Laplume