No
me gusta que me aten.
Bah!
En realidad nunca me dejé atar. Esa sensación de impotencia, de
sumisa no va conmigo.
No
sé... es como que soy un poco anticuada y que él venga con cosas
extrañas me pega raro.
Me
gusta cojer. Si, lo disfruto mucho. Y si encima hay piel con mi
pareja, mejor todavía.
Entonces
es como que me resulta poco entendible hacer cosas diferentes.
Mis
lindos rollos tuve con Javier: que soy una amargada, una cortamambo e
incluso sus -creo- mentirosas amenazas:"Si no lo hago con vos,
lo voy a hacer con otra...¿Porqué me voy a quedar, en la vida, con
ganas de algo así?"
No
creo que lo haga con otra. Bah! no sé... pero me parece que
realmente estamos bien y después de un rato se le pasa y listo...
Bah! no sé...
Entonces
en esa ignorancia de saber o no saber me dije: ¡Y dale, Laura!
Estamos
en casa nueva. Aún nos faltan muchas cosas. Por eso yo todavía no
volví a mi trabajo. Me quedo avanzando ordenando. Sin embargo ese
día solo acomodé por arriba y temprano le avisé con un mensaje a
su blackberry: "Ok, trae la soga" apenas le puse.
Lo
conozco y me imagino la cara que habrá puesto cuando lo leyó, que
estimo fue durante su reunión de personal, como todos los jueves a
las dos de la tarde.
Imagino
su sonrisa inconfundible, como se le movió la comisura de los labios
como siempre que me quiere ocultar algo. Acto seguido se pasa la mano
por la barbilla y carraspéa.
Lo
conozco y amo sus hábitos. Si está con un poquito de barba,
acariciará su cara más de lo normal. Y luego, inevitablemente
bajará la cabeza para ocultar la sonrisa franca.
No
sabe mentir. Se oculta en sus gestos, que encima sabe, lo hacen muy
atractivo.
Pienso
en su entusiasmo y ya me estoy arrepintiendo. No sé bien que tiene
en mente. Capaz que incluir a otra mujer. Y eso ya me incomoda. Hace
más de un año que me lo está pidiendo. Más precisamente desde la
vez que vimos un video porno de una chica con las piernas estiradas
sobre un poste largo. Estaba abierta de par en par, como las
bailarinas de ballet que se estiran hasta apoyarse por completo sobre
el suelo. Yo solía estirarme así, y eso lo ratoneó más. Otra
mujer la sostenía desde atrás, acariciándole las tetas. Por
delante un hombre jugaba con su clítoris con un vibrador del tamaño
de una mini pimer.
Recuerdo
que me produjo sensaciones extrañas: me parecía un tanto violento,
salvaje, hacer lo que se le cantase sin la aprobación de la pobre
chica... pero por otro lado me excitó muchísimo. Gozar y gozar sin
parar, sin posibilidad alguna de, instintivamente, cerrar las piernas
aunque sea,en gesto de ¡Basta!
Yo
sé que son películas y que deben mentir mucho en todo eso, pero la
imagen de su placer terrible me quedó grabada.
Sin
embargo cada vez que Javier me decía de atarme me venía la imagen
de la cosa violenta.
Ni
ahí de la parte linda. Y me daba miedo. Lo conozco mucho y sé que
cuando se embala, se embala.
¡Las
veces que no oyó mi queja de que lo que hacía me dolía! Sordo se
pone cuando me está cojiendo. Decí que una es mujer y que tantas
veces se banca tantas cosas que ¡bueh!
Igual
siempre se lo digo: Tenés que ser más delicado... yo no siento nada
lindo si me haces doler... Entonces ahí se asusta el boludo y me
pregunta preocupado donde o que me duele...
No
es siempre así... En general es muy cuidadoso, pero cuando está
ansioso no hay Cristo... Uy! perdón Cristo por incluirte en este
tema... fue una manera de decir...
No
sabía muy bien que era lo que tenía en mente, pero igual un poquito
me intrigaba.
Cuando
llegó, yo ya había preparado unas pizzas. Tan caliente como venía
ni iba a disfrutar de una cena especial. Eso si, yo estaba
linda...Queda mal que lo diga, pero me arreglé... y vos sabés
cuando te mirás en el espejo y estás bien. Además me mandé un ibu
evanol temprano, no sea cosa que los ovarios de mierda me arruinen
todo. Y cambié la bombita de la lámpara del cuarto por una tenue de
color pastel... ¿Ves? lo que te decía: esa ambivalencia que me
había dado vueltas cuando vimos el video... no estoy hiper
convencida pero pongo lo mejor para disfrutar.
Cuando
llegó, otra vez esa sonrisa tramposa que me puede...Yo me puse como
más dura, un poco recia...pero me sonríe y chau postura.
Un
cálido beso y a cenar.
Lo
primero que me preguntó era si estaba todo bien. Esa era la clave
para confirmar que no había marcha atrás en mi predisposición.
Entonces comió más tranquilo. Cerveza y pizza mientras charlábamos
como todos lo días.
Después
de eso, me fui al cuarto y volví vestida unicamente con un camisolín
totalmente transparente, negro, que había
comprado en Brasil
y nunca había usado aún. La tanguita no me la puse: pensé que tan
bonita que es, me la iba a romper al verme tan desnuda.
Se
quedó helado. Asumo públicamente
que me cuesta dar la iniciativa en cosas así... si él me lo regala,
ok, me lo pongo un rato y listo... pero decidir yo así
porque si, casi nunca...
Estaba
húmeda. El notó mis piernas algo mojadas y al
decírmelo
no pude ocultar algo tan íntimo: Estaba realmente excitada, curiosa
y muy nerviosa.
-Quiero
que revientes de placer, ¿entendés?
-Mmmmajá...
¿que tengo que contestar?
-No,
nada...solo para que sepas... Pero que revientes mal...que tengas el
orgasmo más grande del mundo, si se puede.
Me
quedé muda. La palabra orgasmo me cosquillea... es una boludes
mía
talvez,
pero incluso cuando la leo, me da cosquillas ahí abajo.
El
turro lo sabe. Una tiene
cosas que jamás debería confesar. Esa es una.
No
sé como hace pero de golpe, incluso con gente adelante, la mete en
la conversación. Hable de política o de futbol, agarra y mete un
“Orgasmo” en medio de la charla solo para mirarme a ver como
reacciono. Y
siento esa cosquilla.
En
medio de ese éxtasis
extraño, suavemente comenzó a besarme por el cuello. Un hermoso
abrazo, simple, pero con sus labios cerca de mi nuca que
me
producían insoportables aunque deliciosos escalofríos.
Su mano reconociendo la redondez de la cola, su vicio
de separarme los cachetes para sumergirse delicadamente en esa bella
unión... y la arriesgada visita de uno de sus dedos al agujerito de
la cola crearon un clima muy rico.
Lo
de “arriesgada visita de uno de sus dedos al agujerito de la
cola” es
porque no siempre reacciono bien a eso... y el insiste, aún a riesgo
de que me moleste y
se corte todo ahí...
pero hoy no... era dulce, picante, hasta deseado incluso.
Me
levantó los brazos y me sacó el vestidito por la cabeza. Mis tetas
quedaron perfectas con los brazos en esa posición... me fue llevando
contra una de las paredes y así, con los brazos en alto, sujetados
por una de sus manos, empezó a chuparme y lambetearme las dos tetas.
Delicia de los dioses. Los pezones empezaban a empujar para afuera,
creciendo entre sus mojados labios y lengua juguetona. Sentí
espasmos chiquitos en mi chichi.
Me
pidió que me quedase en esa posición mientras me ataba las manos.
Mi
concha estaba ahí expectante ya que él ni me la había mirado
siquiera.
Desnuda
con los brazos en alto y así entregada sentía algo extraño.
El
se alejó. Se sacó la camisa primero y el pantalón después. Sus
músculos brillaban tersos y fuertes. En boxer se
podía
adivinar más el grado de su erección: era interesante, aunque sé
que daba para bastante más. Y me gustó saber eso... ya que ahora
era yo su objetivo y seguramente crecería a medida que más me
excitara con lo que me haría.
Amo
los boxers y como le quedan. Esa estúpida abertura que
tienen para
coger o hacer pis sin sacárselos, me suena tan ridícula que me cae
simpática. Además, cuando anda en casa solo con esa prenda, es
divertido ver como se bambolea su miembro y varias veces amenaza con
salirse. Se lo digo y ríe
como siempre. En un chiste burdo me consulta si lo que quiero ver
“¿Es esto?” al tiempo que se la agarra con fuerza y me la enseña
por un instante.
Asiento
y le pregunto si puedo pedirle algo:
-Lo
que sea, total con lo que te tengo preparado, no puedo negarte nada.
Me
asusté. A tal punto que un poco me piyé de emoción o miedo.
-Ok...
sentate ahí y pajeate un poco para mí.
Mi
pedido lo sorprendió. Realmente es algo que nunca le pedí e incluso
no me puse a mirarlo
cuando lo ha hecho. Siempre era yo, chupándolo o a mano, la que lo
masturbaba.
-¿Si?
¿en serio? Mirá que si llego a sentir...
-No...un
poquito nomás, para ver como lo hacés.
Sonrió
por enésima vez. Se sentó ya sin el calzón y comenzó a
acariciarse.
Jugaba
con sus bolas y estiraba con más violencia que yo su aún
blanda pija.
Fue creciendo en tamaño rápidamente
ante semejantes ataques manuales. Por un instante dejó de tocarse y
podía ver como cabeceaba. Decía
que con su cabeza la movía, para que salude. Chistes tontos que me
hicieron gracia. Sus
venas estaban muy marcadas y se podía apreciar un líquido viscoso
asomando por la punta.
Luego
con sus dos manos, con los dedos índice y pulgar apenas sosteniendo
los costados de la cabeza, comenzó a subir y bajar, lentamente,
hasta con sutileza, ocultando y descubriendo esa pequeña maravilla.
El ritmo, que solo él sabía cual debía ser, era irregular.
Por
el orificio salía más de su miel y el resto del cuerpo empezaba a
exteriorizar esas dulces y convulsivas reacciones. Mordía sus labios
y gemía murmurando
con
ternura. Me
miraba y le costaba mantener los ojos abiertos. De
pronto pasó a ser más
veloz, tomando toda esa parte de carne caliente con toda su mano.
-¡Bueno!
¡Basta! -le pedí.
-Uff...¿justo
ahora? Ok, ok... ¿para que llenarte con migajas si hay un plato
especial...¿no?
Dejó
de autosatisfacerse y se acercó a mi con su aún tieso mástil.
Me tenté a tocarlo, acariciarlo, pero no me dejó.
-Ya
vengo -dijo, y volví a temblar.
Apareció
con una bolsa plástica
con
algo adentro y una soga un poco más gruesa que la que ataban mis
manos.
Me
ayudo a sentarme en un banco recordándome que ahora si debería
abrir las piernas tanto como la chica del video porno. Puse mi cola
en un puff mullido y acercó otros dos más a
los costados.
Me estiré con su ayuda no sin recalcarle que hacía un tiempo que ya
no practicaba esa postura de ballet.
Si bien me salía muy bien debido a lo laxo de mis articulaciones,
hacía un tiempito que no lo practicaba. Y ahí
estaba, estirada en tres banquetas de cuero, abierta de piernas,
desnuda y atada de manos por detrás de mi espalda.
Luego
me ató cada pie con esa soga a las patas de las banquetas.
Finalmente sacó el asiento del medio. Sentí mis músculos
estirarse. Las pantorrillas se negaban, pero relajándome mentalmente
me fui acostumbrando.
Era
-imaginaba yo- una imagen muy surrealista, mezcla de sumisión y
sadomasoquismo.
Ahora con otro pedazo
de
soga me rodeó los pechos, apretándolos un poco, convirtiéndolos en
dos globos relucientes. Lo reconozco: se sentía extrañamente lindo.
Los pezones eran tan grandes como los dedales que usaba mi abuela
cuando cosía ropa.
Agarró
la bolsa y sacó algo...
-¿¿QUE
ES ESO?? -pregunté
aterrorizada.
-Nada,
quedate tranquila, ya lo probé.
Era
nada más ni nada menos que su caladora, la máquina eléctrica que
usa como artesano,
para darle forma a sus trabajos en madera. El brillo de una cuchilla
filosa,
dentada,
me encandiló.
-Soltame!!
Estás completamente loco... ¿Me querés
cortar en pedazos?
-Nooo,
nada
que ver, pará
que te explico.
-No,
soltame. Me vas a lastimar...yo sabía que no tenía que aceptar,
estás cada vez más loco... soltame...
-Pará...
mirá...mirá y vas a entender... ¿ok?
No
tenía más remedio. Atada, así en bolas, inmovilizada,
no podía hacer más que rezar.
Sacó
de la bolsa ahora un consolador
de silicona,
grande, color piel. Era
una pija perfecta en apariencia. ¿Perfecta dije?
La
colocó “enchufándola”
en la hoja de sierra, cubriéndola
por completo.
-Mirá
-dijo inmediatamente después de enchufarlo a la corriente- las
caladoras hacen este movimiento.
Un
ruido terrible se adueñó de un espacio tan silencioso como
desconcertante. La hoja, ahora con una pija plástica en su lugar,
hacía un movimiento de vaivén. Entraba y salía a la velocidad que
él
le daba con la intensidad de presión en su interruptor. Era un
traqueteo firme y muy ruidoso.
No
pude decir ni mu. Lo acercó hasta mi concha y delicadamente lo
sumergió en lo profundo de la vagina. Sutilmente se escupió la mano
para acariciar el clítoris. Y accionó el botón para arrancar la
máquina.
Primero
lento, muy lento, y de a poco casi acorde a lo que mi cara pedía,
fue aumentando la velocidad. Era incómodo el ruido, sin embargo la
perfección de una verga que no me daba respiro, que no se salía y
que no se cansaba me fue llevando a un cielo nuevo. El movimiento era
delicioso, y la velocidad la manejaba con precisión mejor
a la que yo lo hubiese hecho. Mis bocanadas de alma entrando y
saliendo lo ayudaban. Mientras la sostenía con una mano, con la otra
pellizcaba alternadamente mis pezones rojo fuego y el clítoris
desesperado.
En un momento perdí, por un instante, la conciencia. Eran
explosiones orgásmicas imparables, únicas, jamás
vi tantos fuegos artificiales, tanta vibración de cada milímetro de
mi...
grité como animal,
como nunca,
caía en abismos y la maquinita me volvía a calentar mal... Le
pedía
que acelere el motor, y a los segundos que lo frene. Así
por varios segundos...no sé cuanto duró pero era entrar a la
eternidad y volver a explotar.
Hasta
que supliqué un ¡Basta! Que lo asustó.
-¿Que
pasó? ¿Te lastimé? ¿Te lo saco?
-No...ni
se te ocurra sacarlo...quiero una vez más, con
todo, a más no poder... pero
esta vez, apenas sienta de nuevo, cojeme hasta el fondo, con
toda tu garra, tu pasión.
Es hermosísimo
este
regalo, pero quiero tu carne para hacerte acabar a vos...
Volvió
a encender la caladora y los
espasmos
no demoraron.
Sentí mi cuerpo entero tensionarse hasta reventar de placer tal
como
él
me había prometido.
Pensaba
en ese “mejor orgasmo del mundo”, y que seguro lo era.
Estaba llena de algo único. Con mi resoplo eufórico, final,
sacó
el aparato y sumergió el de él. Mi concha verdaderamente chorreaba,
por lo que su verga entró tan fácil
que muy pronto sentí el calor de la temperatura humana bien dentro
mío. Estaba terriblemente duro ese objeto de deseo. Yo seguía
atada, pero el no: afirmándose agarrándome por los hombros me clavó
varias veces. La posición le permitía morder mis tetas y apretarme
contra la pared. Creo que otra vez tuve otro orgasmo más,
incalculado éste, mientras su esperma me bañaba. Gimió fuerte,
hasta con dolor por que tan magnifico momento terminaba.
Fueron embestidas sensacionales, violentas pero hiper sabrosas. Y
cayó como muerto.
Se
acomodó sin fuerzas solo para desatarme mientras seguía respirando
acelerado. Le temblaba todo, casi tanto como a mi.
Me
llevó hasta el sillón y nos abrazamos. Ni una palabra podíamos
decir.
Un
par de días después un vecino nos preguntaba en la vereda como iba
el tema de la casa nueva, y si iban
bien los arreglitos...
¿Arreglitos?
-pregunté-
-Es
que la
otra noche
escuché
largo rato que habían
estado usando la caladora, hasta muy tarde.
-Ah,
si... Bien,
bien... nosotros
con
unas sogas y la caladora nos arreglamos bastante bien...es que a los
dos nos encantan los trabajos manuales
Jorge
Laplume
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