lunes, 1 de agosto de 2011

Año 2427



La expectativa era general. Y aunque solo un selecto grupo había sido elegido, los rumores estaban en todas partes. Esa experiencia era lo más novedoso que habría de pasar en años.
Cuando producto de una excavación hallaron esas grabaciones, jamás supusieron de qué podría tratarse.
Recordemos que después de la Gran Hecatombe Nuclear todo vestigio de la historia de la humanidad previa al siglo veintidós había desaparecido. Las armas químicas y los constantes estallidos nucleares habían vuelto al hombre un ser sin historia. Sólo los bunkers preparados para casos extremos como ese, contaba lo necesario para una nueva civilización. Y desde hacía más de trescientos años los hábitos y costumbres eran muy diferentes a los de antes de la Gran Guerra en los finales del siglo XXI.
Por eso, cuando el Ingeniero en Comportamiento Humano descubrió lo que denominó Video Human Society (por las iniciales VHS en el borde de un cartucho negro que contenía una cinta con pulsos magnéticos adheridos mediante algún viejo sistema de grabación), dedujo que estaba frente a un ritual desconocido.
Después de que su equipo técnico lograra decodificar la manera de visualizar esas cintas, que de por sí estaban muy deterioradas, logró interpretar el nombre de ese archivo, que, concluyó, serían de experimentos científicos allí documentados. Apenas un par de lo que llamaron “fotogramas” contenía letras. Decía “Garganta Profunda”.



Por eso, luego de que el reducido plantel viese esas escasas imágenes que pudieron ser rescatadas, en un mundo actual, donde el contacto físico con el prójimo estaba prohibido por las advertencias de infecciones, y reduciendo todo a sistemas tecnológicos y/o virtuales, produjo impresiones variadas.
El Ingeniero tomó la palabra.
“Lo que hemos visto es algo absolutamente prehistórico. Ese contacto humano, ese intercambio de fluídos, es algo que no podemos comprender. Las exclamaciones de dolor de los protagonistas y sus gestos de satisfacción posteriores no condicen con nuestra actualidad. Sin embargo, ante el supuesto avance de las civilizaciones pasadas, ante los continuos rumores que indican que tuvieron tecnologías suficientes como para crear un mundo y después destruirlo, nos vemos en la obligación de investigar esto hechos, que no figuran en los textos encontrados en las distintas bibliotecas halladas.
Nada de esto lo teníamos documentado.
Entonces ustedes están aquí para hacer historia. Ahora debo saber quien de las mujeres presentes se anima a esta experiencia.
Todos se miraron asombrados. Una de ellas decidió hablar:               
-Perdón, pero todos sabemos los riesgos del contacto físico grado 6. Pero jamás nadie ha llegado al grado 7, que implica la succión del tubo de salida de los residuos líquidos descartados por el organismo. No sé si alguien desea cometer ese virtual suicidio.
-Voy  a repetir lo que les envié vía telepática días atrás: Hasta donde sabemos, antes de que fuese desarrollado la IEA, la inseminación epidérmica aséptica, se supone que esos órganos también eran salida de esperma. Ya sé que esta sola idea a más de uno le podrá producir nauseas, pero según nuestros registros, esa era la manera de procrearse en el pasado. Si, dificultosa y altamente aburrida, jajaja.
El grupo, donde más de uno se sonrojó y otros pusieron cara de asco, logró distenderse. Esta situación permitió que la profesora en Ciencias Post Nucleares decidiera prestarse al experimento.
-Yo. Ingeniero, yo quiero servir como espécimen de esta prueba. Solo que antes de succionar le voy a pedir hacerlo con los ojos vendados, porque soy un tanto impresionable frente a los fluidos de descarte.
Más de uno trató de persuadirla de que no lo hiciese, sin embargo siguió en su postura.
Como era de suponer, tampoco ningún hombre se animaba a ofrecerse. El miedo a lo desconocido o algún trauma posterior sería la causa de esa postura.
Sabiendo que eso podría suceder, el ingeniero contaba con la presencia en el recinto lindero de tres jóvenes rescatados en la vía pública, aseados y acondicionados para este fin científico, a cambio de unos cuantos Idrems.
Para que ninguno resulte identificado, humillado y marginado socialmente, cada uno de ellos estaba aislado en un cubículo con un orificio por donde asomaría la manguera de descartes corporales.
La primera impresión de la profesora fue de repugnancia. Sin embargo no desistió. Algunas personas no podían mirar.
Una vez que eligió cuál de esos miembros sería el succionado, se aprestaron a vendarle los ojos. Eligió el de tamaño intermedio, suponiendo que uno demasiado grande no le cabría en la boca, y que uno mínimo podría dar resultados inexactos. Apenas estuvo lista, recorrió con mucha delicadeza esa extremidad con la punta de la lengua. Imaginando una sensación desagradable se detuvo para comprobarlo. No sabía mal. Y nuevamente recorrió con su lengua todo el miembro.
De pronto se sobresaltó: Esa parte del cuerpo comenzó a erguirse, a tomar vida. Simultáneamente creyó sentir humedades saliendo de él. Decidió sacarse la venda y mirar que era lo que sucedía.
No reconoció como lo mismo aquello que había visto apenas minutos atrás. Consultó si habían cambiado algo mientras se relamía después de la primera prueba. Todos le confiaron que no, que misteriosamente así había reaccionado al contacto con su saliva. Eso supusieron: una reacción química entre dos cuerpos diferentes.
No quiso volver a ser vendada y continuó con la prueba. Ahora, tal lo visto en las grabaciones, se introduciría todo en la boca. Apenas lo hizo un resoplo fuerte del dueño de la manguera, se escuchó. Temió hacerle daño al voluntario, quien se apuró a confirmar que estaba todo en orden. “Siga profesora, siga, por la ciencia” dijo.
La expectativa general iba en aumento, al igual que el entusiasmo de la profesora, más envalentonada aún ante los gemidos del muchacho dentro del cubículo. Ahora el tubo era tan rígido como un caño plástico.
Todo esto había generado algo inédito en todos los presentes, como una especie de atracción imposible de detener. Tanto los hombres como las mujeres percibieron humedades en las partes bajas de sus cuerpos. Alguno, instintivamente se vio tentado a besar a su compañera, que en vez de reaccionar espantada como era lo habitual, y merecedor del peor castigo social por la invasión de la privacidad, dejo que sucediese.
Mientras tanto la profesora seguía en su tarea que, en un alto, mientras daba indicaciones para que los que registraban el testimonio redactaban, denominó “ordeñe” porque le recordó las máquinas que antiguamente extraían leche de las vacas, antes de su extinción.
Los sonidos emitidos ahora por los dos eran sumamente curiosos. Incluso la profesora tuvo necesidad imperiosa de apretar con su mano su propio pezón. Sabía que, cuando fuese inseminada químicamente ella sería “ordeñada” para alimentar su herencia.
Pero esto era distinto. Las sensaciones le producían algo que denominó “placer”. Era una palabra latina que hacía mucho había entrado en desuso.  Ahora, mientras su boca seguía succionando, sus manos acariciaban su propia salida de descartes líquidos. Sintió que una parte de esa epidermis estaba casi tan rígida como el tubo que contenía en su boca. Un oleaje de energía interna, como si fuesen chispas de electricidad comenzaron a invadirla. Y sintió un temblor que casi le hace perder la conciencia. Vibró, se sacudió con espasmos que asustaron a los presentes, trastabillando. Pensaron en algún efecto de la constante absorción. De pronto confirmó que estaba muy bien, que jamás había experimentado semejante estallido interno.
El muchacho dentro del cubículo exigió ritmo, diciendo algo así como que un acontecimiento estaba por suceder. Y de pronto, un sacudón violento dentro de esa boca científica fue acompañado por un grito profundo y muy salvaje. Un líquido blancuzco asomó de los labios de la mujer. Asustada frente a tanta cantidad, inesperada, de esa emisión, se alejó. Tímidamente con su mano continuó durante unos instantes exprimiendo al muchacho. Con muchas dudas, pasó su lengua por los labios no sabiendo si ese fluido era comestible o contaminante. No era el descarte tradicional, así que, un poco, antes de limpiarse, saboreó.
El silencio reinante era irreconocible. Después de tanto jadeo y murmullo nadie sabía que decir.
Sin dudas el experimento “Deep Throat” había salido sin pérdidas humanas.
El muchacho salió del cubículo y sin mediar presentaciones hizo contacto bucal con la profesora. Quedaron sellados en un beso eterno.
El resto, en parejas o tríos, los imitaron.
Solo la voz del Ingeniero, sentado y con los pantalones bajos, mientras un par de alumnas repetían lo recién aprendido, llegó a decir: Estimados colegas… Debo decirles que ese no es el único documento hallado… hay otro más, del cual solo sé su nombre científico: se llama algo así como “Emanuelle”.







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