Eyaculación.
¡Que palabrita!
Imaginate que entrás a un lugar, toda modosita vos, a una
oficina, o a un lugar donde haya mucha gente. Te sabés más o menos atractiva y
entonces intuís que alguno que otro (y otra) te van a mirar. Te acomodás el
pelo o la pollera de manera instintiva y sonreís como te enseñó la vida, justo
antes de saludar o presentarte.
Y de pronto la oís. No digo fuerte, sino que claro.
Es como movilizadora. En seguida se te viene una imagen.
Si escucharas “Elefante”, zas! ya estás haciendo la foto de un elefantote en tu
cabeza… Claro e inconfundible.
Con “Casa” que se yo…hay cientos, miles de casas
posibles.
Pero “Eyaculación” remite a una imagen específica.
Capaz que te mueve a sonreír disimuladamente. O a hacerte
la boluda como que no sabés de que se está hablando. O, al contrario, te sacude
la curiosidad, y minuciosamente te acercás a quien creés la dijo para enterarte
de algo más.
A mí me lleva a imaginarme una gran pija en mis manos.
Si, gorda, dura y que producto de alguna habilidad manual, explota con su
cremosa esencia muy cerca de mí. Puede ser en mi pecho, en mi ropa, en la cara…
depende el grado de frenesí de mi compañero y de lo gauchita que haya querido
ser con él.
Es como el final de la historia: acabó, finito, se terminó. Por todo esto
estuvimos dale que dale desde hace un buen rato. Ahora bien, si tenés suerte y estás
con un tipo dulce, con un tierno, él te abrazará y con piquitos tal vez
agradecerá su regalo. Si tenés suerte te cobijará entre sus brazos, y depende o
no, se dormirá como un bebé o se vestirá medio apurado. Pero no quiero, amiga,
hablar de “esos” detalles.
El tema es que, en lo que llevo de vida “social” (je je,
nos entendemos) jamás un hombre vino y me quiso regalar eso. Jamás un hombre se
acercó caliente, mimoso, cachondo o como sea y me dijo bien clarito: “mi amor,
te quiero masturbar”
A ver… si, ya oigo las voces de críticas, de las que no
me creen, de las que me están acusando de mosquita muerta y todo eso. No dije
que nunca me hicieron, como dicen los españoles, una buena pajota… Digo que me
la han hecho hasta determinado punto, hasta donde mis líquidos hablaban por mí.
Yo empezaba a vibrar, a morderme los labios, a apretujar
lindo, y ahí venía mi macho -bien visual la imagen- me abría de piernas y me
ensartaba su daga profunda…jajaja… bah! Me la metía.
Hermosa sensación esa de sentirse penetrada, del vaivén
de carne de hombre. Clítoris mediante, con mi mano o la suya, unos buenos
polvos concluían la faena… El sentir las embestidas, aún después de mi orgasmo,
y si tuvimos fortuna, ver nosotras satisfechas el de ellos reflejado en su cara, nos
sacude un poquito más, como un bonus.
¿Ven? La que suscribe sabe lo que dice.
Pero… (siempre hay un pero) hay veces que, tanto dicen
ellos que somos sus reinas, sus diosas, que me gustaría tener un lacayo para
mí. Pero tampoco tenerlo por pedirlo.
Imaginensé: Día de esos normales, o sea complicados. Una
llega a casa y está muerta. Si te tocó viajar en bondi, una especie de
resignación a que te apoyen cientos de boludos. No entiendo que le ven a esa
estupidez, ni a nosotras a hacer un quilombo hasta que se la corten de raíz…
bueh…me fui… Sigo. Llegás, te ponés a hacer cosas en casa, tal vez la comida…
Si tenés suerte y tu compañero vive ahí y es un sol, capaz que te ayuda… Si, no
me miren así: hay hombres que ayudan, ponen la mesa, dan charla, incluso se de
algunos que hasta lavan los platos… Otra vez me fui…perdón…
Bueh! Ponele que todo bien. Linda cena, buen vinito. Y
ronrroneo sexual obvio. Él siempre quiere, a no ser que haya futbol importante
(¿importante? miren lo que digo) y ahí se viene de mejor o peor medida, más o
menos “lo mismo”.
Que te beso, te toco una teta, sacate todo, uy que lindo
culo que tenés, mira como se me para, chúpamela, a ver si estás mojada, abrite,
que rico, Mmmm, ah, oh, uy…y un uffff de
placer digamos que aceptable teniendo
en cuenta que una estaba poco menos que muerta.
No, no quiero ser una mierda de mina: no siempre es así…
lo pongo más o menos de ejemplo… en todo caso agregale vos unos “ah” y “oh” más, acorde a tu gusto, o, como estoy diciendo, tu suerte.
El tema es que en mi fantasía hasta lo de la cena y los
mimos que sabés para donde van, todo más que bien.
Y ahí empieza lo otro… Algo más o menos así. Seguime un
cachito:
-Ok, sacate vos el pantalón y el calzoncillo que estoy un
poco cansada, y te la chupo.
-No. No me saco nada.
-Dale mi amor… tuve un día complicado… Mirá que sino
mejor lo dejamos para mañana…
-No. No quiero que me hagas nada.
-…. ¿por? ¿quilombos en la oficina? No me digas que el
turro de tu jefe…
-No, no…pará… Lo único que deseo es masturbarte yo a vos.
-¿Y después?
-Te dormís.
-¿Me estás diciendo que no vas a querer meterla o que te
pajeé yo a vos?
-Exacto. Sos mi diosa, mi amada, mi reina. (Si, tiene que
decir reina aunque acá las monarquías no se usen) Deseo profundamente llevarte
a un paraíso. Que estés relajadita. O
no. Y que solamente me permitas robarte los gestos, los gemidos, las uñas
clavadas retorciendo la sábana. Eso pido, exigiendo, eso sí, que grites lo que
tengas que gritar, que pierdas la cordura, que dejes tu cuerpo reventar. Quiero
mirar detalles, disfrutar como se acelera tu pulso, como se contrae y relaja tu
más íntima intimidad. Saborear fluidos y mezclarlos con la salvia de mi boca.
¿Aceptás este viaje sin costo adicional?
Y entonces, sin decir siquiera la más mínima palabra, me
extiende sobre la cama y delicadamente comienza a desabotonarme la ropa. Quedo
en bombacha y corpiño expuesta más desnuda que nunca. Quiero mirar pero el
deseo me hace cerrar los ojos. Siento que se toma su tiempo para deslizar
breteles, para descorrer velos que cubren mi cuerpo. Con gracia los pezones
rozan dedos que tontamente se hacen los inocentes. Y una primera oleada de éxtasis,
pequeña pero muy dulce, llega cuando la punta de su lengua hace contacto allí.
Lo miro y sonreímos. Sus dos manos aprisionan mis pechos desde la base,
haciendo que ambas montañas crezcan y se introduzcan más en su boca.
Siento humedad. Pocas veces tan rápido y tan a gusto
percibo mojarme. Su lengua se
entretiene, sus dientes amenazan feroces quedarse con pedacitos míos. Sé que
eso no va a suceder, sin embargo la adrenalina indica lo contrario ante cada
cuasi mordida.
Tiemblo. Escalofríos de los típicos. Y nuevos.
Yo que siempre le digo que no vaya directo a mi concha
antes de tiempo, deseo que ya mismo hunda su mano -o algo- allí.
Y el guacho desliza su garra de dedos largos por la
pancita, juega con mi ombligo y… ¡y se detiene ahí! ¿podés creer?
Ahora le parece entretenida mi marca de fábrica. Tengo un ombligo común que él ve como algo maravilloso, que besa y relame. Seguí, la puta madre…
Jaja… me río de mi misma… de lo que deseé y de lo que
tengo…
Y entonces sí. Se pone de frente y casi como si yo fuera
la que hace el streap tease, es él el que desliza subiendo y bajando mi tanga.
Me mira feliz. Y supongo que debo tener una cara similar.
Al fin, mi bombachita queda descartada, enganchada en un
solo pie, Con sutileza enervante me separa las piernas y se queda ahí mirando,
extasiado.
Ahora se pone de costado y su mano más hábil empieza a
hurgar lo que es un humedal. Cara con cara, cada vez que abro los ojos lo veo
mirándome fijo. Mira mis labios, mi cuello, mis ojos. Hace algún comentario
mientras me masturba como nunca yo lo logré. Atina a darme pequeños besitos,
nada de lengua, nada de sexo ahí. Recibo ternura arriba y terrible lujuria
abajo. Mi hombre me está tocando, acariciando, metiéndose dentro de mi más
profundo secreto, de mi nudo del placer, de mi agujero. Tengo pensamientos
burdamente bellos. Amo que me toque así mi concha. Hermosa palabra: Concha. Ahí
está haciendo lo que quiere y lo que quiero. Lo vuelvo a mirar. Dice cosas que
intuyo bonitas. Estoy como desmayada pero consiente. Se sienten esas olas, ese
mar que crece, que empieza a golpear para entrar. Lo miro y lo veo hermoso. Mis
sacudones empiezan a ser inconfundibles.
Se detiene por un instante y cuando abro los ojos para
verlo, ya no está a mi lado.
Ver su cabellera moverse entre mis dos piernas me anuncia un final de película. Soy muy fantasiosa e imaginé a mi clítoris hablándome dándome las gracias. Ríe feliz, gordito y tenso. Y no protesta ante la caricia de una lambeteada tras otra. Con sus dos manos, se aferra a mis pechos como para no caer en mi abismo. Pezones rechonchos no dan abasto de enviar impulsos sensacionales. Estoy a punto de explotar en mil pedazos. Sé que estoy retorciendo algo con mis manos. No sé si es el cubrecamas, ropa o la piel de mi amado. De pronto un dedo…no, dos… amenazan entrar al túnel. Apenas lo hacen, sabiendo que en mi caso en los primeros centímetros de la puerta tengo mayor sensibilidad. Además no quiero nada que parezca penetración propiamente dicha. Apenas entran y salen al tiempo que el maremoto en su lengua está por alcanzar mi punto más alto.
Y grito.
El alma se me sale en una estocada delicada y
furiosa. Siento en la garganta mi estallido. Oleadas de placer intensas, una
tras otra…múltiples. No puedo reponerme y llega la siguiente. No pares. Ni se
te ocurra decir nada. Paraíso, cielo, mar, infierno, calor y frío, dientes
apretados, lujuria… busco palabras y ninguna se compara con nada.
Y los estertores de cambios de temperatura comienzan.
Quiero acurrucarme, taparme, que se me tire encima, pero que me deje reponerme.
Me mira. Lo veo y reímos como si fuese la primera
experiencia. En mí es nueva.
Juega a hacerme sentir avergonzada de estar así, destrozada,
de gambas abiertas, con onda de reventada. Mojada de amor.
Yo tiemblo y delicadamente -de
nuevo- me cubre con una manta. Se recuesta a mi lado y me dice: "Hermosa… que
duermas bien y sueñes con los angelitos".
Y apenas un beso en la frente es lo que
recuerdo antes de caer en los brazos de Morfeo.
¿Es mucho pedir? ¿Acaso como mujeres que somos, como
muñecas de cristal, como hembras en celo, o como Diosa del Olimpo, (que alguna
vez me dijeron) no merecemos un regalo así de vez en cuando? ¿Existe ese
hombre?
Ay! Todo lo que una palabrita como “Eyaculación” evoca en
mi mente… diganmé ¿soy anormal?
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