domingo, 15 de abril de 2012

A la luz de la luna





-¿Te parece? ¿Y si nos ve alguien?
-No hay nadie, son las once de la noche… abril…no hay nadie en la playa
-Si, si…eso lo veo…pero…Ok… ¿La luz de la luna no nosilumina demasiado?,
-¡Raquel!
-Ok, dale…pero vos primero.

Era una linda aventura la de meternos desnudas en el mar y de noche. El día había sido largo, después de yirar y yirar hasta encontrar la casa que una amiga nos prestaba por una semana.
Cuando nos había dicho que estaba alejada del centro, tanto Raquel como yo habíamos pensado que eran diez o quince cuadras de la calle principal y no a más de cinco kilómetros como estaba. Encima, ponerle como nombre “Marysol” a la cabaña frente a la playa no era lo más original para que se destaque del resto de las casas en alquiler…¡Ocho casas en todo el balneario se llamaban igual! Cuando en el pequeño y humilde mostrador de información turística de la terminal nos dieron esa cantidad, jamás pensamos que sería la última en descubrir…


Bueno, el tema es que nuestro primer día de desintoxicación nos lo pasamos mochila al hombro caminando de aquí para allá. Y ahora si, después de ventilar esa cueva, de poner las cosas que desesperadamente pedían ir a una heladera, nos cambiamos ¡y a la playa!
Apenas tocams la arena ambas coincidimos en que es increíblemente sanador pisar desnuda la naturaleza. Yo, con mi trabajo –gracias a Dios eso antes que nada- en una casilla del peaje de Pando, entre Montevideo y Maldonado, y Raquel trabajando en una en la farmacia del barrio, estamos como esclavizadas a ese encierro. Esta semana, y totalmente fuera de temporada, para nosotras es como ir a Tahití. Ambas sin hombres en estos momentos, por casualidades similares, coordinamos para hacer frente al ofrecimiento de este paraíso un tanto desabitado.


Juntas y solas era la primera vez que salíamos. Desde chicas, desde el liceo que nos conocíamos pero nunca habíamos pegado una relación tan estrecha. El hecho de haberse mudado hizo que le sea más habitual pasar por el peaje. Y yo cada vez que necesitaba ir a la farmacia, empecé a ir a verla a ella. De ahí a que nos juntáramos a hablar de todo, fue inevitable.


Yo le contaba de mis enamorados de diez segundos, de aquellos que recuerdan mi nombre e incluso algunos que me regalan chocolates o me dejan el vuelto para mí. Ni tiempo de levante tenemos por más bombón que sea el conductor, ya que siempre hay un auto atrás desesperado y apurado, abriéndose paso a bocinazos. Ella me contaba que le pasaba seguido eso de hombres que todavía hoy les da vergüenza pedir forros y dan vueltas y vueltas hasta decírselo. Pero que también están de los que alardean como si se les notara en la cara algo que quieren disimular. Y ni que hablar de los compradores –compulsivos- de viagra. Si, todas las charlas, tarde o temprano, algo de hombres y sexo hablábamos.
Tener la playa solamente para nosotras dos nos daba una sensación tremenda de seguridad, de llenarnos los pulmones de energía, de sentir el calorcito del atardecer en la piel. Después de dos -miserables- sandwichitos de pan lactal y jamón, y de quedarnos mirando la luna casi sin hablar, fue que le propuse meternos al mar.


-Dale… no hay nadie… mirá: ¡¡¡Ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh!!!! -grité eufórica.
-Shhhh, para loca… te creo que no haya nadie, pero si gritás, capaz que nos escuchan…
-¡¡¡Siiiiiiiiiiiiiii, gritoooooooooooooooo fuerteeeeeeeeeee… quiero sacar todo lo que tengo adentrooooooooooooooo… aca estoy maaaaaaaaaaaaaaaaar… Y me voy a meteeeeeeer desnudaaaaaaaaaaaaaaaa…!!! Agua salada en mi conchaaaaaaaaaaaaa!!!!!!!!!!!!!!
-Jajaja, estás loca vos… A ver…voy a gritar yo: ¡Ey!
-Dale! Eso no es gritar…grita así: ¡Estoy feliiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiz de estar acaaaaaaaaaaaaa!
-Buenooooooooooooooooooo…!!!



La luna, hay que reconocerlo, es una luz impresionante para iluminar cuerpos desnudos. No soy de las que miran mujeres, pero Raquel tenía, desnuda, unas formas perfectas que nunca sospeché viéndola vestida. El azul destacaba curvas y pliegues de manera muy sensual. Yo me miraba y tampoco estaba mal más allá que siempre me veo rellenita. Le pedí que me sacara fotos, pero así, sin flash. Después, cuando terminen estas vacaciones, lamentablemente tendré que borrarlas, porque si mi hermano agarra la máquina, flor de despelote que se me arma. Pero tenía su onda posar primero con poses sensuales y poco a poco irnos a lo porno directamente. No había mucha luz pero nos reíamos viendo que ordinarias podíamos llegar a ser.
Entrábamos y salíamos del mar permanentemente. Sentir el agua tibia golpear mis tetas o inmiscuirse en la entrepierna comenzó a excitarme. Le pregunté a Raquel, desfachatadamente, si le pasaba algo parecido, si sentía cierta sensualidad.




-Mmmmsé… me da vergüenza decirlo, porque pensé que me pasaba a mí y no a vos, pero si… está bueno…
-Jajaja…vení, dame un beso.- Le dije cagándome de risa, como dcen los varones cuando juegan a que se van a besar entre ellos y no lo hacen ni ahí… Yo no imaginé jamás cual sería su reacción.




Se acercó sin dudar. Hasta creo que estaba esperando que al fin se lo pidiese. Yo no estaba preparada para eso, pero no dudé en recibirla. Apenas solo tocó sus labios con los míos, un escalofrío me sacudió. Nos separamos mirándonos fijo, serias, entre asustadas y curiosas.  Al cabo de un instante ya estábamos lengua con lengua enredados sobre la arena.
Nunca había apretado una teta. Al hacerlo, al encontrarme con esa experiencia táctil de como mis dedos la contenían, descubrí, por primera vez, el valor de ese deseo tan masculino. Era mezcla de apretar una esponja, o una pelota semi inflada, percibiendo que estás regalando un mimo íntimo… interesante sensación, nada comparable a cuando yo misma me agarro mis lolas. Ella hacía algo bastante parecido con mis glúteos. El sabor salado de su boca me hacía salivar bastante, sin embargo no dejé de inspeccionarla comiéndole sus comisuras. Y la boca toda.


-Jamás pensé que esto fuese tan rico. –dijo riendo estruendosamente. Y luego comenzó a gritar como antes no lo había hecho.- ¡¡Estoy por cojerme a una mujer!!
Más allá del juego, yo no me había puesto a pensar en eso. Hasta ahí era solo picardía, besos calentes y tocar tetas. La sola idea de su mano o “algo” de ella en mi concha me frenó.
-Mirá Raquel… en realidad no sé si…
-Callate y vení al agua…¡ya!
-Esperá, no quiero lastimarte, pero…
-Vení ya al agua boluda… vení que vi una luz.




Giré violentamente la cabeza hacia donde ella estaba mirando y un haz de linterna fue inconfundible. Me lance de lleno al agua tratando de quedar lo más pegada a ella, y que el mismo movimiento de las olas disimule nuestra presencia.
La luz fue creciendo, haciéndose más intensa a medida que quien portaba esa linterna se acercaba. Daba la impresión de estar revisando la playa, como buscando cosas que la gente pudiese perder. Nosotras habíamos dejado el tupper algo alejado del recorrido de este hombre, pero nuestras bikinis estaban ahí nomás.




-Boluda…¿Qué hacemos?
-Callate y confiemos en que siga de largo.




El color blanco de mi tanga se reflejó como espejo ante la luz de la linterna. El se agachó y pudimos ver su cara de extrañeza convirtiéndose enuna de  turra picardía. Murmuró algo que no llegamos a escuchar. Luego siguió iluminando la arena y encontró el resto: los dos corpiños y la bombacha –carísima- de Raquel.




-¡La puta que lo parió! Que no se la lleve que todavía ni una sola cuota me entró de esa malla todavía…
-Estúpida… creo que esto es más complicado que el pago de la tarjeta…




Con sus “trofeos” en la mano continuó su búsqueda. Ahí descubrimos que lo acompañaba un gran perro, que venía más lento oliendo cuanto encontraba a su paso. Nosotras seguíamos los vaivenes de las olas, agarradas una a la otra. Estábamos temblando de pánico.
Y de pronto el hijo de puta del perro es el que nos descubrió. Nos vió, ladró y se lanzó como para rescatarnos. Ahí el tipo iluminó su camino, sorprendido y ¡zas! encontró dos minas en bolas donde y cuando ni en sus pajas más fantasiosas pudo haberse imaginado.
Salimos tapándonos lo que podíamos… descubrí que prefería evitar que me vea las tetas antes que la concha, ya que mis dos brazos aprisionaban a mis mellizas. Raquel en cambio tomó la postura del “ya fue” y caminaba como si nada, esbozando una sonrisa tramposa, como para seducir a quien podría ser un asesino.
El chico -era joven, viéndolo de más cerca- estaba más asustado que nosotras. Si bien al principio no nos sacaba los ojos de encima, y no dejaba de encandilarnos, cuando fue consciente del regalito del cielo, pidió perdón y se dio vuelta.




-Pe…pe…perdón… no quise… Uy, que vergüenza…ustedes estaban ahí, y  yo…
-Todo bien… mi nombre es Raquel… ¿me pasarías mi malla, por favor?
-Uy, si… es que las vi en la arena y… ya me voy… ustedes sigan…o hagan…eh… chau…
-Pará, pará… tampoco te vamos a morder…¿Cómo te llamás?
-Esteban. Vivo allá, en la lomada, pero cuido una casa y salí a caminar con Toto, mi perro…bueno, me voy…
-No, no, noooo…vos no te vas nada… ¿acaso no te gusta lo que viste? –lo apuró Raquel, que no perdió excitación pese al susto.
-Si, dale, quedate con nosotras y nos contás cosas del pueblo, de la gente de acá, que se yo…-sumé charla ante el desconocido mientras acomodaba mis tetas en los triangulitos de tela.
El pobre chico, que tenía apenas diecinueve años era un púber para nuestros treinta y pico… Sin embargo su interés estaba bien marcado debajo de sus bermudas, donde, como le dije, parecía que llevaba otra linterna.
-Mira, casualmente Raquel y yo estábamos descubriendo sensaciones nuevas…nosotras, por ejemplo nunca habíamos estado con otra mujer, tocándola así, y así, y así… ¿te gusta? ¿Y vos… habías estado con dos chicas al mismo tiempo?




El muchacho, entregado, por timidez o por oportunismo, solo se dejó caer sobre la playa y apenas contestaba con monosílabos. Mientras yo me ponía de rodillas y empezaba a jugar con la arena seca dejándola pegada sobre mi cuerpo mojado, Raquel le sacó la larga linterna (“Uy, que larga que es” le dijo a modo de comentario burdo, a lo que Esteban inocente, le contestó “si, llevaba seis pilas grandes, era de mi papá”) y empezó a rozarse el clítoris con la rugosidad del objeto.


-¿A vos te parece que me entrará esto? Veamos…








Raquel, empapada como estaba de sus propios jugos, abierta de piernas de par en par, empezó a deslizar el negro y frio metal dentro de su vagina. Yo, mientras tanto me dediqué a bajarle el pantalón a nuestro espía y contemplar su otro objeto largo y grueso. Al ver como crecía su excitación por semejante show, comencé a chuparle una pija fresca y lozana. Raquel, de concha profunda evidentemente, gozaba metiendo y sacándose el largo tubo, gimiendo de tal manera que aceleró incluso mi propia excitación. De pronto, muy concentrada en mi tarea, Esteban me avisa que no da más, que está por explotar. Ahí decido dejarlo en reposo, y jugada por jugada, me zambullí a compartir el orgasmo de mi compañera… o mejor dicho a efectivizarlo, gracias al aleteo de mi lengua en el botón mágico. Fue una sensación inesperada, ver de tan cerca el hermoso instante de su acabada, sintiendo en la palma de mi lengua su sabor celestial.


-Ey, ¿Y yo? –dijo Esteban con una carita que me dio pena, sentado dándole masa a su pito mientras las dos caíamos exhaustas, ella por su polvo y yo por mi lengua ávida…
-Ahí voy, dije mientras me sacaba arena de la concha, cosa de prepararme para su ensartada. 


Apenas pude me senté sobre él y lo cabalgué como desesperada. Mientras Raquel, detrás de mi jugaba con uno de mis pechos con una mano y el clítoris con la otra, para delicia extra mía y del pibe.






Yo alcancé un orgasmo intenso, con el bonus de gozar mirando el mar a la luz de la luna. Grité fuerte pero con paz. Era algo tierno e intenso al mismo tiempo. Estuvo impecable. Su esperma brotó, y gritó con voz aguda y fuerte. No habrían sido demasiadas las veces que alguna mujer lo cogía así. Una sabe y eso se nota. Después de bañarme por dentro, sentí chorrear todo sobre la arena. Quedamos tendidos, abrazados, con el único abrigo del perro que se acurrucó a nuestros pies.
Al cabo de un rato, Esteban se comprometió en ocuparse de nosotras, paseándonos por los distintos puntos de interés y sitios históricos del pueblo. “Quiero ser su guía” –sugirió. Raquel, mientras se relamía aún saboreando sus propios jugos, poniendo cara de nada, para responderle.




-Mmmm, Sabés que nos encantaría, lo que pasa es que no tenemos con qué pagarte. Y queremos conocer todo lo que nos puedas mostrar ¿Aceptas un canje?









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