El departamento era chico. Apenas un livincito y el dormitorio. Baño, cocina y -eso sí- un hermoso balcón.
Mi “nueva vida” tenía que caber en esos casi treinta metros cuadrados. No sabía realmente si terminaría volviendo con Manuel. Hoy te diría que no. Un no rotundo. Definitivo.
Pero viste como es todo de relativo. Y no lo digo por mí ni por él. Lo digo por amigos y amigas que volvieron, y por los que no… Así que nunca se sabe.
La relación no daba. Aquello de la mujer pasiva no encuadra en lo más mínimo con mi estilo.
Soy.
Quiero.
Necesito.
Y después de muchas idas y vueltas, ¡zas! A otra cosa mariposa.
Al departamentito ya le había echado el ojo cuando salió el aviso del alquiler y lo vi pegado en el almacén de doña Elma. Si bien el dueño se lo dio a una inmobiliaria del barrio, Elma me dijo que conocía al viudo que lo alquilaba. Era a estrenar, ya que el pobre perdió a su esposa días antes de mudarse. Cosas de la vida.
Me da dolor decir esto, pero Manuel no se debe haber dado cuenta muy rápido que me fui. Obsesionado con sus cosas, al no encontrarme en el teléfono fijo de casa, para avisarme una vez más que ignoraba a qué hora llegaría, supondrá que estoy con Adriana, en el cine o tomando algo por ahí. Y cuando llegue a casa, si es que se da cuenta a esa hora de no encontrarme, tal vez me llame al celular… pero lo dejé ahí. Será entonces recién en ese momento cuando prenda la luz de la mesita y vea la carta que le dejé.
Es rara esta sensación… algo se me parte adentro. Pero por otro lado siento como que si se me estuvieran ensanchando los pulmones. Me entra aire y tiendo a asomar una sonrisa con algo parecido a picardía…No sé… raro.
Quique me acompañó. Él es quien me salió de garante y el que me garantizó, también, su hombro para llorar, si lo necesitaba. Es una extraña relación de amistad para dos de los que pensamos que no existe amistad entre géneros.
Siempre nos llamamos primos mutuamente. Y eso a más de uno le ha causado intriga. Si bien yo jamás -de verdad- lo vi como varón disponible, él más de una vez insinuó cosas que, ante mi reacción desorientadora, dejó todo en una simple chanza. Y como mantenía una relativa relación con mi ¿ex? (¿ya le puedo decir ex?) tomó esa leal postura de imaginarme con bigotes, como dicen los amigos que se respetan.
Entrar a la tardecita con mis dos valijotas y un par de bolsas fue movilizador. Sentí ese espacio gigante… aire por todos lados. Y el sol acurrucándose sobre un horizonte esponjoso que veía por un rincón del ventanal del cuarto.
-Dale, venite al balcón, que después yo te ayudo a ordenar… mirá la ciudad desde tu balcón, desde tu nueva casa.
La invitación me pareció idéntica a comer ostras en el Maxims de Paris. Solté todo y me lancé a esa vista. Más allá del smog de una ciudad que se precie de tal, el entorno era de amarillo vida. Algunos carteles de neón empezaban a decorar la noche como un árbol de navidad.
-Si fuese un casamiento diría ¿puedo besar a la novia? Pero acá no se qué decir…
-Jajaja… ¿a la separada? Si, dale, abrazame… es lindo sentir, en momentos así, huesos apretados… Gracias Quique…sin vos hubiese sido más difícil. Te debo una…una grande.
-Si, lo sé y me la voy a cobrar…
-Ojo… mirá que hasta que no arregle esto, lo del laburo, el auto…
-No, plata no… ¿me vas a decir en serio que nunca te moví un pelo? ¿nunca sentiste como yo te deseaba?
No soy una boluda. Si bien, como dije antes, varias veces había insinuado acercarse “más de la cuenta”, no imaginé que ahí, en medio de mi duelo, lanzaría esa frase. Me quedé callada mirándolo. Temía decir algo que arruine el momento, la amistad, su ego.
Y mi ego.
-Siempre te vi diferente a otras. Nunca nunca formalicé nada en serio con ninguna porque siempre estuviste en mi mente. Cuando decidiste irte a vivir con Manu se me vino el mundo abajo. Ahí fue que me fui a España, para alejarme definitivamente de vos. ¡Si no tenía nada en España! Pero no aguenté...¿que habrán sido? ¿Dos meses, tres? Y ya estaba de nuevo en Caballito.
Siempre te tuve fe. Esperaba que algo sucediese. Encima -nunca te lo conté - todos veíamos desde afuera que él no era para vos.
Me acomodé sobre el único sofá que el viudo me había dejado, porque no le entró en el camión de la mudanza el día que desarmó todo, después de la muerte de su pareja. Con las piernas colgando sobre un apoya brazos y mi cabeza sobre el otro, lo seguí escuchando.
-Pareciera que recién ahora asumís que te hablo con el corazón. Tengo tu imagen, tu sonrisa, tus ojos… para que negarlo, tu culo, tu espalda, tus largas piernas, grabadas acá -decía al señalarse con el dedo índice la frente-... y acá –marcando ahora el centro mismo de su pecho. Un rarísimo amor. Amor no correspondido pero… ¿cómo definirlo? … optimista…eso: "amor optimista" de poder alcanzarte, tenerte. Y no me mires así, cerrá esa bocaza de sorpresa que te va a entrar algún bicho, salame…
Lloré.
Suave, lentamente empezaron un par de lágrimas a recorrerme hasta la boca. Saladas por lo dulce del discurso, de la declaración. Reí nerviosa ante su tierno “salame”.
-¿No vas a decir nada? No sabés todo lo que encararte así me costó. A riesgo de perderte, de que te encules por mi calentura de pajero, como ya me has dicho alguna vez… Y bueno… perdido por perdido, no me banco más contenerte pero no tenerte…suena parecido, pero me está haciendo mierda.
-Ehhh, no… si…, digo que… wow! Dejame tomar un respiro… me shockeaste… Es que la amistad que siempre sentí de tu parte…
Se lanzó sobre mí estampándome un beso furioso, añejado en su deseo durante mucho tiempo. Fui entregándome asustada, con miedo a algo inesperado, pero cómoda. La razón luchaba con la emoción. Mi amigo, casi mi hermano de la vida, hurgaba con su lengua en la mía. Era extraño, pero se sentía lindo… enseguida sus manos me apretaron contra su pecho de manera intensa, hasta dolorosa.
-¡Pará! ¡Pará! ¡Soltame!... Quique… ¿vos te das cuenta que esta amistad así ya se hizo mierda? Pasaste barreras que nunca imaginé…
-Sí, ya sé… pero no me lo bancaba más. Perdoname. Era ese riesgo, como te dije, que para sentirme íntegro, hombre, tenía que pasar. ¿La cagué mal?
Lo miré fijo. Vi auténtica luz de amor en sus ojos. Sentí un escalofrío recorrerme la médula espinal y me tiré en busca de un abrazo.
-No, creo que no la cagaste nada. Al contrario.
El beso derivó en caricias. Las caricias en desesperación casi adolescente. Si bien él me había visto un par de veces en bombacha y corpiño cuando me quedaba en la casa de su mamá a dormir, está vez era distinto. Estaba a punto de desnudarme de manera hasta natural frente a él, cuando me detuve de golpe:
-¡Pará!
-¿Y ahora qué te pasa? -me preguntó-
-¿Vos en serio querés avanzar en esto? Mirá que ya no somos pendejos y…
-A ver si me explico: sueño con vos desde hace años, te quiero besar, comer, chupar, coger amándote hoy, mañana y hasta el último día de la vida. Te conozco y me conocés, sabemos vida y milagros de cada uno, y sobre todo sé que me querés y eso lo siento. Y lo sentís.
-Es hermoso eso que decís. Hace mucho que no lo escucho… yo siempre te quise, si…pero esto es diferente… ¡pero va fangulo…!
-¡Esa! ¡Esa es la mina que quiere vivir! ¡La que yo sé que hay adentro! ¡Vamos al balcón! Afuera! gritémoslo al mundo…
Hacer el amor en el balcón me sonaba únicamente a una frase de aquella canción de "Los Rodríguez", la de de “hace calor, hace calor”. Y siempre me cosquillaba pensar en cómo sería. Con Manuel hubiese sido imposible siquiera jugar algo diferente alguna vez.
Sentir el frío del mosaico en mi espalda desnuda generó escalofríos que llegaron a todos mis rincones. Allí, después de besos y más besos, estaba entregada casi, a un admirador que desconocía en tal grado, pero que hizo delicias desparramando su pasión por brazos, piernas, caderas, pechos y muslos…
Cuando mi cabecita empezaba nuevamente a recorrer esos caminos “de lo que está bien y lo que está mal”, sumergió una lengua maravillosa en mi raja desorientada, pero preparada para lo mejor, como si supiera… Tuve espasmos extraños, renovados, y hasta desconocidos. Le pedí, con ansiedad, que me penetre, con un ¡cojeme! que me salió del alma, creo. Respondió con un “ok” obediente que complementó con “los del edificio ya deben haber enterado que hay vecina nueva” riendo.
En medio de una casi carcajada vergonzosa por mi exabrupto entró con una verga gruesa, que sentí abrirse paso.
-Por favor, las tetas, esas tetas maravillosas que siempre espié a escondidas… apretalas vos y regálame tu cara de placer… Quiero hacerte el amor como nunca… entrar y salir eternamente. Hundirme en tus profundidades, cojerte dulce y violento, suave y salvaje… que grites y rías, que salga el amor contenido, llenarte de mí. Verte gozar, darte placer, placer que estalle en vos.
Su movimiento era intenso. El buen estado físico le rendía muy bien. A lo largo de sus embestidas imaginé dos o tres veces que ya llegaría al final, y no… tenía más. Tuve dos orgasmos fulminantes y un tercero diferente, que me dejó estremeciéndome. Parecía cataléptica. Llegué a pedirle que acabe de una vez porque yo no daba más.
Explotó con todo su esperma caliente dejándome tumbada, moribunda, jadeante. Yo parecía un animal agotado de perseguir su presa.
Me levantó como el novio alzaba a la novia, en las viejas películas, para cruzar el umbral de la nueva casa, y me acomodó sobre el colchón que estaba en el piso del cuarto. Bajó las persianas y se acomodó cucharita detrás de mí tapándonos con uno de mis toallones gigantes.
Besos, besitos, mimos… así nos quedamos dormidos hasta bastante tarde al día siguiente.
Despertar y ver que seguía ahí, que esa “nueva vida” ya era diferente, me dio chuchos lindos.
Mi departamento parecía un palacio. Desde el piso, el techo y las paredes, estaban allá a lo lejos… como bien lejos había quedado mi vida anterior.
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