lunes, 11 de agosto de 2014

Ventajas de la ropa interior decididamente fea.


Me presento: Soy Mariana, casada, de unos treintipico largos. Dos hijos: Nicolás y Walter, que son grandes y ya no viven con nosotros.
Trabajo como Asistente de dirección de una empresa.

Y seguramente a muchas de ustedes esto les pasó...Llega la Navidad o el Año Nuevo y hay obligada reunión con familiares que uno dice querer mucho en esa ocasión en que nos reunimos anualmente pero el resto del tiempo casi ni los recordamos.

Sin embargo, para ser sincera, los encuentros que imaginamos insoportables y eternos muchas veces nos sorprenden y se convierten en una máquina del tiempo transportándonos a hechos anteriores, donde una era más jóven, más impulsiva, más soñadora.

Y esas charlas, repetidas pero honestas, casi sin querer, nos devuelven energías que nos hacen ver donde estamos paradas. A veces el balance es mucho mejor de lo que imaginábamos.

¿También les pasó como a mí, de tener una tía especial (Eulalia en mi caso)?
Es aquella tía que, hermana de papá o mamá, nunca se decidió a casarse. Siempre tenía escusas tan importantes que le evitaron darle compañía a un hombre de por vida.
Suelen ser gordas, buenas cocineras, o maniáticas por alguna cosa y, delante de todos, siempre de buen humor. Algunas sufren en su soledad lo que no pudieron ser, pero se reavivan cuando se juntan con otras de su misma generación y empiezan a sacarle el cuero a lo que venga. (o a la que venga, je)

Ella es la que siempre me regala ropa interior con un par de características:
Son talles inmensos, de encaje de dudosa calidad y decididamente fea.
Muchas veces he ligado bombachones espantosos que ni puedo entender para que los fabrican. Otras, unos tangas que poco tienen de tanga, pero son, eso si, rojo carmesí estridente, obviamente para desearme buena suerte en esas fechas y así evitar cualquier desgracia.

Alguna vez ligué conjuntos enteros, donde el corpiño se parecía más a una yerbera y azucarera que a una prenda íntima.

Así y todo yo vivo agradeciéndole a Eulalia sus regalos. Ella no sabrá jamás -a menos que lea esta nota- que ha hecho un importantísimo aporte a mi lujuria sexual.

Varias veces la idea de jugar a ser abordada por un desconocido me repercutió en la cabeza. Y la relación con Martín estaba encaminada hacia un camino nuevo, donde juntos comenzamos a disfrutar de nuestra sexualidad de manera más libre y natural.
Recuerdo la vez que planeamos un encuentro, que para los ojos de cualquiera, fue casual.

Él, a la salida de una reunión de negocios, iría a tomar algo con potenciales clientes. Yo, haciéndome la desconocida me lo cruzaría allí. Iba vestida con un impermeable beige y botas altas. Y debajo un conjunto muy especial. Nada más. La adrenalina de estar casi en bolas me humedecía la entrepierna cada vez que lo pensaba. Rogaba no tener motivo para, ni siquiera, sacarme el nudo del cinturón del tapado.
Me acerqué a la barra y casi sin querer lo rocé. Él me descubrió y enseguida comenzó a mirarme, desnudándome con la mirada. Yo sabía claramente que esa era la forma de mirar de Martín, inconfundible, pero pude abstraerme y hacerme la desconocida.
Sus compañeros comenzaron a reír y a hacer apuestas sobre si me levantaba o no.
La burla era para desacreditar sus dotes de galán, asegurando que así, con el estilo que estaba usando, no podría tener éxito jamás. Me hablaba al oído sobre cualquier cosa: me preguntaba sobre los chicos, si había cerrado bien el garage y cosas así, a lo que yo le contestaba con risas y tonos muy orgásmicos.

Los otros seguían con los chistes típicos de varones donde siempre piensan que son ellos los que consiguen lo que quieren.
Yo me hacía la interesante, y para calentar más el asunto empecé a mirar lascivamente a uno de sus acompañantes.
Imagino que la imagen de mina interesante que tenía al entrar ya se convirtió allí en la de un gato carísimo.

Mi marido hizo un alto. Me abrazó por la cintura y se jugó sobre terreno más que seguro seguro.

Me pidió que los deje solos por un instante, que debía decirle algo importante a su cliente y que ya me llamaba...Bussiness, mi amor...aguantá un cachito y ya estoy sólo para vos.

Me alejé unos metros para tomar mi trago sola, pero algo escuché:

-Si esta mina me da bola, cerramos el negocio sin chistar. -le dijo al mayor del grupo- Se firma todo y listo. Y me voy con la morocha a cojérmela como se merece.

-¿Y si no? Mirá que me miró mucho a mi -dijo quien yo me le había insinuado- ¿Y si me da bola a mi? Conmigo ninguna se resiste...No se agrande compañero... Tu no sabes cuales son mis atributos...

-Si te da bola a vos, te la llevás...la entrego derrotado...¡Te la llevás vos! ¡Y encima al contrato le hago un descuento del 50%!

Todos se quedaron sorprendidos. Era demasiado. Semejante seguridad en su persona, tanta fe, era de un verdadero winner. Yo escuchaba como distraída.

Luego me llamó, me invitó otro trago y comenzamos todos a charlar.

Asumo que fue muy aburrido. Ninguno decía nada interesante. Martín de manera sutil empezaba a acariciarme las piernas. Eso, parece, un poco lo celó al otro, que ya no se bancaba perder así como así. También había un poco de alcohol extra en su sangre, por lo que se envalentonó.

Se levantó y con cierta violencia me agarró de un brazo y me arrastró hasta él. Era mucho dinero en juego, pero creo que lo que más le dolía era su machismo herido.

La sorpresa de Martín fue muy grande. No se había imaginado una resolución así. Tanto que estuvo a punto de explicar el juego.
Yo sin embargo me sentía bien, dueña de la situación, así que lo miré y guiñándole un ojo dije en voz alta:

-¡Epa! Parece que acá hay un hombre que sabe pelear por lo que quiere! Me encanta eso!
¡Fuerte! ¡Con ganas de hacer gozar a una dama! Me parece que perdiste...

El tipo, que se llamaba Joaquín y era español, sintió que tocaba el cielo con las manos...y empezó a tocar otra cosa también. Si bien arrancó con delicadeza con sus manoteos, sentí una mano importante en mis gluteos, y me acomodaba bien pegado a su miembro creciente.
Martín estaba nervioso, incómodo... amé verlo tan preocupado por mi, pero de mala que una puede ser, lo incité un poco más...

-Martín...¿Martín era tu nombre, no? Andá por ahí a buscar alguna otra chica...me parece que Joaquin no me va a soltar...

El resto de sus babosos compinches empezaron a vociferar como tontos un “uhhhhh!” dirigido a mi pareja, que fortalecía el ego de quien me aprisionaba.

Martín estaba mal. Temía que el juego terminara de manera peligrosa. Pero yo estaba segura. Y le insistí: traé a aquella rubia y vemos quien elije a quien...

Era conciente que un poco jugaba con fuego, y que ahora era yo la que estaba acercándome a un borde desconocido. Pero para no llamar la atención él fue tras un gato-gato, que se adivinaba a un kilómetro. Maite, la rubia en cuestión, fue mucho más directa y enseguida vio que por allí pasaba el negocio.

No hubo que explicarle demasiado y ya enseguida, una calienta pijas profesional y cuentapropista como ella sabía mucho más que yo como desenvolverse en una situación así.

-A vos no te conozco...no solés parar por acá...¿que seguridad tengo que esto no es una emboscada? Estoy harta de los canas que revolotean para llevarnos por ahí! -me encaró apenas pudo-

-Mamita... hay pijas para todas... hay negocio para todas...tranqui...-expresé en un lenguaje tan poco habitual en mí como bastante creíble.

Ahora uno de los tipos empezó con aquello de “¡Que se besen, que se besen!” que siempre me pareció prepotente y pajero.
Dudé, ya que nunca había tocado con mis labios, labios de una mujer, pero temía hacer perder la apuesta de Martín, así que, cerré los ojos y lo hice.

La rubia me metió la lengua hasta el fondo. Y un poco más. Los tipos aullaban desaforados. Apenas abrí los ojos vi a Martín con cara desconocida, entre desencajada y feliz...no sabía que hacer, ni que decir...

Ahora fui yo la que le devolví a la rubia mi lengua dentro de ella.
No puedo negarlo: se sintió rico e invasivo. Era dulce su lengua y un poco me excitó.
Un poco bastante te diré.

El español me llevó de nuevo a su dominio y empezó a decirme cosas terriblemente ordinarias en la oreja. Al principio susurraba, pero a medida que se entusiasmaba, diciéndome lo que me iba a hacer, su vozarrón era inundaba el aire. Los finales de las frases los escuchaban todos, entonces palabras como culo, coger, mierda, y leche sonaban de manera más que elocuente.

Prometía hacerme gritar hasta morir, y que con su ánguila gigante hasta me abrigaría como para usar de bufanda, decía ufanándose...
También que nadaría con su lengua en mi concha jugosa hasta que yo le ruegue ser penetrada.
Y que se yo cuantas cosas más... Ordinario, pero caliente.

Mientras tanto la rubia boludeaba con Martín y empezaba a toquetearlo mal...Mal para mí, claro. Ella no estaba en el juego y avanzaba como correspondía...y un poco me incomodó...¡bastante!

Los otros tres tipos se fueron yendo y quedamos solos los cuatro. Ya se estaba decidiendo para donde ir, en en el auto de quién y cosas así cuando decido irme al tocador y la “invito” a la rubia para arreglarnos.

Ahí en el baño, apenas entramos, cierro la puerta con violencia, la agarro de frente y le explico todo:

-Mi amor: Martín es mi marido...es un pobre pelagatos que en realidad ni sé muy bien porqué sigo con él. En cambio el español, Joaquín, es uno de los empresarios millonarios más grandes de Europa. Se baña en guita. Y la gasta como nadie. Nosotros necesitamos que nos firme un contrato. Es una oportunidad única.
Y pienso que a vos te vendrían bárbaro unos cuantos miles de euros fáciles, como los que tiene el gaita de sobra.

Así que ahora vas “¡y me lo robás...!” No se cómo, pero me lo ponés bien al palo, como para que se olvide de mi. El resto es todo trabajo tuyo...además te aseguro que a mi marido no solo no le vas a sacar un peso, sino que encima yo lo mato... y también a vos después ¿cerramos trato?

La rubia se quedó pasmada, tan pálida que le tuve que prestar mi rubor, porque con el de ella no alcanzaba. Poco a poco le volvieron los colores. La explicación que le di fue tan práctica como lógica.

Para que encima muestre un signo de piedad y compasión, antes de salir me abrí el impermeable, le mostré mi ropa interior y le consulté amablemente:

-Además...¿a vos te parece que vestida con este corpiño y esta bombacha espantosas puedo cojerme a alguien? No..¿no?

-¿Pero porque tenés eso tan feo? ¡es horrible!Vos sos muy linda, bien arreglada...besas maravillosamente...¿porque?

-Es una larga historia...mejor cortamos acá. Y ¿sabés que? te merecés otro beso, divina...

Y ahí mismo la estrolé contra el secamanos, al lado del espejo.
Repito: me gustó esto de besar féminas...

Cuando volvimos a la barra la rubia hizo su tarea con exquisita maestría.
Me lo quitó con tanta clase que el gallego quedó más caliente que una pava.
Ya ni se acordaba de todo el amor que minutos antes me había jurado. Y ante su decisión yo me “conformé” con Martín.

Obviamente firmaron el contrato según lo establecido, ya que mi marido se “levantó
a la mina que quería”, ja! Después de los saludos y un brindis final volvimos felices a casa.

Apenas entramos, revoleé mi impermeable por el aire para que mostrarle lo anti sexy que tenía puesto debajo: el conjunto que me había regalado Eulalia en la Navidad pasada.

-¿Con eso querías seducir al español? ¿porqué algo tan feo? Imaginate al gallego viéndote con “eso” Menos mal que todo salió bien...es espantoso!

-Bueno, si no te gusta, sacámelo!

La persecución que comenzó allí fue de los juegos previos más excitantes que recuerdo. Corrí por toda la casa. Pero el, con su tranco largo, me alcanzó en seguida. Yo le gritaba como si fuese un intruso queriendo aprovecharse de mi, de manera poco creíble por culpa de las risotadas que eso me generaba. Me manoteó teta, cola, y lo que podía. El bombachón se estiraba pero no se rompía. En un forcejeo un bretel saltó y media teta quedó afuera. Y por culpa de sus manotazos ya tenía el cazón metido en el medio del culo.
Mientras tanto el , y como podía, se iba desnudando . Era divertido verlo correr con medias pero con el pito al aire, sacudiéndoselo de un lado al otro.
Pidió un alto para reponerse y comerme a besos tiernos por un momento.
Pero de pronto, se transformó, y mientras yo me acomodaba de nuevo la ropa apareció con la cuchilla de la cocina en la mano...juro que me asusté.

Haciéndose el asesino serial se acercó intimidante y con mucha habilidad fue rozándome con el frío filo de acero...despacito, yo quieta, sentí estremecerme. Su objetivo se abría paso al rasgar la tela de la bombacha. Mi concha quedaba ahora al descubierto, solo apenas cubierta por colgajos de tela de algodón de mala calidad.

Luego fueron mis pechos. Ahora la tensión estaba allí. Pezones duros de ansiedad sexual empezaron a asomar con las perforaciones que hacía. Con los dientes arrancó parte de la tela. Sentí dientes cerca de mis pechos, y la punta del cuchillo apenas dibujando el contorno. No me lastimó en lo más mínimo, pero el miedo siempre estaba. Ahoraos mirábamos en silencio. Estaba sufriendo y al mismo tiempo saboreando un sentimiento diferente. Miré hacia abajo y vi que su verga estaba al máximo. Me toqué la concha y mi lubricación también estaba a punto. Chorreaba a mares.
Muy extraño pero delicioso. Muy raro.

Cortó el bretel que quedaba con violencia, de un golpe y arrancó el resto del corpiño hacia abajo. Mis tetas saltaron libres. La verdad deseaba que me las apretara, fuerte, hasta un mordisco anhelaba.

Dejó el cuchillo sobre la mesa y se lanzó a comerme y besarme los labios de la concha como nunca.

Luego yo devolví gestos y mimos. Le chupé su miembro con ansias. Recorría con la lengua toda su extensión. Con la mano le cerraba el prepucio y miraba su gesto de placer. Lo llevé bien cerca del punto máximo del no retorno. No quería hacerlo acabar allí. Deseaba que su pija me perfore, me haga gritar hasta el fin.

Me recostó sobre la mesa de la cocina tirando al suelo una frutera repleta.
Seguíamos con miradas raras. Aún había mucha tensión en el aire. No le fue difícil entrar en mi.
Abierta de piernas al máximo yo misma lo estaba rogando...Fueron varios empellones, aferrado al mismo tiempo a ambas tetas. Se sentía colosal. Yo era de él, pero sabía que también allí, él era mío. No lo dejé salir muy pronto. Quería que eso durara eternamente. Gritamos casi al unísono.
Un resoplo gigante marcó el cierre del juego.

Volvimos a reponer energía y ya allí pudimos hablar de la experiencia.

Fue al cuarto y volvió con nuestras batas de baño. Ahora ya estábamos tomando un té donde minutos antes me cumplió una fantasía peligrosa.

Rompí el silencio:

-Después de todo, no era tan feo lo que me regaló Eulalia...le tengo que contar que lo usé...


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