jueves, 24 de febrero de 2011

Reunión de Tupper


Apenas entré a la casa de Lucía, lo primero que escuché fue la palabra “clítoris”.
Un poco me sorprendió.
Mis amigas -las “chicas”- y yo nos conocíamos desde hace años... y ahora gracias al Face volvimos a juntarnos seguido sin motivo aparente, para pasarnos fotos "nuevas" de cuando eramos  inseparables...  
Yo últimamente, por mis horarios, suelo fallarles. Hoy era feriado y entonces sí pude aparecer después de varias reuniones donde no estuve.
Es, digamos, de lo más normal que el tema del sexo esté en algún momento de la charla, pero siempre muy superficialmente, y muchas veces, entre nosotras, vinculado más a una noticia o a un dolor que al placer en sí.
Entonces, mientras saludaba y me sacaba el tapado, presté atención sin preguntar demasiado.
La que llevaba la voz campante era Nadia y todas las demás –Lucía, Dora y Anita- la escuchaban con suma atención.
Me senté cerquita de la mesa con sandwichitos y mientras saboreaba uno con palmitos, escuchaba.

-Es así chicas… yo, te lo re juro, no puedo creer que ni vos ni vos –dijo mirando a Dorita y a Ana- jamás se hayan tocado ahí abajo… Es fundamental… ¿Cómo les explican entonces a sus maridos lo que les gusta?
-No, yo no le digo nada a Raúl… me muero de vergüenza… él hace y yo más o menos la paso bien…
¿pero decirle? ¿y que le voy a decir? Ni loca… Siento algo mas o menos lindo cuando me besa o me… bueno… eso… y ya está.
-Yo sí le digo, pero viste como son ellos, tun tun y a otra cosa… Al menos Marce es así… prende la tele, pone futbol... y yo, no te voy a negar que me quedo medio rara, pero… y bueno… tampoco es la muerte, che…
-No chicas… no es así… No tener un buen orgasmo,  solas o con un hombre al lado, es la muerte… la muerte de nuestra autoestima, de la sensualidad, de todo lo femenino… de sentirnos lindas, plenas... si podés tener un buen orgasmo, que te derrita toda, que te mmmm… que te haga sacudir la estantería… ¿porque no?  El tema es que a mí me parece, no se me ofendan,  que ustedes no saben lo que es un orgasmo, jamás tuvieron uno de verdad… Yo tengo unos aparatitos que Carlos me compra…sirven mucho... pero a mí me encanta agarrar el cepillo dental a pila, que vibra suavecito,  y envolverlo en un pañuelo de seda… hace maravillas…¿Y vos Patricia? ¿Te haces la paja?

Me atraganté con una aceituna del tercer sandwich que devoraba muerta de hambre…
La pregunta me desacomodó.
Reconozco que no soy lo que se dice una experta del sexo ni muchísimo menos. Es más… yo estaba en idéntica situación que mis dos amigas “frustradas” como definió Nadia. A diferencia de ellas, para colmo, yo encima estoy sola desde hace un buen rato. Y eso dije, pensando en zafar de la requisitoria.

-Ah bueno… son todas unas mojigatas, viejas del siglo pasado… de hace dos siglos mejor dicho… Y vos sola, con más razón… ¿Nunca te ratoneaste o te mojaste un poco con un tipo o con una novela…o con, no sé…Brad Pitt…Johnny Deep, Banderas, alguno...que se yo…? ¿No te dieron ganas de nada?
-Si, si… eso si… pero al rato con las cosas de la casa, mis sobrinos, las compras, todo eso… ¡ganas de tocarme la pochola y todo voy a tener!
-Jaaaaaaaa! ¿La pochola? ¿Dijiste la pochola? Me muero… me muero muerta… No podés ser tan… tan… no sé… A ver: decí concha… dale… con-cha…
-Bueno, ok, está bien… pero es que acá, con ustedes…
-Si, si, ok… Decilo.
-¿Qué cosa?
-Concha, señora vergüenza ¿o sos lisita como la Barbie?… ¿no meas vos? quiero que lo digas… no, que lo grites mejor…CONCHA!
-Bueno, concha…ya está… ¿pero para que se juntaron al final? ¿Un concurso de malas palabras?
-No mi amor… ¿ves? Eso pasa. Nuestra concha no es una mala palabra…Sacate eso de la cabeza que seguro te metió tu vieja… O tu viejo, con lo terrible que era tu viejo, que decía una cosa y se volteaba hasta a la enfermera… Asumilo: es nuestro rinconcito super recontra femenino, el que nos da placer, además claro que por ahí damos, nada más y nada menos que vida… y es hermosa…
Y es hermoso también tocársela… Mmmmmmm, te juro que si no fueran tan pacatas me la haría acá mismo para que vean ¡y para que se vean…!

Ahí salto Lucía advirtiendo que como en un rato podrían llegar sus hijos, no era esa una idea de las más potables.  Aunque también reconoció que un poco la idea de una práctica la tentaba.

-Y sus maridos… a vos te pregunto Ani… ¿nunca lo viste hacerse la paja?
-Él no se la hace. Estamos casados hace rato… ¿para qué se la va a hacer? Me tiene a mi para el sexo. Pero además somos grandes…
-No chicas… mis ladys… me voy. O muero de risa o de angustia, pero me muero. Todos los hombres se la siguen haciendo… No tiene nada que ver con la "fidelidad" ¿En serio me están hablando? Grandes, medianos o chicos se la hacen, y está buenísimo… los hace sentirse bien… les gusta… los calienta. Encima si se las hacen es mejor a que estén con otras minas, calentones como son ellos… y también les gusta que los miremos, como a ellos les encanta mirarnos a nosotras hacerlo.

Dora, que hasta ahí permanecía callada, saltó como leche hervida:

-Ah no… Basta! ¿Yo hacer eso delante de Matías? Noooooo, eso sí que no… bastante degenerada y asquerosa te viniste hoy Nidia… ¿con quién te estás juntando?
-Chicas… con nadie… el tema es que esta charla nunca se dio… pero la masturbación para nosotras es fundamental… ¡Y gloriosa! Es la única manera de saber donde nos gusta más… estoy segurísima que lo que ustedes creen que es un orgasmo no tiene nada que ver con lo que han sentido…
Pero para lo que más sirve, insisto, es para disfrutar… sacarte esa tensión de mierda de todo el día… Y conocerte! CO-NO-CER-NOS…  Somos mujeres… eso es muy grosso… No somos menos que nadie, y el sexo es nuestro también… y si un hombre no nos da placer, que reviente… Y cuando aparezca uno que nos valore eso, ahí sí, que no se escape...
Pero bueno, tampoco puedo ser tan densa, me van a terminar odiando… cada una sabrá… y yo me tengo que ir, que quedé con Carlos en llegar temprano porque nos vamos al cine… Mañana cumplimos nueve años juntos ya… ¿Nos juntamos la semana que viene en casa? ¡Chauchis!

Creo que en el resto de la reunión ninguna escuchó a las otras. Todas quedamos con ese sabor a lo prohibido mezclado con ganas de probarlo. Nos miramos al despedirnos con cierta cara de picardía, pero sin decir demasiado.

En el saludo final, quedé a solas con Lucía. Las demás se habían ido apenas antes y atiné a confesarle algo.

-A mí con los dedos me da como cosa…no sé…  y encima no tengo ningún juguete, y ni en pedo voy a comprarme uno… así que… ¡eso!… que no esperen nada de mí si es que en la próxima van a contar experiencias… chau…
-Pará… te entiendo… ¿sabés como hago yo?

Los ojos los debí haber abierto muy grandes, porque Lucía se rió de mi gesto.

-Mirá… yo primero me aseguro de estar sola un buen rato… y ahí nomás, preparo todo, algo de música, una copa de vinito y me pongo a lavar ropa.
-Andá… sos una boluda…yo te hablo en serio y vos me salís con eso… sos una estúpida. Y después planchás  hasta olvidarte… Chau.
-No, no…pará…  Prendo el lavarropas bien al mango… me saco todo… me quedo en bolas bolas…
Y mirá, me siento encima así,  y me acomodo como para que una punta del lavarropas o donde sientas que vibra más, me sacuda la concha, contacto directo… ¿ves? si estás cerca de los botones de los controles mejor, porque le voy dando más, o menos… depende…  Ah! algo importante: cárgalo mal de ropa, todo de un solo lado, así queda desbalanceado y se sacude mucho más, mmmmm… Ya sé, no es un consolador muy portátil que digamos, ja! pero… ay ¡que orgasmos que me da, no tenés una idea! Y desnuda me puedo tocar acá, acá… Bueno… es una idea que te doy… tenés que probarlo…
-Mirá vos a la abogadita… en bolas arriba del lavarropas, ja! Si en el estudio se enteraran…
-Bueno che… concha tenemos todas… ¿qué querés? ¿el chiste de las telarañas?
-No, si, claro… bueno…¿lo decís por mí? mejor me voy… todo muy lindo pero tengo mucho que hacer todavía…
-Si… andá… nos vemos… un beso… Y no le aflojes con las cosas de la casa vos…si seguís así te vas a quedar sola…
-Y bueno che… Pero me voy porque tengo mucha ropa para lavar esta noche, jajaja… chau loca…
-Chau… y ojo con el centrifugado que es adictivo, jajajaja…



lunes, 21 de febrero de 2011

Cuarto de hotel



La  habitación se iluminaba intermitentemente, pero fue la vibración del celular lo que me despertó.
Apenas pude abrir los ojos para ver como se movía sobre la mesa de luz.
Estaría a unos escasos veinte o treinta centímetros, pero no podía mover ni un músculo.
Me sentía como hundido en la almohada, de la misma forma que un ladrillo queda semisumergido en la arena luego de ser soltado, dejado a merced, únicamente, de la ley de gravedad.

Así estaba yo, inmóvil.

Pensar que un rato antes no podía conciliar el sueño.
Si hasta navegué buscando sexo por Internet, pretendiendo alcanzar esa hermosa modorra que solo te da un buen polvo.
Pero ninguna de las ofertas me pareció excitante. Será que todavía me siguen gustando las mujeres con cara, y no esas con rostros pixelados o tapados con photoshop.
Es que lo que busco en definitiva es algo más que tocar unas tetas, o cosas así. 

Si hubiera visto una cara al menos, una sola, hasta perdonaría gorduras o imperfecciones. Convengamos que tampoco soy un adonis. Y en una relación comercial como tal, ambas partes deberían quedar satisfechas. 
Negocios son negocios.
Pero ver mujeres sin caras es como que no hay franqueza.

Tal vez lo que más necesito es una sesión con mi sicóloga en vez de una cogida paga y al azar.
Me es inevitable esbozar una sonrisa pensando en una doble función de mi terapeuta, la cual seguramente, ahorraría meses de charlas si al mismo tiempo de analizarme me hiciese una buena paja, por ejemplo… ¡Hasta podría amenazarme con no seguir si no le confieso algún retorcido nudo de mi infancia…!
(“Si no me decís a quien querés más, si a papá o a mamá,  paro acá mismo y termina la sesión…”)

Ja!

Y uno acabaría confesando hasta la vez que intentó ahogar a su propia hermanita cuando no dejaba de llorar.
Son increíbles las cosas que un tratamiento así podría lograr de los estúpidos hombres.
Y como premio a la sinceridad más absoluta -bajo circunstancias extremas-  una explosión de esperma para sacar al mismo tiempo toda la mierda que uno lleva guardada bien adentro desde hace años.

Se lo voy a proponer a mi sicóloga, y quien te dice, estoy inventando una nueva rama, la “sicología masturbatoria”

El maldito celular insiste.
Es una llamada, no un mensaje.
Y eso es bueno y  es malo.
Al ver que no atiendo, podría desistir. Pero si es realmente importante, tratará de lograr su cometido. En cambio, un SMS no atendido seguiría rompiéndome las pelotas unas cuantas veces más y lo terminaría leyendo.
También podría hacer un esfuerzo y abrirlo y cerrarlo, rechazándolo y listo. 
Mañana vería a quien le reboté la llamada.
Pero no tengo fuerza.No fuerza física.
Parece difícil de explicar el cansancio mental. Es como que uno no tiene justificativos suficientes. Si cuento que corrí todo el día, que tuve que ir a pie sesenta cuadras porque se me quedó el auto o perdí el colectivo, está bien. Se banca la escusa.
O el desgaste corporal de una mudanza. Hay sí también hay compasión.

Pero si lo que te duele es adentro, la cabeza o el corazón, pero en la parte de los sentimientos, uno pasa a ser un quejoso, un molesto, o un vago. Con un “¡dejate de joder!” creen que te dan una mano bárbara. “Boludeces de uno, perdón”, llegás a pensar.

Y lo que tengo es mental.

Pero si fuera una “enfermedad mental” ya sería digno de recibir todo tipo de sugerencias médicas pero de ningún médico, sino de todos los que hablan por hablar. 
Encontramos sabihondos a cada paso.

¡Donde fueron a parar las épocas en que un mal de amores, por ejemplo, era tomado no solo con romanticismo, sino hasta con cierto respeto!

Se va a caer al suelo.
Ya está muy cerca del borde y odiaría que por mi falta total de movilidad se haga mierda   contra el piso que, para colmo, no es de alfombra.

Repaso mentalmente mi lista de contactos, de aquellos que tienen este número. No son muchos, dado que hace poco reinicié mi vida y, entre otras cosas, también me regalé un relativo anonimato para olvidar viejos y nada saludables recuerdos.

Encima nunca una llamada a las dos o tres de la mañana puede ser buena. O casi nunca. No me imagino a nadie dando una buena noticia a la madrugada.

Eso está mal. ¿Por qué las buenas noticias pueden esperar y las malas no? Debería ser justo al revés, para alegrarle la vida a la gente y no para no perder ni un segundo en amargársela.
Un “me caso” o “me recibí” o “me voy de viaje” parece que puede esperar, pero una tragedia, por más consumada que esté, y nada podamos hacer, llegará siempre primero que nada…


¡Que lindo estirarse de punta a punta en una cama grande, solo! 
Para eso, para sentir el roce de la sábana de buena calidad, de hotel caro, no tengo fiaca. Ese movimiento, hasta sensual, me aleja más de la mesa de luz, pero me acerca a extrañarla.

Además hace algo de calor. El gran ventanal, abierto de par en par, donde las cortinas apenas se mueven, también me hacen acordar a ella.
La imagino con ese camisón largo, fino, blanco casi transparente. Lo dejaría caer, mostrándome su desnudez completa.
Tal vez algo de erótico sudor bajo sus pechos y donde termina la cola.
Me gustaría tenerla al lado.
Acariciarla suavemente, o abrazarla desde atrás.
Pero es imposible. 
Todas las veces que la recuerdo, al cabo de unos minutos, asumo que la idealizo.
Ella no está.
Incluso llego a pensar seguido que nunca estuvo, que sólo fue un sueño. Maravilloso, dulce, pero sueño al fin.

Y se fue. Precisamente como un sueño al despertar.
Atrás quedaron las fotos, las salidas, los proyectos. Pero gracias a su emperrada testarudez, todo lo idílico pasó a ser terrenal. Todo lo romántico y meloso -lo asumo- se convirtió en burocrático y formal. Hasta diría “correcto”, pero no creo que el amor, o mejor dicho, la pasión que yo le daba, pueda medirse con parámetros de calificación lógica.

Detesto los extremos.

No soy de los que dice que las cosas son blancas o negras.
No lo siento así y me molestan los que así lo piensan.
Tampoco me gusta decir que “hay grises”. Para mí hay colores. Muchos. Vivos y pálidos, alegres y tristes. Nunca grises de manera genérica.

Cuando la vida se llevó la de mi viejo, era azul, y no gris como el día. Era un azul cielo si querés, porque para allá -convencionalismos aparte-, él se fue.

Cuando nos casamos era amarillo, como el sol, sobre el muy verde campo.
En cambio cuando discutíamos era marrón. Marrón triste, como el color de la mayoría de los abrigos en días de invierno. Porque el viento en la cara, o la lluvia encima de uno cuando no es disfrutada, es marrón, tirando a ese rojo feo, ese rojo que no es rojo de energía sino de tristeza, una especie de bordó. 

Odio el bordó.

En cambio, sea esa llovizna que apenas moja o una tormenta que te empapa, y estás feliz de que así sea, como cuando eras joven y estabas enamorado, es celeste… o verde claro. 
Verde agua, puede ser.

Pero discutir con ella era marrón.
Si, si, marrón mierda, podés pensar. Capáz que de ahí venga la sensación.

¡Y dale! Otra vez esa luz en el cuarto, como una mezcla de luciérnaga con tábano.

¡Y se cayó al suelo nomás! Ruido feo, te diré.

Y entre los pocos contactos está ella. No se lo di yo al número, pero sé que lo tiene.
Yo decidí racionalmente no dárselo.
Etapa de cambios significa eso: cambios.

Ya no sos más mi Margarita, decía un tango, ahora te llaman Margot.
No es su caso. Digo, como la del tango, en que ella de ser una chica de barrio y la novia que todos amamos encontrar, descubre el mundo de la promiscuidad… Uy! Que solemne que suena así explicado.
Pero sí puede parecerse en la queja sobre lo poco agradecida que resultó, al igual que Margarita. O Margot.

No voy a decir que le di la vida, sería exagerado.
Pero si que mientras la amé - ¡y cuanto la amé! - siempre  viví pensando en ella.
Pero terminó yéndose con otro. 

Lo que yo no hice, lo hizo ella.

Tal vez se cansó de algo, de mis sermones, de mi constante queja… 
Y lo que nunca me animé a resolver, lo resolvió la vida.

La extraño. Mucho.
Tanto como para no animarme a olvidarla, ni por un rato,  con una de esas gordas de cara borroneada de Internet.
¡Cuánto la extraño! 
Mirá porque te lo digo: en una nueva repasada por el sitio de "mujeres que esperan que las llame" y que sigue abierto, - bajando seriamente mis niveles de calidad y exigencia-  una Jaqueline, o una Vanessa, podrían engañar mi angustia, al menos por un rato.

Llegarían, se sacarían la ropa con la gracia de un camionero -subestimo con mis prejuicios- y me exprimirían un miembro tan excitado como tonto de sobornar y/o engañar también.

Yo experimentaría tocar otra piel, recorrer otros pliegues, sabores y olores distintos ¿pero muy parecidos? y si, eso no lo dudo,  seguramente descubriría sensaciones inéditas a manos de una verdadera profesional… es una oferta más que tentadora, no lo voy a negar… serían una o dos eyaculaciones con un placer relativo, exclusivamente físico, y luego abrir la billetera para concluir el convenio.

Y sé que deseo mucho todo eso, pero lo deseo con ella.
El seguir abrazado “después de”.
Jugar con sus pechos, besar sus cachetes, conservar su olor en mis dedos… Y tenerla a otro nivel, acá, en el alma.  

El hecho de perderla, de no tenerla a mi lado, de estirar la mano y recordar su forma, su suavidad, sus zonas cierta vez prohibidas a cualquier otro humano en la tierra, hace que una vez más la idealice.
Y me encantaba tenerla como mi ideal.

Ya no suena. Ni vibra, ni se ilumina más la habitación.
O se cansó o pasó lo que temía.

Apenas puse un pie en el piso, recibí el pinchazo de una parte de mi ex flamante celular. Diría que una tecla, o un pedazo de vidrio, se clavó en el medio de la planta, y ya al instante brotaba sangre.
No solo la pantalla quedó partida en varios pedazos sino que no creo que vuelva a andar.
Fantaseé pensando que era ella, arrepentida de todo, después de pelear con él, que me buscaba de nuevo.
No lo sé.
Que se dio cuenta que nadie la amaba como yo.
No lo sé.
Que revolvió fotos y vio la alegría que supimos conseguir, y valoró cada instante conseguido, cada abrazo, cada gemido a fuerza de pasión sincera.
No lo sé, ni lo sabré.


Todo eso fue esa noche.
Y ninguna otra noche más.
En mi nuevo celular, no guardo ni un solo contacto que sea personal.
Miento: Sí tengo un número, de "emergencias”: el de una chica con cara borroneada al que algún día, tal vez, llamaré...









lunes, 14 de febrero de 2011

Encuentro entre Ornella y Ramírez RELATO GANADOR

Comunico con suma satisfacción que mi siguiente relato es el ganador del Concurso organizado por Diseño en Lencería Sexy de Alta Gama "Dolce Diva" y el restaurante afrodisíaco "Te mataré Ramirez".
La premisa era darle continuidad al comienzo de una historia proporcionada por los organizadores, el cual su texto aparece en amarillo. A partir de allí, mi fantasía.
A todos los que me eligieron, muchísimas gracias...



Buenos Aires tiene un encanto particular. Simplemente tiene tantas caras como el Carnaval de Venecia. Es como recorrer un laberinto lleno de misterios en dónde todo puede suceder.
El barrio de Palermo es un buen ejemplo de cómo se mezclan el pasado y lo actual. Los bares proliferaron en casonas antiguas y talleres, y donde antes los inmigrantes italianos se acostumbraban al castellano, ahora las lenguas juegan el juego de la seducción con los fuertes acentos de los sajones y las suaves vocales de los latinos.
Paseando por la noche, me cuelo entre las fiestas de estos antros. Me invitan tragos, me cuentan de sus aburridas vidas de ciudad, llenas de números, pantallas y desafíos. Los rechazo con una rápida sonrisa. A lo lejos, en la barra, los colores verdes y rojos de los licores se mezclan. Un diestro barman me mira de reojo mientras bate la fórmula para un extraño que me mira. Sus ojos me cautivan. He encontrado mi próxima presa… 

-Hola... ¿puede ser lo mismo que el caballero?

Mi sola interrupción hizo que ambos se miren entre si sorprendidos. Lo primero que imaginé fue que pensaron algo así como "¿Quien es esta metida? ¿No se da cuenta de quién soy yo?
No me importó demasiado. Ellos tampoco sabían quien es Ornella. Mi desafío fue más allá: apenas me lo sirvió, un tanto a regañadientes, se lo devolví porque que estaba muy liviano, y que debería agregarle más vodka. Y en un acto de insolencia total lo desacredité diciéndole que ese trago no se prepara de esa manera.
Me di media vuelta y rumbé hacia la puerta.
No había hecho tres pasos cuando una mano fuerte me agarró del antebrazo. No me gusta nunca ese gesto de autoridad, pero en este caso desistí de resistirme y giré para comprobar si era quien suponía que era.

 -No te vayas. 
-¿Ah no?... ¿Usted es Ramírez, el que todos quieren liquidar?
-Jajaja... Algo así, eso dicen las malas lenguas...
-Mmm, ¿malas lenguas? entonces paso...no me tienta
-Ah, apostás fuerte chiquita... mirá que conmigo podés perder...
-Chiquita no... Soy Ornella... Y puede ser... pero lo que si sé es que conmigo seguro ganás... Y mucho.
-Sentate, charlemos... esto en un rato es un quilombo y voy a tener que estar atento a todo.
-Por si te quieren matar...
-No hablemos más de eso, no soy yo exactamente cuando... Dejá: mejor decime... ¿porque estás acá? ¿No será que vos viniste a matarme?
-Depende como te guste morir... seguro que oíste lo de la "petit morte"
-Sí, claro... si es así, me entrego... soy tuyo. 

Todo se orientaba para un final más que promisorio. El misterioso Ramírez no estaba nada mal... su aspecto de hombre poderoso le transmitía una extraña seducción, mezcla de violento y salvaje pero con mucho estilo. Pero de pronto uno de sus "hombres" se le acercó y le dijo algo al oído. Su sonrisa controlada se transformó en mueca adusta. No era una buena noticia la que le habían traído. No podría jurarlo pero todo me dio a entender que respondió,  susurrando, algo así como "Mátenlo". Tal vez hayan sido ideas mías, pero la reacción de su asistente, mostraba como que esa fuera la orden.
Increíblemente volvió hacia mí como si nada hubiese pasado con una sonrisa de oreja a oreja.  Hizo un gesto con los dedos y dos mozos se acercaron inmediatamente.

-¿Que querés cenar? Es mi invitación, y te cuento que acaban de comprobar que tenías razón en que el trago estaba mal hecho. Al barman acabo de darle salida definitiva...y además, lo reconozco,  invitarte a cenar es una trampa para que no te puedas ir tan rápido de mi vista. Todo lo que quiero lo consigo con mucha facilidad, sin vueltas, y después chau, a otra cosa, pero vos sos distinta... deseo halagarte, me has demostrado personalidad...tenés estilo. Va conmigo.

Como al descuido bajé la cabeza con mi copa en mano como para que no sepa bien como me había caído el cumplido... Disimuladamente, como solo nosotras sabemos hacerlo, desabroché un botón de mi camisa de seda y  así dejé al descubierto parte  de mi soutien rojo intenso. Sabía que era una diva con ese conjunto, y que apenas el me mirara el bretel y parte de mi pecho, caería como un insecto. Misterioso poder que algunas tenemos. Reconozco que alguna lencería ayuda.

Al cabo de un rato mis formas asomaban un tanto alevosas, pero la tenue luz del restaurant no lo convertía en nada burdo. Al contrario. El ambiente se estaba cargando de un intenso clima. La música motivaba a un vaivén  sensual mientras nos deleitábamos con unas ostras.

Demás está decir que todo lo que esa noche saboreamos fue la mejor cena de mi vida. Yo imaginaba que el mote de afrodisíacos de algunos restaurantes  eran un simple y puro mito. Aquí era real. Calores muy intensos me subían y, sobre todo, bajaban, por todo mi cuerpo. Su interesante charla, de inteligente humor, demostró que es un amplio conocedor sobre como seducir y como conquistar a una mujer...Yo un poco a la defensiva me había planteado estar durante la velada.  Pero un verdadero caballero como él, también sabía como mirarme, desnudándome en cada pestañeo. El vino, un chardonay  cosecha 73, colaboró como los dioses.

Cuando me levanté para ir al baño del lugar, lo único que quería era comprobar cuan mojada estaba en mi ropa interior. Estaba estrenando ese conjunto tan especial, un can can italiano de Dolcediva, y tan chiquita era la bombacha, que tenía miedo de estar chorreando el salón. Sentada en el inodoro comprobé que mi humedad era intensa. El deseo de que Ramírez me avance también.
Y allí sucedió: rara vez me agarran con la guardia baja. Los que me conocen saben que es extraño que a Ornella la madruguen.
Pero esta vez, seducida por todo lo vivido hasta ahí y mientras me acomodaba el portaligas, justo en el instante donde mis manos levantaban esas eternas medias negras, Ramírez  irrumpió de golpe, cerrando con llave.
Mi primera reacción fue de miedo. Es una situación complicada para una mujer, aunque inevitablemente también pensé en lo que allí sucedería. Fue un instante de zozobra .
Imaginé su accionar violento: que se tirara encima y de pronto me arrancaría todo,  y sobre el lavatorio de tan lindo baño,  me perforara con su enorme verga.
Sin embargo, conocedor de la psicología femenina hizo algo muy interesante que habló muy bien de él: mezcló el salvajismo de la situación con la delicadeza de hacerme sentir como una reina...Difícil aunque sabroso... sin embargo el corpiño me lo arrancó como el mejor...primero  los botones de la camisa saltaron por todos lados y mis pechos quedaron rebotando por la fuerza del tirón. Creo que un espasmo inesperado, producto de lo sorpresivo, más  su beso intenso, que abrió mi boca a fuerza de una potente lengua. Fue un beso pasional y apasionante. Largo y profundo... me reí solo de recordar el diálogo inicial de las malas lenguas...nunca nada tan errado
Quedé en colaless y portaligas. Noté que mi belleza, no puedo negarlo, lo congeló por varios segundos. Aproveché ahí mismo a aflojarle el cinturón y bajarle los pantalones. Su miembro se moldeaba sobre la tela del bóxer. Estaba muy excitado y yo deseaba intensamente saborear entera esa carne caliente. 

-No ofreciste esto en el menú cuando cenábamos.
-Perdón, pero yo lo considero parte del postre, como yo comer tu concha jugosa, y esa parte de la carta no la habías visto aún.

Alternativamente nos comimos los sexos el uno al otro. Manejaba con maestría el don de ponerme a mil jugando con mi botón preciado. Yo saboreé sus mieles previas, y sé que lo hago muy bien. Esa enorme verga entraba y salía de mi boca por mi iniciativa personal y gracias a sus manos también,  ayudándome al acariciarme el pelo. Yo al mismo tiempo no pude contenerme en jugar con mis labios y clítoris.
Ya quería que ingrese en mí, que me haga suya como nadie, pero también quería darle mi show. Cuando lo dejé al borde, me alejé, me subí arriba de la mesada grande, y le dije que solo mire, sin tocarse siquiera.
Con solo esas medias y una bombacha totalmente desacomodada, hice un baile único, al tiempo que deslizaba mis dedos por debajo del raso. Era muy fácil entrar gracias al manantial que de allí fluía.
Tuve un par de orgasmos incontrolables. Las piernas se me doblaban gracias al estado de inconsciencia al que estuve a punto de caer. Ramírez notó que mi punto de ebullición era inminente. Le pedí -le rogué creo- que por favor me penetre urgentemente. Tanto él como yo no teníamos ningún tiempo de control como para resistir más. Apenas entró, en tres o cuatro movimientos violentos llegamos casi al mismo tiempo al paraíso... o a nuestro infierno... Me inundó él a mí, pero yo me encargué de empapar por fuera esa maravilla hecha pija. Intenso, profundo, colosal. 

Quedamos tirados desprolijamente en un baño de revestimiento lujoso. Apenas un rato después su miembro revivió.
Fue apenas un movimiento instintivo... y ahí se me ocurrió preguntarle si alguna vez le había puesto nombre, porque sabía de hombres que hacían eso. Mientras yo me volvía a poner mi conjunto de Dolcediva, que hacía perfecto juego con mi cara de lujuria total, me contestó:

- Ramirez. Él es Ramirez... Yo no... Yo soy Miguel Fernández...
-¿Ah sí? Mirá que interesante... entonces permiso Miguel... Esto es con él... tengo un trabajo para el que vine y evidentemente aún no cumplí.

Agarré su tibio miembro con una mano firme, lo apreté con todas mis fuerzas para ver cuanto reaccionaba y solo a él  le dirigí mi amenaza:

-Soy Ornella... y esto no ha terminado, aún estás vivo... Te mataré Ramírez...




Hielo Caliente Segunda Parte



Al cabo de un rato Miguel se apareció cargado de nuestras camperas y de un par de frazadas.  
También traía una bolsita de supermercado con algo de lo que  había podido manotear de la alacena del refugio: una petaca de gin, un par de esas botellitas de una sola medida de un whisky barato y como dos o tres tabletones de chocolate. Nada mal para mi pequeño príncipe.
Yo moría por abrigarme un poco y comer algo. Él ansiaba seguir descubriéndome toda. Agradezco que haya sido tan respetuoso, porque sino, por más que me caía bien, lo mandaba a la mierda.   
Un chupetín de lo dulce que era… hasta el palito del chupetín tenía, jajaja…
Después de entonarme con esas mini medida de whisky Criadores, y de compartir comiendo de a dos el chocolate mientras nos besábamos tiernamente, le di permiso de seguir hurgándome.
Juntamos todo y salimos a caminar hacia una parte más alta de la montaña. Al cabo de unos cinco o diez minutos más o menos, llegamos casi a un filo, donde la vista del lago que había desde allí era increíble. Nos acomodamos cerca de una gran piedra poniendo una de las frazadas como alfombra. El sol aún entibiaba, pero ya empezaba a atardecer. Acostados y abrazados levantamos temperatura muy rápido. Después de que mis tetas ya estaban demasiado exprimidas por sus ansiosas manos pensé que era el momento de regalarle cálidas caricias a su miembro. Metí mi mano por debajo del jean, que ya se había  aflojado por la presión que le producía tenerlo tan parado. Se lo agarré bien fuerte y después de manoseárselo como seguramente él estaba acostumbrado a hacerlo en soledad, lo saqué y le dí una suave chupada… ¡Que dulce!  Era un pito tierno, apenas desarrollado todavía, pero gordito y rígido. Mi boca lo recorrió de arriba abajo con placer. Piel suave, con pocas venitas. Miguel estaba en el séptimo cielo. No entendía nada.
Yo, que me estaba excitando muchísimo, no quería que su precocidad en el arte del sexo me deje con las manos vacías. Entonces no quise extenderme más de la cuenta. Lo dejé muy caliente y le pedí que me hiciera lo mismo. Su gesto de terror fue más que elocuente de que, no solo no deseaba animarse, sino también que vaya a saber con que asquerosidad lo habrá asociado. Tuve que explicarle que yo ya lo había chupado a él por donde sale el pis y que me había encantado, y que en las mujeres es bastante parecido. Su gesto de resignación era mortal. Una mujer le pedía que le chupara la concha y él pensaba en escapar.
Tirada en esa manta sobre la nieve, semidesnuda, sin las botas pero con mis infaltables medias de lana de cabra, con mi sexo abierto de par en par dejando entrar una brisa fresca pero soportable, lo invité a que se coma esa jugosa parte de mi cuerpo. Yo tenía apenas un temor infundado en que mis jugos se me congelen produciéndome alguna lastimadura, como si fuesen pequeños trozos de vidrio. Pero no fue así. Él se acomodó con su cabeza justo allí y con bastante torpeza me chupaba como si fuese un helado. Lo dejé por un rato hacerlo como le saliese, para no dañar su casi inexistente auto estima. Cuando paró para, supongo, tomar aire o descansar la lengua, le mostré con mis manos, que lugares y con que presión lograba ponerme a punto. Y nuevamente los ojos se le salieron de sus órbitas al verme masturbar. Debo decir que amé a ese chico, su inocencia, su candor y su desesperada calentura. Me miraba la concha y alternativamente me miraba la cara, como para asociar gestos, gemidos y toques.
“Ahora sí… meteme tu pito acá” le dije mientras me abría bien los labios como para mostrarle el camino.     Y yo, con una verga adentro, ya pierdo bastante el control de todo. Y reconozco que lo maltraté un poco cuando no se movía. Había estacionado en un lugar techado, parecía, y no quería salir por nada. Si, lo puteé, le dije que se mueva, que como no sabe, que “como que no te da por entrar y salir” y cosas así. 
Más o menos lo fui acomodando. De su eyaculación me ocuparía -o no- más tarde. Pero gracias a mi misma y a lo que él intentaba, exploté un par de veces en muy breve tiempo. No tenía forro puesto, pero yo venía muy bien con las famosas píldoras. Entonces no me importó que desparrame su leche caliente bien adentro. Y no estuvo para nada mal. Gritó de manera muy linda y le clavé muy fuerte las uñas en la espalda. 
Cuando se vació, se desplomó encima de mí y le tuve que pedir que salga y se acomode. Estábamos realmente agotados y con mucho frío de nuevo. Nos acurrucamos muy juntitos cubriéndonos con todo lo que teníamos. Ya estaba oscureciendo y las luces del refugio, con su hogar encendido dentro se veían claramente. No estábamos tan lejos ni tan escondidos. Recién ahí imaginamos que alguien nos podría haber visto.
Diría que tontamente sigilosos, vestidos y cargando frazadas empapadas de agua y hielo -y algo de nuestros jugos, supongo- , entramos a recuperarnos al calor del fuego. Los otros dos mozos y un par de parejas de gente mayor nos miraron sabiendo casi a la perfección que había pasado con nosotros. 
El pelo revuelto y esa cara inconfundible de orgasmo nos delataba.

Lo recuerdo con mucho cariño. Fue un click muy importante ese día en mi vida el descubrir el afecto de alguien que es tan dulce y cortés. Me di cuenta con el tiempo, claro, pero me hizo creer en que siempre puede aparecer alguien ideal. Solo hay que esperar que llegue.
Para él debí ser especial también:  debutó conmigo después de todo. Pero…

Pero después de ese día, Miguel no volvió nunca más ni al refugio, ni a mi vida.
Hasta ayer.
Sorpresa jamás imaginada, apareció en mi Facebook ese cartelito que dice que fulano de tal quiere ser tu amigo. Como no había foto, sino esa silueta celeste de los que aún no suben ninguna imagen al perfil, y ante la duda, entre a descubrir algún dato. Y había una sola foto subida. Solo una nada más. Era del refugio.
Era él.

Perdón: me acaban de golpear la puerta de calle. Quedamos en encontrarnos en casa. Lo invité con la condición de que no me pregunte nada a través de la computadora, nada en el muro. Solo le di mi dirección y una hora estimada donde seguramente yo estaría sola en casa.
Uy, volvieron a golpear.

Es él.

miércoles, 9 de febrero de 2011

Hielo Caliente



Reconozco que se me hace difícil acordarme de algunos detalles de lo que pasó aquella vez.         
Yo era más joven, audaz, pero también era muy miedosa.
Además, con la tarde agobiante que hace hoy, recordar la nieve y el frío es complicado.
Estábamos en Bariloche. Aquella escapada rebelde para irme de casa me había llevado hasta ese lugar en la Patagonia sin demasiada lógica. En casa, adolescente tardía, estaba harta de que todo lo que yo dijera o hiciese pasara por el tamiz acuciantemente negativo de los viejos. Y así, sin tener la menor idea de saber en qué me metía, mochilita en mano, rumbeé al sur.
Las imágenes dolorosas de las cosas vividas se van yendo, pero gracias a aquel cuadernito Gloria con espiral que reflejaba mis desventuras, refresqué lo mal que me sentía. No era muy agraciada a los veinte años (a esa edad, por aquellos días, vivía todavía en casa sin saber que quería de la vida  y sin saber nada del mundo exterior) y mis noviecitos habían sido algo muy escaso. Un primer beso espantoso, alguno que otro mejor, un debut sexual totalmente intrascendente y hasta doloroso física y emocionalmente… Y un rápido aprendizaje de lo que era el sexo por la mínima (y absurda a veces) lectura de revistas como Para Ti o Vosotras… No sabía demasiado pero intuía bastante. Practiqué incluso con quienes no me gustaban, por el solo hecho de decir que lo hacía y no quedar como la “diferente”. Era grandecita en comparación con amigas, y así y todo cada vez que tenía sexo me quedaba un sabor amargo de algo violento, acelerado y poco -o nada romántico- Entonces, lo que sí abundaba, era mucha incertidumbre.
Hasta allí, sin GPS ni celulares o internet, llegué.  Aislada, inventando excusas para explicar lo de una chica solitaria  (y que si hubiese sido varón jamás me lo hubiesen planteado).  Si recuerdo que tenía,  de soñadora, tal cual era Susanita, la amiga de Mafalda, y de las novelitas de Corín Tellado, la fantasía de la cabaña nevada, el hogar a leña, las alfombras mullidas y ese sentimentalismo del cual estaba convencidísima que iba a encontrar.
Bueno… la cabaña se transformó en un espantoso cuarto de un albergue, el hogar en estufa a kerosene,  y la alfombra la reemplacé por gruesas medias de lana de llama, que usaba mañana, tarde y noche. Mi sueño se desplomó cuando la primera nevada me agarró con unas botas salteñas y campera de jean. Recuerdo caminar empapada de pies a cabeza, sin un centavo, unas veinte cuadras hasta esa cueva húmeda que fue lo único que pude pagar.
“Mis fábulas de amor se fueron desvaneciendo  como pompas de jabón” decía Sui Generis. Nada tan parecido a mi espantosa realidad.
Y mi orgullo moribundo ya me estaba llevando hasta las oficinas de Entel para pedir, con el caballo (y un aras entero, creo…) cansado, un giro bancario que me devolviese a la cárcel de mi casa.
Pero fue yendo por esas calles regadas de deshielos recientes, que un papel en una columna de alumbrado, pegado con cinta Scotch le dio un aire a mi agonía: “Buscamos moza para refugio en la montaña. No se requiere experiencia, Ideal para principiantes. Solo por seis semanas”
Sentí que podía ser un mensaje de esperanza. Lo de la “no necesaria experiencia” me ponía en excelente situación. A la par de cualquiera, y  con mi fuerza de voluntad ya demostrada a mi misma, sabía que nadie me sacaría ese puesto.
Dicho y hecho, entré, aprendí, disfruté, gané unos interesantes pesos, y me quedé el tiempo convenido.
Pero la historia en sí tiene un recoveco que era del que les quería hablar: Si bien todo se había encaminado, al punto tal que ya inclusive había podido, con mi primer pago semanal, comprarme unas humildes botas de nieve y una campera de abrigo, lo de el amor de montaña (que era fundamental para el sueño de la cabaña, la nieve, el hogar de leños, la alfombra mullida  y todo eso) no llegaba.
Mi ansiedad, lo asumo, más mi terca lógica de autoconvencerme que el esfuerzo da sí o sí sus frutos, hacía que a cada turista con aspecto potable, lo mirase como el que Dios me ponía en el camino para, decididamente, convertirlo en mi alma gemela, en mi “media naranja” como se decía… (o en “mi peor en nada” como en aquel tema de Los Náufragos)
Y nada, che… Nada de nada. La sola idea de una moza de montaña no calentaba ni las manos en esa inmensa montaña nevada.  Otro mozo del lugar, que compartía sus propinas conmigo, -porque a él le daban y a mí no, odioso machismo argentino- , sabía toda mi historia. Y tiernamente me daba ánimo para que minimice mi verdadero sufrimiento. Miguel, que de él estoy hablando, era tan pero tan tímido que yo jamás había pensado en él como nada,¡ si hasta mi hermano parecía!.
El asunto es que una mañana Miguel se animó. Me frenó de sopetón cuando yo, con las dos manos ocupadas, llevando rebalsantes platos de sopa, al salir de la cocina, me estampó un beso sorpresivo, cálido y un tanto ruidoso.
Me acuerdo que tiré todo, salpiqué a medio mundo y salí corriendo en vez de cualquier otra cosa.
¡Que boluda! Jajaja… pobre Miguel… después me enteré que ligó una suspensión por tres días solo por salvarme a mí.
Te decía que salí corriendo hacia ningún lugar, solo como para escapar: mezcla rara tenía en la cabeza, dado que mi gran amigo, mi casi hermano, el único que  sabía todo de mi angustia, un nene de catorce o quince años se estaba aprovechando de mi, de una “pendeja” de veinte. Y sobretodo estando yo totalmente indefensa, con dos platos de sopa en las manos. (¡Que épocas distintas, Dios mío!)
Pero por otro lado sentí tanta ternura, tanto cariño suave y cálido, que me derritió toda aún en medio de la nieve.

Lloré.
La pucha que lloré.
Horas muerta de frio debajo de unos pinos helados. Ya estaba mentalmente haciendo el recorrido de nuevo hasta Entel en busca del giro bancario salvador.
Al cabo de un rato  apareció delante de mí. No me asusté. Creo que en el fondo deseaba que me encontrase. Se quedó sin saber qué hacer. En su cara se percibía culpa como si me hubiese violado a mí, a mi mamá y a mi abuela… (perdón pero ¡como si los hijos de puta violadores sintiesen culpa!) 
Miguelito era mucho menor que yo, encima. Bah! No sé si mucho, visto a la distancia, pero sí!, se notaba  a la vista la diferencia. Apenas me tendió una mano para que me levante, ja, se cayó encima mío… Muerto de miedo me pidió que no lo denuncie, que sus padres eran muy estrictos y que si se enteraban que había “ultrajado” (si, usó ese término…) a una muchacha, se le acababa la vida, lo iban a reventar y cosas así… Me quedé perpleja. El amor que en ese momento me floreció por él, fue instantáneo, puro, angelical.
Nos abrazamos ahí mismo, bajo el pino helado y sollozamos juntos un buen rato.
Y ahí surgió mi diablito… teniéndolo tan cerquita, calentito (en buen sentido lo digo) temblando de nervios, le pregunté si me quería besar de nuevo, pero bien.
Su cara de horror y alegría al mismo tiempo era para comérselo. Obviamente que ni esperé respuesta y suavecito suavecito fui comiéndome sus tiernos labios. Con mucha resistencia de su parte, estando muy abrazados, pude percibir reacciones físicas inconfundibles por ahí abajo, cuando mi lengua invadió el terreno de la de él. Ay! Lo recuerdo y siento escalofríos que me recorren la espalda, iguales  a los de aquella vez.
No voy a decir que era amor, no soy boluda, pero en aquel entonces sonaba muy parecido… Sus manos jamás había rozado a alguna mujer y la extraña desesperación de tocar una teta lo ponía temeroso de alguna represalia de mi parte. Me descubrí parte del pecho para que viera una bien de cerca y así concretase ese deseo. Cuando su mano entera cubrió todo mi pecho, con el pezón duro como piedra tocándole el centro mismo de su palma, coincidimos juntos en el gesto inequívoco de mordernos los labios agradeciendo al Señor saborear esas sensaciones.
Como todo hombre, al conquistar un territorio, no se sacian con eso y quieren más. Ya se encaminaba entonces directa y torpemente a la otra montaña, y como si de un guerrero salvaje se tratara,  pero de manera desesperada. Lo frené, con cautela, pidiéndole que se calme, que yo no me iba a ir y que todavía faltaban muchas cosas por descubrir juntos. Lo invité a que me chupe el pezón, que hasta ese momento era el punto más alto de su conquista,  y su cabeza estalló…jajaja… Recuerdo que me preguntó si en serio podía hacer “eso”… Ante mi afirmación me contestó con la  la más delicada succión que recibí en mi vida. Su alegría era tan pura y tan transparente que me empapé la entrepierna de solo mirar como trabajaba (si, lo hacía concienzudamente) en mi pecho. Tuve, claro,  que decirle que apriete más, que muerda un poco y que pare de preguntarme “¿Está bien así?...” a cada rato.
El frio que estaba haciendo producía vapor cada vez que abríamos la boca. Mi teta parecía que ardía… Y algo así sentía yo por dentro.
Lentamente lo fui separando, con besos húmedos que lo ponían al palo, para decirle que tenía mucho frío. Le prometí terminar lo que había empezado pero él pensó que lo estaba echando de mi vida. Yo solo quería que volviera al refugio a buscar mi campera y algún abrigo más. Y si podía, algo de alcohol  o chocolate para estar más calentitos.
Le costó creerme, pero no tenía opción. ¡Lo que habrá sufrido el pobre pensando que yo desaparecería y conmigo se iban todas las expectativas de ponerla! No era mi intensión, pero era lógico que dudase…


Fin parte uno.


sábado, 5 de febrero de 2011

Investigando...


Debo decir que siempre y al mismo tiempo nunca soñé con una compañera así.
Siempre, porque  ¿qué hombre no fantasea con una mujer que goce con casi las mismas cosas que uno, que se interese del mismo juego, que le ponga, digamos, la idéntica pasión a esas cosas del sexo…?
Y nunca, porque al imaginar que no existía, la anulé de mi mente.

Hice mal. Existe. Y se llama Marina.

Marina es extraña. Nunca había conocido a una mina que -ahora entenderán- le guste tanto el miembro masculino.
A ver, déjenme  aclararlo, porque si no va a parecer que ella es una simple y vulgar absorbe penes… o carnicera, como a veces le dicen… no es eso a lo que me refiero. Ella siente pasión por estudiarlo, mirarlo, analizar cada milímetro de su rugosidad, cada venita… y sobre todo experimentar sus distintos comportamientos. Disfruta tanto tocarlo como mirarlo.

Creo que todavía no puedo dar en la tecla de esta explicación.

¿Viste cuando uno está con su pareja y te encanta jugar con su cabello, enroscarlo en el dedo, alisarlo, una y otra vez? Y que al otro eso no le molesta, inclusive piensa que es hasta dulce, porque sentís que está todo bien… Bueno… Marina es así con mi pito.
Su obsesión es tal, que muchas veces debo frenarla. Es que, como para ella esa parte es tan natural-en realidad lo es- es capaz de querer hacer algo con mi miembro, como acariciarlo,  en cualquier lugar.
No, no está loca. Ella es una profesional exitosa. Es muy estudiosa de temas desde religiosos hasta míticos. Trabaja en una empresa internacional y es, incluso, una excelente chef, lo cual también ha ejercido de la mejor manera. Pero ama jugar con esa parte mía. Perdón: más que jugar, debería decir  -puesto que hasta lleva estadísticas y análisis de los resultados que va obteniendo- estudiarla.
Muchas veces le insistí sobre la posibilidad de que aprenda  sexología o alguna carrera vinculada a su  particular placer (mío también, aunque de otro modo) , pero las rechazó, diciendo que prefiere mantenerlo como un hobbie. Y yo no me quejo.

Una situación típica, para que me entiendas, es esta: salgo de ducharme, con un toallón a la cintura y al llegar al cuarto está esperándome. Me pide que me siente o acueste, depende lo que tenga pensado ese día, mientras me pone futbol o algo lo menos excitante que pueda, en la tele.
Sus posiciones favoritas son: sentarse al lado mío, mientras miramos una película o tomamos mate; en la cama,  apoyar su cabeza en mi estómago mirando hacia mi amigo o –la que más disfruta- que yo sentado en el sillón del living, de piernas abiertas, la deje arrodillarse en el piso mirando hacia mí y así certificar reacciones en mi cara también.  En un caso normal, supuestamente yo me concentro en un “Manchester – Blackbourn” o algún torneo de golf o con el canal de venta directa,  y ella empieza a investigarme. Al principio con suaves caricias, apenas haciendo contacto. Observa al detalle como el bombeo de sangre empieza a cargarlo de rigidez. Analiza el comportamiento de mis testículos, como se llenan, y los mínimos espasmos que marcan el cambio de estado. Sus dedos, rozando  pliegues irregulares, bordes que enmarcan la cabeza, y los primeros fluidos que brotan. A veces prueba ese sabor.
No hay desenfreno, solo una finísima atención a la reacción física. Yo trato de seguir el trámite de un partido que no me interesa en lo más mínimo, evitando dirigir la atención hacia lo que está haciendo ella. Sin embargo los oleajes de placer infinito son maravillosos y me cuesta volver a la tele.
Así, entre este delicado movimiento de sus dedos y mano toda, voy acercándome a un paraíso, exasperante por momentos, pero sumamente erótico más allá de que no es esa su intención primaria.  Alguna vez le pedí que me atara, para no tentarme con cambiar el rumbo de su investigación, pero se negó:  “Cuando yo quiero sexo, que me cojas, y todo eso, lo hacemos y listo. Nunca te rechacé y lo sabés. Esto es otra cosa: mi placer de mirar, descubrirte a otro nivel, y por supuesto llevarte a un buen orgasmo, o mejor dicho, al mejor que pueda con todo lo que aprendo. Y quedate tranquilo,  jamás te haría la  tremenda maldad de abandonarte a medio camino…”
Entonces, dicho eso, nunca tan bien usada aquella frase de “relájate y goza”

Dentro de sus observaciones predilectas, figura la utilización de elementos externos, como hielo, agua caliente, o materiales de distinta textura, como cueros o sogas. Muchas veces, cronómetro en mano, analiza inclusive tiempos de reacción.
El hielo es interesante: según ella, le encanta ver como las venas cambian de estado y en segundos nomás la reacción es llamativa. Al primer contacto percibe un fuerte incremento de la rigidez, pero luego logra debilitar el riego sanguíneo. Con algo cálido, la tersura de la piel se acrecienta, al igual que la cantidad de mi miel brotando. Algo como rozarme con terciopelo, seda o una esponja vegetal, presenta reacciones de lo más diversas. Hasta con el filo de una navaja, para ver cuanto se sensibiliza la piel, ha probado.

También, y algo que me encanta, es cuando prueba untándome cosas como dulce de leche, chocolate tibio o algún aderezo extraño. Recuerden que como experta cocinera, conoce mezclas de lo más curiosas. Aclaro: seguramente esto me resulta sumamente delicioso porque cuando decide limpiarme utiliza -y únicamente en estos casos- su sabrosa lengua.
Igual, y más allá de lo que usa, su delicadeza con los dedos, es maravillosa. No me incomoda en lo más mínimo ser su conejillo de Indias. Cuando ya la excitación es ingobernable, muchas veces con mi pene super hinchado, queriendo descargar tanta leche acumulada como sea, jamás deja de darme el máximo placer, único, incomparable, aunque lo hace siguiendo con su hábito como de quien hace el rulo con el pelo, suavemente, hablándome  relajada, como si nada, y esperando que yo lo  disfrute también así. Es maravillosa.
Me mostró hace muy poco un archivo completo que incluye fotos y videos del momento de la eyaculación. Y si yo bien veía cuando me filmaba nunca me imaginé tanto profesionalismo. Me dijo que le permiten descifrar variantes logradas por sus intentos distintos. Dice que el momento culmine, y que reconoce que le excita muchísimo,  suele verlo hasta en cámara lenta. Desea descubrir milimétricamente todos los detalles del orgasmo, de la eyaculación en sí, pero como suele entusiasmarse tanto, lo debe volver a ver más concentrada una y otra vez.

Su última “locura” tiene que ver con el sabor del producto final de su tarea: Para confirmar lo que tantas veces había leído, me está manejado una dieta rigurosa con el fin de encontrar sabores definidos en mi esperma. Dice que ha logrado sabores inigualables.
Al principio, cuando recién empezó a estudiarme, tan concentrada estaba en mis reacciones, que muchas veces mi estallido la sorprendió en medio del análisis. Recuerdo que su gesto tipo puchero de “¡Pero!¡qué lástima! ¡ya terminó!” cambiaba rápidamente al verme la cara, que, dice, es sumamente apasionante.

Ahora en cambio está tan experimentada que es muy curioso como ella ya advierte antes que yo la inminencia de mi orgasmo, debido al cambios de temperatura, la reacción de mis testículos o la porosidad de la piel. Su “¡Ya viene, ya viene!” previo al mío, me desorientaba, y me hacía jugar a no darle la razón, a contradecirla, como intentando vanamente pelear contra la naturaleza, lo inevitable a esa altura, generada claro, por su más tierno, dulce y fantástico estudio.

Tanta leche comprimida y retenida por lo extenso de cada sesión me ha hecho ponerme al borde de un desmayo único alguna que otar vez.

Solo ella sabe dónde y cómo tocarme para encontrar el mayor placer imaginable.

Sé de muchos amigos que no soportarían este martirio. O de los que me envidiarían. Y sé de muchos hombres que quieren algo rapidito y listo, si de pajas se trata. Esto es distinto: Me siento feliz de darle a Marina un dulce y original entretenimiento, que como podrán imaginar, gozo profundamente.

Marina: ¡No te mueras nunca!

Nota: Aviso a todas las ellas que lean esta confesión: Estoy incursionando yo en el estudio femenino. Tengo mucho por descubrir pero en las primeras pruebas que me tomaron he sacado muy bien diez felicitado… Y lo que puedo adelantar es que las cosas que puede producir un clítoris, siempre y cuando esté bien investigado, son increíbles.

Mayores a lo que muchas imaginan.