-¿Qué era lo que vos me ibas a hacer? Dale… decime…
Apenas abrí la puerta Yanine se me abalanzó descontrolada. Con un pie cerró la puerta y me tiró contra el futton del living.
-Decime… ¿o ahora, tan caliente que estabas en el “face”, ahora te quedás calladito?
Yo no podía decir palabra. Me estampó un beso de lengua profundo, buscando la mía. Era mucho más ardiente de lo que me había imaginado. La esperaba, si, pero no de esa manera.
Yo me dejé estar, sorprendido y, digamos, emocionado. Estiró cada uno de mis brazos y los ató al respaldo de madera con unas sogas que traía en su bolso.
Luego se paró delante de mí y de una manera terriblemente sensual, que me exacerbaba, fue desabotonándose lentamente esa ajustada camisa blanca.
Quedó en un corpiño hermoso, que realzaba unos pechos mejores que los que me había adelantado por mail. Estaba tan linda, tan voluptuosa, que era imposible no excitarme. Moría de ganas de que me desnude y me hiciese lo que se le ocurra. “¡Lo que sea!” llegué a rogarle. “¿Ah si? solo atinó a decirme.
Abajo -tenía una falda amplia, a la rodilla- imaginaba una vagina ardiente y sabrosa. Apenas intuyó que la estaba mirando allí, como si con la mente le pidiese que me muestre su sexo, deslizó una mano por debajo de la tela y comenzó a acariciarse.
Yo ya explotaba. Imaginé un calzoncillo enchastrado de mi lubricación. Ella era mágica.
Cuando decidió bajarme el pantalón y el bóxer, vio que mi pija estaba al máximo. Hizo un interesante gesto como de aprobación.
Y ahí volvió a sorprenderme.
Dio media vuelta, se levantó la pollera y mostrándome su culo a pleno, se ocupo de sacar cosas del carterón. Sin saber qué es lo que haría, un poco me asusté. De pronto se dirigió hacia mí mostrándome una banana bastante grande. Mi instinto básico fue el de decirle que estaba loca, y que yo no quería probar “esas” cosas.
Creo que más todavía me preocupó cuando en vez de negar algo, se echó a reír.
Yo no tenía más remedio que mirar. Mi verga no sabía muy bien qué hacer, si seguir erguida o callar… Tomó un cuchillo, y mirándome fijo a los ojos, y no al plátano, le cortó un extremo de un golpe seco. El ruido del contacto del filo contra la mesa ratona me sobresaltó. Lo tenía estudiado, diría. Luego con una cuchara larga, de esas de trago largo, le fue extrayendo toda la fruta, y con una mirada muy de perra, se lo iba comiendo, jugando con la lengua. Un par de cucharadas me ofreció a mí, y luego compartimos trozos en un beso muy caliente.
Cuando “vacíó” la banana, le cortó el otro extremo y envolvió toda la cáscara en film transparente, de los que se usan para conservar los alimentos.
-Decime… Quiero creer que tenés microonda… -me increpó-.
-Si, si… arriba de la heladera. Pero ¿qué vas a hacer? No me lastimes.
La verdad que mucha confianza no le tenía. Desde que entró a casa llevó el dominio de todo, y yo no podía decir ni mu.
Volvió sosteniendo “eso” con un trapo… porque evidentemente estaba muy caliente.
Me refiero a todos.
Se sentó al lado mío y de un movimiento penetró la banana en mi miembro… Fue una sensación increíble. La temperatura ideal, me puso más erecto todavía, si eso era posible. Y el suave rose de lo que quedaba pegado de banana en el interior de su cáscara, me llevó al cielo.
Ella subía y bajaba su mano mirándome a los ojos, como esperando encontrar cada punto de reacción terrible, para gozarlo, para descubrir cuál era mi grado de explosión. Con su otra mano jugaba con el clítoris… me obligaba a mirar cómo se masturbaba, incluso por momentos metiéndose dos o hasta tres dedos dentro de su agujero, lo que hacía que yo no pudiese auto controlarme en lo más mínimo como para hacer más eterno ese instante. Sumado a gemidos muy sensuales, la visión de todo era como para guardar en una cajita de cristal.
De pronto, más cuando ella estuvo más lista que yo, paró, me sacó la banana y se sentó decididamente arriba mío.
Sentí una concha empapada, mojada a más no poder. Sus movimientos, muy experimentados, no me dejaban respirar. Con voz entrecortada yo le decía cosas, con tanta incoherencia verbal -porque no podía hilvanar frases debido al estado al que me estaba llevando- que le producía una risa divina.
Si verla antes sin tenerme adentro suyo era hermosísimo, ahora ya era la gloria total. Con mi mente hacía un esfuerzo para fotografiar todo eso. No podía permitir que el tiempo borre nada.
Siguió manejando todo, subiendo, bajando, rápido o muy lento, hasta que bastante cerca estuvimos, los dos, del orgasmo. Cuando acabó, gimió y gritó con ganas, muy satisfecha, solo apenas un poco antes que yo. Fue celestial. Sensacional. Inigualable. Estallé como una fuente y sintió también en su interior como la mojaba.
Sonrió.
Se acomodó su pelo revuelto, poniéndose una hebilla.
Se vistió.
Y me desató.
Nos abrazamos con calidez y fuerza. De pronto miró el reloj de su celular y argumentó que debía irse muy rápido, ya que en realidad solo estaba de pasada. Y que como solía tener muchos calambres últimamente, el médico le recetó comer banana más seguido…
-Y la banana sola me cae mal…solo la tolero con un poco de leche...-me dijo cuando se fue-
Jorge Laplume
JORGE!!!!! buenisimo el cuento. Hasta ahora uno de los que màs me gusto... muy ingenioso. El final... para jugarlo y pensarlo en muchos sentidos. Es verdad lo del platano? YUMMYY!!!
ResponderEliminarmenuda picardìa la tuya. una sola crìtica... plis deja de poner fotos tan explicitas en el medio del relato!! un calido abrazo,
Cata.
MUY EXCITANTE CON UN FINAL INESPERADO, MUY PROFESIONAL LA CHICA, PUDO FUSIONAR TRATAMIENTO PARA SUS CALAMBRE Y TRABAJO????
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