miércoles, 15 de diciembre de 2010

Después de la tormenta.

(Segunda parte de “Mi tormenta perfecta”)
Desde que la vi, todo fue diferente. Hoy debería decir que no me la podré sacar de la cabeza nunca más. Esa mañana en la calle, apenas se estaba bajando del taxi, sentí una luz, algo como que me encandiló sorpresivamente. No era una buena mañana mía, y no lo digo por el clima, dado que había un sol maravilloso. Era yo. Ese día estaba todo negro. Es muy difícil en este mundo tan machista, tan “hombres seguros de sí mismo”, de tanta hipocresía en que somos invencibles, podamos expresar libremente como nos sentimos, cuanto sufrimos.
Es un riesgo entre hombres mostrarse así, vulnerables, porque en seguida nos aplican el mote de flojos, maricas y cosas así. Pero a mí eso ya no me importa. Desde que perdí –en realidad la vida me arrancó- a Sole, muchas cosas cambiaron de dimensión.  Y disfruto mucho más inclusive viendo como los demás se matan por nimiedades. Así y todo, te decía, ese día estaba down . Nadie es perfecto, más allá de la teoría de sentir que la tenés clara.
Pero justo levanté la mirada cuando ella abrió la puerta del taxi. Inevitable, porque tenemos como un poderoso imán, dirigir la vista a esos rincones ocultos, o en el caso de ella, no tanto… ¿Qué habrán sido? ¿Un segundo? No, menos… una fracción de segundo… pero enseguida llegué a deducir que no tenía bombacha. Y a partir de ahí, una catarata de deducciones te vienen a la cabeza: que se la olvidó en la casa del novio, que se la regaló al tachero después de un interesante paseo, que no suele usar, pero no se dio cuenta de que se puso una mini muy corta… y cosas así. No llegué a pensar que podría estar  cachonda, que tenía esas ganas hermosas que a todos nos agarran a veces de ser exhibicionistas en gotas, y aún así no solemos animarnos ¡por si nos ven! Jajaja… ironías de audaces de cartón… También está el tema de que estamos gordos, o que nos creemos feos… El asunto es que le vi hasta el alma… ¡y me alucinó! Una mina con cojones así, -por decisión o por negligencia, eso no nos importa en lo más mínimo- merece ser reconocida. Me acuerdo que levanté la vista y vi que me miraba… o mejor dicho, se dio cuenta que le vi todo.
Por algún ADN que desconozco, sé que pongo una carita muy especial cuando me descubren. No quedo como pajero con la baba cayendo y la lengua afuera. Gracias a Dios, me sale solo… ¡Si habré zafado de tantas con ese rostro de nada…!
Y algo en ese cruzamiento de ojos -¡lindos ojos!- algo, te decía, pasó.
La seguí con la mirada hasta que entró a un edificio de oficinas. Pero no me sentía mirándole el culo como solemos hacer. No te voy a negar que la recontra desnudé, para imaginar las formas de la cola, de las piernas, la espalda… pero era más que eso.
Me hice una escapada rápida a la casa del gordo Matías y le pedí la cámara de fotos… estaba decidido a esperarla y fotografiarla cuando saliese…Bueno… te la hago corta: recién pasadas las siete salió. Como se me iba la luz –y gracias a eso, menos mal- la encaré de un saque en vez de seguirla como un boludo hasta engancharla en alguna vidriera y decirle algo. La paré apenas me vio y le dije que estaba bueno para caminar, que la acompañaba. Me sorprendió lo rápido que me dijo que si… yo pensé que iba a sonreír bajando la cabeza y que debería insistir un poco más.
Pero no. Piola aceptó al toque. Muy pero muy buen síntoma.
El tema que a mitad de camino, en la plaza, se larga la tormenta del siglo, con agua como para un año, pero sin viento casi. Y ahí, después de decir dos o tres cosas le digo de las fotos. Se asustó mal cuando le pedí que se abra el buzo. Encima estábamos solos en la plaza. Yo me dije ¡zas! capaz se piensa que la quiero violar y eso, y se va todo al carajo, pero no… Obvio que se negó, lógico, pero tenía cara de que ratones también se hacía. Saqué unas fotos tan sensuales como nunca había hecho. Tenía unas gomas perfectas, que con el agua que le corría, me moría de chupárselas todas.
Unas piernas suaves, que me imaginaba como terminarían en detalle –más allá de ese flash de concha fugaz que me regaló temprano a la mañana-.
Después tomamos algo y obviamente estuvimos a un tris de consumar algo que era ya inevitable en la fuerza del deseo. Pero preferí manejar los tiempos. Como te decía antes, soy otro desde lo de Sole. Quiero saborear los momentos por lo que los momentos valen, y no por el desenlace tan elemental en una situación así. No voy a negar que me hubiese encantado cojérmela ahí mismo, en la mesa del barcito, pero me pareció más erótico incluso, que los dos nos quedemos con un poquito de ganas. Volviendo a casa se me cruzó por la cabeza la paja que me haría para sacarme la leche -en todo sentido- de esa ridícula decisión de postergar el polvo… pero por otros momentos, creí que había actuado como un dandy… y reía pensando en que ella también se podría haber quedado caliente…
Pero eso ya fue como hace un siglo, debería decir. Ahora vuelvo de su casa, después de que pasó lo que tenía que pasar. Le había pedido que se consiga un vestido bien pegado al cuerpo, y si tenía, una de esas bombachas con cadenita en la cola… quería sacarle más fotos, pero también cojerla por todos lados! Eso estaba más que claro.
La pasé a buscar y fuimos a comer a un restorancito muy chiquito de la zona de San Telmo. Había hecho varias fotos para el menú en ese lugar, muy exclusivo… y como era de un viejo conocido, y además como sabía que algún día seguramente llevaría para transarme sí o sí llevar a alguna minita ahí alguna vez, le laburé por canje a futuro, porque sino en la puta vida podría –por convicción hasta religiosa te diría- pagar lo que ahí te cobran. Se llama “El deseo” y te juro que para muchos será siempre eso… un deseo…nada más.
Es miércoles… o mejor dicho, anoche era miércoles. Por lo tanto no había nadie más que nosotros. Ella estaba impresionante. Sus tetas, que ya había visto, a diferencia de otras chicas con que salí, y que me costó más tiempo desnudar, eran esferas divinas, con pezones redondos, que se le marcaban en ese lycra negro. El pelo le caía como cascada. Sus ojos, apenitas maquillados, te daban ganas de zambullirte como si mar fuera.
Me aclaró algo sobre la bombacha. Me dijo que la había llevado, pero en la carterita, y me explicaba que no era así para calentarme más –ya diciéndomelo me excitaba- sino porque la cadenita se le marcaba con el vestido tan ajustado. Y -decía- le quedaba feo.
¡Que querés que te diga! Ojalá existiese una manera elegante de interpretar esta siguiente frase: una hija de puta. Hacía rato que no me calentaba tanto una mina solo con escucharla. ¿Lo hacía de turra, de inocente, de histeriquita, de calentona? No podía deducirlo, pero me daba igual… ¡tan básicos somos!
Comimos muy bien. Charlamos de todo. Me contó de sus glorias y sus fracasos. Yo le conté de lo de las fotos, de cómo me chorearon el equipo y quedé en banda. De todas las expo que hice en Madrid y Barcelona. De cómo desde la muerte de Soledad caí en un abismo terrible. Y que lo del afano en casa me dejó bajo cero. Ella soñaba con otro laburo, porque sobretodo un tal Fernández o Rodríguez, no me acuerdo, la acosa todo el tiempo y su jefe no le da ni cinco de pelota.
Que no se siente linda, aunque sus buenas estrategias sabe que tiene. Que lo que más desea es irse a vivir a un pueblo del interior, a las sierras, y no sabe bien porqué. Pero que esa decisión la alejaría de encontrar al hombre de su vida, y ahí entonces, se caga toda. Entonces baja los brazos y resignada sigue en esa oficina de mierda. Y que lo de salir sin bombacha el otro día fue, para ella, una super aventura…
Era evidente que no podíamos decir que ninguno de los dos la tenía re clara a esta altura, pero al menos teníamos un buen diagnóstico de nosotros mismos.
El champagne soltó el resto. Al cabo de un rato, gracias a lo oscuro del lugar, ya estaba acariciando con una mano, y por encima de ese vestido, partes íntimas, mientras la abrazaba pasándole mi otro brazo por detrás del cuello. Estábamos sentados los dos mirando hacia una calle empedrada desierta, con apenas luces de alguna casa y los autos que pasaban esporádicamente. Creo que nos dimos los besos más húmedos y sabrosos que pudimos. Mi amigo estaba tan cansado, que en un momento me llamó y me dijo que se moría de sueño, que como tenía confianza total en mí, que no haga nada raro y que cierre yo,  y que al día siguiente le devuelva la llave. Me vino bárbaro, porque no tenía ni una moneda para llevarla a ella a otro lado.
Cuando después de esos besos  le dije que estaba totalmente excitado, y que podía comprobarlo tocándome abajo, se frenó diciéndome que ahí no se animaba, porque el chef o los mozos la incomodaban si la veían… entonces le conté que estábamos solos, mostrándole las llaves del restaurant. Como no me creyó, directamente me desnudé en el medio del pequeño salón. Ella estalló. No podía creer que ese fuera el lugar donde haríamos el amor… La invité a que se desnude, poniéndole lo mejor que encontré a mano, que fue un cd de Cristina Aguilera que re va para un streap tease. El tema se llama “Chico travieso” o algo así. Pero antes le pedí que me otorgue el placer celestial de bajarle ese cierre infinito que recorría su espalda desde el cuello hasta un culo monumental.



Me lo hizo difícil, porque para calentarme más, si eso fuera posible,  se movía como un felino en celo. Repito lo que te dije antes: al verla completamente desnuda, solo con esos tacos altos,  comprobé que  tiene un cuerpo alucinante. Una perfección increíble a la vista y a todos los sentidos. Olía suave, a una piel frágil pero sólida. Al tacto de mi mano era terciopelo. Recorrer esas curvas, huecos y llegar a humedades sabor a miel, me llevaba al cielo.
No pude dejarla bailar porque no resistía de comérmela toda ya. Ella insistía en que espere, que no sea ansioso, pero era muy difícil repetir la compostura que había tenido cuando la fotografié con el buzo abierto, en la plaza. El sacrificio ya había sido hecho.
Me abalancé para apretar y poseer todo lo que pudiese. Su cintura estaba construida por alguien que sabía que lo que pretendía de ella: enloquecer a cualquier mortal. La abracé por ahí, levantándola para que con sus piernas se aferre a mí. Nos dimos un beso ordinario, mezclando salivas con ardor. Creo que más que besarla la devoré, y ella mordía mis labios con violencia. Tenía ganas de tirarla arriba de una mesa y abrirla de piernas de un movimiento impulsivo.  Cuando adivinó mi intensión me pidió que quería la penetre en la cocina, en medio de cacharros e ingredientes.

La llevé a upa hasta allí, y sin soltarla vacié una mesada de madera, despejando todo lo que había encima de un movimiento, tirando todo al piso. Cayeron cacerolas, palos de amasar, y coladores metálicos. El ruido fue impresionante. Tanto que nos asustamos nosotros mismos y nos agarró un ataque de risa. La apoyé sobre una tabla de amasar pastas, donde algo de restos de harina se le pegaron en la piel, y comencé a relamer una concha jugosa de labios sumamente suaves. Gritó sobresaltada al sentir el jugueteo de mi lengua. Recorrí todos los pliegues, pero sobre todo me entretuve paseando desde el hermoso orificio de su vagina hasta un clítoris que me maravillaba… le gustaba el roce de mi escasa barba cada vez que subía y bajaba. Me ordenaba lo que debía hacerle, pero yo no le hacía caso. Llegó un punto donde me  pidió que terminase con “este martirio”, que no soportaba más esa constante oleada de pequeños orgasmos, y que quería, al fin, explotar como solía sucederle. Por momentos jugué a volverla loca, hasta que noté que realmente no daba más. Gritó como si la estuviese matando, y a decir verdad creo que virtualmente murió en mi lengua. Confesó -y le creí- que había tenido cerca de cuatro o cinco espasmos tremendos antes del final soñado. Quedó desfalleciente, pidiendo un par de minutos para reponerse y devolverme la gentileza. Me quería atender como una moza. Se levantó, se puso un delantal blanco sobre su silueta encantadora. Las tetas le asomaban de modo divertido y yo se las manoseaba mientras trataba de evitarlo con mucha gracia. Yo pensé que iba a ser un pete convencional, ya que no hay demasiadas variantes sobre eso, pero de pronto cortó todo con un “Tengo otra idea mejor” que me dejó sorprendido. “Yo soy una clienta y decidí que lo que quiero es comer pija”. Me pareció divertido. Pidió que me acostara en la misma mesada donde había yo deglutido su entrepierna minutos atrás. Me tapó con un mantel desde las piernas hasta el cuello, y con una cuchilla hizo un tajo para que asome mi miembro erecto. El filo frío del cuchillo me rozó produciéndome un escalofrío inesperado. Ella lo notó y asustada me miró como para decir que eso no era nada premeditado. Asentí para que se quedara tranquila, que suponía que no tenía en mente cortármela, sobre todo cuando aún no la había probado siquiera. Respondió metiéndose toda mi verga en la boca. Fue una hermosa sensación, creo que inconcientemente deseada desde que la vi bajar del taxi. Jugó a chuparmela como si fuera un fideo grues, hasta que se detuvo y, actuando, protestó que le faltaba condimentar. No sé muy bien lo que agarró, pero me lo distribuyó por todo lo largo de mi pene. De pronto rasgó con los dientes un poco más la tela y se ocupó de que mis testículos también asomaran, para masajearlos y embadurnarlos con algo comestible, porque también eso se comió. Siguió incorporándole condimentos, creo que salsas, queso rallado y cosas así antes de darse unos bocados que me llevaban al éxtasis…  Subía y bajaba con una habilidad increíble, y por momentos se ayudaba con una mano suave y calentita. Le tuve que sugerir que se detenga si quería ser penetrada, porque su “comida” a ella la llenaba, pero yo corría serio riesgo de vaciarme ahí mismo. Juro que por momentos deseaba que se coma todo, que me haga gritar como lo había hecho ella, pero hubiese sido imperdonable no entrar en esa concha que prometía un paraíso desconocido inolvidable.
Obviamente se detuvo ante mi advertencia, diciéndome que ella sería la que no se perdonaría el no tener ese “pedazo de carne” dentro suyo.
Me pidió que la ensarte por atrás, mientras se inclinaba sobre un mueble cargado de frascos de vidrio. En esa posición acariciar y apretar sus pechos era más fácil y mucho más erótico. Las tetas caían y yo solo debía hacer un acto de contenerlas en mis manos, deslizándolas hasta pellizcar un par de pezones deliciosos. En medio de uno de esos movimientos, como al descuido, me metí dentro de una vagina gelatinosa gracias a esos jugos extremos. Me deslizaba con mucha facilidad, a pesar del grosor de mi miembro y de lo estrecho de su canal. Movimientos de ida y vuelta indescriptibles nos hicieron estremecer a los dos. Estaba cojiendo a una mujer maravillosa, hermosa y absolutamente única. Trataba de concentrarme en otra cosa, porque el solo hecho de ver su espalda, apretar sus pechos y ver su perfil divino, gimiendo de gozo, me haría acabar demasiado pronto. Pero era imposible pensar en nada. Tenerla ahí, ver ese culo a la altura de mi pija deseosa de perforarla hasta el fondo, me llevaba a espasmos previos a una erupción de esperma caliente que seguramente la inundaría por dentro. Recuerdo que de manera infantil me disculpé diciéndole que deseaba que ese instante fuese eterno, pero que verla echar la cabeza hacia atrás y estrujar con sus manos el mantelito del mueble, era demasiado, sumado a los temblores que me producía su vagina caliente. “Cuando estés por acabar, agárrame el pelo y tirame fuerte” me pidió. Lo hice. Exploté como nunca, creo. Un racimo de cabellos dorados fueron como crines para dominar algo indomable. Sentí como la bañé al tiempo que ella gritó solidarizándose con mi orgasmo. No me quería separar, pero debí hacerlo, por lógica. Me hubiese quedado a vivir dentro de ella. Cuando nos desacoplamos me regaló una última caricia en mi miembro aún algo rígido, como para sacar hasta la última gota, y volvió a estremecerme.

La cocina quedó hecha un desastre. Nos pasamos un rato, mientras nos vestíamos, pensando que excusa le debería dar a mi amigo por todo lo desparramado. Finalmente decidí que correspondía volver bien temprano y limpiar antes que se entere. Era un muy buen lugar de encuentros eróticos como para perder ese crédito conseguido oportunamente.
Me quiso ayudar a limpiar, pero yo no tenía fuerza ni para levantar un trapo.

Cuando salimos eran cerca de las cinco de la mañana. Antes saboreamos un vino de uvas Tannat, uruguayo, muy suave, para relajarnos más, pero de modo diferente. No suelo hacer comentarios con mi pareja sobre cómo había estado el encuentro en sí. Pero en este caso era imperativo. Ambos coincidimos en comentar que nos había gustado más, que nos había sorprendido. Fue una nueva ocasión de saborearnos mirándonos a los ojos.

Acabo de dejarla en su departamento. Me traje de recuerdo esa bombachita con cadenita que no usó. Me la dio diciéndome que ya que me gustaba tanto, que la próxima vez le avise, así a ese encuentro va sin nada abajo. Lo más interesante es que me dijo que la lleve,  prometiéndome que se la pone para mostrarme como le queda, cuando y donde se me ocurra.


No me conoce. Puedo tener ideas muy extrañas.

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