Todo llegó hasta allí de manera inesperada. Típica charla de mujeres solas, pasaditas de Martinis. Los chistes o comentarios sutiles pasaron a ser toscos y burdos. Betty acertó, creo yo, al decir que muchos hombres no podrían imaginarse que éramos nosotras mismas las que decíamos semejantes guarradas.
Era un encuentro del día de los enamorados absolutamente irónico: era la primera vez en varios años, que ninguna de nosotras, en ese bendito día estaba en pareja. Siempre algunas de nosotras íbamos con la conquista de turno. Y nuestras parejas también se conocían en esa cena.
Pero ese año fue diferente.
Y las charlas que pasaron desde ropa a alguna novela o película terminan derivando de quien se depila completa y quien no, hasta que Betty fue la que nos dejó con la boca abierta.
-Es que peladita tiene más sensibilidad. La piel siente más; Omar me chupaba hasta el fondo… y mirá lo que te digo… bien grande la tengo yo.
La risa y el “oh si, muy profunda debe ser” en vez de caerle en gracia, la ofendió.
-En serio chicas: mi concha es muy grande. No sé cómo serán las de ustedes, pero la mía ¡hay que llenarla!
Nos quedamos mirándonos. Realmente ninguna del resto sabía que decir, que comentario hacer. Y ese silencio le otorgó permiso de seguir.
-Yo jamás me lo había analizado, pero una vez, en pleno manoseo, me preguntó hasta donde llegaba de grande, porque él se imaginaba, con su pija –y no lo digo para humillar- llegar al fondo, chocar contra algo… y entonces me propuso medírmela. Y ahí lo descubrí.
Todo el grupo supuso que ese era el final de un chiste. Uno más de los tantos sin sentido que con unos vasos de alcohol suelen surgir. Y ya estábamos a punto de cambiar de tema cuando Betty volvió al choque.
-Miren ¿Ven este collar? si, de perlitas… ¿cuánto mide si lo desengancho? ¿Dos metros? ¿Dos metros y medio? A ver: Se me ocurre un juego ¿a quién de ustedes le entra todo?
Todas y cada una de nosotras, inevitablemente, sin querer, nos imaginamos la situación que nos propuso. Si bien de entrada surgió un rechazo absoluto, en una “segunda instancia” ante un desafío reiterado, ante la sorpresa de los presentes,Mabel aceptó competir.
-Dale! Yo me animo a probar, pero pongo dos, digamos condiciones…
-¿Condiciones? ¿Cuáles? Consultó Betty.
-Primero que propongo hacerlo por plata: Entre vos y yo… A la que más le entra, gana… te apuesto cien dólares en que a mí me entra más que a vos.
Semejante seguridad de Mabel nos llevó a suponer que sabía muy bien del tamaño de su agujero. Betty se sintió incómoda, porque cuando ella hablaba de “su” tamaño, Mabel no había dicho nada.
-Acepto. Juro que te gano. Y doblo la apuesta: que sean doscientos dólares. Pero ¿Cuál es la segunda condición?
-No poner límites al método.
Nadie comprendía demasiado, pero la ansiedad de ver como se iría a desarrollar ese duelo, dio un rápido acuerdo.
Ya de por sí, ver en medio de mi living ese grupo de desaforadas, un poco bebidas y bastante excitadas me hizo dudar de la idea aprobada. Pero no había vuelta atrás. Betty y Mabel se sacaron las polleras y quedaron en diminutas bombachas. Betty, más audaz siempre, tenía un cola less rojo que le quedaba pintado. Mabel, más clásica, no se quedó atrás con un cullotte blanco divino.
Sortearon con un dado a ver quién sería la primera y aquí empezó todo.
-No, no… las dos al mismo tiempo. Marcamos la mitad del collar y la que llegue ahí gana. – Dijo Estela, sorprendiéndonos a todas.
No parecía mala idea. Así nos garantizábamos que al cabo de un ratito el juego terminaba y listo. Y la anécdota también.
Se pararon de frente. Se sacaron sus prendas íntimas, y se sentaron en el suelo, sobre MI alfombra, con las conchas al aire, cruzándose las piernas una por encima de la otra. Me tocó, como dueña de casa, hacer de árbitro. Entregué las puntas del collar –que lo medimos y era de tres metros treinta- una a cada una, y, a la orden de ¡preparados, listas, ya! empezaron.
Era realmente bizarro todo eso: dos mujeres, introduciéndose, en sus –hermosas- conchas metros de un collar de perfectas esferas blancas, de manera desesperada. Alrededor cinco amigas más alentando a una u a otra para que lo haga más rápido… Y en el medio de todo, yo.
Hasta que Betty, en una reacción inesperada me gritó:
-Chupame, dale, que lubricada entra más rápido…dale boluda, ¿no ves que esta me gana?
Jamás había siquiera imaginado chupar una concha. Menos delante de público. Si, serían todo lo amigas que fuesen, pero chupar una concha ahí era algo impensado.
-¡Que buena idea, hija de puta! Gritó Mabel. Esa era tu condición: poder recibir ayuda… Marce, dale… vos chupame a mí, que no va a ser la primera vez.
Todas las miradas fueron hacia la pobre Marcela que, aparentemente, no estaba muy feliz con aquella confesión. Sin embargo ignoró la vergüenza y se sumergió a comerle la entrepierna a su amiga más íntima.
El clima se fue poniendo caluroso. Las otras chicas se habían sacado alguna prenda e incluso Pato comenzó a masturbarse delante de todas sin la menos incomodidad. Alguna más la siguió. Y el collar en Mabel entraba de manera lenta pero constante.
Dale che… es una concha nomás. Y está limpita y depilada. Es un toque, si yo lubrico en seguida. ¿Querés que repartamos la guita? Ok, si ganamos son doscientos dólares cada una.
No fue por la plata, sino por cómo me miraban las demás, lo que, me animó
Mi primer contacto de la lengua con sus labios me produjo una pequeña arcada. Recordé el saborear algo que no quería y mamá me obligaba. Pero apenas brotó una gota de su miel, todo cambió. No puedo decir cómo, pero me empezó a encantar. Mi lengua recorriendo labios vaginales de otra mujer, husmeando profundidades desconocidas para mis papilas, mientras dedos de mi amiga metían y metían pelotitas blancas, me empezó a calentar de manera insospechada. Si bien siempre fui hetero, la fantasía de lo lesbiano aparecía de tanto en tanto. Y, debo confesarlo, con Betty mucho más. Pero ahí quedaba.
Por un momento me hice sorda y ciega a lo que estaba pasando. Dejé de escuchar o ver para solo sentir. Mi lengua no paraba, jugaba, reía te diría. Y las perlas una a una entraban más profundo mientras yo las empujaba con la punta de la lengua.
De pronto sentí una mano en mi propia vagina. Alguna de las chicas me había primero levantado la falda y corriéndome apenas la tanga, estaba acariciándome de manera intensa. Yo también me sentía empapada. Pero el placer de comenzar a escuchar gemir a Betty me llevó a mi propio éxtasis. Me incorporé levemente con intención de descubrir quién era la que me estaba penetrando con mano tan hábil: era la mismísima Betty. El resto de las chicas, incluso Mabel, se habían ido. Con mucha pena de dejar de hacer lo que le hacía, me incorporé totalmente desorientada.
-¿Qué pasó? No entiendo…
-¡Ganamos! ¿No te diste cuenta? Me metiste todo el collar.
-¿Todo? Uy, si… Sigo sin entender… ¿Cuándo se fueron? ¿Por qué?
-Ay boluda! MI boludita! Todo esto era para vos, por vos. Las chicas me ayudaron… Hace rato que quiero decirte que muero por vos, pero como jamás te comiste una chica, nunca supe cómo, por miedo a romper la amistad. Siempre hablaste mal de las tortas, aunque también siempre supe cómo me mirabas. Digamos que te ayudé, perdón, te ayudamos, a descubrir algo que llevás dentro.
-No lo puedo creer… ¿Y todo esto del juego…? ¿Qué yo te…? ¡Te voy a matar!
-Jajaja…si porque te amo, te amo, te amo… juro que tuve pánico, pero las chicas son unas genias… dame un beso, por favor…
-Pará… pará… esto es muy fuerte para mí… no sé qué hacer.
-Dejá fluir… solo eso… eso si… ¿te puedo pedir un favor?
-Ya no sé… ¿Qué?
-Sacame este bendito collar de la concha…No sé si no batí un record Guiness metiéndome eso ahí…
-¿Era mentira que tu concha era grande y todo eso? ¡Que turra que sos!
-Por vos mi amor… ah! pero eso sí… para que no me duela cuando la sacás, me la tenés que lubricar bastante, jejeje…
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