lunes, 20 de junio de 2011

Un viaje para encontrarme conmigo

El pronóstico había sido claro. Mis días de playa iban a pasarse por agua. Sin embargo necesitaba estar sola, dejar todos mis quilombos atrás, al menos por unos tres o cuatro días. La relación con Matías no daba para más, así que, con la excusa de tomar un poco de distancia, podría ir elaborando un duelo inevitable: fueron muchos años a su lado. No soy ni muy fuerte ni muy débil, pero “enterarme” que desde hace años no me ama, y que si no terminamos esto antes fue un gesto de compasión hacia mí, por miedo a verme sola y desahuciada en el mundo colmó el vaso. No lo mandé a la mierda no sé porqué… creo por no estirar ese encuentro ni un segundo más. Entonces decidí plantearle algo así como un “tengo que pensar” y listo.
Sin embargo inconscientemente  supongo que ya sabría que jamás lo volvería a ver. A no ser por el hecho de buscar cosas mías que dejé en el departamento que compartíamos (y que yo elegí, amoblé, arreglé, le puse onda y todos los etcéteras que nosotras las boludas incrédulas les ponemos, cuando apuntamos a algo “serio”)
Entonces, cuando salí con tres o cuatro remeras y un par de pantalones en la mochila azul, más aquellas cosas que me puedan hacer sentir bien, como el     I-pad, mis perfumes y algún libro, decía salí solo sabiendo que me iba. Los ahorros que desde hace años guardo y no toco, esta vez iban a ser fundamentales.



Una vez Micaela, me hablo de un pueblo muy chiquito en el medio de Uruguay, que se llama Paso del Cerro. Es como no estar en ningún lado. Y eso quería yo. Conseguir llegar fue una tarea muy complicada. Un paraje donde solo viven unas trescientas personas, no es de muy fácil acceso.
La cosa es que primero por Buquebus, después con micro desde Montevideo y que se yo cuantas combinaciones y dedos varios, terminé llegando.  
Hoteles como los que yo podía imaginar no encontré. Así que apenas pasé por la despensa de la calle central, de esos supermercados de antes, donde se puede encontrar de todo,  me mandé a averiguar dónde podría pasar un par de noches.
Un hombre gordo (muy gordo) me recibió de manera fraternal, diciéndome que no espere mucho del “Paso” ya que ellos no tenían una estructura turística, pero un sobrino suyo, estaba reciclando un viejo granero con una insólita idea de convertirlo en hostal o algo así. No me dio demasiadas esperanzas, pero empezaba a caer la tarde y estaba cansada de tanto viaje.  Si debería dormir en un granero tampoco sería una mala experiencia.
Llegué y escuché a un hombre pelear y putear, muy enojado, diciendo que estaba harto de ocuparse siempre él de la alimentación, de limpiar toda su mierda y que así nunca iban a terminar, y más cosas así. Imaginé que no era un buen momento y di media vuelta para irme. Cuando estaba ya en la calle me gritó.
-¿Usted buscaba a alguien? Estaba peleando… con una vaca…jajaja… me la paso limpiando y ella solo piensa en comer… si me ayudara sería más fácil… Pero, perdón,  diga usted…
-Hola… eh… si… no… en realidad solamente…
Tardé un instante en verlo bien porque, como el sol se estaba poniendo a su espalda, no me permitía divisarlo, entonces fui avanzando hasta que la misma sombra del granero me lo permitió, sin encandilarme.
Y ¡Wow! Era un pedazo de bestia salido de alguno de mis sueños más calientes. Con un jean destrozado, en cuero, con una musculatura perfecta. Morocho, de ojos verdes… muy transpirado, con un tridente o como se llame en su mano… (Si, ese palo para juntar pasto, como un rastrillo enorme…) (Bueh, eso es lo de menos…)  Era tan pero tan lindo que me quedé como una boluda mirándolo.
-Sí, ¿me decía? Soy Enzo…
-Eh… ah, si… no sé… como quieras vos…
-Perdón, como quiera yo ¿Qué?
- Ja! No, nada… pensaba cosas… jajaja, discúlpame… ¿Sos el sobrino de… bueno, con respeto lo digo, del señor gordo de la despensa?
-Si, Ramiro… en realidad no somos parientes, pero me conoce hace años y eso… ¿Pero que buscaba señorita?
-Señorita, jajaja… ustedes los uruguayos son tan formales… Me llamo Jazmín, y buscaba donde dormir… y supuse que con vos…eh, ¡no! en vos… ¡no! ¡Tampoco! en tu…¡eso! en tu granero…
Ah! ¡ja! Pero es que todavía no está preparado, solamente tengo mi cama armada con fardos de paja…
-¡Me encanta la paja! ¡Nooo!  Digo, no me molestaría si es tu paja, ¡puta madre! Quiero decir dormir en tu cama…
-Eh?
-Digo –sosegate Jazmín, respirá hondo- Digo si por esta noche puedo quedarme acá… eso… ¡por fin! Uffff!
-Bueno, mire… no sé qué decirle, pero si se acomoda… realmente me desorienta… Pero ok… Y voy a considerarla mi primer huésped del Hostal… ¡Y por eso, servicio especial!
-¿En serio? ¿Y se puede saber qué es?
-Sorpresa. Ya lo sabrá señorita Jazmín.
Desde ese momento solo pensé en él, salvo por algunos instantes que quise adivinar cómo sería él… Ustedes me entienden.
Como el pueblo está ahí nomás, decidí salir a caminar por esas dos cuadras del “centro”. La gente, reconociéndome como un extraño, me saludaba atentamente. Al pasar por el almacén de ramos generales de Ramiro, entré para preguntar por algo dulce… Y mis ojos se fueron directo a una percha del que colgaba un vestido típico de campesina. Me imaginé con eso, súper sencillo, con grandes volados, y una pollera muy amplia. Me dijo que en el pueblo vivía una costurera que era de Montevideo, que cada tanto en vez de hacer ropa de trabajo le agarra el ataque romántico y le salen esos… Casi nunca los vende y después de un tiempo los termina regalando a gente pobre.
No aguanté, me lo probé en el baño y lo compré. ¡Y baratísimo!
Me sentía más feliz que nunca caminando descalza, por esas calles de Paso del Cerro, donde una leve brisa jugaba con mi pelo y agitaba esa tela. En una bolsa llevaba lo que tenía puesto. Todo. Digo que también mi ropa interior , entonces toda desnuda debajo de esa maravilla, fui feliz. Los lugareños me sonreían…debería parecer una loca.
De regreso al granero, Enzo tenía preparada una mesa con dos platos, y una fuente con una especie de puchero. Dos vasos plásticos –“los de la casa que vende la loza no llegaron al pueblo todavía” se excusó- y una botella de vino, de una uva que desconocía: Tannat. Sabroso como pocos.
Cenamos, hablamos, nos reímos.
Después del postre me invitó a ir juntos hasta la orilla del Río Tacuarembó, para ver la luna. La noche anterior había llovido a mares, así que muchas partes estaban muy barrosas. Esto lo cuento para explicar porque un par de veces, con el simple justificativo de no ensuciar mi vestido nuevo, se ofreció a levantarme en sus brazos… Solo por eso… Si, ya sé lo que están pensando.
Nos entendimos genial más allá de que hay varias palabras diferentes a muchas argentinas. La pasamos bárbaro. Hasta que de pronto se detiene y me dice “Lo que tu hablas está demás”
Me quedé inmóvil. No supe cómo reaccionar. ¿Quería que me calle? ¿Le había molestado algo de lo que dije? ¿O era su manera de decirme “cállate y vamos a los bifes”?
Estaba tan lindo, tan comible con la luz azul de la noche… que me la jugué impulsivamente por esa última interpretación y le estampé un beso caníbal. Le comí hasta la campanita… Y él no tardó en reaccionar. Sus brazos me rodearon tan fuerte que pegué un gritito de dolor. Lo notó y reguló su fuerza. Mis manos descubrían una espalda de piedra, suave y resistente. Le saqué la camisa y él en seguida tomo eso como una autorización a bajarme la parte superior del vestido.  Mis pechos, esa noche, eran los más lindos del mundo. Pezones ya erguidos, desafiaron a Enzo a resistirse a chupármelos. Ganaron mis tetas y en seguida se lanzó a comerme de manera deliciosa.
De repente, en el calor de ese impetuoso encuentro, casi no nos dimos cuenta cuando se largó un chaparrón de gotas gordas… una tormenta típica, me dirían después. Salimos corriendo los dos a protegernos. El con el cinto ya desabrochado y yo con mis tetas al aire, levantando mi falda para no tropezarme con las ramas.
Y tropecé, y él cayó encima mío. Y en medio de un barro absolutamente perfecto. Perfecto para caer con alguien que no te molestaría en lo más mínimo caer, ensuciándome toda, quedando totalmente expuesta, mostrándole mi concha de par en par… Y ahí la lluvia más intensa se puso todavía.
Nos quedamos mirándonos: Yo despatarrada, con toda la tela del vestido enroscada en mi cintura, abierta de piernas, y solo el barro cubriendo parte de mi intimidad. Él, de rodillas, se regodeaba con semejante espectáculo.
-Es injusto esto. –le dije mientras me hacía un nudo con el pelo para escurrir algo de la lluvia- Vos estás viendo todo, y yo nada.
Con una lentitud muy calculada, como si algo de stripper supiese, fue bajándose más el pantalón primero y su calzoncillo después. No se lo deslizó del todo, sino que sumergió su mano dentro y “jugó” con su pito un poquito para ver mi reacción. Yo estaba maravillada. Por instantes pensé que seguramente a Bs As no volvería nunca más en mi vida. Y de pronto sacó la pija más linda que ví en persona. Grande, venosa, que crecía y crecía… La sostuvo con una mano y con la otra se acariciaba la cabecita. Me descubrí
mirando esa perfección como hipnotizada, con la boca abierta. Tragué saliva y solo dije un “ajá”.
-¿Solamente eso? ¿Nada más? ¿Ajá?
-Yo no apruebo hasta que pruebo. Si el señor le permite a la señorita, después de un análisis profundo… muy profundo… emitiré mi opinión… ¿Me lo permite el señor?
No esperé ni un sí ni un no. Me incorporé juntando el vestido hacia un costado, y me hinqué ante semejante monumento. Tenía sabor a campo, a lluvia ¡y a un juguito pre semen maravilloso! La lluvia seguía incesante, golpeando mi espalda y cola. Mientras yo lo chupaba, Enzo me penetraba la concha con sus dedos largos. Hacía cosas hermosas en mi clítoris. Le pedí que se detuviera, para no sentir todo mientras yo me ocupaba de él. Y allí me pidió que mejor dejase de chuparlo, porque prefería escuchar mi orgasmo, pero para eso yo debería tener la boca libre.
Recuerdo que por una milésima de segundo casi me ahogo del placer y de tirar tanto la cabeza para atrás… y del agua de lluvia que me inundó la garganta… Se ocupó tan delicada y violentamente al mismo tiempo que sería imposible descifrar que era lo que mejor hacía.
Tuve espasmos intensos, impactantes… pero ya quería su verga dentro mío.




Me senté encima de él, y tan calientes como estábamos, no fueron necesarios demasiados empellones para acabar, ni él ni yo. Sentir como su pija se deslizaba hacia arriba y hacia abajo, abriéndome en dos una y otra vez, me produjo escalofríos intensos…el calor de mi cuerpo mezclado la tibieza de la lluvia, producía vapores que parecían un símbolo del ardor que estábamos viviendo en ese instante. Cuando sentí su esperma explotando dentro de mí, lo abracé y besé con la mayor intensidad que pude. Necesitaba expresar, sacar afuera, tanta energía contenida. Vibrar como hacía tiempo no lo hacía. Sentí su constante dedicación a querer que yo goce, a que sea parte activa. Sentí que le importaba yo. Y si me ponía a comparar con lo que venía viviendo debía bendecir  el regalo recibido.
Sé que fue solo un polvo. Una cogida diferente. Un orgasmo muy particular.
Quedamos en volver a encontrarnos, si yo vuelvo a Uruguay o él viaja a Argentina. El pueblo me resultó encantador. Su gente, los paisajes. Al día siguiente él partiría a Montevideo para seguir con sus compras para el hostal. Yo trataría de estar sola conmigo misma, a ver si de una puta vez encontraba mi rumbo en la vida. Sin embargo esta escala en Paso del Cerro me dio nuevas pautas: pensar en mí, luchar por lo que quiero, valorizar mis tiempos. Soy una mina entera, ¡la concha de la lora! Enzo me dio claras pautas que puedo creer en mí.
Y juro que no lo olvidaré.
Ah! El vestido de aquella vez, pasó a ser mi favorito, a prueba de barro y lluvia…

Nota: Recordé esta experiencia porque hoy leí en el diario una nota sobre los diferentes términos o palabras que usan los uruguayos. Cuando Enzo me dijo que estaba “de más” lo que yo hablaba, él solo había querido decir que era muy interesante…
Glup!







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