lunes, 6 de enero de 2014

Bikinis y Mallas



Pies descalzos. Eso ya me hizo ronron en la cabeza. Una tobillera simple. Vestidito playero. Y pelo suelto. Ah, y rubia...muy rubia.

Durmió poco. Se notaba que a las diez y veinte de la mañana tenía un aire de cansada. Por eso abrió el local tan tarde. Una pena ya que días de tanta gente no son muchos. Eso la malhumoraba.

Subía al banquito para colgar las diminutas bikinis que tenía a la venta. Todas juntas, agarradas por nuditos sobre una cuerda que colgaba de punta a punta en el frente del negocio. Subía con tres o cuatro, las anudaba y bajaba...corría el banco un poco a su izquierda y con otro manojo de esos triangulitos de tela, volvía a subir.

Había una brisa que le levantaba el vestido, prometiendo mostrar más en la próxima...pero no...parecía calculado: cuando yo imaginaba ver ese trasero redondeadito a pleno, que se transparentaba por una tela colorida, el soplo de aire desistía.
Debía saber que no corría riesgo ya que ni por instinto amagaba con agarrarselo para evitar exponerse.
O quizás lo deseaba y esperaba,de manera diferente pero parecida, que su culo se ventile de una buena vez y para la vista de todos.

Al alzar los brazos evidenciaba que esos artículos que vendía no los usaba. O al menos en ese cálido día. Por debajo de sus axilas y gracias a breteles  tan generosos  como los de las camisetas de la NBA, asomaba una semiesfera de piel tersa.
Era una invitación a mi tonto cerebrito a imaginar deslizar una mano por ahí hasta contener un pecho tibio, sopesarlo ansioso de alcanzar un pezón jóven pero firme, pra apretujar entre los dedos o dientes.

Estaba de mal humor, lo dije. Refunfuñaba por lo bajo por nimiedades como que el nudo de lo que ataba se deshacía.

En Uno de esos infructuosos nudos, una de las prendas cayó al suelo por pretender, al mismo tiempo, atender el celular que llevaba colgado en un collar. Habló, rió de compromiso y cortó.

De pronto sintió mi mirada, la intuyó. Giró violentamente y descubrió ojos que espiaban. Pensé que habría un grito insultándome o que extendería su brazo para hacerme un fuck con los dedos de su mano. Estuve a punto de hacerme el boludo y dirigir la mirada para otro lado, como si eso sirviera para no deschavarme.
Pero no.
Aún con los brazos en alto, sosteniendo una tanga violeta, bajó su mirada descubriendo que medio pecho quedaba exhibido ante mi. Fueron milésimas de segundo donde volvió a mirarme y me devolvió una sonrisa cómplice.

Luego, en un gesto que leí como "que tonto que sos" me sacó la lengua con un mohín encantador.

Siguió en lo suyo hasta que una chica casi de su misma edad, le consultó sobre uno de los trajes de baño.

Yo, a metros de ellas, en el meharí rojo con que llegué hasta La Paloma hace apenas dos días, estaba robando wifi en un bar del que yo ya tenía la clave. Hacían allí unos baurú increíbles, pero tan caros que por lo único que pasaba por ahí, era por el acceso libre a internet.

Cuando la vi desaparecer con la clienta en el interior de su negocio, volví a revisar mi face.
De pronto la veo apoyada sobre el marco de la puerta del acompañante, encarándome:

-che, pajerón... Me cambiaste la onda al mirarme tan así. Me sacaste una sonrisa, boludo... Gracias... Ahora mirá, que te devuelvo la gentileza.

No alcancé a decir nada que ya se había dado vuelta y mientras iba al encuentro de la otra chica me regaló la visión de su culo perfecto, subiendose, a dos manos, la pollerita para mostrarme su "nada" metido bien en el fondo de su orto.

Me sentí halagado. Amo cuando las chicas saben jugar.
Y me dije: listo, ya está!

Pero no: apenas entró, y yo viendo con cierta penumbra dada la diferencia de la luz del sol radiante del exterior, noté como, con una desfachatez impensada, calculaba el tamaño de los pechos de la chica con ambas manos, como método muy caliente para buscar un talle adecuado. Cada tanto, muy disimuladamente, me dirigía una mirada para encontrar mi perplejidad.

Se encargó de mostrarme más. Acompañó hasta la chica a uno de los probadores y fue ella la que le quitó el corpiño que llevaba para que se pruebe otro. Sin correr la cortina!  No le importaba a ninguna que cualquiera que pasara pudiese verlas. Luego hasta se agachó para, apretando con ambas manos un pecho ya bronceado, chuparle el pezón con ansiedad.

Yo estaba a mil, mirando y disimulando. Cotejando que nadie me viese espiar, pero no queriendo que el show terminase. La gente en la calle estaba en otra. El calor pegaba fuerte y buscaban rápido refugio a la sombra. Nada quiso que otra potencial clienta siquiera se detenga frente a semejante vidriera y termine todo.
Luego la vi sumergir debajo de una bikini ajena una mano, y en la propia, la otra.
Yo hubiese gritado "gooool" o algún exabrupto típico de la mediocridad masculina, pero preferí disfrutar en silencio.

Al cabo de unos segundos de gemidos que leí en gestos pero que no escuché, la clienta se acomodó la ropa y salió. Fin del regalo, intuí. Sin embargo, se acercó y me encaró de frente. La imaginé ofendida, molesta por mi intromisión tan básica, pero su sonrisa no coincidía con un supuesto enojo.

-Vení.

Fue lo único que dijo y no fue necesario más. Lo tomé como ruego, orden y suplicio. Entré y la rubia cerró con llave y corrió un black out que tenía para evitar que el sol le decolore las prendas.
Ahí, se desnudaron las dos y se abalanzaron a sacarme lo poco que tenía: mis bermudas y una musculosa similar a la que ellas usaban.
Mi verga era un mástil. La previa venía muy bien y no hizo falta más. La dueña se apropió de mis huevos, apretándolos hasta el borde del dolor. Ante mi mínimo quejido, los soltaba y empezaba a lambetearlos muy dulcemente. Ana, como supe se llamaba la "externa", succionaba mi pija intensamente. En mi posición no podía tocarlas, salvo su cabeza y nuca. Y casi tampoco podía mirar demasiado, mientras me llevaban a un paraíso.

A punto de acabar, se detuvieron.

-Hace bocha que no estamos con un hombre...¿podrás bañar con tu leche en estas tetas, a las dos?

No entendí demasiado. Estando al borde de mi explosión, con dos potras terribles, que sostenían esos dos pares de gloriosos globos brindándolmelos, con mis dedos que apenas rozaron unas conchas apetecibles, y rebobinando la consulta sobre si podía empaparlas con mi esperma, a dos mujeres que ¿dijeron "no estamos", así, en plural?

Ni esperaron respuesta alguna. Silvia y Ana volvieron a chuparme y pajearme alternativamente con un sabor celestial. Cada tanto se besaban entre ellas y compartían mis fluidos pre seminales mezclados con un manjar como sus salivas calientes.

El primer lanzamiento un poco fue hacia la boca de la morena, Ana, quien al darse cuenta, se sacó la manguera de la boca y apuntó hacia uno de los pezones de Silvia. Siguió sacudiéndome hasta que le pasó la posta para que mi segunda bocanada de orgasmo salpique las tetas de la amiga. Y hubo menores estertores que no fueron tan menores. Ahora eyaculé en sus bocas, mientras se desparramaban a mano generosa, mi líquidos por todo el pecho.
Mis piernas se doblaban. No sé como seguía en pie. Y ellas en un delicioso espectáculo de enchastrados masajes se fueron dejando caer sobre el suelo.

Ignoré que hacer, que decir. Atiné a vestirme lentamente mientras veía sus cuerpos desnudos, brillando de semen y sudor, relajados.

-Entonces...¿se conocían? pregunté casi con inocencia burda.
-Obvio, boludo... Esta forra, pero que amo, me llamó al celu para decirme... ¿Como fue que me dijiste?
-Jaja...te dije: Hay un pajero en un mehari rojo que se la debe estar haciendo de solo mirarte. Y te calentaste mal. Enojada, enojada, eh! Estabas de pésimo humor...
-Si, estuve a punto de mandarte a la mierda, de llamar a la cana, pero esta forra me dijo que afloje, que podíamos jugar un poco. Y ahí fue que se le ocurrió hacerse la clienta y que yo siga el juego.

-Ahhhhhhh, o sea que ustedes dos son.... Ahhhhhhhh...son...las dos... Ahhhhh!
-Ani, mi amor...¿viste? Es lo que siempre te digo...
-¿Que cosa, hermosura?
- Hombres! Nada más boludo que los hombres! Menos mal que nosotras nos tenemos a las dos, jajajaja!



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