viernes, 9 de diciembre de 2011

Estoy participando en un concurso de blogs de España

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lunes, 21 de noviembre de 2011

Sacarme todo





Eso quería.
Sacarme todo de encima. Como esa famosa mochila que uno carga permanentemente y lleva de aquí para allá sin ningún sentido.
Todo.
Estoy agotada.
Me doy cuenta que anhelo los fines de semana como si fueran viajes a Disney, como si -por fin- fuera a conseguir lo que nunca consigo.
Y no.
No soy ninguna tarada. Sé que eso de “el que quiere celeste” es tal cual. Pero mi “que le cueste” es demasiado caro para lo que puedo pagar.
Algo estoy haciendo mal, es más que obvio. Y encima me agarró un ataque de sincericidio que, cuando Andrea me señala con el dedo acusador, lo asumo.
Ya sé… no soy boluda.
Sería buenísimo echar culpas y listo. Si fuese el método, mi vieja estaría retorciéndose en el cajón hace un buen rato. Ella me hizo bastante daño. Suena a forra, a malparida endilgarle culpas, pero es así… No digo que lo haya hecho de turra, de mala madre… no. Pero que me cagó, me cagó.
O la abuela… ella también: generación de mierda que se masticó que nuestra tarea era servir a los hombres. “En la vida estamos para sufrir” solían decirme cuando les protestaba por algo que yo no quería hacer, desde ir a comprar el pan o estudiar para una prueba. ¡Boludas!
¿Y yo? ¿Acaso no repito el esquema? ¿Dejé de ser boluda?
No… soy re boluda. Por no tener huevos… y no me vengan con eso de “ovarios”… No lo digo por lo físico. Lo digo por lo que significa. 
“Cojones” suena mejor. Eso digo. Pelotas.
O simplemente audacia. Decisión. Valentía.

La fiesta de la que vengo otra vez fue más de lo mismo.
¿Fiesta? ¿Dije fiesta?
Bueh, “eso” fue un embole. Yo podría haber cambiado mi postura y no me animé.
Los tipos, enchufados con la Play. Las minitas, hablando superficialidades y envenenándose mutuamente con la mejor sonrisa de plástico que el cirujano les vendió.
Tomé distancia y vi ese lamentable espectáculo. Los dos grupos eran patéticos.

Yo, solamente, buscaba amistad. 
Si… “solamente”.

Es que me siento una absurda en estos tiempos. Quiero alguien que me hable, que me escuche. Quiero saber que existe un compañero, y no un “contacto”. Me rompe tremendamente las pelotas - pelotas, de nuevo- eso de “te re quiero”, “sos divina” y esas cosas escritas como al pasar. Y no pretendo nada especial. Solo encontrar alguien más o menos como yo. ¿Soy una marciana?
Pero seguiré buscando. Ya intenté declararme inoperante, incompetente. Discapacitada de amar. Si. Un tiempo me resigné y me dije: “Sos vos. Estúpida ilusa.” Pero al cabo de un tiempo, el pus por algún lado tenía que salir. Si, me estaba infectando con mis propias mentiras. Y ahí fue que me rajaron del laburo.

Rechacé cientos de veces el baboseo de Alfonso. Miles, te diré. No era ni mi tipo ni nada. Pero escuché a los que no tenía que escuchar, y cuando me dijeron “al final, sos una jodida vos…te vas a quedar sola para siempre” transé. Hice tripa corazón y me entregué más a su tripa que a su corazón. Me hice la que la pasaba bien, a que me gustaba su estilo (¿estilo? Jajaja) Me forcé a ponerle onda. Pero un día,  que dio la puta cuestión de que estábamos en la sala de reuniones, apenas pasó detrás de mí y me tocó la cola con total desubicación y de manera ordinaria, como para que los demás lo vean, salté.

No.

No fue ni un cachetazo, ni un grito.

Tampoco un ataque de histeria común y silvestre. Ni un rodillazo en su entrepierna.

Agarré la notebook del director de marketing y se la partí en la cabeza. Después la revoleé contra el ventanal que da a la avenida. El vidrio se partió en millones y un parante de aluminio le hizo un tajo en la cara a Hernando, de contabilidad. Me quisieron agarrar y ahí sí, le di una patada en los huevos a Abdala, el sub gerente.
A Marcia, la chupapija que se acuesta con Abdala se le ocurrió “enfriarme” con agua de la jarra, pero me tiró café caliente. Y le arrojé tal manotazo que me enrosqué en su collar llevándomela contra la mesa de madera.

Fue caos.

Y me echaron.

A mi sola. Al turro de Alfonso lo protegió aquella "ley" de que las minas somos locas, histéricas. La reputa madre que los parió.
Listo. Veré de hacerles juicio. Pero ese no es el tema.

Por eso lo de sacarme todo.

Quiero empezar de nuevo. Llegué a casa y literalmente me quedé en bolas. Estaba transpirada y encima la ropa tenía olor a cigarrillo. Me bajé un litro de jugo de naranja helado, directamente parada al lado de la heladera, con la puerta abierta. El frío vapor salía y me refrescó de golpe. Estuvo agradable.
Adrede, como si fuese para una sesión de fotos, dejé chorrear algo de jugo por la comisura de mis labios. El líquido recorrió primero el cuello, pasando después por entre medio de mis tetas.
Sonreí. Largué un resoplido cargado de picardía. “Tonta” pensé. “Te vas a quedar toda pegoteada”.
Jugué en mi mente con esa palabra y sentí un temblor. Inevitable asociar jugo con “jugos”. Y de nuevo ese temblor que no sé bien donde nació pero se expresó en mi vagina.   

Me tiré otro chorrito, más generoso deseando absolutamente y de manera premeditada, que lleguen a destino. Jugo mezclado con jugos.
En medio del recorrido visual que hacía de ese pequeño placer, me vino la imagen de pensar que pasaría si alguien me observase. Y eso lo asocié de inmediato a lo que me sugirió una vez un tipo por internet.
Y claro, que yo rechacé de forma terminante. Incluso lo mandé a la mierda.

De pronto me encontraba sentada frente a la compu tecleando una dirección donde la gente se muestra delante de la cámara para pajearse y que la vean.
Después de registrarme, inventar un seudónimo bien putañero, escribir alguna clave que no sé si recordaré, me levanté desesperada para ponerme algo arriba. No era que no quería que me viesen desnuda, si de eso se trataba, pero sí de tener algo para sacarme.

Cuando el primero de los que se conectaron me escribió  “Hola”, me cagué toda. Estuve ahí nomás de apagar. Pero resistí.

-Hola.

Respondí hablando, a que los que se sumaban para ver de qué se trataba lo de “Salchichera”  (“Quiero una salchicha bien caliente” decía en mi perfil… si, burdo, lo sé) 
Te contaba, que mientras ellos escribían, yo hablaba. Algunas personas no muestran la cara, pero a mí, así como venía, no me importaba nada. Y eso parece que gusta, o suma puntos.







Yo lo que quería en ese momento, era gozar un orgasmo que me ayude a sacarme todo. Calentar a los tipos que me miraban fue divertidísimo. Son tan ridículos que no soportan el juego erótico. Apenas me veían, pedían que me saque todo, que me toque las tetas, que me meta el dedo en el orto, que les dijese si voy a chupársela a alguien...y hasta los desesperados por los pies o para verme mear… jajajaja… 
Y también está algún que otro que se hace el romántico y que me decía que no les haga caso, que hiciera lo que quisiera… ¡Ay hombres!
Si bien los escuchaba, me dejé llevar por mi placer. Estaba super excitada con tener primero diez, después cien y al final trescientos cuarenta y dos pijas a mi disposición. Todos alterados y masturbándose acorde a mi gusto. Gocé cuatro veces. Mi dedo entraba y salía de un agujero empapado de flujos. El clítoris pedía desesperado una lengua y varios de mis cómplices se ofrecían gentilmente. Acerqué la camarita tanto como la luz y el foco me lo permitían. Y aullaban los lobos. Estaban que volaban. Creería que el esperma les salía por las orejas. Con la parva de piropos hermosos y obscenidades terribles que me fueron diciendo era imposible no sentirme la más puta de las putas. Y encima sin riesgo de nada. Solo apretaba el botoncito de apagar y listo.

¿Qué alguno me reconociese después? Difícil. La mayoría era de España, México, Venezuela… Y si uno de esos trescientos cuarenta y dos me ubicaba…y bueno.

Mis pezones estaban erectos como mástiles. Apretarlos era una delicia. Mostrarme con esa camarita me daba una sensación de libertad. Me vino a la mente la imagen de Titanic, con aquello de “soy el amo del mundo”. (Si, ya sé, el Titanic se hundió y no es la mejor comparación que hubiese deseado para mi situación…)

Seguir el ritmo de lo que me pedían era enloquecedor. Todos escribían pidiendo que me saque todo, que muestre esto o aquello, que me meta algo adelante, atrás, arriba, abajo… me reí en serio. Alguno quería que le muestre mis zapatos de tacos más altos, otro que me meta un pepino hasta el fondo. Que juegue con mi ropa interior… todo era nuevo y enloquecedor. De buen humor mis orgasmos siempre son espectaculares. Y sabiendo que el vecino no estaba ese fin de semana, me animé a gritar cada marejada de espasmos a máximo volumen.
Murieron todos y cada uno de mis televidentes. Me escribieron cosas increíbles apenas llegué al punto final. Mi cuerpo se sacudió hasta varios minutos después de acabar como acabé.

Típico que, como si te viniese un ataque de pudor de golpe, atiné a taparme y cerrar sesión. Pero me quedé enganchada unos minutos más. Poco a poco uno a uno se fueron desconectando de internet o pasaron a cámaras vecinas, en busca de nuevas conchas ardientes.
Pero uno se quedó. Era del grupo de los románticos. De los que si bien miran y seguro se tocan, tienen algo más y piensan. De los que me decían que ignore a los desesperados y tenga mi orgasmo como se me ocurriese. Fue el que supo ver más allá de mi paja pública. Fue, quizás, el único que se preocupó al final de saber si estaba bien, si no había alguna cuota de arrepentimiento en mi locura masiva. El que quiso saber a  qué se debía la decisión de exponerme como lo hice. Entre nosotros, un dulce. 
No, tranquilos… no me enamoré… pero sí estuvo buenísimo charlar con alguien “después de”.
Eso quiero. 
Hace tiempo que eso busco. 
Estar bien, si se coje se coje. 
Y se coje contenta y feliz. 
Pero si se escucha música o se ve una peli, o se sale a caminar, eso y en plan de compañía, que sea auténtico. Como tomar mate a la sombra. Como ayudarnos a lo que tengamos que hacer. 
Y charlar. 
Y escuchar hasta el silencio de cada uno.


Mimos quiero. 
Necesito. 
Imploro.

Exijo.

Ese orden natural de compartir un momento, un sueño, un delirio incluso. No ser catalogada como idealista o poco terrena.
No sé lo que pasará mañana, pero hoy me propuse sacarme todo. Empezar de nuevo. Si me equivoco, mala suerte. Pero será un error por querer hacer algo, y no por no intentarlo.

Gerardo, que así se llama (y no “23cm” como soberbia y divertidamente se denominó en el sitio donde nos encontramos, me conoció al revés de todos) tuvo un extrañísimo privilegio: Primero gozó con lo más íntimo y maravilloso de mi femineidad y ahora, poco a poco, le voy entregando el resto, lo que realmente vale, lo que más me importa: Yo.

El tiempo dirá.



viernes, 18 de noviembre de 2011

Cenizas y Terremotos.




Apenas me dieron la noticia, protesté.

Era mi fin de semana tan esperado el que se me arruinaba por completo. La idea era que nada de nada, ni este bendito tema del volcán, los terremotos o el tan absurdo fin de mundo que se anunciaba, iba a impedir tirarme en casa a hacer nada.
Sin embargo…
El Instituto Geofísico del Mercosur mandaba un científico,  un tal Augusto Edelmar Da Florida Oliveira a sacar muestras en las cercanías del volcán Tronador. Parece que ahora, un Doctor Emérito de no sé qué, un brasileño sabelotodo y premiado con un montón de galardones, tiene ganas de descubrir la pólvora. Según me informaron la semana pasada, el viejo descubrió una manera de anticiparse a la madre natura y sacarle data sobre cuándo tendrá ganas de sacudirse. Y aprovecharon todos que yo estaba distraída y me designaron a mí como su “feliz” acompañante.
Los putié a todos de arriba abajo. Escuché delante del presidente de Parques Nacionales las excusas más pelotudas e indignantes que jamás había oído. Desde  la de Marion, que la ceniza le estaba dando taquicardia, hasta lo de Victor Senillosa, jurando que la madre estaba internada… Ninguno de los catorce que podían ir, podía. Y listo: 

¡Manden a la boluda de Chelita!

Amo la montaña. No hay nada más excitante en toda la naturaleza que su presencia. Mezcla de poder, majestuosidad, virilidad, seducción, color, energía. Todo eso y más. Viaje mucho, pero el paisaje de mi Bariloche nada lo iguala.

¡Pero era “MI” fin de semana, después de varios meses sin parar! Todo el desastre que vivimos me tuvo permanentemente activa. Me habían dado francos, pero sentía que mi lago, mi tierra me necesitaban, y nunca me los tomé.  Hasta un día donde virtualmente, no pude más.

Y como boluda que soy bien asumida, no discutí más y acaté la orden. El sábado bien temprano esperaría en el hotel Tronador a este hinchapelotas, imaginaba yo, cargado de chirimbolos, aparatitos, y computadoras. En realidad tendría que haber ido yo a la terminal a buscarlo el día anterior, pero no quise soportar quejas de un pobre tipo que, al no disponer de vuelos internacionales, se le borró la raya del culo después de más de sesenta horas en un micro desde Rio de janeiro. Entonces me junté la noche anterior con mis amigos del hotel, cené y dormí como los dioses en un rincón del paraíso y  le oré a Dios para que esas próximas horas pasaran a la velocidad de la luz.

Y me arrepentí del rezo.

Cuando el tal Augusto bajó de la combi que lo llevó hasta allí, por un instante perdí la conciencia… Habrán sido cuatro segundos, y como en cámara lenta. Morocho, grandote, con unas bermudas y camisa al tono.  Una boca entreabierta y mirada deslumbrada, descubriendo la magnificencia de los bosques. Así era Augusto.
Volví en mí a tiempo como para revisarme,  chequear que todo esté más o menos en su lugar, meter bien mi rodete dentro del gorro de la institución, y levantarme acomodando el short para que se me marque bien la cola. Me acerqué manteniendo una distancia exagerada para un saludo con la mano, lo que hizo que me incline bastante.

-Hola. Buen día… Yo soy Marcela, o “Chelita” como me llaman todos, me asignaron para que lo ayude en su tarea.
-Hola. Meu español nao é bom… Mas eu nao precisa muito de vocé. Obrigado.

Morí. Juro que morí con el morocho. Hablaba tan lindo. Dientes blancos. Ojos luminosos. Y ese tono que me daban ganas de decirle: “yo te enseño todo, papurri!” Y una tabla de lavar que se la adivinaba debajo de su camisa.
Me hice a un lado y detrás de un árbol, me arrodillé mirando al cielo para que Diosito cancele mi pedido anterior de fin de semana veloz y lo cambie por uno intenso. Nunca me sirven demasiado estos ruegos, pero no perdía más de segundos en intentarlo.

¿Qué tendría? Veintitres? ¿Veinticinco? Y bueh… si, es chico para una casi cuarentona como yo, pero el sacrificio de perderme  el finde tiene su precio, después de todo.
Portando un GPS grande, y una netbook  fue detallando posiciones en un programa, para mí, desconocido. Tiraba líneas de aquí para allá. Después de avanzar varios kilómetros por bosques milenarios, frondosos, paramos como en siete lugares diferentes y, pala en mano, escavaba unos cincuenta centímetros para tomar muestras de la tierra y depositar una especie de cubo de bordes redondeados. Le activaba algo, se prendía un led, y lo tapaba con una piedra grande. Luego corroboraba en su computadora estar recibiendo información de ese sensor.
Todo sin soltar una sola palabra. Apenas un “aquí, agora” mientras me indicaba el siguiente destino en el google maps. Supongo que su increíble profesionalismo, ordenada metodología y  la poca compatibilidad lingüística entre ambos hicieron que habláramos poco y nada.

Todo lo lindo que tenía, también lo llevaba de parco. Igual, cada vez que se recogía el pelo en una pequeña cola detrás de la nuca, me producía un lindo escozor. Al levantar ambos brazos era como que se le estilizaba el tronco y quedaba más vulnerable. Uy Dios! Estoy hablando demasiado…
Me serené, me dije  a mi misma: “Chela, todo termina acá… de vuelta al hotel y a aprovechar lo que queda del finde…”
Al indicarme que había repartido todos sus aparatitos, me miró fijo y soltó un deseo.

-Gostaria de tomar um banho
-Ok, vamos al hotel. 
-Nao, nao… em uma cachoeira, nesta paisagem.
-Eh? ¿Cacho qué?
-Uma cascata, donde cae agua.

Y sí. Ese escalofrío volvió. Una no es de fierro tampoco.
Subí al jeep tan rápido como pude y enfilé hacia El saltillo de las Nalcas, en medio de un bosque paradisíaco. Dejamos el auto antes de un puentecito colgante y recorrimos unos cuantos metros a paso vivo.

Al llegar, yo que conozco el lugar hace años, me di cuenta que perdí el don del asombro. El brasileño se quedó enmudecido. Yo como si nada, seguí hasta el borde mismo del estanque natural que se forma al pie de esa belleza ruidosa. Había muchísimo caudal gracias a las nevadas pasadas. Él se acercó a mí y me agradeció que le comparta ese tesoro.

-¿Posso?
-No, no hay pozos. Es playito… bajito… 
-Nao, eu digo… yo digo si posso, si podo meterme… ¿ducha?
-Ah, si! Pero mirá que es fría… yelata… -le dije en algo más parecido al italiano que al portugués.
-Eu estou queimando.

Después de semejante respuesta, así como así, se saco todo.
Todo.
Y se dirigió hasta donde la cascada hace una cueva por detrás de su caída. Al irse me impactó ver su trasero durito, redondo. Y apenas imaginé ver algo que le colgaba por delante. Pero debió ser mi pobre cabecita.
Instintivamente, al llegar hasta allá y ponerse de frente a mí, me di vuelta pudorosamente. De manera inocentemente boluda, hice como que me olvidé algo para pispearlo un poco. Y fue ahí que coincidimos: él me miraba a mí mientras se refregaba debajo de esa agua helada.

Fue un gesto. O imaginé un gesto tal vez, invitándome.
No sé. La cosa es que como si nada, me saqué todo menos la bombacha. En tetas ya había estado en playas tomando sol alguna vez y eso no me incomodaba tanto. Sin embargo, al estar cerca de él, me tapé con mi brazo. Y la bombacha, como una vez me dijo mi mamá, la bombacha es sagrada.
Es fuerte tener a un morocho así, de semejante porte, desnudo, a solo quince o veinte centímetros.
Me alcanzó su mano, y apenas me agarró me sumergió debajo de esa lluvia celestial. El gritito que pegué por el impacto térmico me lo calló con su boca desesperada. Me quedé inmóvil. Recibía un beso inesperado aunque deseado. Su lengua no tardó en invadirme. Recuerdo que apenas abrí los ojos por un instante y todo era una foto de película romántica. Pero los cerré y disfruté esa pasión arrebatadora.
Sentí su mano en mi cola, por debajo de la tanga. Apretaba fuerte el negro y eso más me calentaba. El agua caía torrencialmente. Tanto que era imposible no tragar algo cada vez que nos despegábamos para tomar aire.
La temperatura de mi cuerpo subía e imaginé que debería salir vapor de mi piel. Estaba excitadísima.
Dejó de besarme y se dirigió a comerme las tetas. Lengua sabrosa que endureció mis pezones de manera instantánea. El agua fría ayudaba. Yo, con cierto disimulo dejé caer mi mano para rozarle su entrepierna, y me encontré con una pija dura como caña de colihue, gordita y larga. Sentí un resoplo hermoso cuando la rodeé con toda mi mano y comencé a agitársela.

Mi bombacha, después de la invasión de su mano, ya estaba por las rodillas. Terminé deslizándola hasta el suelo, donde quedó toda embarrada.
Nos acomodamos en el piso, donde la cascada nos rociaba levemente. Me pidió que se la chupe, pero especialmente los huevos. Mi lengua recorría una superficie rugosa, tensa, imaginaba yo rebosante de esos líquidos que amo ver brotar y saborear. El emitía sonidos de placer diferentes. Pensé que me estaría diciendo guarradas en portugués y me causó gracia. De pronto me preguntó si me animaba a jugar con su el orificio de la cola (“meu buraco do anus”, dijo)
Fue extraño, ya que nunca me lo habían pedido. Sentí como que algo así debe ser para el hombre meterme la lengua en la concha, y me divirtió.

Yo estaba empapada por todos lados y el guacho todavía no me había acariciado mis labios de abajo. Cuando sentí que estaba llegando a un punto extremo de excitación, me paré delante de él y simplemente me dejé caer introduciéndome semejante miembro de un saque. Uff, fue demasiado para ese primer empellón. Creo que alguna lágrima llegó a salir de mis ojos. Pero como era más gorda que larga, Sentí como se me abría paso con cierta violencia. Eché mi cabeza para atrás y comencé a cabalgarlo.

La imagen de ese agua cayendo casi hipnótica, (como cuando voy en auto durante una tormenta y la nieve golpea el parabrisas), un pequeño arco iris formado por el sol que asomaba, la libertad de dos pechos libres, saltando ante cada subida y bajada mía, y el deslizamiento de esa carne dentro mío, aceleraban el camino de un orgasmo encantador. Sus dedos y los míos se encontraban en medio de un clítoris rechoncho, feliz, orgulloso del regalo que recibía. Mis marejadas de placer eran eternas y efímeras, pero volvían una y otra vez. El movimiento de su tórax ante la proximidad de su acabada me estremecía. Le puse mi mano sobre el pecho y sentí su corazón volar.
Lo miré con ternura mientras imaginaba mi cara de reventada divina, con el pelo mojado, pegado a mi rostro de manera desprolija pero salvaje.
Suele sucederme que allí, cuando estoy al borde de la explosión mayor, me pongo a pensar si debería dejarme ir, o pensar en cambiar de posición. A veces la arruino. Porque cortar ese mambo maravilloso puede ser peligroso. Pero me arriesgué: salí de él, y ante su desconcierto, le pedí que me la meta por atrás. Me incorporé para apoyarme con las dos manos en el paredón de piedra, dejando mi orto justo bajo la cortina de agua. Él no tuvo más remedio que embocar mi agujero bajo esa torrencial cascada. No le costó ya que mis jugos suelen ser generosos lubricantes y facilitaron que se deslice dentro de mí.
Allí sí, no fueron demasiados los vaivenes necesarios para la gloria. Ambos estábamos con poco aguante a esa altura. Sentía que me estrolaba contra la roca pero poco me importaba. Al sonido del agua caer se le sumaba un    chap-chap del impacto entre su pelvis y mi culo bajo agua. Experto en terremotos, sentí que me hizo temblar toda.
Creí que me salía por la garganta. Un grito mudo, sordo, seco, salió de mí. Mezcla de “no termines” y “basta por favor”. Sus espasmos fueron claros, contundentes. Otra vez sentí cambios de temperatura violentos. Comenzaba a enfriarme pero cuando sacó su caña choreé  jugos calientes.
Tuvo el hermoso gesto de abrazarme fuerte, dando calidez y ternura. Y sostén, ya que las piernas se me doblaban solas.
Al cabo de un rato, ya estábamos en el jeep más “presentables”. Yo sin bombacha, ya que era un asco como había quedado, negra de barro.

-Ponte a calcinha.
-¿Así? ¿Sucia?
- se, colocá-lo … Eu conheço uma maneira de limpar. Mas você tem que tê-lo colocada.

Hasta acá llega esta historia. De cómo hizo para lavármela, puesta, con un método que nunca había probado y que encima haya sido tan excitante y placentero, se los dejo a su imaginación.

Lo que sí les digo, es que jamás vuelvo a protestar ni por las cenizas, la falta de nieve o los fines de semana que tenga que trabajar.









miércoles, 26 de octubre de 2011

MI RELATO NÚMERO 50

Deseaba que justo al año de haber iniciado este blog, escribir algo diferente Saludo aquí los que me estimularon para concretarlo, pero especialmente a una amiga de Bariloche, Mariana Herreros, que fue la que le dio los primeros pasos. 


Y hoy surgió este. Espero que les guste.


Agradezco a tanta gente, de todo el planeta y de los destinos más insólitos que me pueda imaginar, sobre todo féminas, que han aprobado estos relatos. Sueño con publicar los mejores en un libro, pero eso será elección de ustedes. Espero sus comentarios en mi facebook donde figuro como Jorge Laplume, o en el Grupo del Blog de este sitio.
Ah, especial mención a Adriana Macchi, que apenas minutos después de postear este poema en Facebook, armó un video con fotos y lo subió a You Tube. Adjunto el link al final.
Gracias, gracias, gracias.











Mía en Cuatro Pasos.

Deseo desnudarte.

Desnudarte con la mirada, y descubrir la transparencia de tu ser.
Desnudarte con gestos, y que caigan, como prendas, todos tus temores.
Desnudarte con caricias, y que tu piel se exprese con escalofríos.

Disfruto  besarte.
Besarte suave hasta que esa bocanada de alma saliendo, pida más.
Besarte intenso, invadiendo humedades que se mezclen con las mías.
Besarte con ternura, y poder sentir lo unido que hemos estado.

Amo amarte.
Amarte recorriendo tu infinito, descubriendo placeres insospechados.
Amarte al milímetro, y  cada uno de tus poros reciba este don.
Amarte profundamente, hasta explorar los límites de la pasión.

Quiero quererte.
Quererte hasta que te duela mi parpadeo cuando no te ve.
Quererte salvajemente, donde la delicadeza previa suene absurda.
Quererte con abrazos, y que piel con piel, nos tengamos para siempre.







lunes, 24 de octubre de 2011

“MENÚ DEL DÍA:




PESCADO FRITO CON PURÉ
ALMEJAS
RABAS
CASUEL…"

-Che! ¿Casuela va con S o con Z?
-¡Con Z animal! Todos los días lo ponés en el pizarrón…
-Bueh! Si, siempre lo pongo mal…hoy al menos te pregunté… Y sí… no terminé el Liceo…ya lo sabés, ¿y qué?
-Si, Flor, pero si son tres cosas las que preparamos todos los días… Ya podrías aprendértelo.
-Uy, cuidado, habló la genia… soy buena con el vuelto, con los números…vos con las letras…
-Dale, apurate a sacar el cartel afuera que si no nos perdemos los turistas que están llegando. Que con esta temperatura, la playa va a estar llenísima. Y hablando de gente…mirá esos dos papurris que se sentaron en la mesa cuatro… voy yo.
-Andá… desesperada.

-Hola chicos… ¿Qué quieren de mi? De mi restó, digo, jajaja
-Mmmm lo que se ve parece sabroso… Todo es tentador… digo yo… ¿almeja tenés? ¿rica? ¿fresca?
-Eh… si… ¡claro que tengo una almejita… muy fresca… se te haría agua la boca de solo verla… ¿la verdad? No vas a poder sacar la lengua del fondo de la almeja, por el sabor que tiene…
-Ah…bueno, bien ahí… Me interesa mucho tu almeja…tus almejas, claro… dale, traé una picadita, con eso, ponele rabas, miniaturas…y un par de cervezas bien frías…

Dos segundos después estaba en la cocina derritiéndome y no del horno pizzero, la parrilla o por los treinta y cinco grados que hacía hoy a la sombra. Hacía rato que un chico no me ponía tan así solo con tontas palabras. Bah! Esas palabras salieron de la boca de un morocho de ojos verdes, musculoso pero no deforme, con lindo pecho y unas bermudas Rip Curl de las más nuevas. Su amigo, algo más rubio y con un poco de barbita, no estaba nada mal, pero nada que ver al lado de este cielo que deseaba fuese mío.
Le llevé los platitos y las cervezas. Apenas me vio puso cara de protesta.

-Ah!  esperá… no me parece que la cerveza esté tan fría como a mí me gusta… ¿me lo confirmás, plis?
-Si, si, pero te digo que la saqué del fondo de la heladera. Está desde ayer…
-Si, si, te entiendo, dulzura…pero si no pasa la prueba…no la quiero.
-¿Qué prueba?
-Ah, no sabés… bueno… A ver… va con onda y solo para ayudarte… ¿tenés la bikini puesta debajo de esa remera?
-Eh? Ss….si… ¿por?
-Sacátela. Date vuelta, o andá al baño, hacé como quieras, pero sacatelá y dejate solamente la remera, obvio. Si la botella apoyada sobre tus pezones tarda más de veinte segundos en ponértelos duros por el frío… para mi gusto está caliente. La cerveza, digo…

Me miró con una cara tan tierna y casi sin muecas, que yo también, sin dejar de mirarlo a los ojos hice un ridículo malabar delante de él para sacarme el corpiño por una de las mangas de mi camiseta blanca. Apenas mis dos globos se bamboleaban rebotando, aposté a todo o nada.



-Listo. ¿Tenés algún cronómetro? Apoyá la botella cuando quieras.
El frio del impacto inicial me repercutió, no sé cómo, como una flecha directo a mi entrepierna. Al cabo de catorce segundos exactos, mi pezón izquierdo estaba como para perforar la tela. Su mirada alternaba del pecho al reloj y del reloj a mi pecho, que con la condensación de la botella, se transparentaba mucho más de lo que imaginaba.
-¿Y? ¿pasó la prueba? Porque si te quedan dudas, tengo esta otra...  –dije señalándole con mis ojos mi otra lola-.
-No… perfecto. Reconozco que por un momento dudé. Te felicito.




-Gracias… y yo puedo preguntarte algo.
-Si, claro.
-Y vos… como reaccionás al calor. Quiero decir si un día como el de hoy, así, con esta temperatura… ¿se te afloja todo? ¿te queda todo baboso? ¿mustio?

Menos mal que Barbi, escuchando desde atrás de la columna, me manoteó y arrastró hacia la cocina en el momento en que ambos chicos se aprestaban a contestar vaya a saber que guarangada.
-¿Te volviste loca? ¿Sacándote el corpiño delante de la gente? ¡Estás mal, vos!
-Es un juego Flor… sabés que no me gusta que me toreen… se hacia el canchero… ¿conmigo? No, justo conmigo no… además no se me vio nada.

La cara de Flor se transformó. Dejó de mirarme y dirigió su vista por encima de mi hombro. Me di vuelta y un poco me asusté.

-¿Qué hacen? Ojo… Miren que llamo a la policía.
-¿Policía? Pero si solamente estamos cerrando porque entra mucho calor de la calle. Nada más. Por eso corremos un poco las cortinas, para estar más cómodos. ¿Está mal?

Mis ojos no vieron ni violadores ni asesinos. La mirada del morocho me desnudó cuando se mordió el labio de manera pícara. El casi rubio se acercó a mi socia y con una delicada caricia en el pelo, le consultó algo al oído.

-Flor… ¿Qué estamos haciendo? Afuera hay gente queriendo entrar, comprarnos y este chico me está insinuando cosas raras… ¿Qué hacemos, Flor?
-Perdoname… me presento…me llamo Matu, él es Gon. Desde el martes que llegamos a surfear acá y no hay día que cuando pasamos y las vemos, le digo a Gon: ¡Mirá lo que son esas dos divinas! ¡Dos hembrones! Y entre nosotros, ya en confianza, nos imaginábamos como será, digamos, amarlas un rato largo, largo. Pero cada vez que vinimos nos atendía un salame evitando que ustedes lleguen a nosotros.
-Ah! si, Rómulo. Es el dueño. Y como acá suele haber bardo después de un poco de alcohol, a determinada hora nos aleja de los plomos…para que no haya quilombo. ¿así que venían por nosotras? ¿Los dos?
-Si, Gon sueña con vos, ¿Florencia te llamás?
-¿Conmigo? Mirá vos… Si, pero decime Flor. Gracias.
-Y supongo que vos, ¿Matu era? Vos me querés a mí.
-Si y no.
-?????
-Ok, te la voy a hacer directa, somos grandes: Queremos con las dos.

Mi cara, la sentí, cambió de ingenua a asustada. Se me vinieron cientos de imágenes complicadas. Me ví penetrada por varios lados al mismo tiempo y no me desagradó. También pensé en Flor. En Flor mirando. En Flor cogiendo. En Flor comiéndome a mí. Y en ellos tres haciéndome gritar como loca. Yo ya había estado con una chica, y la había pasado muy bien, pero Flor no soportaba esa idea. Nunca había estado con dos chicos al mismo tiempo y odiaba las historias de minas comiéndose la concha.
Temí por un instante lo peor: Que esta boluda reaccione mal y esta fiesta se arruine toda por su culpa.
Pero no.
Conservaba un gesto extraño. Casi de resignación, aunque la comisura de sus labios denotaba cierto relax. Enfermita por algo de sexo distinto, parecía.

-No sé chicos. No los conocemos, estamos en el laburo, es una hora complicada por si aparece Rómulo… Además ella nunca estuvo con dos… Yo diría que es una locura ¿Qué decís Flor?
-Dale. Hagamosló Barbi, hagamosló. Ya.

No tuve ni tiempo para sorprenderme. Mientras Flor aceptaba, se estaba sacando su pareo dejando un par de tetas perfectas al aire. Los chicos se abalanzaron sobre ella dejándome a mi parada como un poste. Mientras uno la acariciaba por todo el cuerpo, el otro empezo a besarla y acariciarle el cabello. 


Luego cada uno se dedicó a cada una de sus tetas. Gon tenía un estilo salvaje. Era evidente que estaba muy caliente con ella. Le costaba mantener la calma. Matu era distinto. Saboreaba por milímetro esa lola blanca pero jugosa. Parados al costado de la barra, Flor se fue acomodando como para apoyarse contra algo. Su cabeza se inclinaba hacia atrás y ronroneaba de manera excitante. Si bien la había visto desnuda en varias ocasiones, jamás la vi gozar sexualmente. Fue inevitable que yo comenzara a masturbarme con esa imagen. Al cabo de unos segundos, ella ya estaba acostada donde yo sirvo las bebidas y ahora había una concha abierta de par en par. Gon le comió la entrepierna de forma exquisita, mientras que Matu no dejaba de meterle la lengua y sus manos por todos lados. De pronto el casi rubio me vio acariciándome.

-Vení. Mientras me saco la bermuda, no quiero que se me enfríe la comida. Manteneme esta almeja caliente, por favor.

Flor, más allá de estar camino al séptimo cielo, escuchó y se incorporó sorpresivamente. Esperé algo así como “ni se te ocurra”. Pero no.
Solo abrió muy grande sus ojos y recorrió toda su boca con una lengua empapada de salivas mezcladas. Y con un leve pestañeo, asintió.
Sumergir mi boca en la intimidad más íntima de mi amiga de la vida fue un espasmo directo. Lo soñé cientos de veces pero nunca siquiera se lo había insinuado. Percibí que los chicos miraban recontra calientes. Regalarle a mi Flor ese paraíso fue lo más.
De pronto una lengua mojada empezó a jugar con mi ano. Creería poder decir que puse los ojos en blanco. Solo esperé a que Flor tenga algo así como un orgasmo, por mínimo que fuese, para no dejarla a medio camino.

-Perdón Florcita… ya sigo, pero no puedo pensar si me hacen esto.

Me agaché como pude y los dos chicos se acomodaron, uno para meter y sacar la lengua de mi cola, y el otro para lambetear mis labios vaginales. De pronto sentí dos manos tibias evidentemente delicadas y femeninas en mis tetas.
Mientras uno seguía con mi clítoris a más no poder, el otro, que ya ni sabía quién era, me ensartó una verga gigante.
Y como supongo que a los chicos no les gusta demasiado tener una pija muy cerca a menos que sea la propia, cambió lugar con Flor.
El orgasmo que alcancé, mordiéndome el nudillo de mi mano hasta casi hacerlo sangrar, mientras Flor, conocedora de la fisiología de un clítoris me chupaba, Matu metiéndome esa maravilla varios centímetros adentro y con Gon mordisqueándome los pezones, con todo eso, fue de los más intensos de mi vida. Juro que creí que me moría.




Luego, casi como rogando, Flor pidió el mismo plato. Desee besarle el cuello, mojarle la oreja con mi lengua, apenas pude. Después, acostada boca arriba yo jugaba con mis dos manos en su rajita y con sus montañitas. Gon entraba y salía sin parar, bien a su claro estilo, mientras que Matu se preparaba para acabar en la boca de mi amiga.
Yo, un poco satisfecha, podía tomar distancia mentalmente como para ver la escena como si fuese una película. Y era lo más bizarro que jamás protagonicé. Me causaba mucha gracia como Flor gemía, casi entre risa y llanto. Pero con una sensación de placer que daba envidia.
Cuando los dos estuvieron a punto, salieron de los respectivos agujeros y los hicimos estallar en conjunto.

Gritaron mucho.

Tanto que afuera se escuchó como algo violento, porque empezaron a golpear los vidrios al tiempo que consultaban sobre nuestro estado.
Cuando Rómulo llegó, advertido por un vecino, ya estábamos mínimamente vestidas. Los dos chicos salieron velozmente entre un montón de curiosos, mientras nosotras los insultábamos a los gritos.

-Y no los queremos ver nunca más, ¿entendieron?… porque sino, ja! ¡la policía!
-¿Qué pasó chicas? ¿Están bien?
-Ay Romulito… no sabés… pidieron de todo, después querían almejas, que las probaban y querían más, que la bebida no estaba fría, que estaba demasiado fría, que le calentemos lo que íban a comer, tomaron mucha cerveza, Uffff, agotador. Se pusieron en pedo y se querían ir sin pagar.
-Y vos nos conocés, Romu… o se quedaban a pagarnos como sea o se pudría todo…Porque si no vos te ibas a enojar con nosotras, ¿no?
-Chicas, chicas… me encanta cuando los empleados como ustedes se ponen la camiseta…. A propósito… ¿y sus remeras? ¿Por qué no la tienen puestas? ¡Chicas! ¡No se escapen!





miércoles, 19 de octubre de 2011

Sandy

Me gusta.
Simplemente eso.
Usar una pollera corta, pero bien apretada. Casi tipo tubo.
Me gusta sentir el roce de mis piernas entre sí.
Y me gusta, sobre todo, ver que provoca algo distinto.



Claro que una pollera amplia, medio gitana, tiene esa sensualidad tan particular de la tela al viento. Es cosquillas y adrenalina de que se me va a ver todo en cualquier momento.

Pero esta, de jean, ajustadita, sé que “mueve”.

Por eso me la puse. El encuentro era especial, pero no informal como para ir de pantalón y buzo. Tampoco el trajecito que uso para entrevistas de trabajo.
Era algo diferente. Llegaba él.

Y él se merecía el juego. Éll sabe jugar muy bien. Y los dos sabemos el reglamento.

Insinuar es la clave. Sin histeriqueos. Pero con cierta sorna.
O malicia, como prefiero definirlo yo.

Puedo ser muy mala a la hora de amar.

¿Contradicción? No. Decía Sor Juana Inés de la Cruz -perdón Madre por involucrarla en esta historia- que “quien bien te quiere, te hará llorar”  Y algo de eso me gusta. Hacer sufrir a un hombre que amo, suma un placer extra a todo lo que vendrá.
Erotismo.
No muchas mujeres lo saben jugar.

Entonces, haciéndome la tonta, es como que elegí esta pollera. Sabiendo perfectamente que él se habrá imaginado en su fantasía de este encuentro, que me apareciese con otra cosa. 

Básicos. Son tan básicos los hombres que he conocido, que me tomaré el atrevimiento de poner todos los gatos en la misma bolsa. Y encima de sentirse defraudado porque no llego casi en bolas.  Y se pone a suponer que me vestí así renunciando a mi supuesta lujuria contenida.

Básicos. 
Lo son. 
Y me encantaaaa!

Camisa blanca. Ni roja, ni negra. Tampoco escotada. Blanca. 
La buena tela permite que apenas, casi como al descuido, se pueda adivinar el soutien que me puse. Algunos, los más ingenuos, dirán: “pobre chica, no se da cuenta que por momentos se le ve el corpiño”
Ja! Tontos.

Pero yo sé qué y porque me puse lo que me puse. Y con eso alcanza y sobra.

Apenas llegué, antes de que el taxi se detuviera, lo vi. Estaba lindo. Aclaro esto porque muchos de ellos no lo llegan a entender: él no es lindo. Pero estaba lindo. La belleza externa, si bien me importa, queda de lado apenas muestra su armonía, su humor, su sagacidad, su educación. También puede ser que no tenga nada de eso y  vea lindo a un hombre tosco y directo. 
Incluso no me jode tanto que tenga algo de pancita como para que se preocupe.

Te decía que estaba lindo. Sabiendo que me esperaba ansioso le dirigí una casi imperceptible mirada a su miembro. Sutil. Casi inexistente. La fuerza de la conexión que ya había entre nosotros hizo que esa milésima de segundo lo halagara en su masculinidad.

Apenas abrí la puerta del coche y apoyé el metro y pico de mi pierna derecha en el suelo, clavando un taco asesino en el asfalto, me estremecí. No sé si fue una brisa real del clima que amenazaba con descomponerse o sus ojos hundiéndose en mi entrepierna.

Si apenas tres segundos antes yo deslicé mis ojos en su bulto por una fracción de tiempo ínfimo, lo de él lo sentí como una meticulosa autopsia. Tal vez tardé más de la cuenta en juntar a mis extremidades. Pero la pollera cumplió función de elástico, para que se cierre el telón de dicho espectáculo con una rapidez atípica. Pero reconozco que el “calor” me llegó bien profundo.

¿Calor? ¿Dije calor? ¿Pero si apenas antes mencioné una brisa?

Él es así. Maneja mi amplitud térmica como la del Sahara. Allí del día a la noche se pasa de los cuarenta y cinco grados a los quince bajo cero. Calentar y enfriar un elemento permanentemente por los siglos de los siglos hizo de las rocas, pura arena.

Conmigo logra cosas muy similares: cuando estoy “fría”, malhumorada, y no quiero nada de nada, toca la ruedita de mi termostato como sólo él sabe hacerlo hasta ponerme al rojo. Y reviento de placer. En clave suele llamarme Sandy (por Sand, arena en inglés).

Me acerqué sin decir palabra. Le llamó la atención la capelina que tenía puesta. Era nueva. Recuerdo que al rato de haberla comprado ya estaba arrepintiéndome de tirar otra vez la plata en cosas que suelo no usar. Pero hoy, cuando abrí el placard, apenas salí desnuda de la ducha, la vi y juraría que me sonrió. Diría que hasta me guiño un ojo...






Después de posar un rato solo con ese sombrero por varios minutos en el espejo del living, me convencí de usarla así. 
No… así no… sino que también con los tacos que ahí mismo elegí acompañar.

-Hola. Estás muy linda… Rara, pero linda… ¿va ese sombrero con todo el resto?
-Hola. Si. Va. –dije y me di media vuelta para acercarme al resto de los comensales-

Y ahí, -y si sos mujer perspicaz lo notás-:  mi cola, redonda, era el centro de atención ahora. No solo de Max, sino de varios gorilas en celo que concurrían al lugar. Y casi como si pudiese hacerlo actuar, una se mueve distinto, como incitando. Lo asumo. Pero con esa clase que nadie te puede “acusar” de nada…

“Cojeme” decía mi culo. Yo lo estaba oyendo clarito. ¿O era mi inconsciente que  ocupó el lugar de la discreción y sutileza que siempre, durante un buen rato, manejan la situación? No tiene importancia. Lo que fuese, para mí, Max lo escuchó. Porque esa sonrisa de bobo que se sacó la lotería lo delataba.

Sin embargo guardó compostura. ¡Lo que le habrá costado! Todo lo hacía con pánico de embarrarla.

No era la primera vez que estábamos frente a frente, aunque si así. Frente a frente. No importa, no vale la pena explicarlo.

Le pedí que nos sentásemos en una mesa luminosa, no quería oscuridad, quería verlo. Y él que goce mirándome… Alto! Aclaración: no es que me crea hermosa, (aunque lo sea, jajaja)… no…acá, sabiendo cuanto me deseaba –si, si, y yo a él, pero no estoy hablando de eso ahora…- sabiendo su deseo, con ternura y afecto quise dárselo. No soy tan mala después de todo… El en un mensaje me había dicho que “si Dios escuchaba sus ruegos” además de estar conmigo, verme y más, anhelaba saborear el dulce hecho de tenerme a mi lado. Si, incluso dijo mostrarme… a lo que, solo para jugar con su temor, le respondí: “¿Mostrarme? ¿Cómo un florero?”

¿Ven? Cuando dije que estaba lindo, lo refuerza con gestos como este.

La cosa es que el vino de uva Tannat, además de unas pastas maravillosas, desacartonaron la charla. Tomé su mano casi de manera natural, como si lo hubiese hecho desde hacía tiempo. Y sentí esa electricidad que solo en momentos muy especiales he sentido. No era un amigo más, sino que se le notaba en el brillo de sus ojos que ansiaba amor. Si, ya sé…ya me lo dijeron las brujas de mis amigas… "lo tuyo es calentura”  Puede ser. ¿Y que? ¿Acaso está mal calentarse con alguien que tiene mirada dulce? ¿Con alguien que destile ese romanticismo que solo estaba en las novelitas rosas como las de Corín Tellado? 
Y si es calentura, es MI calentura…y sé perfectamente  como manejarla.

(¿Lo sé?)

La idea era solamente tener un aprouch, un acercamiento…sacarnos las ganas de sentir nuestros auras… Más vale que tanto él como yo fantaseamos ocultamente con sexo salvaje… Pensé, mientras me ponía esta camisa, que seguramente mañana tendría que ir a la mercería a conseguir botones nuevos, porque me la arrancaría con los dientes. Y yo no me iba a poner en cuatro patas a buscarlos. En esa posición lo que menos hubiese hecho es buscar botones, jajaja…

Su romanticismo era tal, que la locura de encontrarnos, cenar, charlar y nada más me sedujo y la sentí como un gesto de total ternura. Podríamos decir que es un comportamiento de otros tiempos, si… pero hoy, esta noche, me sedujo con ese acto de dulzura. Jajaja…me río imaginando la paja que cada uno de nos haremos en soledad pensándonos mutuamente…

Lo único que hasta ahí calentó el clima, fue cuando, justificándolo con que quería escribir un libro, me preguntó con que compararía, para que él pudiese imaginar cada detalle, como es un orgasmo mío. Excelente pregunta que me dejó pensando un par de minutos. Él, mientras yo trataba de encontrar algún parámetro, me dijo que en su caso, lo veía similar a la adrenalina de inflar un gran globo, mucho, hasta que explote... Y que por momentos mezclaba el deseo del estallido con la habilidad de sacar aire para que el "inflado" dure más. Hasta que era inevitable el estallido.


Una vez, le conté, vi fuegos artificiales. Pero no los normales, sino los mejores del mundo. Era la Mascletá de Valencia, en el 2009. Y le juré que viéndola ahí mismo, no entiendo bien como, sentí que era verdaderamente orgásmica. Y después, preguntándole a mis amigas, me dijeron sentir algo parecido. -


- Poné "mascletá Fallas 2009" en You tube. Eso para mí es un buen orgasmo... Mmmmm, que linda palabra, por favor...









Se quedó mirándome de manera excitante, deliciosa. Y correspondía:
No podía no darle un poco de mi. Se lo merecía. Y me lo merecía.
Mientras saboreábamos el postre, una mousse exquisita, hasta con frutillita y todo,  tiré mi servilleta al suelo. Como un caballero se agachó a recogerla y ahí le di un obsequio abierto de par en par. Se quedó tildado. Yo sin bombacha, sumergí mi cuchara para explicitamente llenarla de mi pura miel que brotaba como manantial. Se incorporó con los ojos salidos de sus órbitas. 








Saboreé apenas un poquito y el resto se lo dí en la boca.
Exploté con un espasmo silencioso sin siquiera tocarme al verlo beber de mi cuchara, beber de mi. El devoró hasta la última gota con una lengua que me imaginé penetrándome.


Nos quedamos solo mirándonos. Él con una risa emocionada. Se tapaba la cara y solo atinaba a murmurar insultos hacia mí. Decía que yo no podía existir, que era una turra, y que mi maldad no tenía límites.
Yo reía con cara de tonta, como de colegiala, de esas mosquitas muertas que como siempre decía mi abuela, eran las peores.

Y poco después nos despedimos.


Fue el primer y más tierno encuentro que tuve con un hombre.
Si… un HOMBRE… y yo, que después de lo vivido con alguno que otro, ya había perdido toda esperanza…


Como siguió la historia, es otra historia.

Max… para quien yo fui Sandy.