jueves, 19 de julio de 2012

¿Por qué dije que no?






No sé realmente porque tantas veces dije que no.
Supongo que sería por la absurda “educación” recibida de chica. 
Esa “cultura” impuesta sobre decir que no solo por quedar bien, “instruída”. ¡Las veces que me hubiese comido la última galletita que quedaba, pero no la agarraba porque eso, me habían “enseñado” estaba mal. 
Mi abuela me lo decía: “La última hay que dejarla, para no quedar como angurrienta”. Y nadie la comía. Y quedaba ahí. Para después terminar en un frasco. O en la basura.

Cientos de veces me han ofrecido cosas e “instintivamente” las rechazaba. “¿Querés más? ¿Querés que te regale algo? ¿Querés venir con nosotros?”
“No, gracias” decía como un robot, más mirando a mi mamá que a quien me lo preguntaba.

Y ahí surge lo otro: esa “estúpida” costumbre de "encomillar" palabras hablando o escribiendo. Eso sale de ahí. ¿Cómo disimular el decir cosas sin miedo al ojo crítico de “los demás”? Entonces así, como cuando ponemos “jajajaja” en un chat después de decirle al otro que es un boludo tremendo, así entonces empecé con esa hipocrecía de marcar comillas en el aire. Para decir cosas pero que no se enojen demasiado.
Una falsedad que me avergüenza.

Y así, poco a poco me fui animando a hacer lo que realmente sentía.
Fui diciendo ¡basta! a muchas cosas.

Tampoco quiero llegar a ese gesto descarnado de “sincer…”, (perdón…a partir de acá, sin comillas…) decía… esos que se autodenominan super sinceros, que no le importa nada lo que piensen de ellas y todo eso y que no les importa si lastiman a alguien… 
No. Eso incluso puede ser hiriente. No quiero eso. No me gusta herir. Y ahí descubrí que me harté de que me hieran. Yempecé a pensar más en mí.
Y también empecé a comer la última galletita. A agarrar antes que otros la porción de asado que más me gustaba o ganarle de mano a la vieja que me empujaba en el supermercado.

Y se siente bárbaro hacer cosas por uno.

Solía poner mi vida afuera. Yo estaba bien si -ese condicional es terrible- si mis hijos, si mi marido, si mi mamá, si mi vecina, si el verdulero, si el gobierno, si, si, si…. Entonces en un supuesto caso de que todos los planetas se alinearan, si ningún noticiero anunciaba la tercera guerra mundial y etcéteras varios eran benevolentes conmigo,  entonces recién ahí, podía decir que "era feliz”.

Pero las cosas pasan. Hay que tener ese tercer ojo abierto, o un ojete grande como una casa para poder verlo. Pero que está, está.

Y huevos (ovarios en mi caso) gigantes para decir basta. Y no sé cómo será el dolor de huevos, pero algunas decisiones duelen como dolor de ovarios. O como un parto.

Perdón: esto iba a ser la narración del acontecimiento erótico más significativo de mi vida y agarré para el lado filosófico. 
Pero todo tiene que ver con todo, como decía ese periodista de los ochenta por la tele.

Dentro de los cambios que me permití, uno de ellos es Sergio.

En el sexo siempre fui serena. Lo disfrutaba, si. 
Pero no me desvivía por tenerlo. 
Eran lindos orgasmos algunos, pero nada como para desesperadamente arrancarme la ropa y pajearme en soledad. 
Incluso veía a esas mujeres que hablaban desinhibidas, como exageradas. “Lo hacen para calentar a los tipos” pensaba.

Bueh! Sergio es como un príncipe (y lo digo sabiendo que suena entre patético y boludo… como de pendeja idealista) Él me fue llevando. Tacto que le dicen.

Y ahora, para no hacerla larga, acá estoy. Después de tres meses intensos de curso super acelerado de varias cositas, hoy estoy cumpliendo una de las archiescondidas fantasías de mi subconciente.

-¿Ya estás? ¿Podés dejar de escribir un ratito?
-Si. Esperá que lo salvo y listo. Estoy un poco nerviosa.
-Jaja… serenate… cerrá los ojos mientras te desnudo. 

Mirá que grado de confianza ya le tengo que no me importó nada. Ni venda en los ojos necesité. Me paró cerca del ventanal abierto del living, donde la cortina liviana y vaporosa me rozaba en cada brisa.
Sentía su respiración calma mientras desabrochaba uno a uno los botones de mi camisa. Los pelos de la nuca evidenciaban cierta excitación temprana, ingenua. Atiné a acercarle mis labios para averiguar su predisposición a un beso tierno. Y me mordió fuerte. Fue una décima de segundo donde lo puteé por dentro, pero acto seguido sentí estremecerme misteriosamente. 
No me gusta que me maltraten, aunque, en ese instante, vibré con un escalofrío extraño en la zona baja.
La consigna, si bien no había sido detallada por Sergio de manera específica, contemplaba “ciertas” (perdón por las comillas, jajaja) licencias a lo que habitualmente hacíamos.

Ya en tetas y con un bombachón negro como los de mi abuela, que él específicamente me compró en una horrible mercería de barrio estuve a su merced. Tiene un especial habilidad para encontrar cosas espantosamente sexys en lugares así. “Y son mucho más baratos” agrega cada vez que lo comento entre amigos.

-Quedate ahí, parada, pero no abras los ojos todavía.
-¿Qué me vas a hacer? Dame alguna pista…
-Shhhh…

Lo siguiente que sentí en mi piel, en el cuello, era algo áspero, un poco pinchudo. Era  grueso y largo, que recorría desde la nuca hasta mis pechos.
No ver ni mirar durante estas experiencias me ha desarrollado otros sentidos de manera magnífica. 












Me acercó hasta el ventanal. El sol obligó a que cierre aún más mis ojos, apretándolos con fuerzas. Pregunté si alguien podría estar viendo.

-Si. No lo dudo.

Su respuesta me incomodó, pero decidí mantenerme pasiva. Hubiera preferido un “Quedate tranquila, no hay nadie”. Me relajé y pensé: Si tanta dedicación se estaba tomando en mi placer, no creo que haga nada que pudiera hacerme mal. Es más: todo lo contrario parecía venir.

Después de unos segundos el frío de un metal me rozó justo apenas debajo del ombligo, sumergiéndose en las profundidades del bombachón. Otra vez la mula al trigo, o sea lubricación placentera en mi vagina cuando irónicamente un riesgo me rozaba. 

Cuando la tela ya estaba cortada casi hasta descubrir mi concha, sentí sus dedos que con violencia desgarraron lo que quedaba. Del tirón trastabillé y caí sobre el sillón de atrás. Mis tetas rebotaron intensamente. 

Miré y avisé que iba a seguir mirando. Fue excitante verme así.

El estaba desnudo y tenía su pija larga y dura absolutamente tentadora. 

Despatarrada, inmóvil con mis manos en la espalda, terminé de saborear como me arrancaba lo que quedaba de bombacha. Se la acercó a oler cuanto la había mojado y me la brindó. Wow! estaba como si me hubiese meado.

Se lanzó sobre mí con la intensión de comerme. Disfruté como nunca. Al mismo tiempo con su mano derecha me pellizcaba un pezón y con su otra mano recorría el largo de su verga de arriba abajo preparándola para agujerearme con esa mecha.

Lo esperé por la concha.

Pero no. Con sus brazos me agarró como si fuese un bulto, me dio vuelta y quedé con el culo para arriba apoyado sobre el apoya brazos. Y mi cara contra el otro, mirando por el ventanal. Vi una pareja en el balcón de enfrente. Estaban mirándonos. El le metía la mano por debajo de la blusa mientras ella le acariciaba el miembro. 
Me excitó verlos y generar su propia excitación. 

Sergio mientras tanto me embadurnaba con aceite el orificio de la cola y hundía más y más uno de sus dedos. Me dolía, pero me dejé llevar mirando la pareja de enfrente. Ella se agachó y comenzó a chupársela.

Cuando Sergio sintió que ya era el momento,  clavó su pija hasta el fondo de mi orto. Cerré los ojos, grité, murmuré cosas raras, lo putié de arriba abajo y poco a poco me fui relajando, mientras gozaba su invasión. 
Lo de relajarme es relativo, porque ante cada empellón pensaba que me dejaría sangrando y con el culo roto.

Los de enfrente estaban más sacados que nosotros. Ahora él se la chupaba a ella en la sillita que tenían ahí. No les importaba nada.

Los gemidos de mi bestia trasera indicaban leche de a mares. Yo estaba bien, pero soy muy de clítoris. Me planté y le dije que me coma la concha hasta hacerme ver las estrellas… y después si, que hiciese conmigo lo que quiera.

No le gustó que lo pare así en seco, sobre todo cuando sus embestidas estaban bastante incontrolables a esa altura, muy cerca de su final.

Me ayudó a darme vuelta y me desató. Mis tetas respiraban aliviadas, rojas, latían como nunca. 











Ahora jugó con la soga en mi concha, deslizándola separando los labios, mojándola con mi propia miel. Era, de nuevo esa sensación de que es peligroso que haga eso en una zona tan sensible y al mismo tiempo ganas increíbles de que me meta hasta  la soga.

Primero me acarició con dos dedos mientras chupaba los pezones hipersensibles, y luego su lengua me llevó al cielo. Mi clítoris ardía, el calor del fuego con su lengua bañándolo. Fueron furiosas explosiones. Ví hasta las luces de los fuegos artificiales. Temblé descontrolada más de ocho veces. Le pedí más. Grité hasta casi quedarme sin voz. 
De pronto, de subir y bajar incómoda entre esos apoya brazos acabé plena, de manera mortal. Si hasta sentí dejar de respirar por varios segundos. Tenía las marcas de las uñas clavadas en mis manos de haberme apretado tanto. Hasta casi la sangre. Hubo silencio de misa después de aquel infierno. Ni hablar podía.

Abrí los ojos y solo asentí para que termine su faena. Parecía que se le había escapado el animal para el sacrificio. Y cuando yo pensaba en dejarlo gozar y esperar el otro descanso, el más largo y abrigadito, tuve otro orgasmo tremendo cuando volvió a insertarse en mi culo debutante. Jamás me había imaginado otro y tan intenso en ese momento. Gemí, rogué, recé… agradecí.

No sabía cómo se sentiría su regada ahí dentro. Y tal vez no es que la haya sentido, sino intuido llegar, cuando su ritmo y cadencia lo marcaban.

Quedó clavado en mi por segundos y a mí me empezó a arder. Salió y cayó inerte sobre la alfombra.

Era el cazador cazado. El animal lo venció. Me dio cierto orgullo esa imagen. Me acordaba de la galletita que deseaba comer y mi mamá no me dejaba. Dominadora de la situación.
Fui yo. Comí.

Estaba bien por mis cosas, por mis deseos, por mis sueños.

¿Por qué dije que no tantas veces antes en la vida? Cuantas galletitas me quedé sin comer.